Me muevo, abriendo los ojos a una brillante mañana de
septiembre. Cálida y cómoda entre sábanas limpias y sedosas, me tomo un momento para orientarme y me abruma una sensación de déjà vu. Por supuesto, estoy en el Heathman.
—¡Mierda! ¡Papá! —digo en voz alta, sintiendo con un desgarrador aumento de aprensión aferrarse a mi corazón para recordarme el motivo de mi visita a Portland.
—Hey —Pedro está sentado en la cama. Acaricia mi mejilla con sus nudillos, calmándome de inmediato—. Llamé a Terapia Intensiva esta mañana. Reinaldo pasó una buena noche. Todo está bien —dice reconfortantemente.
—Oh Dios, gracias —murmuro, sentándome.
Se inclina y presiona un beso en mi frente. —Buenos días Paula —susurra y besa mi sien.
—Hola —murmuro. Está levantado y lleva una camiseta negra con vaqueros azules.
—Hola —responde, con una mirada suave y cálida—. Quiero desearte un feliz cumpleaños. ¿Eso te parece bien?
Le sonrío tentativamente y acaricio su mejilla. —Por supuesto. Gracias.Por todo.
Frunce el ceño. —¿Todo?
—Todo.
Se ve momentáneamente confundido, pero pronto su mirada se agranda con anticipación. —Toma.
Me pasa una pequeña y exquisitamente envuelta cajita con una diminuta tarjeta.
A pesar de la preocupación que siento por mi padre, siento la emoción de Pedro, y es contagiosa. Leo la carta.
Por todos nuestros primeros en el primer
cumpleaños de mi amada esposa.
Te amo.
P x.
Sonríe. —Ábrelo.
Desenvolviendo el papel cuidadosamente para no romperlo, encuentro una hermosa caja de cuero roja. Cartier. Me es familiar, gracias a los pendientes de la segunda oportunidad y mi reloj. Cuidadosamente abro la caja para descubrir un delicado brazalete de dijes de plata, o platino u oro blanco, no lo sé, pero es absolutamente encantador. Unidos hay varios dijes: una Torre Eiffel, un taxi negro de Londres, un helicóptero, Charlie Tango, un planeador, el Soaring, un catamarán, El Gabriela, una cama, ¿y un cono de helado? Lo miro, perpleja.
—¿Vainilla? —se encoge de hombros a modo de disculpa, y no puedo evitar reír. Por supuesto.
—Pedro, esto es hermoso. Gracias. Es lo mejor.
Sonríe.
Mi favorito es el corazón. Es un relicario.
—Puedes poner una foto de lo que quieras allí.
—Una foto de ti. —Lo miro a través de mis pestañas—. Siempre en mi corazón.
Sonríe con su hermosa y destrozadoramente tímida sonrisa.
Miro los dos últimos dijes: una letra P, oh sí, yo fui su primera novia en usar su primer nombre. Sonrío ante el pensamiento. Y finalmente, una llave.
—Para mi corazón y mi alma —susurra.
Lágrimas pican en mis ojos. Me tiro hacia él, envolviendo mis brazos en su cuello y saltando en su regazo. —Es un regalo tan considerado. Lo amo.Gracias —murmuro en su oído. Oh, el huele tan bien, a ropa de cama limpia, loción corporal, y a Pedro. Como a casa, mi casa. Mis lágrimas comienzan a caer.
Él gruñe suavemente y me envuelve con su abrazo.
—No sé qué haría sin ti. —Mi voz se rompe mientras intento retener mis abrumadoras emociones.
Traga fuertemente y afianza su agarre en mí. —Por favor no llores.
Sorbo mi nariz de forma no muy femenina. —Lo lamento. Es que estoy tan feliz y triste y ansiosa al mismo tiempo. Es agridulce.
—Hey. —Su tono es suave como la seda. Echando mi cabeza hacia atrás, me besa suavemente en los labios—. Lo entiendo.
—Ya lo sé —susurro, y vuelvo a recibir su sonrisita de recompensa.
—Desearía que estas fueran unas circunstancias más felices y estuviéramos en casa. Pero aquí estamos. —Vuelve a encogerse de hombros a modo de disculpa—. Vamos. Después del desayuno, veremos a Reinaldo.
*****
—Gracias por pedir mi desayuno favorito.
—Es tu cumpleaños —dice Pedro suavemente—. Y debes dejar de agradecerme. —Pone los ojos en blanco exasperado, pero con cariño, creo.
—Sólo quiero que sepas que lo aprecio.
—Paula, es lo que hago. —Se ve serio, por supuesto, Pedro al mando y en control. Cómo olvidarlo… ¿pero de ser diferente lo querría?
Sonrío. —Sí, lo es.
Me mira confundido y luego sacude la cabeza. —¿Vamos?
—Espera que me lave los dientes.
Sonríe. —De acuerdo.
¿Por qué la sonrisa? La idea me molesta cuando voy al cuarto. Un recuerdo salta a mi mente. Usé su cepillo de dientes después de haber pasado mi primera noche con él. Sonrío y tomo su cepillo para recordar ese tiempo. Mirando mi reflejo mientras lo hago, me veo pálida, demasiado pálida. Pero bueno, siempre me veo pálida. La última vez que vine estaba soltera, ¡y ahora me casé a los veintidós! Me estoy poniendo vieja. Frunzo los labios.
Levantando mi muñeca, la sacudo, y los dijes en mi brazalete tintinean satisfactoriamente. ¿Cómo es que mi dulce Cincuenta siempre sabe exactamente qué regalarme? Inspiro hondo, intentando calmar las emociones que aún me embargan, y vuelvo a mirar mi brazalete. Seguro costó una fortuna. Oh… bueno. Él se lo puede permitir.
Mientras caminamos a los elevadores, Pedro toma mi mano y besa mis nudillos, acariciando al Charlie Tango de mi brazalete con el pulgar. —¿Te gusta?
—Más que gustar. Lo amo. Mucho. Como a ti.
Sonríe y vuelve a besar mis nudillos. Me siento más ligera que ayer. Quizás porque es de mañana y el mundo siempre parece un lugar más esperanzador que en la muerte de la noche. O quizás es despertar de esa forma tan dulce con mi marido. O quizás es el saber que Reinaldo ya no corre peligro.
Mientras entramos al elevador vacío, miro a Pedro. Sus ojos viajan rápidamente a los míos, y sonríe de nuevo.
—No lo hagas —susurra al cerrarse las puertas.
—¿Que no haga qué?
—Mirarme así.
—A la mierda el papeleo —murmuro con una risita.
Él ríe, y es un sonido tan despreocupado y juvenil. Tira de mí a sus brazos y besa mi cabeza. —Algún día, alquilaré este elevador por toda una tarde.
—¿Sólo una tarde? —Arqueo una ceja.
—Sra. Alfonso, es muy traviesa.
—Cuando se trata de ti, lo soy.
—Me alegra oír eso. —Me besa suavemente.
Y no sé si es porque estamos en este elevador o porque no me ha tocado en más de veinticuatro horas o simplemente porque es mi intoxicante esposo, pero el deseo se libera y establece tranquilamente en mi estómago. Paso mis dedos por su cabello y profundizo el beso, empujándolo contra la pared y apoyando mi cuerpo en el suyo.
Gime en mi boca y toma mi cabeza, acunándola mientras nos besamos, realmente nos besamos, nuestras lenguas explorando el oh tan familiar pero al mismo tiempo oh tan excitante territorio que es la boca del otro.
Mi diosa interior se desmaya, llevando mi libido de regreso a purdah31.
Acaricio su tan, tan hermoso rostro con mis manos.
—Paula —suspira.
—Te amo, Pedro Alfonso. No lo olvides —susurro mirando sus oscuros ojos grises.
El elevador se detiene suavemente y las puertas se abren.
—Vamos a ver a tu padre antes de que decida alquilar esto hoy. —Me besa rápidamente, toma mi mano, y me lleva al vestíbulo.
Cuando pasamos junto al mostrador, Pedro le da una discreta señal al amable hombre de mediana edad que está detrás del escritorio. Él asiente y levanta el teléfono. Miro a Pedro inquisitivamente, y me da su sonrisa secreta. Le frunzo el ceño, y por un momento parece nervioso.
—¿Dónde está Taylor? —pregunto.
—Lo veremos dentro de poco.
Por supuesto, debe estar cargando gasolina.
—¿Salazar?
—Haciendo unos mandados.
¿Qué mandados?
Pedro evita la puerta giratoria, y sé que lo hace para no tener que soltar mi mano. La idea me gusta. Afuera es una mañana de verano, pero se siente el otoño aproximándose en el aire. Miro alrededor, buscando la camioneta Audi y a Taylor. Nada. La mano de Pedro se tensa en la mía, y lo miro. Parece ansioso.
—¿Qué ocurre?
Se encoge de hombros. El ruido de un motor me distrae. Es un ronroneo… familiar. Cuando me doy vuelta buscando la fuente del sonido, se detiene.
Taylor está saliendo de un coche deportivo relucientemente blanco frente a nosotros.
¡Oh mierda! Es un R8. Miro a Pedro, quien me mira ansiosamente.
“Puedes comprarme uno para mi cumpleaños… uno blanco, creo.”
—Feliz cumpleaños —dice, y sé que espera mi reacción. Lo miro boquiabierta porque es todo lo que puedo hacer.
Levanta una llave.
—Completamente lo has superado —susurro. ¡Me compró un maldito Audi R8! Santa mierda. ¡Y exactamente el que le pedí! Mi cara se rompe en una gran sonrisa, y mi diosa interior hace un salto mortal hacia atrás. Me balanceo entre un estado incauto y uno de completa emoción. La emoción de Pedro refleja la mía, y salto a sus brazos. Me levanta en el aire y damos vueltas.
—¡Debes tener más dinero que sentido común! —le digo—. Me encanta. Gracias. —Se detiene y me baja de repente, mirándome, por lo que tengo que aferrarme a sus brazos.
—Lo que sea por ti, Sra. Alfonso. —Me sonríe. Oh Dios. Qué demostración pública de afecto. Se inclina y me besa—. Ven. Vamos a ver a tu padre.
—Sí. ¿Y puedo conducir?
Me sonríe de nuevo. —Por supuesto. Es tuyo.
Me deja ir, y me apresuro a la puerta del conductor.
Taylor la abre para mí, con una gran sonrisa. —Feliz cumpleaños, Sra. Alfonso.
—Gracias Taylor. —Lo sorprendo al abrazarlo suavemente, y me devuelve incómodo el gesto. Sigue ruborizado cuando me subo al coche, y cierra eficientemente la puerta una vez estoy adentro.
—Conduzca con cuidado, señora Alfonso —dice juguetonamente. Le doy una mirada asesina, pero incapaz de contener la emoción.
—Lo haré —prometo, poniendo la llave en el contacto mientras Pedro se acomoda a mi lado.
—Tómalo con calma. Nadie nos persigue ahora —advierte. Cuando giro la llave, el motor ruge a la vida. Miro los espejos retrovisores, y encontrándome en un extraño momento con poco tránsito, hago una perfecta maniobra de vuelta en U y me dirijo a OSHU.
—¡Whoa! —exclama Pedro alarmado.
—¿Qué?
—No quiero que termines en la unidad de cuidados intensivos al lado de tu padre. Desacelera —gruñe, en su tono de no discutir. Aflojo mi pie del acelerador y lo miro.
—¿Mejor?
—Mucho —murmura, intentando parecer consternado, y fallando miserablemente.
31 Purdah: Es una cortina de separación tajante entre el mundo del hombre y el de la
mujer, entre la comunidad en su conjunto y de la familia que es su corazón, entre la calle
y el hogar, lo público y lo privado, así como bruscamente separa la sociedad y el
individuo. En este caso hace referencia a que oculta su libido.
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