viernes, 20 de febrero de 2015

CAPITULO 158





Arrastro los dedos por el vello en el pecho de Pedro. Él está acostado de espaldas, quieto y en silencio a mi lado a medida que ambos recuperamos el aliento. Su mano danza rítmicamente por mi espalda.


—Estás callado —susurro y beso su hombro. Él se vuelve y me mira con una expresión sin revelar nada—. Eso fue divertido.


Mierda, ¿es algo malo?


—Me confundes, Sra. Alfonso.


—¿Te confundo?


Cambia de posición de modo que estamos cara a cara.


—Sí. Tú. Teniendo la última palabra. Es... diferente.


—¿Un diferente bueno o un diferente malo? —Deslizo un dedo sobre sus labios. Su entrecejo se frunce, como si no terminara de entender la pregunta. Distraídamente, besa mi dedo.


—Diferente bueno —dice, pero no muy convencido.


—¿Nunca habías complacido esta pequeña fantasía antes? —Me sonrojo cuando lo digo. ¿Realmente quiero saber algo más acerca de la colorida… um, vida sexual caleidoscópica de mi marido antes de mí? Mi subconsciente me observa con recelo por encima de sus lentes de carey de media luna. ¿Estás segura que quieres ir allí?


—No, Paula. Tú me puedes tocar. —Es una simple explicación que lo dice todo. Por supuesto, que el quince no podía.


—La Sra. Robinson pudo tocarte —murmuro las palabras antes de que mi cerebro registre lo que he dicho. Mierda. 


¿Por qué la mencioné?


No se mueve. Sus ojos se abren con su típica expresión de oh-y-aquí-va-con-esto.


—Eso fue diferente —susurra.


De repente, quiero saber.


—¿Diferente bueno o diferente malo?


Él me mira fijamente. Revolotean la duda y posiblemente el dolor en su rostro, y fugazmente se parece a un hombre ahogándose.


—Malo, creo. —Sus palabras son apenas audibles.


¡Mierda!


—Pensé que te había gustado.


—Me gustó. En ese momento.


—¿Ahora no?


Él me mira, con los ojos muy abiertos, luego, lentamente, niega con la cabeza.


Oh Dios...


—Oh, Pedro. —Me siento abrumada por los sentimientos que me inundan. Mi niño perdido. Me lanzo hacia él y beso su rostro, su garganta, su pecho, sus pequeñas cicatrices redondas. Él gime, me empuja contra él, y me besa apasionadamente. Y muy despacio, con ternura y a su ritmo,me hace el amor una vez más.




*****




—Paula Tyson. ¡Te superaste a ti misma!


Lucas aplaude cuando me dirijo a la cocina por el desayuno. 


Está sentado con Malena y Lourdes en la barra del desayuno, mientras que la Sra. Bentley cocina unos panqueques.


Pedro no está por ningún lado.


—Buenos días, Sra. Alfonso —La Sra. Bentley sonríe—. ¿Qué te gustaría para el desayuno?


—Buenos días. Lo que sea que estés haciendo, gracias. ¿Dónde está Pedro?


—Afuera. —Lourdes señala con la cabeza hacia el patio trasero. 


Me acerco a la ventana que da hacia el patio y las montañas más allá.


Se trata de un claro día de verano azul pálido y mi hermoso marido está alrededor de veinte metros de distancia en una discusión profunda con algún sujeto.


—Ese con quien está hablando, es el Sr. Bentley —grita Malena desde la barra del desayuno. Me vuelvo a mirarla, distraída por su tono malhumorado.


Ella mira maliciosamente a Lucas. Oh, querido. Me pregunto una vez más lo que está pasando entre ellos. Frunciendo el ceño, dirijo mi atención de vuelta a mi esposo y el Sr. Bentley.


El esposo de la Sra. Bentley es rubio, de ojos oscuros, delgado y fuerte, vestido con pantalones de trabajo y una camisa del Departamento de Bomberos de Aspen. Pedro está vestido con sus vaqueros negros y una camiseta. Mientras los dos hombres deambulan por el césped hacia la casa perdidos en su conversación, Pedro casualmente se inclina para recoger lo que parece ser una caña de bambú que debe de haber sido derribada o descartada en el cantero. Deteniéndose, Pedro distraídamente sostiene la caña en alto con el brazo extendido como si lo considerara con cuidado y la desliza por el aire, sólo una vez.


Oh...


El Sr. Bentley parece no ver nada extraño en su comportamiento. Ellos continúan su discusión, más cerca de la casa esta vez, después se detienen una vez más y Pedro repite el gesto. La punta de la caña cae al suelo. Levantando la mirada,Pedro me ve junto a la ventana. De repente me siento como si lo estuviera espiando. Se detiene. 


Le doy un saludo avergonzado y luego giro y camino de regreso a la barra del desayuno.


—¿Qué estabas haciendo? —pregunta Lourdes.


—Sólo viendo a Pedro.


—Te ha dado fuerte. —Ella resopla.


—¿Y a ti no, oh-futura-cuñada? —respondo, con una sonrisa y tratando de enterrar las inquietantes imágenes de Pedro empuñando una caña. Me sorprendo cuando Lourdes salta y me abraza.



—¡Hermana! —exclama, y es difícil no ser arrastrado por su alegría.




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