Bailamos juntos y es liberalmente divertido. Su rabia olvidada, o suprimida, me da vueltas alrededor con habilidad consumada en nuestro pequeño espacio en la pista de baile, nunca dejándome ir. Me hace elegante, ésa es su habilidad. Me hace sexy, porque él lo es. Me hace sentir amada, porque a pesar de sus cincuenta sombras, tiene abundante amor para dar. Mirándolo ahora, disfrutando de sí mismo… uno podría ser perdonado por pensar que no tiene una sola preocupación en el mundo.
Pese a que sé que su amor está nublado por asuntos de sobreprotección y control, eso no me hace amarlo ni un poco menos.
Estoy sin aliento cuando la canción cambia en otra.
—¿Podemos sentarnos? —jadeo.
—Claro. —Me conduce fuera de la pista de baile.
—Me has puesto más caliente y sudorosa —susurro mientras regresamos a la mesa.
Me tira en sus brazos.
—Me gustas caliente y sudorosa. Aunque prefiero ponerte caliente y sudorosa en privado —ronronea, y una sonrisa lasciva tira en sus labios.
Mientras me siento, es como si el incidente en la pista de baile nunca hubiera pasado. Estoy vagamente sorprendida de que no hubiésemos sido expulsados. Miro alrededor del bar. Nadie está mirándonos, y no puedo ver al gigante rubio.
Quizás se fue, o quizás ha sido expulsado. Lourdes y Gustavo están siendo indecentes en la pista de baile, Lucas y Malena no tanto. Tomo otro sorbo de champagne.
—Toma. —Pedro pone otro vaso de agua ante mí y me mira
intensamente. Su expresión es expectante. Bebe. Bebe esto ahora.
Hago lo que me dice. Además, estoy sedienta.
Levanta una botella de Peroni de la cubeta de hielo sobre la mesa y toma un largo trago.
—¿Qué pasa si hubiera habido prensa aquí? —pregunto.
Pedro sabe inmediatamente que me refiero al gigante rubio noqueado sobre su trasero.
—Tengo caros abogados —dice fríamente, todo arrogancia personificada.
Le frunzo el ceño.
—Pero no estás por encima de la ley, Pedro. Tenía la situación bajo control.
Sus ojos helados.
—Nadie toca lo que es mío —dice con fría firmeza, como si no hubiera visto lo obvio.
Oh… Tomo otro sorbo de mi champagne.
De repente me siento abrumada. La música es ruidosa, pulsante, mi cabeza y mis pies están adoloridos, y me siento mareada. Agarra mi mano.
—Ven, vamos. Quiero llevarte a casa —dice—. Lourdes y Gustavo se nos unirán.
—¿Os vais? – pregunta Lourdes y su voz está esperanzada.
—Sí —dice Pedro.
—Bien, iremos con vosotros.
Mientras esperamos en el almacén de abrigos a que Pedro traiga mi gabardina, Lourdes me interroga.
—¿Qué ha pasado con el chico en la pista de baile?
—Se estaba propasando conmigo.
—Abrí los ojos y lo golpeaste.
Me encojo de hombros.
—Bueno, sabía que Pedro se pondría termonuclear, y eso arruinaría potencialmente tu noche. —No había procesado realmente cómo me sentía acerca del comportamiento de Pedro. Estaba preocupada de que pudiera ser peor.
—Nuestra noche —aclaró—. Es bastante impulsivo, ¿No? —agrega secamente mirando a Pedro mientras recoge mi abrigo.
Resoplo y sonrío.
—¿Puedes decir eso?
—Pienso que lo manejas bien.
—¿Manejo? —Frunzo el ceño. ¿Manejo a Pedro?
—Toma. —Pedro sostiene mi abrigo abierto para mí para que pueda ponérmelo.
*****
Hemos regresado a casa. Reluctantemente abro mis ojos y me tambaleo fuera de la mini caravana. Lourdes y Gustavo han desaparecido, y Taylor está parado pacientemente al lado del vehículo.
—¿Necesito cargarte? —pregunta Pedro.
Sacudo mi cabeza.
—Recogeré a la señorita Alfonso y al señor Kavanagh —dice Taylor.
Pedro asiente, entonces me conduce a la puerta del frente.
Mis pies están adoloridos, y tropiezo tras él.
En la puerta del frente se agacha, agarra mi tobillo, y gentilmente quita primero un zapato, luego el otro. Oh, el alivio. Se endereza y me mira hacia abajo, sosteniendo mis Manolos24.
—¿Mejor? —pregunta, divertido.
Asiento.
—Tengo deliciosas visiones de éstos alrededor de mis oídos —murmura, mirando hacia abajo con nostalgia a mis zapatos. Sacude su cabeza y, tomando mi mano una vez más, me conduce a través de la casa a oscuras, y sube las escaleras hacia nuestra habitación—. Estás destrozada, ¿no? — dice suavemente, mirándome.
Asiento. Empieza a desatar la correa de mi gabardina.
—Yo lo haré —murmuro, haciendo un intento a medias de alejarlo.
—Déjame.
Suspiro. No tenía ni idea de que estaba tan cansada.
—Es la altitud. No estás acostumbrada. Y la bebida, por supuesto. — Sonríe, despojándome de mi abrigo, y tirándolo sobre una de las sillas de la habitación. Tomando mi mano, me conduce al baño. ¿Por qué venimos aquí?—. Siéntate —dice.
Me siento en una de las sillas y cierro mis ojos. Lo oigo mientras él rebusca entre las botellas del tocador. Estoy demasiado cansada para abrir mis ojos y ver qué está haciendo. Un momento más tarde, echa mi cabeza hacia atrás, y abro mis ojos, sorprendida.
—Ojos cerrados —dice Pedro. Mierda sagrada, ¡está sosteniendo una bola de algodón! Suavemente, la pasa sobre mi ojo derecho, limpiándolo.
Me siento inmóvil mientras metódicamente me quita el maquillaje—. Ah.Ahí está la mujer con la que me casé —dice después de unas pasadas.
—¿No te gusta mi maquillaje?
—Me gusta bastante, pero prefiero lo que hay debajo. —Besa mi frente—. Aquí. Toma esto. —Pone algunos Advil25 en mi palma y me alcanza un vaso de agua.
Miro y hago pucheros.
—Tómalos —ordena.
Pongo lo ojos en blanco, pero hago lo que me dice.
—Bien. ¿Necesitas un momento en privado? —pregunta sardónicamente.
Resoplo.
—Tan tímido, Sr. Alfonso. Sí, necesito hacer pis.
Se ríe.
—¿Esperas que me vaya?
Doy risitas.
—¿Te quieres quedar?
Inclina su cabeza a un lado, su expresión divertida.
—Eres un pervertido hijo de perra. Fuera. No quiero que me veas hacer pis. Eso es ir demasiado lejos.
Me paro y sacudo una mano hacia él para que salga del baño.
Cuando emerjo del baño, se ha cambiado a sus pantalones de pijama.
Hmm… Pedro en pijama. Hipnotizada, miro su abdomen, sus músculos, su vello abdominal. Me distrae. Camina hacia mí.
—¿Disfrutando la vista? —pregunta irónicamente.
—Siempre.
—Creo que está un poco bebida, Sra. Alfonso.
—Creo que, por una vez, tengo que estar de acuerdo con usted, Sr. Alfonso.
—Déjame ayudarle a salir de lo poco que es este vestido. Realmente debería venir con una advertencia de seguridad. —Me gira y deshace el único botón en el cuello.
—Estabas muy enfadado —murmuro.
—Sí. Lo estaba.
—¿Conmigo?
—No. No contigo. —Besa mi hombro—. Por primera vez.
Sonrío. No enfadado conmigo. Es un progreso.
—Es un bonito cambio.
—Sí. Lo es. —Besa mi otro hombro, y después tira mi vestido por encima de mi espalda y al suelo. Quita mis bragas al mismo tiempo, dejándome desnuda.
Extendiéndose, toma mi mano.
—Camina —ordena, y camino fuera de mi vestido, apoyándome en su mano como equilibrio.
Se para y lanza mi vestido y mis bragas sobre la silla con la gabardina de Malena.
—Brazos arriba —dice suavemente. Desliza su camiseta sobre mí y tira de ella hacia abajo, cubriéndome. Estoy lista para la cama.
Me tira en sus brazos y me besa, mi aliento a menta mezclado con el suyo.
—Por mucho que me gustaría enterrarme en usted, Sra. Alfonso; ha bebido mucho, está a casi ocho mil pies, y no durmió bien la noche pasada. Ven.
Entra en la cama.
Retira el edredón y escalo en ella. Me cubre y besa mi frente una vez más.
—Cierra tus ojos. Cuando regrese a la cama, espero que estés dormida. — Es una amenaza, una orden… es Pedro.
—No te vayas —ruego.
—Tengo algunas llamadas que hacer, Paula.
—Es sábado. Es tarde. Por favor.
Pasa sus manos a través de su cabello.
—Paula, si entro en la cama contigo ahora, no vas a descansar. Duerme. — Es inflexible. Cierro mis ojos y sus labios rozan mi frente una vez más—. Buenas noches, nena —susurra.
Imágenes del día destellan a través de mi mente… Pedro tirándome sobre su hombro en el avión. Su ansiedad acerca de si me gusta o no la casa. Haciendo el amor esta tarde. El baño. Su reacción a mi vestido.
Derribando de un golpe al gigante rubio; mi palma hormiguea ante el recuerdo. Y entonces Pedro poniéndome en la cama.
¿Quién lo hubiera pensado? Sonrío ampliamente, la palabra progreso corriendo a través de mi cerebro mientras voy a la deriva.
24 Manolos: marca de zapatos de diseñador.
25 Advil: marca estadounidense para Ibuprofeno.
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