sábado, 21 de febrero de 2015

CAPITULO 159




—Hola, dormilona. —Pedro me despierta—. Estamos a punto de aterrizar. Ponte el cinturón de seguridad.


Busco a tientas, medio dormida, mi cinturón de seguridad, pero Pedro lo sujeta por mí. Me besa en la frente antes de volver a su asiento. Inclino mi cabeza en su hombro de nuevo y cierro los ojos.


Una caminata increíblemente larga y un almuerzo campestre en la cima de una montaña espectacular me han agotado. 


El resto de nuestro grupo permanece tranquilo, demasiado… incluso Malena. Ella se ve abatida, así como ha estado todo el día. Me pregunto cómo está yendo su campaña con Lucas. Ni siquiera sé dónde durmieron anoche. Mis ojos atrapan a los de ella y le doy una pequeña sonrisa de “estás bien”.


Ella me da una breve sonrisa triste de vuelta y vuelve a su libro. Miro hacia arriba a Pedro a través de mis pestañas. Él está trabajando en un contrato o algo así, leyendo a través de él y anotando en los márgenes.


Sin embargo, parece relajado. Gustavo está roncando suavemente junto a Lourdes.


Todavía tengo que acorralar a Gustavo y preguntarle sobre Georgina, pero ha sido imposible arrinconarlo lejos de Lourdes. Pedro no está lo suficiente interesado como para preguntar, lo cual es irritante, pero no lo he presionado. Hemos estado disfrutando demasiado el uno del otro. Gustavo apoya su mano posesivamente sobre la rodilla de Lourdes. Ella se ve radiante, y pensar que sólo ayer por la tarde estaba tan insegura de él. Gustavo abre los ojos y mira directamente hacia mí. Me sonrojo, siendo sorprendida mirando.


Él sonríe.


—Me encanta tu rubor, Paula —bromea, estirándose.Lourdes me da su sonrisa satisfecha de “el gato se comió al canario”.


El Oficial Beighley anuncia nuestro aterrizaje en el Sea Tac y Pedro agarra mi mano.




*****



—¿Cómo estuvo su fin de semana, Sra. Alfonso? —pregunta Pedro una vez que estamos en el Audi de regreso a Escala. Taylor y Gutierrez van al frente.


—Bien, gracias. —Sonrío, sintiéndome tímida de repente.


—Podemos ir en cualquier momento. Llevar a quien desees.


—Deberíamos llevar a Reinaldo. Le gustaría la pesca.


—Esa es una buena idea.


—¿Cómo estuvo para ti? —pregunto.


—Bien —dice después de un momento, creo que sorprendido por mi pregunta—. Realmente bien.


—Pareció que te relajabas.


Él se encoge de hombros.


—Sabía que estabas segura.


Frunzo el ceño.


Pedro, estoy segura la mayor parte del tiempo. Te lo he dicho antes, colapsarás a los cuarenta si sigues con este nivel de ansiedad. Y quiero envejecer contigo. —Extiendo la mano y tomo la suya. Él me mira como si no pudiera comprender lo que estoy diciendo. Tomando mi mano suavemente, besa mis nudillos y cambia de tema.


—¿Cómo está tu mano?


—Mejor, gracias.


Sonríe.


—Muy bien, Sra. Alfonso. ¿Lista para enfrentarte a Georgina una vez más?


Oh, maldición. Había olvidado que íbamos a verla esta noche para revisar los planos finales. Pongo los ojos en blanco.


—Podría querer mantenerte lejos, mantenerte seguro. —Sonrío con satisfacción.


—¿Protegiéndome? —Pedro se ríe de mí.


—Como siempre, Sr. Alfonso. De todos los predadores sexuales —susurro.




*****



Pedro está lavándose los dientes cuando me arrastro a la cama.


Mañana tenemos que volver a la realidad: al trabajo, a los paparazzi y a Jeronimo en custodia pero con la posibilidad de que tenga un cómplice. Hmm… Pedro fue poco claro al respecto. ¿Lo sabe? Y si fuera así, ¿me lo diría?


Suspiro. Conseguir información de Pedro es como sacar un diente y hemos tenido un fin de semana tan hermoso. 


¿Quiero arruinar el momento agradable intentando sacarle información?


Ha sido una revelación verlo fuera de su ambiente natural, fuera de su apartamento, relajado y feliz con su familia. Me pregunto vagamente si es porque estamos aquí en este apartamento, con todos sus recuerdos y asociaciones, que él se pone tenso. Quizás deberíamos mudarnos.


Suelto un resoplido. Nos vamos a mudar... estamos restaurando una casa en la costa. Los planos de Georgina están completos y aprobados, y el equipo de Gustavo comenzará a construirla la semana próxima. Río por lo bajo cuando recuerdo la sorprendida expresión de Georgina cuando le dije que la había visto en Aspen. Resulta que sólo fue una coincidencia. Había acampado en su lugar de vacaciones para trabajar solamente en nuestros planos. Por un horrible momento había pesando que ella había tenido algo que ver en la elección del anillo, pero aparentemente no. Pero aún no confío en Georgina, quiero oír la misma historia de Gustavo. Al menos mantuvo la distancia con Pedro esta vez.


Miro el cielo nocturno. Extrañaré esta vista. La vista panorámica… Seattle a nuestros pies, tan llena de posibilidades, sin embargo tan alejada.


Quizás ese sea el problema de Pedro: ha estado demasiado aislado de la vida real por tanto tiempo, gracias a su exilio autoimpuesto. Sin embargo, con la familia alrededor, es menos controlador, está menos ansioso... más libre, más feliz. Me preguntó qué diría Flynn de todo eso.


¡Maldición! Quizás esa sea la respuesta. Quizás necesite su propia familia.


Sacudo la cabeza en negación... somos demasiado jóvenes, demasiado novatos en todo esto. Pedro entra a grandes pasos en la habitación, luciendo tan hermoso como siempre pero pensativo.


—¿Todo bien? —pregunto.


Él asiente distraídamente mientras se mete a la cama.


—No espero con ansias el regresar a la realidad —murmuro.


—¿No?


Sacudo la cabeza y extiendo la mano para acariciar su hermoso rostro.


—Tuve un maravilloso fin de semana. Gracias.


Él sonríe suavemente.


—Tú eres mi realidad, Paula —murmura, se inclina hacia adelante y me besa.


—¿Lo extrañas?


—¿Extrañar qué? —pregunta, perplejo.


—Ya sabes. Los castigos con los látigos… y eso —susurro, avergonzada.


Me mira, su mirada imperturbable. Luego la duda cruza su rostro, su mirada que dice “hacia dónde va esto”.


—No Paula, no lo extraño. —Su voz es firme y queda. Acaricia mi mejilla—. El Dr. Flynn me dijo algo cuando te fuiste, algo que se ha quedado conmigo. Dijo que yo no podía ser de esa manera, si tú no estabas tan dispuesta. Fue una revelación. —Se detiene y frunce el ceño—. No conocía otra manera, Paula. Ahora sí. Ha sido educativo.


—¿Yo, educarte a ti? —me burlo.


Sus ojos se suavizan.


—¿Lo extrañas? —pregunta.


¡Oh!


—No quiero que me lastimes, pero me gusta jugar, Pedro. Lo sabes. Si quieres hacer algo… —Me encojo de hombros, mirándolo.


—¿Algo?


—Ya sabes, con el flagelador o tu fusta… —me detengo, ruborizándome. Él levanta su ceja, sorprendido.


—Bueno… veremos. Ahora mismo, me gustaría un poco del buen y anticuado vainilla. —Sus pulgares rozan mi labio inferior, y me besa una vez más.







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