martes, 17 de febrero de 2015

CAPITULO 147





—Pensaba que ustedes nacieron aquí en Seattle —murmuro.


Mi mente corrie. ¿Qué tiene esto que ver con Jeronimo?


Pedro levanta el brazo cubriendo su rostro, llega detrás de él, y coge una de las almohadas. Colocándola bajo su cabeza, se acomoda de nuevo y me mira, su expresión cautelosa. Después de un momento niega con la cabeza.


—No. Gustavo y yo fuimos adoptados en Detroit. Nos trasladamos aquí poco después de mi adopción. Gabriela quería estar en la costa oeste, lejos de la mancha urbana, y ella consiguió un trabajo en el Hospital Northwest.
Tengo muy poca memoria de esa época. Malena fue adoptada aquí.


—¿Así que Jeronimo es de Detroit?


—Sí.


Oh…


—¿Cómo lo sabes?


—Hice una revisión de antecedentes cuando fuiste a trabajar para él.


Por supuesto que lo hizo.


—¿Tienes un archivo de manila sobre él, también? —Le sonreí.


La boca de Pedro se retuerce mientras él esconde su diversión.


—Creo que es de color azul pálido. —Sus dedos continúan corriendo a través de mi pelo. Es tranquilizador.


—¿Qué dice en su archivo?


Pedro parpadea. Estirando la mano acaricia mi mejilla.


—¿Realmente quieres saber?


—¿Es así de malo?


Se encoge de hombros. —He conocido peores —susurra.


¡No! ¿Se refiere a sí mismo? Y la imagen que tengo de Pedro como un pequeño, sucio, temeroso, chico perdido viene a la mente. Me enrollo en torno a él, abrazándolo con más fuerza, tirando de la sábana sobre él, y pongo mi mejilla contra su pecho.


—¿Qué? —pregunta, desconcertado por mi reacción.


—Nada —murmuro.


—No, no. Esto funciona en ambos sentidos, Paula. ¿Qué es?


Echo un vistazo evaluando su expresión preocupada. 


Descansando mi mejilla sobre su pecho una vez más, me decido a decirle.


—A veces te imagino como un niño… antes de que vinieras a vivir con los Alfonso.


Pedro se pone rígido. —Yo no estaba hablando de mí. No quiero tu compasión, Paula. Esa parte de mi vida se fue. Paso.


—No es lástima —digo en voz baja, horrorizada—. Es simpatía y tristeza… tristeza de que alguien pueda hacerle eso a un niño. —Tomo una profunda y estabilizante respiración, mientras mi estómago se retuerce y las lágrimas pinchan mis ojos de nuevo—. Esa parte de tu vida no se fue, Pedro, ¿cómo puedes decir eso? Vives cada día con tu pasado. Tú mismo me dijiste, Cincuenta Sombras, ¿recuerdas? —Mi voz es apenas audible.


Pedro resopla y corre la mano libre a través de su pelo, aunque se queda callado y tenso debajo de mí.


—Sé que es por eso que sientes la necesidad de controlarme. Mantenerme a salvo.


—Y sin embargo, tú decides desafiarme —murmura desconcertado, su mano aún en mi pelo.


Frunzo el ceño. ¡Santo cielo! ¿Hago eso a propósito? Mi subconsciente, se quita sus gafas de media luna y mastica el final, frunciendo los labios y asintiendo con la cabeza. La ignoro. Esto es confuso, soy su esposa, no su sumisa, no alguna empresa que ha adquirido. No soy la puta drogadicta que era su madre… Mierda. La idea es repugnante. Las palabras del Dr. Flynn vienen de nuevo a mí:


“Simplemente sigue haciendo lo que estás haciendo. 
Pedro está de cabeza… Es una delicia de ver."


Eso es todo. Sólo estoy haciendo lo que siempre he hecho. 


¿No es eso lo que Pedro encuentra atractivo en primer lugar?


Oh, este hombre es tan confuso.


—El Dr. Flynn dijo que debería darte el beneficio de la duda. Yo creo que sí, no estoy segura. Quizás es mi manera de hacerte llegar al aquí y ahora, lejos de tu pasado —le susurro—. No lo sé. Sólo parece que no puede conseguir manejar cuan lejos tú sobreactuarás.


Él se mantiene en silencio por un momento. —Maldito Flynn —murmura para sí mismo.


—Él me dijo que debía seguir comportándome de la manera que siempre me he comportado contigo.


—¿Lo hizo? —dice Pedro con sequedad.


Muy bien. Aquí va nada. —Pedro, sé que amabas a tu madre y no pudiste salvarla. No era tu trabajo hacer eso. Pero yo no soy ella.


Se congela de nuevo. —No —susurra él.


—No, escucha. Por favor. —Levanto mi cabeza para mirar sus ojos grises que están paralizados por el miedo. Él está aguantando la respiración. Oh, Pedro… mi corazón se contrae—. Yo no soy ella. Soy mucho más fuerte de lo que ella era. Te tengo a ti, y eres mucho más fuerte ahora, y sé que me amas. Te amo, también —susurro.


Su frente se arruga como si mis palabras no fueran lo que él esperaba. —¿Todavía me quieres? —pregunta.


—Por supuesto que sí. Pedro, yo siempre te amaré. No importa lo que me hagas. —¿Es esta la certeza que él quiere?


Él exhala y cierra los ojos, poniendo su brazo sobre su cara de nuevo, pero abrazándome más cerca, también.


—No te escondas de mí. —Llego, agarro su mano y saco el brazo de su cara—. Has pasado tu vida ocultándote. Por favor, no, no de mí.


Parpadea hacia mí con incredulidad y frunce el ceño.


—¿Ocultándome?


—Sí.


Él cambia de posición repentinamente, se voltea sobre su lado y moviéndome, así que estoy yaciendo a su lado en la cama. Él levanta la mano, alisa el pelo de mi cara y lo mete detrás de mi oreja.


—Tú me preguntaste más temprano hoy si yo te odiaba. No entendí por qué, y ahora… —Él se detiene, mirándome como si yo fuera un perfecto enigma.


—¿Todavía piensas que te odio? —Ahora mi voz es incrédula.


—No. —Él niega con la cabeza—. Ahora no. —Se ve aliviado—. Pero necesito saber… ¿por qué has dicho tu palabra de seguridad, Paula?


Quedo en blanco. ¿Qué puedo decirle? Que él me asustó.


Que yo no sabía si pararía. Que le rogué, y no paró. Que yo no quería que las cosas escalaran… como… como esa vez aquí. Me estremezco mientras lo recuerdo azotándome con su cinturón.


Trago. —Porque… porque estabas tan enfadado y distante y… frío. Yo no sabía cuán lejos irías.


Su expresión es ilegible.


—¿Ibas a dejar que me corriera? —Mi voz es apenas un susurro, y siento un rubor apoderándose de mis mejillas, pero sostengo su mirada.


—No —dice finalmente.


Santa mierda. —Eso es… duro.


Sus nudillos gentilmente rozan mi mejilla. —Pero eficaz —murmura. Él mira hacia mí como si estuviera tratando de ver en mi alma, sus ojos oscurecidos. Después de una eternidad, murmura—: Estoy contento de que lo hicieras.


—¿En serio? —No lo entiendo.


Sus labios se tuercen en una sonrisa triste. —Sí. No quiero lastimarte. Y me deje llevar. —Él se inclina y me besa—. 
Perdido en el momento. —Me besa de nuevo—. Sucede mucho contigo.


¿Ah? Y por alguna extraña razón la idea me agrada… 


Sonrío. ¿Por qué eso me hace feliz? Él sonríe, también.


—No sé por qué estás sonriendo, Sra. Alfonso.


—Yo tampoco.


Él se envuelve alrededor de mí y coloca su cabeza sobre mi pecho. Somos una maraña de miembros desnudos y vestidos de mezclilla, y sábanas de raso rojo. Acaricio su espalda con una mano y corro los dedos de la otra mano por su pelo. Suspira y se relaja en mis brazos.


—Esto significa que puedo confiar en ti… para que me detengas. No quiero lastimarte nunca —murmura—. Necesito… —Se detiene.


—¿Necesitas qué?


—Necesito control, Paula. Al igual que te necesito a ti. Es la única manera en que puedo funcionar. No puedo dejarlo ir. No puedo. Lo he intentado… Y, sin embargo, contigo. —Sacude la cabeza con exasperación.


Trago. Este es el corazón de nuestro dilema, su necesidad de control y su necesidad por mí. Me niego a creer que son mutuamente excluyentes.


—Yo también te necesito —le susurro, abrazándolo con más fuerza—. Voy a intentarlo, Pedro. Voy a tratar de ser más considerada.


—Quiero que me necesites —murmura.


¡Santa vaca!


—Lo hago. —Mi voz es apasionada. Lo necesito tanto. Lo amo tanto.


—Quiero cuidar de ti.


—Lo haces. Todo el tiempo. Te extrañé mucho cuando estabas lejos.


—¿En serio? —Suena tan sorprendido.


—Sí, por supuesto. Odio que te vayas.


Siento su sonrisa. —Podrías haber venido conmigo.


Pedro, por favor. No vamos a discutir de nuevo ese argumento. Quiero trabajar.


Él suspira mientras yo paso mis dedos suavemente por su pelo.


—Te amo, Paula.


—Te amo, también, Pedro. Siempre te amaré.


Ambos yacemos aún en la calma, la tranquilidad después de nuestra tormenta. Escuchando el ritmo constante de su corazón, voy a la deriva agotada hacia el sueño.





1 comentario: