martes, 17 de febrero de 2015
CAPITULO 145
Fuera de la sala de juegos, me desliza por su cuerpo y me pone de pie, pero mantiene su brazo alrededor de mi cintura. Eficientemente quita el seguro de la puerta.
Siempre huele igual: madera pulida y cítricos. En realidad se ha vuelto un olor confortante. Liberándome, Pedro me gira hasta que estoy de frente lejos de él. Deshace la bufanda, y parpadeo en la suave luz. Gentilmente, jala los pasadores de mi moño, y mi trenza cae libre.
La agarra y tira suavemente de modo que tengo que dar un paso atrás contra él.
—Tengo un plan —susurra en mi oído, enviando deliciosos escalofríos por mi columna.
—Pensé que lo tendrías —respondo. Me besa cerca de mi oído.
—Oh, Sra. Alfonso, lo tengo. —Su tono es suave y fascinante.
Tira de mi trenza a un lado y planta un camino de suaves besos por mi garganta.
—Primero tenemos que desnudarte —su voz tararea baja en su garganta y resuena a través de mi cuerpo. Quiero esto, lo que sea que tiene planeado.
Quiero conectar de la manera en que sabemos hacerlo. Me da la vuelta para mirarlo de frente. Echo un vistazo hacia sus jeans, el botón superior todavía desabrochado, y no puedo evitarlo. Cepillo mi dedo índice alrededor de la cintura, evitando su camiseta, sintiendo los vellos de su camino feliz haciendo cosquillas en mis nudillos. Inhala fuertemente, y miro arriba para encontrar su mirada. Me detengo en el botón desabrochado. Sus ojos se oscurecen a un gris más profundo... oh mí.
—Deberías mantener estos puestos —susurro.
—Tengo toda la intención, Paula.
Y se mueve, agarrándome con una mano a la parte de atrás de mi cuello y la otra alrededor de mi espalda. Él me tira contra él, entonces su boca está en la mía, y me está besando como si su vida dependiera de ello.
¡Vaya!
Me hace caminar hacia atrás, nuestras lenguas entrelazadas, hasta que siento la cruz de madera detrás de mí. Él se inclina hacia mí, los contornos de su cuerpo presionando los míos.
—Vamos a deshacernos de este vestido —dice, quitando mi vestido hasta mis muslos, mis caderas, mi vientre... deliciosamente lento, rozando el material sobre mi piel, deslizándose sobre mis pechos.
—Inclínate hacia delante —dice.
Cumplo, y él saca mi vestido encima de mi cabeza y lo deja en el suelo, dejándome a mí en mis sandalias, bragas, y sujetador. Sus ojos resplandecen mientras agarra mis dos manos y las eleva por encima de mi cabeza. Él parpadea una vez e inclina la cabeza hacia un lado, y sé que él está pidiendo mi permiso. ¿Qué me va a hacer? Trago y luego asiento, y una sonrisa con un rastro de admiración, casi orgullosa, llega a sus labios.
Atrapa mis muñecas en los puños de cuero en la barra de arriba y saca la bufanda una vez más.
—Creo que has visto suficiente —murmura. La envuelve alrededor de mi cabeza, vendándome otra vez, y siento un escalofrío correr por mí, mientras todos mis otros sentidos aumentan, el sonido de su respiración suave y mi respuesta excitada, la sangre circulando en mis oídos, el olor de Pedro se mezcla con los cítricos y el pulido en la sala, todos con más claridad, porque no puedo ver. Su nariz toca la mía.
—Voy a volverte loca —susurra.
Sus manos agarran mis caderas, y se mueve hacia abajo, quitando mis bragas, mientras sus manos se deslizan por mis piernas. Volverme loca… guau.
—Levanta tus pies, uno a uno. —Me obligo y me quita las bragas primero, y luego cada sandalia a su vez.
Suavemente agarrando mi tobillo, tira suavemente mi pierna hacia la derecha.
—Da un paso —dice. Esposa mi tobillo derecho a la cruz luego procede a hacer lo mismo con el izquierdo. Estoy indefensa, extendida en la cruz. De pie, Pedro camina hacia mí, y mi cuerpo se baña en su calor una vez más, a pesar de que no me toca. Después de un momento agarra mi barbilla, inclina mi cabeza hacia arriba, y me besa castamente.
—Algo de música y juguetes, creo. Te ves hermosa como éstas, Sra. Alfonso.
Puede que tome un momento para admirar la vista. —Su voz es suave.
Todo se aprieta en mi interior.
Después de un momento, tal vez dos, lo escucho palmear silenciosamente arcón y abrir uno de los cajones. ¿El cajón de traseros? No tengo ni idea.
Él saca algo y lo coloca en la parte superior, seguido por otra cosa. Los altavoces vuelven a la vida, y después de un momento los acordes de un piano sólo tocando una melodía suave, cadenciosa llena la habitación. Es familiar, Bach, creo, pero no sé qué pieza es. Algo acerca de la música me hace aprensiva. Tal vez porque la música es demasiado fría, demasiado alejada. Frunzo el ceño, tratando de comprender por qué me inquieta, pero Pedro toma mi barbilla, sorprendiéndome, y tira suavemente de modo que puedo liberar mi labio inferior. Sonrío, tratando de tranquilizarme.
¿Por qué me siento insegura? ¿Es la música?
Pedro pasa la mano por mi barbilla, a lo largo de mi garganta, y hacia abajo hasta mi pecho. Usando su dedo pulgar tira de la copa, liberando mi pecho de la restricción de mi sujetador. Hace un bajo, apreciativo tarareo en su garganta y besa mi cuello. Sus labios siguen el camino de sus dedos sobre mi pecho, besando y chupando todo el camino. Sus dedos se mueven a mi pecho izquierdo, liberándolo de mi sujetador. Gimo cuando desliza su pulgar a través de mi pezón izquierdo, y sus labios se cierran
alrededor del derecho, tirando con suavidad y provocando hasta que ambos pezones están duros.
—Ah.
Él no se detiene. Con un cuidado exquisito, lentamente aumenta la intensidad en cada uno. Jalo infructuosamente en contra de mis limitaciones mientras punzadas agudas de placer van de mis pezones a mi ingle. Trato de retorcerme, pero casi no puedo moverme, y hace que la tortura sea aún más intensa.
—Pedro —imploro.
—Lo sé —murmura con voz ronca—. Esto es lo que me haces sentir.
¿Qué? Gimo, y comienza de nuevo, sometiendo a mis pezones a su dulce y agonizante toque y otra vez, me lleva más cerca.
—Por favor —lloriqueo.
Él hace un sonido primitivo en su garganta, luego se levanta, y dejándome desprovista, sin aliento, y retorciéndome en contra de mis limitaciones.
Pasa las manos por mis costados, una pausando en mi cadera, mientras que la otra viaja hacia abajo a mi vientre.
—Vamos a ver cómo lo estás haciendo —canturrea en voz baja.
Suavemente, ahuecando mi sexo, cepillando su pulgar sobre mi clítoris y haciéndome gritar. Poco a poco, inserta uno, luego dos dedos dentro de mí.
Gimo y empujó las caderas hacia adelante, deseosa de encontrar sus dedos y la palma de su mano.
—Oh, Paula, estas tan lista —dice.
Gira sus dedos dentro de mí, dando vueltas y vueltas, mientras que su pulgar me acaricia el clítoris, de ida y vuelta, una vez más. Es el único punto en mi cuerpo en el que me está tocando, y toda la tensión, toda la ansiedad del día, se concentra en esta parte de mi anatomía.
Mierda… es intenso... y extraño... la música... comienza a construirse...
Pedro se remueve, su mano todavía se mueve contra mí, y oigo un zumbido.
—¿Qué? —jadeo.
—Silencio —apacigua, y sus labios están en los míos, efectivamente silenciándome. Doy la bienvenida al más cálido, intimo contacto, lo besó vorazmente.
Rompe el contacto y el zumbido se acerca.
—Esto es una varita, nena. Vibra.
Lo sostiene en contra de mi pecho, y se siente como una gran bola, como un objeto que vibra en mi contra. Me estremezco cuando se mueve a través de mi piel, entre mis pechos, a través del primero, luego el otro pezón, y estoy inundada con la sensación, sensación de hormigueo en todas partes, sinapsis disparándose como oscuras, oscuras piscinas de necesidad en la base de mi vientre.
—Ah —gimo mientras que los dedos de Pedro continúan moviéndose dentro de mí. Estoy cerca… toda esta estimulación... Inclino la cabeza hacia atrás, gimo en voz alta y Pedro detiene sus dedos. Toda sensación se detiene.
—¡No! Pedro —ruego, tratando de empujar las caderas hacia adelante por algo de fricción.
—Quieta, nena —dice mientras mi inminente orgasmo se derrite. Se inclina hacia adelante, una vez más y me besa.
—¿Frustrante, verdad? —murmura.
¡Oh no! De repente entiendo este juego.
—Pedro, por favor.
—Calla —dice y me besa. Y empieza a moverse otra vez, varita, dedos, pulgar, una combinación letal de tortura sensual. Cambia para que su cuerpo roce el mío. Todavía está vestido, y la suave mezclilla de sus jeans se roza contra mi pierna, su erección en mi cadera. Tan tentadoramente cerca. Me lleva al borde otra vez, mi cuerpo cantando de necesidad, y para.
—No —maúllo en alto.
Planta suaves y húmedos besos en mi hombro mientras retira sus dedos de mí, y mueve la vara hacia abajo. Oscila sobre mi estómago, mi tripa, sobre mi sexo, contra mi clítoris. Mierda, es intenso.
—¡Ah! —chillo, empujando fuerte contra las limitaciones.
Mi cuerpo está tan sensibilizado que siento que voy a explotar, y mientras lo hago, Pedro vuelve a parar.
—¡Pedro! —chillo.
—Frustrante, ¿sí? —murmura contra mi garganta—. Justo como tú.Prometiendo una cosa y luego… —Su voz se va apagando.
—¡Pedro, por favor! —suplico.
Presiona la vara contra mí otra y otra vez, parando justo en el momento vital cada vez. ¡Ah!
—Cada vez que paro, se siente más intenso cuando vuelvo a empezar.¿Verdad?
—Por favor —gimoteo. Las puntas de mis nervios están gritando por la liberación.
El zumbido para y Pedro me besa. Pasa su nariz por la mía.
—Eres la mujer más frustrante que he conocido nunca.
No, no, no.
—Pedro, nunca prometí obedecerte. Por favor, por favor…
Se mueve enfrente de mí, agarra mi parte trasera y presiona sus caderas contra mí, haciéndome jadear, su ingle frotando la mía, los botones de sus jeans presionándome, apenas conteniendo su erección. Con una mano me quita la venda y agarra mi barbilla, y parpadeo a sus abrasadores ojos.
—Me vuelves loco —susurra, flexionando sus caderas contra mí una, dos, tres veces más, causando que mi cuerpo explote, preparado para arder. Y otra vez me lo impide. Lo quiero tan terriblemente. Lo necesito tan terriblemente. Cierro los ojos y murmuro una plegaria. No puedo evitar sentir que estoy siendo castigada. Estoy indefensa y él es despiadado.
Lágrimas brotan de mis ojos. No sé cuán lejos va a llevar esto.
—Por favor —murmuro una vez más.
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