Una apremiante necesidad de mi vejiga me despierta.
Cuando abro los ojos, estoy desorientada. Afuera está oscuro. ¿Donde estoy? ¿Londres? ¿París? Oh, el barco.
Siento su cabeceo y balanceo, y oigo el zumbido
silencioso de los motores. Estamos en movimiento. Que extraño. Pedro está a mi lado, trabajando en su ordenador portátil, vestido de manera informal con una camisa de lino blanco y pantalón chino, sus pies descalzos. Su cabello todavía está húmedo, y puedo oler, gracias a la ducha, su cuerpo limpio y el olor de Pedro... Hmm.
—Hola —murmura, mirando hacia mi, con sus ojos cálidos.
—Hola —Sonrío, sintiéndome de pronto tímida—. ¿Cuanto tiempo he estado durmiendo?
—Sólo una hora más o menos.
—¿Nos estamos moviendo?
—Supuse que como cenamos fuera anoche y fuimos al ballet y al casino, cenaríamos esta noche en el barco. Una noche tranquila à deux.
Le sonrío —¿A dónde vamos?
—Cannes.
—Está bien —Me estiro, sintiendo la rigidez. Ninguna cantidad de entrenamiento con Claude podría haberme preparado para esta tarde.
Me levanto con cuidado, necesito ir al baño. Agarrando mi bata de seda, me apresuro a ponérmela. ¿Por que soy tan tímida? Siento los ojos de Pedro en mi. Cuando lo miro, vuelve a su ordenador portátil, con el ceño fruncido.
Mientras distraídamente me lavo las manos, recordando la última noche en el casino, mi bata cae abierta. Me miro en el espejo, sorprendida.
¡Joder! ¿Que me ha hecho?
* * *
Miro directamente con horror a las marcas rojas sobre todos mis pechos. ¡Chupones! ¡Tengo chupones! Estoy casada con el hombre de negocios más respetado de Estados Unidos, y me ha dejado unos jodidos chupones. ¿Cómo no sentí cuando me los estuvo haciendo? Me sonrojo.
El hecho es que sé exactamente por qué: el señor orgásmico estaba usando sus habilidades sexuales de motricidad fina en mí.
Mi subconsciente mira por encima de sus gafas de media luna y hace un gesto de desaprobación, mientras mi diosa interna duerme en su silla larga, sin darse cuenta. Me quedo boquiabierta ante mi reflejo. Mis muñecas tienen un verdugón rojo, alrededor de donde estaban las esposas. Sin duda se volverá un moretón. Examino mis tobillos, más verdugones. Maldita sea, parece como si hubiese estado en alguna clase de accidente. Me miro, tratando de asimilar lo que veo. Mi cuerpo es tan diferente estos días. Ha cambiado sutilmente desde que lo conozco… me he puesto más delgada y en forma, y mi cabello está brillante y bien cortado. Mis uñas arregladas, mis pies también, mis cejas definidas y hermosamente formadas. Por primera vez en mi vida, estoy bien arreglada, excepto por esos horribles moretones de amor.
No quiero pensar sobre el acicalamiento en este momento.
Estoy demasiado enfadada. ¿Cómo se atreve a marcarme de esta manera, como un adolescente? En el corto tiempo en el que hemos estado juntos, nunca me ha dejado chupones. Luzco como el infierno. Sé por qué lo está haciendo. Maldito controlador obsesivo. ¡Cierto! Mi subconsciente pliega sus brazos bajo sus pequeños pechos. Salgo del baño privado y entro al vestidor, cuidadosamente evitando incluso una mirada en su dirección.
Quitándome mi bata, me pongo una sudadera y una camisola. Deshago la trenza, tomo un cepillo del pequeño tocador y empiezo a cepillar mis nudos.
—Paula —dice Pedro y escucho su ansiedad—. ¿Estás bien?
Lo ignoro. ¿Estoy bien? No, no lo estoy. Después de lo que me ha hecho, dudo que pueda usar un traje de baño, por no hablar de uno de mis bikinis ridículamente caros, por el resto de nuestra luna de miel. De pronto la idea se torna exasperante. ¿Cómo se atreve? Le daré su estás bien.
Hiervo mientras la furia pica a través de mí. ¡También puedo
comportarme como una adolescente! Regresando al cuarto, le lanzo el cepillo, me giro, y me voy, pero no sin antes ver su expresión de sorpresa y su rápida reacción al alzar su brazo para proteger su cabeza de manera que el cepillo rebota en su antebrazo y cae en la cama.
Salgo hecha una furia de nuestra habitación, subo las escaleras y salgo a cubierta, escapando hacia la proa.
Necesito espacio para calmarme. Está oscuro y el viento es cálido. La cálida brisa transporta el aroma del mediterráneo y la esencia de jazmines y buganvillas de la costa. La Fair Lady se desliza sin esfuerzo sobre el calmado océano cobalto, mirando a la lejana costa donde pequeñas luces guiñan y centellan. Tomo una profunda y tranquilizante respiración, y empiezo a calmarme. Me doy cuenta que está detrás de mi antes de escucharlo.
—Estás enfadada conmigo —susurra.
—¡No me jodas, Sherlock!
—¿Cómo de enfadada?
—En una escala de uno a diez, creo que cincuenta. Apropiado, ¿no?
—Así de enfadada. —Suena sorprendido e impresionado al mismo tiempo.
—Sí, cercana al enfado violento —digo a través de mis apretados dientes.
Se queda en silencio mientras me giro, con el ceño fruncido hacia él, observándome con ojos cautelosos y abiertos. Sé por su expresión y por el hecho de que no ha hecho movimiento alguno para tocarme, que está fuera de su terreno.
—Pedro, tienes que dejas de pisarme los talones. Dejaste claro tu punto en la playa. De manera muy eficaz, tal y como recuerdo.
Se encoge de hombros minuciosamente.
—Bueno, no te quitarás de nuevo tu parte de arriba —murmura petulante.
¿Y esto justifica lo que me ha hecho? Lo miro ferozmente.
—No me gusta que dejes marcas en mí. Bueno, no todas estas, de cualquier forma. Es un gran limite —le siseo.
—No me gusta que te desnudes en público. Eso es un gran límite para mí —gruñe.
—Pensé que habíamos determinado eso —siseo entre dientes—. ¡Mírame! —Me bajo mi camisola para revelar la parte superior de mis pechos.
Pedro me mira fijamente, sus ojos no abandonan mi rostro, su expresión cautelosa e incierta. No está acostumbrado a verme así de enfadada. ¿No puede ver lo que me ha hecho? ¿No puede ver cuán ridículo es? Quiero gritarle, pero me abstengo, no quiero empujarlo demasiado lejos. Sólo Dios sabe lo que haría. Finalmente suspira y pone sus manos hacia arriba en una expresión resignada y conciliadora.
—De acuerdo —dice, su voz apaciguada—, lo entiendo.
¡Aleluya!
—Bien.
Desliza su mano a lo largo de mi cabello.
—Lo siento. Por favor no te enfades conmigo. —Finalmente, parece arrepentido, usando mis propias palabras en mi contra.
—A veces eres como un adolescente —le regaño tercamente, pero el enfado se ha ido de mi voz, y lo sabe.
Se acerca y tentativamente levanta su mano para poner un mecho detrás de mi oreja.
—Lo sé —reconoce suavemente—, tengo mucho que aprender.
Las palabras del Dr. Flynn regresan a mi… Emocionalmente, Pedro es un adolescente, Paula. Él anuló totalmente esa fase en su vida. Ha concentrado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y tiene todo más allá de lo esperado. Su mundo emocional tiene que ponerse al día.
Mi corazón se deshiela un poco.
—Ambos tenemos que hacerlo —suspiro y cautelosamente levanto mi mano, poniéndola sobre su corazón. No se encoge como lo hacía antes, pero se pone rígido. Pone su mano sobre la mía y muestra su tímida sonrisa.
—Acabo de aprender que tiene un buen brazo y buena puntería, Sra. Alfonso. Nunca lo habría imaginado, pero entonces constantemente la subestimo.
Siempre me sorprende.
Alzo una ceja hacia él.
—Práctica de tiro con Reinaldo. Puedo dar un disparo derecho, Sr.Alfonso, y haría bien en recordar eso.
—Me esforzaré por hacerlo, Sra. Alfonso, o me aseguraré que todos los objetos proyectiles potenciales estén clavados y que no tenga acceso a un arma. —Sonríe.
Le devuelvo la sonrisa, entrecerrando mis ojos.
—Soy inventiva.
—Eso eres —susurra, suelta mi mano y envuelve sus brazos a mi alrededor. Acercándome para darme un abrazo, clava su nariz en mi cabello. Envuelvo mis brazos a su alrededor, sosteniéndolo cerca, y siento la tensión dejar su cuerpo mientras me olisquea.
—¿Estoy perdonado?
—¿Lo estoy yo?
Siento su sonrisa.
—Sí —responde.
—Ídem.
Nos quedamos ahí sosteniéndonos el uno al otro. Mi resentimiento olvidado. Huele bien, adolescente o no. ¿Cómo puedo resistirme a él?
—¿Hambrienta? —dice después de un momento. Tengo mis ojos cerrados y mi cabeza contra su pecho.
—Sí. Famélica. Toda la… eh… actividad me ha producido apetito. Pero no estoy vestida para cenar. —Estoy segura que mi sudadera y mi camisola serían mal vistos en un comedor.
—Te ves bien para mi, Paula. Además, es nuestro barco durante toda la semana. Podemos vestirnos como queramos. Piensa en cómo vestir el martes en el Côte d'Azur. De cualquier forma, creo que comeremos en la cubierta.
—Sí, eso me gustaría.
Me besa, un merecido beso de perdóname, y luego nos paseamos de la mano hacia la proa, donde nuestra sopa de gazpacho nos espera.
El camarero nos sirve el crème brulée y se retira discretamente.
—¿Por qué siempre trenzas mi cabello? —le pregunto a Pedro por curiosidad. Estamos sentados el uno frente al otro, mi pierna enroscada en torno a la suya. Se detiene cuando está a punto de levantar su cuchara para postres y frunce el ceño.
—No quiero que tu cabello se enrede con nada —dice tranquilamente, por un instante está perdido en su pensamiento—. Costumbre, creo — reflexiona. De pronto frunce el ceño y sus ojos se abren, sus pupilas se dilatan alarmadas.
¡Mierda! ¿Qué ha recordado? Es algo doloroso, algún recuerdo de su infancia, supongo. No quiero recordarle eso. Inclinándome, pongo mi dedo índice sobre sus labios.
—No importa. No necesito saberlo. Sólo tenía curiosidad. —Le dirijo una cálida y tranquilizadora sonrisa. Su mirada es cautelosa, pero después de un instante visiblemente se relaja, su alivio es evidente. Me inclino para besar la esquina de su labio.
—Te amo —murmuro, y profesa esa tímida sonrisa de corazón adolorido, y me derrito—. Siempre te amaré, Pedro.
—Y yo a ti —dice suavemente.
—¿A pesar de mi desobediencia? —Alzo una ceja.
—Debido a tu desobediencia, Paula. —Sonríe.
Introduzco mi cuchara a través de la capa de azúcar quemada y sacudo mi cabeza. ¿Alguna vez entenderé a este hombre? Mmm… este crème brulée está delicioso.
Una vez que el camarero se ha llevado los platos, Pedro toma la botella de rosé y llena de nuevo mi vaso. Me aseguro de que estemos solos y pregunto:
—¿Qué pasa con la cosa de no ir al baño?
—¿En serio quieres saberlo? —Medio sonríe, sus ojos encendidos con un brillo obsceno.
—¿Lo hago? —Lo miro a través de mis pestañas mientras tomo un sorbo del vino.
—Cuanto más llena su vejiga, más intenso será tu orgasmo, Paula.
Me ruborizo.
—Oh. Ya veo. —Santa mierda, eso explica un montón.
Sonríe, luciendo sabelotodo. ¿Estaré siempre detrás del señor experto en sexo?
—Sí, bueno… —Desesperadamente divagando para cambiar de tema. Se compadece de mí.
—¿Qué quieres hacer el resto de la noche? —gira su cabeza y me dirige su sonrisa ladeada.
Lo que sea que tú quieras, Pedro. ¿Poner a prueba de nuevo tu teoría?
Me encojo de hombros.
—Sé lo que quiero hacer —murmura. Alzando su vaso de vino, levanta su mano y me la ofrece—. Ven.
Tomo su mano y me lleva al salón principal.
Su iPod está en la base de los altavoces en el vestidor. Lo enciende y escoge una canción.
—Baila conmigo. —Me toma en sus brazos.
—Si insistes.
—Insisto, Sra. Alfonso.
Una seductora y cursi melodía empieza. ¿Es un ritmo latino? Pedro me sonríe y empieza a moverse, arrastrando mis pies y llevándome con él alrededor del salón.
Un hombre con una voz como caramelo derretido caliente canta. Es una canción que conozco pero no puedo reconocer. Pedro me baja, y grito en sorpresa y luego doy una risita. Sonríe, sus ojos llenos de humor. Luego me levanta y me da una vuelta bajo su brazo.
—Bailas muy bien —digo—, es como si yo pudiera bailar.
Me da una sonrisa de esfinge pero no dice nada, y me pregunto si es porque está pensando en ella… la Sra. Robinson, la mujer que le enseñó cómo bailar, y cómo follar.
Ella no ha cruzado mi mente por un tiempo.
Pedro no la ha mencionado desde su cumpleaños, y hasta donde sé, su relación de negocios se terminó. Pero, de mala gana, tengo que admitir…que fue una buena maestra.
Me baja de nuevo y planta un suave beso en mis labios.
—Extrañaría tu amor —murmuro, repitiendo la letra de la canción.
—Yo extrañaría más que tu amor —dice y me da de nuevo una vuelta.
Luego canturrea palabras suavemente en mi oído haciéndome desvanecer.
La canción termina y Pedro baja su mira hasta mí, sus ojos oscuros y luminosos, todo el humor se ha ido, y de pronto estoy sin aliento.
—¿Vendrías a la cama conmigo? —susurra y su sincera suplica aprieta mi corazón.
Pedro, me escuchaste decir Acepto hace dos semanas y media. Pero sé que ésta es su manera de disculparse y de asegurarse de que todo está bien entre nosotros después de nuestra discusión.
buenísimos los capítulos!!!
ResponderEliminarEspectaculares los 3 caps.
ResponderEliminarQue lindos capítulos, me encanta q Pau tengas carácter jajajajaj
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! como siempre! q ansiedad por ver la peli!!!
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! q ansiedad por ver la peli!!!!
ResponderEliminar