Cuando despierto el sol brilla a través de las ventanas y el agua refleja patrones brillantes sobre el techo de la habitación. Pedro no está en ningún lugar. Me estiro y sonrío. Mmm… tomaré un día de una follada castigo seguida por sexo de reconciliación, algún día. Me maravillo por lo que es ir a la cama con dos hombres distintos: Pedro enfadado y el Pedro dulce “déjame pedirte perdón de la manera en la que puedo”. Es complicado decidir cuál de los dos me gusta más.
Me levanto y me dirijo al baño. Abriendo la puerta, encuentro dentro a Pedro afeitándose, desnudo a excepción de la toalla envuelta alrededor de sus caderas. Se gira y sonríe, inmutado porque lo hubiese interrumpido. He descubierto que Pedro nunca le pondría seguro a la puerta si es la única persona en el cuarto, la razón por la cual da que pensar, y una en la que no quiero insistir.
—Buenos días, Sra. Alfonso —dice, irradiando buen humor.
—Buenos días a ti. —Le sonrío de vuelta mientras le observo afeitarse.
Amo verlo afeitarse. Levanta su barbilla y se afeitaba bajo ella, dando largos y deliberados movimientos, y me encuentro inconscientemente imitando sus acciones.
Tirando de mi labio superior hacia abajo como él lo hace, para afeitar el espacio entre su labio y su nariz. Se gira y me sonríe, la mitad de su rostro aún cubierta con jabón de afeitar.
—¿Disfrutando del espectáculo? —pregunta.
Oh, Pedro, podría observarte por horas.
—Uno de mis momentos favoritos —murmuro, y él se inclina y me besa rápidamente, untando jabón de afeitar en mi rostro.
—¿Debería hacerlo por ti de nuevo? —susurra perversamente y levanta la cuchilla.
Aprieto mis labios hacia él.
—No —murmuro, pretendiendo estar de mal humor—, me haré la cera la próxima vez. —Recuerdo la alegría de Pedro en Londres cuando descubrió que durante su reunión, por curiosidad me había rasurado mi vello púbico.
Por supuesto no lo había hecho de acuerdo a los altos
estándares del Señor Exigente.
* * *
Toma mi mano para detenerme.
—¡Paula!
—Yo… eh… me rasuré.
—Puedo verlo. ¿Por qué? —Está sonriendo de oreja a oreja.
Cubro mi rostro con mis manos. ¿Por qué estoy tan apenada?
—Oye —dice suavemente y aleja mi mano—, no lo escondas. —Está mordiendo su labio para no reírse—. Dime por qué. —Sus ojos bailando de alegría. ¿Por qué lo encuentra tan divertido?
—Deja de burlarte de mí.
—No me burlo de ti. Lo siento. Yo… estoy encantado —dice.
—Oh…
—Dime, ¿por qué?
Tomé un respiro profundo.
—Esta mañana, después de que te fuiste a tu reunión, tomé una ducha y estaba recordando todas tus reglas.
Parpadea. El humor en su expresión se ha desvanecido, y me mira cautelosamente.
—Estaba marcándolas una a una y cómo me sentía con respecto a ellas, y recordé el salón de belleza, y pensé… que esto te gustaría. No fui lo suficientemente valiente para hacerme la cera. —Mi voz desaparece en un susurro.
Él me mira fijamente, sus ojos brillando… esta vez no con diversión hacia mi locura, sino con amor.
—Oh, Paula —suspira. Se inclina y me besa suavemente—. Me seduces — susurra contra mis labios y me besa una vez más, tomando mi cara con ambas manos.
Después de un instante sin aliento, se retira y levanta un hombro. La diversión regresa.
—Creo que debería hacer una minuciosa inspección de su trabajo, Sra. Alfonso.
—¿Qué? No. —¡Tiene que estar bromeando! Me cubro, protegiendo mi recientemente deforestada área.
—Oh, no lo harás, Paula. —Toma mis manos y las aleja, moviéndose ágilmente para estar entre mis piernas y sostener mis manos a los lados.
Me da una abrasadora mirada que podría encender una mecha, pero antes de que me encienda, se inclina y roza con sus labios mi vientre desnudo directamente hasta mi sexo. Me retuerzo debajo de él, de mala gana resignada por mi destino.
—Bueno, ¿qué tenemos aquí? —Pedro planta un beso en donde, hasta esta mañana, tenía vello púbico, luego raspa su erizada barbilla a lo largo de mi.
—¡Ah! —exclamo. Guau… eso es sensible.
Los ojos de Pedro se clavan en los míos, llenos de lascivo deseo.
—Creo que fallaste un poco —murmura y tira con suavidad, justo debajo a la derecha.
—Oh… maldición —murmuro, esperando que esto ponga fin a su escrutinio, francamente intrusivo.
—Tengo una idea. —Salta desnudo de la cama y se dirige al baño.
¿Qué demonios está haciendo? Regresa momentos después, trayendo un vaso de agua, una jarra, mi cuchilla, su cepillo de afeitar, jabón y una toalla. Pone todo en la mesa de noche y baja la mirada hacia mí, sosteniendo la toalla.
¡Oh no! Mi subconsciente cierra de golpe su “Obras completas” de Charles Dickens, salta de su silla, y pone sus manos en sus caderas.
—No, no, no —chillo.
—Sra. Alfonso, si un trabajo ha de ser hecho, merece ser bien hecho. Levante sus caderas. —Sus ojos brillan como una tormenta de verano gris.
—¡Pedro! No vas a depilarme.
Ladea su cabeza.
—¿Por qué no habría de hacerlo?
Me ruborizo… ¿No es obvio?
—Porque… simplemente es muy…
—¿Intimo? —susurra—.Paula, estoy ansioso de intimidad contigo, lo sabes.
Además, después de algunas de las cosas que has hecho, ahora no te pongas delicada conmigo. Y conozco esta parte de tu cuerpo mejor que tú.
Quedo boquiabierta ante él. De todos los arrogantes… cierto, lo hace. Sin embargo…
—Simplemente está mal. —Mi voz es remilgada y llorona.
—Esto no está mal, es excitante.
¿Excitante? ¿En serio?
—¿Esto te excita? —No puedo evitar el asombro en mi voz.
Bufa.
—¿No me crees? —Baja su mirada hacia su erección—. Quiero depilarte — susurra.
Oh, qué demonios. Me recuesto, tirando mi brazo sobre mi rostro para no ver.
—Si te hace feliz, Pedro. Adelante. Eres muy extraño —murmuro, mientras alzo mis caderas, y el desliza la toalla debajo de mí. Besa mi entrepierna.
—Oh, nena, cuánta razón tienes.
Escucho el chapoteo del agua cuando hunde la brocha de afeitar en el vaso de agua, luego el suave remolino de la brocha en el recipiente. Toma mi tobillo izquierdo y separa mis piernas, y la cama se hunde cuando él se sienta entre ellas.
—Realmente me gustaría atarte en este momento —murmura.
—Prometo quedarme quieta.
—Bien.
Jadeo cuando desliza la brocha sobre mi pubis. Está tibio.
El agua en el recipiente debe estar caliente. Me retuerzo un poco. Hace cosquillas… pero de buena manera.
—No te muevas —Pedro me amonesta y aplica de nuevo la brocha—. O te ataré —añade sombríamente, y un delicioso estremecimiento baja por mi columna.
—¿Has hecho esto antes? —pregunto tentativamente, cuando alcanza la cuchilla.
—No.
—Oh. Bien. —Sonrío.
—Otra primera vez, Sra. Alfonso.
—Mmm. Me gustan las primeras veces.
—A mi también, aquí vamos. —Y con una dulzura que me sorprende, desliza la cuchilla sobre mi sensible piel—. Quédate quieta —dice distraídamente, y sé que está muy concentrado.
Toma tan sólo unos minutos antes de que tome la toalla y limpie el exceso de espuma.
—Listo… es más o menos como debe ser —medita, y finalmente levanto mi brazo para mirarlo mientras se sienta para admirar su trabajo.
—¿Feliz? —pregunto, mi voz ronca.
—Mucho. —Sonríe perversamente y lentamente desliza un dedo en mi interior.
* * *
—Quizás para ti. —Trato de poner mala cara, pero él tiene razón… fue… excitante.
—Creo recordar que después fue muy satisfactorio. —Pedro vuelve para terminar su afeitado. Le echo un vistazo rápido a mis dedos. Si, lo fue. No tenía ni idea de que la ausencia de vello púbico podía marcar tanta diferencia.
—Hey, sólo estoy bromeando. ¿No es eso lo que los esposos que están perdidamente enamorados de sus esposas hacen? —Pedro ladea mi barbilla y me mira, sus ojos de repente llenos de aprehensión mientras se esfuerza por leer mi expresión.
Hmmm… tiempo de retribución.
—Siéntate —murmuro.
Parpadea hacia mí, sin entender. Lo empujo gentilmente hacia el taburete blanco en el baño. Se sienta, mirándome perplejo, y tomo la navaja de afeitar.
—Paula —advierte al darse cuenta de mi intención. Me agacho y lo beso.
—Cabeza hacia atrás —le susurro.
Él duda.
—Ojo por ojo, Sr. Alfonso.
Me mira con cautelosa, divertida incredulidad. —¿Sabes lo que estás haciendo? —pregunta, en voz baja. Niego lentamente, deliberadamente, tratando de lucir tan seria como sea posible. Él cierra sus ojos, sacude su cabeza y luego inclina la cabeza hacia atrás en rendición.
Santa mierda, va a permitir que lo afeite. Mi diosa interna flexiona y extiende los brazos hacia afuera, sus dedos entrelazados, las palmas hacia afuera, calentando.
Tentativamente deslizo mi mano en el cabello húmedo de la frente, sujetándolo con fuerza para mantenerlo quieto. Él aprieta los ojos cerrados y abre los labios mientras inhala.
Muy suavemente, le acaricio con la navaja desde su cuello hasta su barbilla, dejando al descubierto un camino de piel debajo de la espuma. Pedro exhala.
—¿Pensaste que iba a hacerte daño?
—Nunca sé lo que vas a hacer, Paula. Pero no, no intencionalmente.
Paso la navaja arriba por su cuello, otra vez, abriendo un camino más amplio en la espuma.
—Nunca te heriría intencionalmente, Pedro.
Abre sus ojos y cierra sus brazos a mí alrededor mientras yo suavemente paso la afeitadora por su mejilla hacia el comienzo de su patilla.
—Lo sé —dice, inclinando su cabeza, así puedo afeitar el resto de su mejilla. Dos trazos más y habré terminado.
—Todo listo, y ni una gota de sangre derramada. —Sonrío orgullosamente.
Él pasa la mano por mi pierna así mi camisón sube por mi muslo y me empuja sobre su regazo para que esté sentada sobre él. Me estabilizo con mis manos sobre sus brazos. Él es realmente musculoso.
—¿Puedo llevarte a algún lugar hoy?
—¿No tomaremos sol? —Arqueo una ceja.
Se lame los labios nerviosamente. —No. No tomaremos sol hoy. Pensé que quizás prefieras eso.
—Bueno, ya me has cubierto de chupones y efectivamente dado al traste con eso, seguro, ¿por qué no?
Sabiamente opta por ignorar mi tono. —Es un viaje, pero por lo que he leído vale la pena una visita. Mi padre nos recomendó visitarlo. Es una aldea llamada Saint Paul de Vence. Hay algunas galerías ahí. Pensé que podríamos escoger algunas pinturas o esculturas para la casa nueva, si encontramos algo que nos guste.
Santa mierda. Me inclino hacia atrás y lo miro. Arte… él quiere comprar arte. ¿Cómo puedo comprar arte?
—¿Qué? —pregunta.
—No sé nada de arte, Pedro.
Se encoge de hombros y me sonríe indulgentemente. —Sólo compraremos lo que nos guste. No es acerca de invertir.
¿Invertir? Jesús.
—¿Qué? —dice de nuevo.
Niego con la cabeza.
—Mira, sé que tomamos los dibujos del arquitecto el otro día, pero no hay nada de malo en buscar, y la ciudad es un lugar antiguo, medieval.
Oh, la arquitecto, el tenía que recordármela… una buena amiga de Gustavo, Georgina Matteo. Durante nuestras reuniones, ella ha estado sobre Pedro como un sarpullido.
—¿Qué ocurre ahora? —exclama Pedro. Niego—. Dime —me insta.
¿Cómo puedo decirle que no me gusta Georgina? Mi disgusto es irracional. No quiero ser la esposa celosa.
—¿Todavía estás molesta por lo que hice ayer? —Suspira y acaricia su cara entre mis pechos.
—No. Tengo hambre —murmuro, sabiendo bien que esto lo distraerá de esta línea de preguntas.
—¿Por qué no lo dijiste? —Me libera de su regazo y se pone de pie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario