sábado, 7 de febrero de 2015

CAPITULO 113




—Puede besar a la novia —anuncia el reverendo Walsh.


Miro a mi marido.


—Finalmente, eres mía —susurra y tira de mí en sus brazos y me besa castamente en los labios.


Estoy casada. Soy la señora de Pedro Alfonso. Tengo vértigo de alegría.


—Te ves hermosa, Paula —murmura, y sonríe, sus ojos brillaban con amor... y algo más oscuro, algo caliente—. No dejes que nadie que no sea yo te quite ese vestido, ¿entiendes? —Su sonrisa se calienta un centenar de grados, mientras las yemas de sus dedos se arrastran por mi mejilla, encendiendo mi sangre.


Santa mierda... ¿Cómo hace esto, incluso ahora con todas estas personas mirando?


Asiento con la cabeza en silencio. Por Dios, espero que nadie pueda oírnos.


Por suerte, el reverendo Walsh ha dado un paso discretamente hacia atrás.


Echo un vistazo a la multitud reunida en la capilla de bodas... Mi madre, Reinaldo, Roberto, y Los Alfonso están aplaudiendo; incluso, Lourdes, mi dama de honor, que se ve impresionante en ese color rosa pálido al lado del padrino de Pedro, su hermano Gustavo. ¿Quién diría que hasta Gustavo podría verse tan bien? Todos llevan enormes, radiantes sonrisas, excepto Gabriela, que llora con gracia en un delicado pañuelo blanco.


—¿Lista para la fiesta, Sra. Alfonso? —Murmura Pedro, dándome su sonrisa tímida. Me derrito. Él luce divino en un esmoquin negro sencillo con chaleco plateado y corbata. Es tan... apuesto.


—Tan lista como puedo estar. —Sonrío, una sonrisa totalmente tonta en mi cara.


Más tarde, la fiesta de la boda está en pleno apogeo...
Manuel y Gabriela han ido a la ciudad. Tienen la carpa instalada de nuevo y muy bien decorada en color rosa pálido, plata y marfil, con sus lados abiertos, de frente a la bahía. Hemos sido bendecidos con un buen clima y el sol de final de la tarde brilla sobre el agua. Hay una pista de baile en un extremo de la carpa, un abundante buffet en el otro.


Reinaldo y mi madre están bailando y riendo juntos. Me siento agridulce al verlos juntos, espero que Pedro y yo duremos más tiempo. No sé qué haría si él me dejase. 


Matrimonio precipitado, arrepentimiento libre. La vista me hiere.


Lourdes está a mi lado, luciendo tan bella en su vestido de seda largo. Ella me mira y frunce el ceño.


—Oye, este se supone que es el día más feliz de tu vida —regaña.


—Lo es —le susurro.


—Oh, Paula, ¿qué pasa? ¿Estás mirando a tu madre y Reinaldo?


Asiento con la cabeza tristemente.


—Ellos están felices.


—Felizmente separados.


—¿Estás teniendo dudas? —me pregunta Lourdes, alarmada.


—No, en absoluto. Es sólo... Lo amo demasiado —me congelo, incapaz de articular mis temores.


—Paula, es obvio que te adora. Sé que tuvieron un inicio poco convencional para su relación, pero puedo ver lo feliz que ambos han sido este último mes —sujeta mis manos, apretándolas—. Además, es demasiado tarde — añade con una sonrisa.


Sonrío. La confianza de Lourdes señala lo obvio. Ella me arrastra en un abrazo especial de Lourdes Kavanagh—. Paula, estarás bien. Y si te lastima un sólo cabello de tu cabeza, tendrá que responder ante mí.


Liberándome, ella le sonríe a quien sea que está detrás de mí.


—Hola, cariño —Pedro pone sus brazos a mi alrededor,
sorprendiéndome y besándome en la sien—. Lourdes —reconoce. Todavía está frío con ella, incluso después de seis semanas.


—Hola de nuevo, Pedro. Me voy a buscar a tu padrino, quien también pasa a ser mi mejor hombre.


Con una sonrisa para los dos, se dirige hacia Gustavo, quien está bebiendo con su hermano Lucas y nuestro amigo, José.


—Es hora de irnos —murmura Pedro.


—¿Ya? Esta es la primera fiesta en la que he estado en la que no me importa ser el centro de la atención.


Me giro en sus brazos para mirarlo de frente.


—Lo mereces. Estás despampanante, Paula.


—Tu también.


Él sonríe, su expresión cálida. —Este hermoso vestido te sienta bien.


—¿Esta cosa vieja? —Me ruborizo con timidez y tiro del fino tirante de encaje del sencillo vestido de boda diseñado para mí por la madre de Lourdes.


Me encanta que el encaje esté justo al lado del hombro recatado, pero atractivo, espero.


Se inclina y me besa. —Vámonos. No quiero compartirte con todas estas personas por más tiempo.


—¿Podemos dejar nuestra propia boda?


—Nena, es nuestra fiesta y podemos hacer lo que queramos. Tenemos que cortar la tarta. Y ahora mismo, me gustaría llevarte lejos y tenerte toda para mí.


Me río. —Me tiene para toda la vida, Sr. Alfonso.


—Estoy muy contento de escuchar eso, Sra. Alfonso.


—¡Oh, allí están los dos! Estos tortolitos.


Gimo dentro de mi… la madre de Gabriela nos ha encontrado.


Pedro, querido ¿un baile más con tu abuela?


Pedro frunce sus labios. —Por supuesto, abuela.


—Y tú, bella Paula, ve y haz feliz a un viejo, baila con Theo.


—¿Theo, el Sr. Trevelyan?


—El abuelo Trevelyan. Y creo que me puedes llamar abuela. Ahora, ustedes dos seriamente necesitan comenzar a trabajar en mis bisnietos. No voy a durar mucho más tiempo —Nos da una sonrisa boba.


Pedro parpadea ante ella horrorizado. —Ven, abuela —dice
apresurándose a tomarle la mano y llevándola a la pista de baile. Me mira de nuevo, prácticamente haciendo pucheros, y rueda sus ojos—. Nos vemos, nena.


Mientras camino hacia el abuelo Trevelyan, José me aborda.


—No voy a invitarte a bailar otra vez. Creo que he monopolizado mucho de tu tiempo de baile… estoy feliz de verte feliz, pero en serio, Paula. Estaré allí si me necesitas


—Gracias José. Eres un buen amigo.


—Lo digo en serio —Sus ojos oscuros brillan con sinceridad.


—Sé que sí. Gracias, José. Ahora, si me permites, tengo una cita con un viejo.


Él frunce el ceño confuso.


—El abuelo de Pedro —aclaro.


Sonríe. —Buena suerte con eso, Pau. Bueno suerte con todo.


—Gracias, José.


Después de mi baile con el siempre encantador abuelo de Pedro, me detengo frente a las puertas francesas, viendo el sol hundirse lentamente en Seattle, lanzando sombras anaranjado brillante y aguamarina sobre la bahía.


—Vamos —urge Pedro.


—Me tengo que cambiar —Agarro su mano, empujándolo a través de las puertas francesas hacia arriba conmigo. 


Frunce el ceño, sin comprender y tira suavemente mi mano, deteniéndome.


—Pensé que querías ser el que me quitara este vestido —explico. Sus ojos se iluminan.


—Correcto —me da una sonrisa lasciva—. Pero no te voy a desnudar aquí. No nos podremos ir a hasta... No sé... —agita su mano de dedos largos dejando la frase sin terminar, pero su significado muy claro.


Me sonrojo y suelto su mano.


—Y tampoco te quites el peinado —murmura sombríamente.


—Pero…


—Sin peros, Paula. Te ves hermosa. Y quiero ser yo el que te desnude.


Oh. Frunzo el ceño.


—Empaca tu ropa de viaje —ordena—. Vas a necesitarla. Taylor tiene tu maleta principal.


—Está bien —¿Qué tiene planeado? No me ha dicho a dónde vamos. De hecho, no creo que nadie sepa a dónde vamos. Ni Malena, ni Lourdes han logrado sacarle información. Me giro hacia donde mi madre y Lourdes están rondando.


—No me voy a cambiar.


—¿Qué? —dice mi madre.


Pedro no quiere que lo haga —Me encojo de hombros, como si eso lo explicara todo. Su entrecejo se frunce brevemente.


—No prometiste obedecer —me recuerda con mucho tacto. 


Lourdes trata de disimular su bufido con una pequeña tos. 


Entrecierro mis ojos. Ni ella ni mi madre tienen idea de la pelea que tuvimos Pedro y yo en relación a eso. No quiero volver a argumentar. Por Dios, mi Cincuenta Sombras puede
ponerse de mal humor… y tener pesadillas. La memoria es instructiva.


—Lo sé, mamá, pero le gusta este vestido y quiero agradarlo.


Su expresión se suaviza. Lourdes pone los ojos y con mucho tacto, se aleja para dejarnos solas.


—Te ves tan hermosa, querida —Cecilia suavemente roza un mechón de mi pelo suelto y me acaricia la barbilla—. Estoy muy orgullosa de ti, cariño.Vas a hacer a Pedro muy feliz. —Me arrastra en un abrazo.


¡Oh, mamá!


—No puedo creer cuan madura te ves ahora mismo. Comenzando una nueva vida… Sólo recuerda que los hombres son de otro planeta y estarás bien.


Me río. Pedro de un universo diferente, si sólo supiera.


—Gracias, mamá.


Reinaldo se une a nosotros, sonriéndonos dulcemente tanto a mamá como a mí.


—Hiciste una hermosa niña, Cecilia —dice con los ojos brillando de orgullo.


Se ve tan pulcro en su smoking negro con chaleco rosa pálido… Las lágrimas pican en la parte de atrás de mis ojos. 


¡Oh, no... hasta ahora me las he arreglado para no llorar!


—Tú ayudaste a criarla y hacerla crecer, Reinaldo —la voz de Cecilia es melancólica.


—Y amé cada minuto. Haces un infierno de novia, Pau —Reinaldo mete el mismo mechón de pelo detrás de mi oreja.


—¡Oh, papá...! —Reprimo un sollozo, él me abraza a su manera breve y torpe.


—También vas a hacer un infierno de esposa —susurra con voz ronca.


Cuando me libera, Pedro está de nuevo a mi lado.


Reinaldo le da la mano con afecto. —Cuida de mi niña, Pedro.


—Tengo toda la intención, Reinaldo. Cecilia —Asiente con la cabeza a mi padrastro y besa a mi madre.


El resto de los invitados a la boda han formado un arco humano para que nosotros lo atravesemos, llevándonos alrededor del frente de la casa.


—¿Lista? —dice Pedro.


—Sí.


Tomando mi mano, me lleva bajo sus brazos extendidos mientras nuestros invitados nos desean buena suerte y nos felicitan, lanzándonos arroz.


Esperándonos con sonrisas y abrazos al final del arco están Gabriela y Manuel. Toman turnos para abrazarnos y besarnos a ambos. Gabriela está emotiva de nuevo, ofreciéndonos una apresurada despedida.


Taylor está esperando por llevarnos lejos en el SUV Audi, mientras Pedro sostiene la puerta abierta del coche para mí. 


Me doy vuelta y lanzo mi bouquet de rosas blancas y rosadas hacia la multitud de mujeres jóvenes reunidas. Una triunfante Malena lo sostiene en lo alto, con una sonrisa de oreja a oreja.


Mientras me deslizo en el SUV riéndome de la audaz atrapada de Malena, Pedro se inclina para recoger la cola de mi vestido. Una vez que estoy segura dentro, se despide de la multitud.


Taylor sostiene la puerta del coche abierta para él. —Felicitaciones, señor.


—Gracias, Taylor —le responde Pedro mientras se sienta junto a mí.


Cuando Taylor se retira, nuestros invitados a la boda bañan el coche con arroz. Pedro agarra mi mano y me besa los nudillos.


—¿Todo bien hasta ahora, Sra. Alfonso?


—Hasta el momento todo maravilloso, Sr. Alfonso. ¿Hacia dónde vamos?


—Sea Tac —dice simplemente y sonríe como una esfinge.
Hmm... ¿Qué está planeando?


Taylor no se dirige a la puerta de salidas como espero, sino hacia a través de una puerta de seguridad y directamente hacia la pista de aterrizaje.


¿Qué? Y luego la veo, el avión de Pedro... Alfonso Enterprises Holdings Inc. en grandes letras azules a través del fuselaje.


—¡No me digas que de nuevo estás malversando los recursos de la empresa!


—Oh, eso espero, Paula. —Pedro sonríe.


Taylor se detiene al pie de la escalinata que conduce al avión y sale del Audi para abrir la puerta de Pedro


Tienen una breve conversación y luego Pedro me abre la puerta, y en lugar de dar un paso hacia atrás para darme espacio para salir, se inclina y me alza.


¡Whoa! —¿Qué estás haciendo? —chillo.


—Cargándote para cruzar el umbral —dice.


—Oh —¿No se supone que eso se hace en la casa?


Él me lleva sin esfuerzo por las escaleras, y Taylor nos sigue con mi pequeña maleta. La deja en el umbral del avión antes de regresar al Audi.


Dentro de la cabina, reconozco a Stephan, el piloto de Pedro, con su uniforme.


—Bienvenidos a bordo, Sr y Sra. Alfonso—dice sonriendo.


Pedro me baja y estrecha la mano de Stephan. Junto a él se encuentra una mujer de cabello oscuro como de ¿qué? ¿Unos treinta años? Ella también está en uniforme.


—Felicitaciones a ambos —continua Stephan.


—Gracias, Stephan. Paula, ya conoces a Stephan. Él es nuestro capitán de hoy y esta es la primera Oficial Beighley.


Ella se sonroja cuando Pedro la presenta y parpadea rápidamente.


Quiero rodar los ojos. Otra mujer completamente cautivada por mi esposo “demasiado guapo para su propio bien”.


—Encantada de conocerla —dice Beighley. Le sonrío amablemente.


Después de todo, él es mío.


—¿Completos todos los preparativos? —pregunta Pedro mientras yo echo un vistazo alrededor de la cabina. El interior es todo de madera de arce pálida y cuero color crema. Es precioso. Otra mujer joven en uniforme se sitúa en el otro extremo de la cabina, una muy guapa morena.


—Tenemos todo listo. El tiempo está bien de aquí a Boston.


¿Boston?


—¿Turbulencias?


—No antes de Boston. Hay un frente climático sobre Shannon que podría hacernos el camino difícil.


¿Shannon? ¿Irlanda?


—Ya veo. Bueno, espero dormir durante todo eso —dice Pedro con la mayor naturalidad.


¿Dormir?


—Nos ponemos en marcha, señor —dice Stephan.


—Los dejaremos bajo el cuidado capaz de Natalia, su auxiliar de vuelo — Pedro mira en dirección a ella y frunce el ceño, pero se voltea hacia Sthepan con una sonrisa


—Excelente —dice. Tomando mi mano, me lleva a uno de los lujosos asientos de cuero. Debe haber por lo menos unos doce de ellos en total.


—Siéntate —dice mientras se quita la chaqueta y desabotona su fino chaleco de brocado. Nos sentamos en dos asientos individuales situados uno frente a otro, con una mesa muy pequeña y pulida en medio.


—Bienvenidos a bordo, señor, señora y felicitaciones.


Natalia está a nuestro lado, ofreciéndonos a ambos una copa de champagne rosado.


—Gracias —dice Pedro mientras ella nos sonríe cortésmente y se retira a la cocina.


—De aquí a una feliz vida casados, Paula.


Pedro levanta su copa hacia la mía, y brindamos. El champán es delicioso.


—¿Bollinger? —pregunto.


—El mismo.


—La primera vez que bebí esto estaba fuera de tazas de té —Sonrío.


—Recuerdo bien ese día. Tu graduación.


—¿A dónde vamos? —Soy incapaz de contener mi curiosidad.


—Shannon —dice Pedro, los ojos encendidos de emoción. Se ve como un niño pequeño.


—¿Irlanda? —¡Vamos a Irlanda!


—Para abastecernos de combustible —añade, bromeando.


—¿Entonces? —pregunto.


Su sonrisa se amplía y se sacude la cabeza.


—¡Pedro!


—Londres —dice, mirándome fijamente, tratando de medir mi reacción.


Jadeo. ¡Vaca sagrada! Pensé que tal vez iríamos a New York, o Aspen, o quizás al Caribe.


Casi no puedo creerlo. El sueño de mi vida ha sido visitar Inglaterra.


Estoy iluminado por dentro, incandescente de la felicidad.


—Después París.


¿Qué?


—Después el sur de Francia.


¡Vaya!


—Yo sé que siempre has soñado con ir a Europa —dice en voz baja—. Quiero que tus sueños se hagan realidad, Paula.


—Tú eres mi sueño hecho realidad, Pedro.


—Igual usted, Sra. Alfonso—susurra.


Oh Dios...


—El cinturón de seguridad.


Sonrío y hago lo que me dicen.


Mientras el avión sale a la pista, tomamos nuestro champán, sonriéndonos estúpidamente el uno al otro. No lo puedo creer. A los veintidós años, por fin estoy saliendo de los Estados Unidos y yendo a Europa, a Londres de todos los lugares.


Una vez que estamos en el aire, Natalia nos sirve más champán y prepara nuestra cena de bodas.


Y que cena, salmón ahumado, seguido de perdiz asada con ensalada de judías verdes y patatas dauphinoise, todo cocinado y servido por una Natalia cada vez más eficiente.


—¿Postre, Sr. Alfonso? —pregunta.


Sacude la cabeza y pasa su dedo por su labio inferior mientras me mira inquisitivamente, su expresión oscura e ilegible.


—No, gracias —murmuro, incapaz de romper el contacto visual con él. Sus labios se acurrucan en una pequeña sonrisa secreta y Natalia se retira.


—Bien —murmura—. Había planeado tenerte a ti como postre.


Oh... ¿aquí?


—Ven —dice, levantándose de la mesa y ofreciéndome su mano. Me lleva a la parte posterior de la cabina.


—Hay un baño aquí —Señala una puerta pequeña, luego me lleva por un corto pasillo y por una puerta al final.


Por Dios... un dormitorio. La cabina es de color crema y de madera de arce y la pequeña cama doble está cubierta con cojines dorados y marrones. Se ve muy cómoda.


Pedro se voltea y me hala en sus brazos, mirándome.


—Pensé en pasar nuestra noche de bodas a treinta y cinco mil pies. Es algo que nunca antes he hecho.


¡Vaca sagrada!... otra primera vez. Jadeo ante él, mi corazón palpita… el club de las alturas. He escuchado al respecto.


—Pero primero tengo que sacarte de ese fabuloso vestido —Sus ojos brillan con amor y algo más oscuro, algo que me encanta... algo que llama a mi diosa interior. Él me quita el aliento.


—Date la vuelta. —Su voz es baja, con cocheridad y sexy como el infierno.


¿Cómo puede infundir tantas promesas en esas dos palabras? Cumplo gustosamente y sus manos se mueven hacia mi cabello. Suavemente saca las horquillas una a la vez, sus dedos expertos haciendo el trabajo. Mi cabello cae en ondas amplias sobre mis hombros, un mechón a la vez, cubriendo la espalda y hasta mis pechos.


Trato de estar quieta y no retorcerme, pero estoy adolorida por su tacto.


Después de nuestro largo y agotador pero emocionante día, lo quiero, a todo él.


—Tienes un cabello tan hermoso, Paula —Su boca se encuentra cerca de mi oído y siento su aliento, aunque sus labios no me tocan. Cuando todo el cabello está libre de alfileres, pasa sus dedos a través de él, con suavidad masajeando mi cuero cabelludo... oh mi... Cierro mis ojos y saboreo la sensación. Sus dedos viajan hacia abajo y me hala, inclinando mi cabeza hacia atrás para exponer mi garganta.


—Eres mía —respira y sus dientes rozan el lóbulo de mi oreja.


Gimo.


—Silencio —me advierte. Aparta el pelo de mis hombros y arrastra un dedo sobre la parte superior de mi espalda, de hombro a hombro, siguiendo el borde de encaje de mi vestido. Me estremezco con anticipación.


Siembra un tierno beso en mi espalda por encima del primer botón del vestido.


—Tan hermosa —dice mientras deshace con destreza el primer botón—. Hoy me has hecho el hombre más feliz en la vida —Con infinita lentitud, desabrocha cada uno de ellos, todo el camino por mi espalda—. Te amo tanto —Deja besos desde mi nuca hasta el borde de mi hombro. Entre cada beso, murmura:— Te. Amo. Tanto. Quiero. Estar. Dentro. De. Ti.Eres. Mía


Cada palabra es intoxicante. Cierro los ojos e inclino la cabeza, dándole un acceso más fácil a mi cuello y me caigo más dentro del hechizo de que Pedro Alfonso, mi marido.


—Mía —susurra una vez más. Desliza mi vestido fuera de mis brazos cayendo en un pozo a mis pies viéndose como una nube de seda de color marfil y encaje.


—Date la vuelta —susurra, su voz de repente ronca. Lo hago y él jadea.


Estoy vestida con un corsé apretado, color sosa satinado con ligueros, a juego con unas pantys de de encaje y medias de seda blanca. Los ojos de Pedro viajan con avidez por mi cuerpo, pero no dice nada. Sólo me mira, sus ojos con deseo.


—¿Te gusta? —Susurro consciente del rubor tímido que inunda mis mejillas.


—Más que eso, nena. Te ves sensacional. Dame —Extiende su mano y la tomo, dando un paso fuera del vestido.


—No te muevas —murmura, y sin despegar sus ojos oscurecidos de mi, recorre con su dedo medio mis pechos, siguiendo la línea del corsé. Mi aliento se vuelve superficial, y él repite la rutina sobre mi pecho una vez más, sus dedos tentadores envían un hormigueo por mi espalda. Él se detiene y hace girar su dedo índice en el aire, indicándome que quiere que de la vuelta


Por él, ahora mismo, haría cualquier cosa.


—Detente —dice. Estoy frente a la cama, lejos de él. Su brazo rodea mi cintura, tirando de mí contra él y acaricia mi cuello. Suavemente acuna mis senos, jugando con ellos, mientras que sus pulgares hacen círculos sobre mis pezones presionando la tela de mi corsé.


—Mía —susurra.


—Tuya —respiro.


Dejando mis pechos desprovistos, desliza sus manos por mi estómago, por encima de mi vientre y hacia mis muslos, rozando mi sexo con su pulgar.


Sofoco un gemido. Sus dedos patinan por cada liga y, con su destreza habitual, desengancha simultáneamente cada una de mis medias. Sus manos viajan alrededor de mi trasero.


—Mía —respira, como sus manos extendidas por mi espalda, las puntas de sus dedos rozando mi sexo.


—Ah.


—Silencio —Sus manos viajan por la parte de atrás de mis muslos, y una vez más, desengancha el liguero.


Inclinándose, retira el cobertor de la cama. —Siéntate.


Hago lo que me dice, y se arrodilla a mis pies removiendo suavemente cada uno de mis Jimmy Choo blancos de novia. 


Toma la parte superior de la media la izquierda y poco a poco la retira, recorriendo mi pierna con su pulgar… Oh mi... Repite el proceso con mi otra media.


—Esto es como abrir mis regalos de Navidad. —Me sonríe a través de sus largas y oscuras pestañas.


—Un regalo que ya tenías...


Frunce el ceño en señal de amonestación. —Oh, no, nena. 
Esta vez es realmente mío.


Pedro, he sido tuya desde que dije que sí —Me deslizo hacia adelante, acunando su adorado rostro con mis manos. —Soy tuya. Siempre voy a ser tuya, esposo mío. Ahora, creo que llevas demasiada ropa. —Me inclino para darle un beso y de repente se levanta, besa mis labios y agarra mi cabeza con sus manos, enredando sus dedos en mi pelo.


—Paula —respira—. Mi Paula. —Sus labios dicen mía una vez más, su lengua invasivamente persuasiva.


—La ropa —le susurro, nuestros alientos se mezclan mientras empujo su chaleco y él se las arregla para sacárselo, liberándome por un momento.


Hace una pausa, mirándome, sus ojos amplios, deseando.


—Déjame, por favor —Mi voz es suave y halagadora.


Quiero desnudar a mi marido, mi Cincuenta.


Él se sienta sobre sus talones y se inclina hacia adelante. 


Agarro su corbata, su corbata gris plata, mi favorita, y poco a poco la desato y la saco. Levanta su barbilla permitiéndome desabrochar el botón superior de su camisa blanca y después de desatarlo, me muevo hacia los puños de su camisa. Lleva gemelos de platino, grabados con una P y una P entrelazadas, mi regalo de bodas para él. Cuando se los quito, los toma de mis manos y los ubica en su puño. 


Luego besa su puño y los desliza en el bolsillo de sus pantalones.


—Sr. Alfonso, que romántico.


—Para usted, Sra. Alfonso, corazones y flores, siempre.


Tomo su mano y mirando hacia arriba a través de mis pestañas, beso su anillo de bodas de platino liso. Él gime y cierra los ojos.


—Paula —susurra y mi nombre es una oración.


Llegando hasta el segundo botón de su camisa, y como en reflejo de lo anterior, le planto un beso suave en el pecho, desabrochando cada botón y susurrando entre cada beso—. Tu. Me. Haces. Muy. Feliz. Te. Amo.


Él gime, y en un suave movimiento, abraza mi cintura y me tumba en la cama, siguiéndome. Sus labios me encuentran, sus manos se enroscan alrededor de mi cabeza, abrazándome, sosteniéndome mientras nuestras lenguas llenan de gloria al otro.


De repente Pedro se arrodilla, dejándome sin aliento y con ganas de más.


—Eres tan hermosa... esposa —Desliza sus manos por mis piernas agarrando mi pie izquierdo—. Tienes unas piernas tan bonitas. Quiero besar cada milímetro de ellas. Empezando aquí —Aprieta los labios sobre mi dedo gordo del pie y, sus dientes rozan la almohadilla. Todo lo que está al sur de mi cintura convulsiona. Su lengua se desliza por el empeine y sus dientes cosquillean en mis talones, hasta el tobillo. Deposita besos por mi pantorrilla; suaves besos húmedos. Me retuerzo debajo de él.


—Quieta, Sra. Alfonso —advierte, y de repente me gira sobre mi estómago y continúa el lento viaje de su boca hasta el fondo de mis piernas, hasta mis muslos, el trasero y luego se detiene.


Gimo.


—Por favor...


—Te quiero desnuda —murmura y poco a poco desabrocha el corsé, un gancho a la vez. Cuando finalmente está sobre la cama, fuera de mi, pasa la lengua a lo largo de toda mi columna vertebral.


Pedro, por favor.


—¿Qué quiere, Sra. Alfonso? —Sus palabras son suaves y muy cerca de mi oído. Está casi tendido en encima de mí... 


Puedo sentirlo más allá de mí.


—A ti.


—Y yo a ti, mi amor, mi vida...— Susurra y antes de darme cuenta, me ha puesto de un tirón sobre mi espalda. Se pone de pie con rapidez y en un eficiente movimiento, se deshace de sus pantalones y sus bóxer, quedando gloriosamente desnudo avecinándose, preparado sobre mí. La pequeña
cabina es eclipsada por su deslumbrante belleza, su deseo y su necesidad de mí. Se inclina y despega mis bragas mirándome.


—Mía —vocaliza.


—Por favor —le ruego y él sonríe... una lujuriosa, mala y tentadora sonrisa Cincuenta.


Se mete de nuevo en la cama y deja besos por mi pierna derecha esta vez... hasta llegar al vértice de mis muslos. 


Empuja las piernas separándolas más.


—Ah... esposa mía —murmura y a continuación su boca está sobre mí.


Cierro los ojos y me entrego a su “oh tan hábil lengua”. Mi mano agarra su cabello mientras mis caderas se mueven en un vaivén, esclavas de su ritmo, fuera de la pequeña cama. 


Él toma mis caderas deteniéndome… pero no detiene la deliciosa tortura. Estoy cerca, tan cerca.


Pedro —gimo.


—Todavía no —jadea y mueve mi cuerpo, su lengua sumergiéndose en mi ombligo.


—¡No! —¡Maldita sea! Siento su sonrisa contra mi vientre, mientras continúa su viaje hacia el norte.


—Que impaciente, Sra. Grey. Tenemos hasta que aterricemos en la Isla Esmeralda —Reverentemente besa mis pechos y pellizca mi pezón izquierdo con los labios. 


Mirándome, sus ojos son oscuros, como una tormenta tropical mientras se burla de mí.


Oh Dios... Me había olvidado. Europa.


—Esposo. Te deseo. Por favor.


Se asoma por encima de mí, su cuerpo cubriendo el mío, apoyando su peso sobre los codos. Dirige su nariz hasta la mía y yo paso mis manos por su fuerte y flexible espalda hasta su buen, buen trasero.


—Sra. Alfonso... esposa. Estamos aquí para satisfacerla —sus labios me rozan—. Te amo.


—Yo también te amo.


—Ojos abiertos. Quiero verte.


Pedro... ah... —lloro, mientras que poco a poco se hunde en mí.


—Paula, oh Paula —jadea y comienza a moverse.



* * *



—¡¿Qué diablos crees que estás haciendo?!


Grita Pedro, despertándome de mi muy agradable sueño. 


Está de pie todo mojado y hermoso al final mi tumbona y mirándome hacia abajo.


¿Qué he hecho? ¡Oh, no...! ¡Estoy acostada sobre mi espalda...! Mierda, mierda, mierda y él está molesto. Mierda.


Él está realmente molesto.







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