Al estar junto a él en la recepción, me siento totalmente, totalmente ridícula. Aquí estoy, en el hotel más prestigioso de Seattle, vestida con una chaqueta vaquera de gran tamaño, pantalones de chándal de gran tamaño, y una camiseta vieja al lado de este elegante y hermoso dios griego. No es de extrañar que la recepcionista este mirando a uno y a otro como si la ecuación no tuviera sentido. Por supuesto, ella está sobre impresionada por Pedro. Pongo los ojos en blanco mientras le llegan oleadas de color carmesí y tartamudea. Jesús, incluso sus manos están temblando.
—¿Ne... necesita una mano... con sus maletas, Sr. Taylor? —pregunta, muy roja otra vez.
—No, la señora Taylor y yo lo podemos manejar.
¡Señora Taylor! Pero no estoy usando un anillo. Puse mis manos en mi espalda.
—Está en la suite Cascada, Sr. Taylor, undécimo piso. El botones le ayudará con su equipaje.
—Estamos bien —dice Pedro con sequedad—. ¿Dónde están los ascensores?
Srta. Rubor Carmesí, explica, y Pedro toma mi mano una vez más. Echo un rápido vistazo alrededor del impresionante vestíbulo, suntuoso lleno de sillones, desierto excepto por una mujer de cabello oscuro sentada en un cómodo sofá,
alimentando a su westie. Ella levanta la vista y sonríe a nosotros mientras hacemos nuestro camino a los ascensores. ¿Así que el hotel admite animales?
¡Extraño para un lugar tan grande!
La suite cuenta con dos dormitorios, un comedor formal, y se completa con un piano de cola. Una estufa de leña arde en la enorme habitación principal. Jesús…
Esta suite es más grande que mi apartamento.
—Bueno, señora Taylor, no sé usted, pero realmente me gustaría tomar una copa —murmura Pedro, cerrando la puerta de entrada con seguro.
En el dormitorio, él pone mi maleta y su cartera en la otomana, al pie de la cama king-size con dosel y me lleva de la mano a la sala principal, donde el fuego está quemando brillantemente. Es un espectáculo de bienvenida. Me levanto y caliento mis manos, mientras que Pedro nos sirve a ambos una copa.
—¿Armagnac?
—Por favor.
Después de un momento, él se une a mí junto al fuego y me entrega una copa de coñac de cristal.
—Ha sido un día peculiar, ¿eh?
Asiento y sus ojos grises me miran inquisitivamente, preocupados.
—Estoy bien —le susurro en tono tranquilizador—. ¿Y tú?
—Bueno, ahora me gustaría tomar esto, y luego, si no estás muy cansada, llevarte a la cama y perderme en ti.
—Creo que se puede arreglar, Sr. Taylor. —Sonrío tímidamente mientras él arrastra los pies fuera de sus zapatos y se quita sus calcetines.
—Señora Taylor, deje de morderse el labio —susurra.
Me sonrojo en mi copa. El Armagnac es delicioso, dejando un calor quemando a su paso mientras se desliza sedoso por mi garganta. Al echar un vistazo a Pedro, está bebiendo su coñac, mirándome, sus ojos oscuros, hambrientos.
—Nunca dejas de sorprenderme, Paula. Después de un día como hoy —o ayer, más bien— no estás lloriqueando o corriendo por las colinas gritando. Estoy asombrado de ti. Eres muy fuerte.
—Eres una muy buena razón para quedarse —murmuro—. Te lo dije, Pedro, no voy a ninguna parte, sin importar lo que has hecho. Ya sabes lo que siento por ti.
Su boca se tuerce como si dudara de mis palabras, y su ceja se eleva como si lo que estoy diciendo fuera doloroso para él oír. ¡Oh, Pedro!, ¿qué tengo que hacer para que te des cuenta de cómo me siento?
Déjalo golpearte, mi subconsciente se burla de mí. Frunzo el ceño en mi interior.
—¿Dónde vas a colgar los retratos de José? —Trato de aligerar el ambiente.
—Eso depende. —Sus labios se contraen. Esto es obviamente un tema mucho más agradable de conversación para él.
—¿De qué?
—Las circunstancias —dice misteriosamente—. Su espectáculo no ha terminado todavía, así que no tengo que decidir de inmediato.
Inclino mi cabeza hacia un lado y ruedo los ojos.
—Puede mirar con severidad tanto como quiera, señora Taylor. No estoy diciendo nada —bromea.
—Puede que tortura la verdad de ti.
Levanta una ceja.
—En realidad, Paula, no creo que usted deba hacer promesas que no pueda cumplir.
Oh, ¿es eso lo que piensa? Pongo mi vaso sobre la repisa de la chimenea, me extiendo, y para la sorpresa de Pedro, tomo su vaso y lo coloco junto al mío.
—Tendremos que trabajar en eso —murmuro. Muy valiente —envalentonada por el coñac, sin duda— tomo la mano de Pedro y tiro de él hacia el dormitorio. A los pies de la cama, me detengo. Pedro está tratando de ocultar su diversión.
—Ahora me tienes aquí, Paula, ¿qué vas a hacer conmigo? —bromea en voz baja.
—Voy a empezar por desnudarte. Quiero terminar lo que empecé antes. —Echo mano a las solapas de su chaqueta, cuidando no tocarlo, y él no se inmuta, sino que está conteniendo la respiración.
Suavemente, empujo su chaqueta sobre los hombros, y sus ojos se mantienen en los míos, todos los rastros de humor se han ido, a medida que crecen, quemando dentro de mí, ¿cautelosos y necesitados? Hay tantas interpretaciones de su mirada.
¿Qué está pensando? Pongo la chaqueta en la otomana.
—Ahora tu camiseta —susurro y la levanto por el dobladillo.
Colabora, levantando los brazos y retrocediendo, por lo que es más fácil para mí el sacarla. Una vez fuera, mira hacia mí, con atención, usando sólo sus pantalones que cuelgan tan
provocativamente de sus caderas. La banda de sus calzoncillos es visible.
Mis ojos se mueven con avidez a través de su estómago tenso a los restos de la línea de lápiz de labios, desvanecida y manchada, y luego hasta el pecho. No quiero nada más que pasar mi lengua a través del pelo de su pecho para disfrutar de su gusto.
—¿Y ahora qué? —susurra, con los ojos ardiendo.
—Quiero darte un beso aquí. —Trazo mi dedo de un lado de su cadera al otro a través de su vientre.
Sus labios se abren cuando inhala fuertemente.
—No te estoy deteniendo —respira.
Tomo su mano.
—Es mejor que te acuestes entonces —murmuro y lo llevo a un lado de la cama con dosel. Parece confundido, y se me ocurre que tal vez nadie ha tomado la delantera con él desde... ella. No, no vayas allí.
Levantando las cubiertas, se sienta en el borde de la cama, mirando hacia mí, a la espera, su expresión cautelosa y seria. Me pongo de pie ante él y me quito su chaqueta de mezclilla y la dejó caer al suelo, luego me quito sus pantalones de chándal.
Él frota su pulgar sobre la punta de sus dedos. Tiene ganas de tocarme, puedo notarlo, pero suprime la necesidad.
Tomando una respiración profunda y más allá de coraje, alcanzo el borde de mi camiseta y la levanto por encima de mi cabeza, así que estoy desnuda delante de él. Sus ojos no dejan los míos, pero traga y abre sus labios.
—Eres Afrodita, Paula —murmura.
Sujeto su cara entre mis manos, inclino su cabeza hacia arriba, y me doblo para darle un beso. Él gime bajo en su garganta.
Mientras pongo mi boca sobre la suya, él agarra mis caderas, y antes de darme cuenta, estoy clavada debajo de él, sus piernas obligando a las mías a separarse para que pueda acunarse contra mi cuerpo entre mis piernas. Me está besando, causando estragos en mi boca, nuestras lenguas entrelazadas. Su mano recorre mi muslo, por encima de mi cadera, a lo largo de mi vientre a mi pecho, presionando,masajeando, y tirando tentativamente mi pezón.
Gimo e inclino mi pelvis involuntariamente en su contra, en la búsqueda de una deliciosa fricción contra la costura y su creciente erección. Se detiene a besarme y mira hacia mí aturdido y sin aliento. Flexiona sus caderas para que su erección se empuje contra mí... Sí. Justo ahí.
Cierro los ojos y gimo, y lo hace de nuevo, pero esta vez me empuja hacia atrás, liberando su gemido en respuesta cuando me besa de nuevo. Continúa la deliciosa lenta tortura, rozándome, rosándose. Y tiene razón —perdiéndose— es embriagante a la exclusión de todo lo demás. Todas mis preocupaciones se borran.
Estoy aquí en este momento con él, mi sangre canta en mis venas, zumbando fuerte en mis oídos, mezclado con el sonido de nuestras respiraciones jadeantes.
Entierro mis manos en su cabello, sujetándolo a mi boca, consumiéndolo, mi lengua tan avara como la suya. Arrastro mis dedos por sus brazos, por su parte posterior más baja a la cintura de sus pantalones vaqueros y empujo intrépidamente, manos codiciosas en el interior, pidiéndole una y otra vez, olvidándome de todo, excepto nosotros.
—Vas a deshacerme, Paula —susurra de pronto, alejándose de mí y arrodillándose.
Rápidamente se baja los pantalones y me entrega un paquete de aluminio.
—Tú me quieres, nena, y estoy seguro como el infierno que me deseas. Sabes lo que hay que hacer.
Con dedos ansiosos, diestros, abro el paquete y desenrollo el condón sobre él.
Sonríe hacia mí, con la boca abierta, los ojos grises nublados y llenos de promesas carnales. Se inclina sobre mí, frota su nariz contra la mía, sus ojos cerrados, y deliciosamente, poco a poco, entra en mí.
Agarro sus brazos e inclino mi frente en alto, disfrutando de la sensación exquisita llena de su posesión. Dirige sus dientes a lo largo de mi mentón, se retrae, y luego se desliza dentro de mí otra vez —tan lento, tan dulce, tan tierno— su cuerpo presionando sobre mí, con los codos y las manos a ambos lados de mi cara.
—Me haces olvidarlo todo. Eres la mejor terapia —respira, moviéndose a un ritmo dolorosamente lento, saboreando cada centímetro de mí.
—Por favor, Pedro más… rápido —murmuro, con ganas de más, ahora.
—Oh, no, nena. Necesito esto lento. —Me besa dulcemente, suavemente mordiendo el labio inferior y absorbiendo mis suaves gemidos.
Muevo mis manos en su cabello y me rindo a su ritmo tan lento y seguramente mi cuerpo sube más y más y se mantiene, y luego cae más fuerte y rápido mientras me vengo alrededor de él.
—Oh, Paula —respira mientras se deja ir, mi nombre una bendición en sus labios mientras encuentra su liberación.
* * *
Ha avanzado mucho, y yo también, en muy poco tiempo. Es casi demasiado para absorber. Con todas las cosas retorcidas estoy perdiéndome su simple y honesto viaje conmigo.
—Nunca tendré suficiente de ti. No me dejes —murmura y besa mi estómago.
—No voy a irme a ningún lado, Pedro, y creo recordar que yo quería besar tu estómago —mascullo adormilada.
Sonríe contra mi piel.
—Nada está deteniéndote ahora, nena.
—No creo que pueda moverme, estoy tan cansada.
Pedro suspira y se mueve renuentemente, viniendo a mi lado con su cabeza sobre su codo y arrastrando los cobertores sobre nosotros. Me mira, sus ojos brillando, cálidos, amorosos.
—Duerme ahora, nena. —Él besa mi cabello y me envuelve con sus brazos mientras me duermo.
* * *
—Hola —murmura Pedro, sonriéndome abiertamente.
Está acostado junto a mí, completamente vestido, en la cima de la cama. ¿Cuánto tiempo lleva allí? ¿Ha estado estudiándome? De repente me siento completamente tímida y mi cara se enciende bajo su persistente mirada.
—Hola —murmuro, agradecida de estar acostada de frente—. ¿Cuánto llevas observándome?
—Te podría ver dormir por horas,Paula. Pero sólo he estado aquí por unos cinco minutos. —Se inclina y me besa gentilmente—. El Dr. Green estará aquí pronto.
—Oh. —Había olvidado la inapropiada intervención de Pedro.
—¿Dormiste bien? —pregunta directamente—. Ciertamente me pareció que sí, con todos esos ronquidos.
Oh, el molesto bromista Cincuenta.
—¡No ronco! —declaro petulantemente.
—No. No lo haces. —Me sonríe. La suave línea de labial rojo aún es visible alrededor de su cuello.
—¿Te duchaste?
—No. Te estaba esperando.
—Oh… de acuerdo. ¿Qué hora es?
—Diez y cuarto. No tuve el corazón para despertarte antes.
—Me dijiste que no tenías corazón en absoluto.
Él sonríe, tristemente, pero no responde.
—El desayuno está aquí. Panqueques y tocino para ti. Vamos, arriba. Me estoy sintiendo solitario aquí afuera. —Me gira rápidamente hacia mi trasero,
haciéndome saltar, y se levanta de la cama.
Hmmm… La versión de Pedro de cálido afecto.
Mientras me estiro, me doy cuenta de que me duele todo… sin duda un resultado de todo el sexo, baile y caminata en caros zapatos de tacón. Me desperezo fuera de la cama y camino al suntuoso baño recapitulando los eventos del día anterior en mi mente. Cuando salgo, tomo una de las batas súper esponjosas de baño que cuelgan de un gancho.
Lorena, la chica que se parece a mí, esa es la imagen más nítida que mi cerebro conjetura por conjeturar, eso y su presencia etérea en la habitación de Pedro.
¿Qué quería? ¿A mí? ¿A Pedro? ¿Para qué? ¿Y por qué demonios había destrozado mi auto?
Pedro dijo que tendría otro Audi, como todas sus sumisas.
El pensamiento no es bienvenido. Dado que había sido tan generosa con el dinero que me había dado, no hay mucho que pueda hacer. Divagué a la habitación principal de la suite, no hay signos de Pedro. Finalmente lo localizo en el comedor. Tomo asiento, agradecida por el impresionante desayuno frente a mí. Pedro está leyendo el diario del domingo y tomando café, su desayuno terminado. Me sonríe.
—Come. Necesitarás tus fuerzas hoy. —Sonríe.
—¿Y por qué será? ¿Me encerrarás en la habitación? —Mi Diosa interior se levanta repentinamente, toda desordenada con una mirada de recién cogida.
—Tan tentadora como suene la idea, pensé que podríamos salir hoy. Tomar aire fresco.
—¿Es seguro? —pregunto inocentemente, tratando y fallando de mantener la ironía fuera de mi voz. La cara de Pedro cae, y su boca se presiona en una línea.
—A donde vamos, lo es. Y no es un asunto de bromas —agrega determinado, entrecerrando sus ojos.
Me sonrojo y miro a mi desayuno. No me siento como para ser molestada después de todo el drama y la tardía noche anterior. Como mi desayuno en silencio, sintiéndome petulante.
Mi subconsciente está sacudiendo su cabeza. Cincuenta no bromea sobre mi seguridad, debería saberlo para ahora.
Giraría mis ojos, pero me contengo.
De acuerdo, estoy cansada y desaliñada. Tuve un largo día ayer y no suficiente sueño. ¿Por qué, oh, por qué logra verse tan fresco como una margarita? La vida no es justa.
Alguien golpea la puerta.
—Ese sería la buena doctora —masculla Pedro, obviamente aún molesto por mi ironía. Se mueve de la mesa.
¿No podemos tener una mañana tranquila y normal?
Suspiro pesadamente, dejando la mitad de mi desayuno y parándome para recibir a la Doctora Depo-Provera.
Wowwwwwww, qué intensos estos caps Carme!!!!!!! Cada día más linda.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! como siempre!
ResponderEliminarwow buenísimos!!!
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