lunes, 5 de enero de 2015
CAPITULO 6
El Heathman está en el centro de Portland. Terminaron el impresionante edificio de piedra marrón justo a tiempo para el crack de finales de los años veinte. José, Travis y yo vamos en mi Escarabajo, y Lourdes en su CLK, porque en mi coche no cabemos todos. Travis es amigo y ayudante de José, y ha venido a echarle una mano con la iluminación.
Lourdes ha conseguido que nos dejen utilizar una habitación del Heathman a cambio de mencionar el hotel en el artículo.
Cuando explica en la recepción que hemos venido a fotografiar al empresario Pedro Alfonso, nos suben de inmediato a una suite. Pero a una normal, porque al parecer el señor Alfonso está alojado en la suite más grande del edificio. Un responsable de marketing demasiado entusiasta nos muestra la suite. Es jovencísimo y por alguna razón está muy nervioso. Sospecho que la belleza de Lourdes y su aire autoritario lo desarman, porque hace con él lo que quiere.
Las habitaciones son elegantes, sobrias y con muebles de calidad.
Son las nueve. Tenemos media hora para prepararlo todo.
Lourdes va de un lado a otro.
—José, creo que lo colocaremos delante de esta pared. ¿Estás de acuerdo? —No espera a que le responda—. Travis, retira las sillas. Paula, ¿puedes pedir que nos traigan unos refrescos? Y dile a Alfonso que estamos aquí.
Sí, ama. Es tan dominanta… Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me pide.
Media hora después Pedro Alfonso entra en nuestra suite.
¡Madre mía! Lleva una camisa blanca con el cuello abierto y unos pantalones grises de franela que le caen de forma muy seductora sobre las caderas. Todavía lleva el pelo mojado. Al mirarlo se me seca la boca… Está alucinantemente bueno. Entra en la suite acompañado de un hombre de treinta y pico años, con el pelo rapado, un elegante traje negro y corbata, que se queda en silencio en una esquina.
Sus ojos castaños nos miran impasibles.
—Señorita Chaves, volvemos a vernos.
Alfonso me tiende la mano, que estrecho mientras parpadeo rápidamente. ¡Dios mío!… Está realmente… Cuando le toco la mano, siento esa agradable corriente que me recorre el cuerpo entero, me enciende y hace que me ruborice. Estoy convencida de que todo el mundo puede oír mi respiración irregular.
—Señor Alfonso, le presento a Lourdes Kavanagh —susurro señalando a Lourdes, que se acerca y lo mira directamente a los ojos.
—La tenaz señorita Kavanagh. ¿Qué tal está? —Sonríe ligeramente y parece realmente divertido —. Espero que se encuentre mejor. Paula me dijo que la semana pasada estuvo enferma.
—Estoy bien, gracias, señor Alfonso.
Le estrecha la mano con fuerza sin pestañear. Me recuerdo a mí misma que Lourdes ha ido a las mejores escuelas privadas de Washington. Su familia tiene dinero, así que ha crecido segura de sí misma y de su lugar en el mundo. No se anda con tonterías. A mí me impresiona.
—Gracias por haber encontrado un momento para la sesión —le dice con una sonrisa educada y profesional.
—Es un placer —le contesta Alfonso lanzándome una mirada.
Vuelvo a ruborizarme. Maldita sea.
—Este es José Rodríguez, nuestro fotógrafo —le digo.
Y sonrío a José, que me devuelve una sonrisa cariñosa y luego mira a Alfonso con frialdad.
—Señor Alfonso —lo saluda con un movimiento de cabeza.
—Señor Rodríguez.
La expresión de Alfonso también cambia mientras observa a José.
—¿Dónde quiere que me coloque? —le pregunta Alfonso en tono ligeramente amenazador.
Pero Lourdes no está dispuesta a dejar que José lleve la voz cantante.
—Señor Alfonso, ¿puede sentarse aquí, por favor? Tenga cuidado con los cables. Y luego haremos también unas cuantas de pie.
Le indica una silla colocada contra una pared.
Travis enciende las luces, que por un momento ciegan a Alfonso, y susurra una disculpa. Luego él y yo nos quedamos atrás y observamos a José mientras toma las fotografías. Hace varias con la cámara en la mano, pidiéndole a Alfonso que se gire a un lado, al otro, que mueva un brazo y que vuelva a bajarlo. Luego coloca la cámara en el trípode y sigue haciendo fotos de Alfonso sentado, posando pacientemente y con naturalidad, durante unos veinte minutos. Mi deseo se ha hecho realidad: admiro a Alfonso desde una distancia no tan larga. En dos ocasiones nuestros ojos se encuentran y tengo que apartar la mirada de la suya, tan inextricable.
—Ya tenemos bastantes sentado —interrumpe Lourdes—. ¿Puede ponerse de pie, señor Alfonso?
Se levanta y Travis corre a retirar la silla. El obturador de la Nikon de José empieza a chasquear de nuevo.
—Creo que ya tenemos suficientes —anuncia José cinco minutos después.
—Muy bien —dice Lourdes—. Gracias de nuevo, señor Alfonso.
Le estrecha la mano, y también José.
—Me encantará leer su artículo, señorita Kavanagh —murmura Alfonso, y se vuelve hacia mí, que estoy junto a la puerta—. ¿Viene conmigo, señorita Chaves? —me pregunta.
—Claro —le contesto totalmente desconcertada.
Miro nerviosa a Lourdes, que se encoge de hombros. Veo que José, que está detrás de ella, pone mala cara.
—Que tengan un buen día —dice Alfonso abriendo la puerta y apartándose a un lado para que yo salga primero.
Pero… ¿De qué va todo esto? ¿Qué quiere? Me detengo en el pasillo y me muevo nerviosa mientras Alfonso sale de la habitación seguido por el tipo rapado y trajeado.
—Enseguida le aviso, Taylor —murmura al rapado.
Taylor se aleja por el pasillo y Alfonso dirige su ardiente mirada gris hacia mí. Mierda… ¿He hecho algo mal?
—Me preguntaba si le apetecería tomar un café conmigo.
El corazón se me sube de golpe a la boca. ¿Una cita?
Pedro Alfonso está pidiéndome una cita.
Está preguntándote si quieres un café. Quizá piensa que todavía no te has despertado, me suelta mi subconsciente en tono burlón. Carraspeo e intento controlar los nervios.
—Tengo que llevar a todos a casa —murmuro en tono de disculpa retorciendo las manos y los dedos.
—¡Taylor! —grita.
Pego un bote. Taylor, que se había quedado esperando al fondo del pasillo, se vuelve y regresa con nosotros.
—¿Van a la universidad? —me pregunta Alfonso en voz baja.
Asiento, porque estoy demasiado aturdida para contestar.
—Taylor puede llevarlos. Es mi chófer. Tenemos un 4 x 4 grande, así que puede llevar también el equipo.
—¿Señor Alfonso? —pregunta Taylor cuando llega hasta nosotros con rostro inexpresivo.
—¿Puede llevar a su casa al fotógrafo, su ayudante y la señorita Kavanagh, por favor?
—Por supuesto, señor —le contesta Taylor.
—Arreglado. ¿Puede ahora venir conmigo a tomar un café?
Alfonso sonríe dándolo por hecho.
Frunzo el ceño.
—Verá… señor Alfonso… esto… la verdad… Mire, no es necesario que Taylor los lleve. —Lanzo una rápida mirada a Taylor, que sigue estoicamente impasivo—. Puedo intercambiar el coche con Lourdes, si me espera un momento.
Alfonso me dedica una sonrisa de oreja a oreja deslumbrante y natural. Madre mía… Abre la puerta de la suite y la sostiene para que pase. Entro deprisa y encuentro a Lourdes en plena discusión con José.
—Paula, creo que no hay duda de que le gustas —me dice sin el menor preámbulo.
José me mira ceñudo.
—Pero no me fío de él —añade Lourdes.
Levanto la mano con la esperanza de que se calle, y milagrosamente lo hace.
—Lourdes, ¿puedes llevarte a Wanda y dejarme tu coche?
—¿Por qué?
—Pedro Alfonso me ha pedido que vaya a tomar un café con él.
Se queda boquiabierta, sin saber qué decir. Disfruto del momento. Me coge del brazo y me arrastra hasta el dormitorio, al fondo de la sala de estar de la suite.
—Paula, es un tipo raro —me advierte—. Es muy guapo, de acuerdo, pero creo que es peligroso.Especialmente para alguien como tú.
—¿Qué quieres decir con eso de alguien como yo? —le pregunto ofendida.
—Una inocente como tú, Paula. Ya sabes lo que quiero decir —me contesta un poco enfadada.
Me ruborizo.
—Lourdes, solo es un café. Empiezo los exámenes esta semana y tengo que estudiar, así que no me alargaré mucho.
Arruga los labios, como si estuviera considerando mi petición. Al final se saca las llaves del bolsillo y me las da. Le doy las mías.
—Nos vemos luego. No tardes, o pediré que vayan a rescatarte.
—Gracias.
La abrazo.
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Ayyyyy, cómo me encanta la relación que tienen Pau y Lourdes.
ResponderEliminarbuenísimo,seguí subiendo!!!
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