lunes, 19 de enero de 2015

CAPITULO 52



De nuevo en el coche, mientras volvemos a Savannah por la interestatal 95, me suena la alarma del móvil. Ah, sí, la píldora.


—¿Qué es eso? —pregunta Pedro, curioso, mirándome.


Hurgo en el bolso en busca de la cajita.


—Una alarma para tomarme la píldora —murmuro mientras se me encienden las mejillas.


Esboza una sonrisa.


—Bien hecho. Odio los condones.


Me ruborizo un poco más. Suena tan condescendiente como siempre.


—Me ha gustado que me presentaras a Mark como tu novia —digo.


—¿No es eso lo que eres? —dice arqueando una ceja.


—¿Lo soy? Pensé que tú querías una sumisa.


—Quería,Paula, y quiero. Pero ya te lo he dicho: yo también quiero más.


Madre mía. Empieza a ceder; me invade la esperanza y me deja sin aliento.


—Me alegra mucho que quieras más —susurro.


—Nos proponemos complacer, señorita Chaves.


Sonríe satisfecho mientras nos detenemos en un International House of Pancakes.


—Un IHOP.


Le devuelvo la sonrisa. No me lo puedo creer. ¿Quién iba a decirlo? Pedro Alfonso en un IHOP.


Son las ocho y media, pero el restaurante está tranquilo. Huele a fritanga dulce y a desinfectante.


Uf, no es un aroma tentador. Pedro me lleva hasta un cubículo.


—Jamás te habría imaginado en un sitio como este —le digo mientras nos sentamos.


—Mi padre solía traernos a uno de estos siempre que mi madre se iba a un congreso médico. Era nuestro secreto.


Me sonríe con los ojos brillantes, luego coge una carta, pasándose una mano por el cabello alborotado, y le echa un vistazo.


Ah, yo también quiero pasarle las manos por el pelo. Cojo una carta y la examino. Me doy cuenta de que estoy muerta de hambre.


—Yo ya sé lo que quiero —dice con voz grave y ronca.


Alzo la vista y me está mirando de esa forma que me contrae todos los músculos del vientre y me deja sin aliento, sus ojos oscuros y ardientes. Madre mía. Le devuelvo la mirada, con la sangre corriéndome rauda por las venas en respuesta a su llamada.


—Yo quiero lo mismo que tú —susurro.


Inspira hondo.


—¿Aquí? —me pregunta provocador arqueando una ceja, con una sonrisa perversa y la punta de la lengua asomando entre los dientes.


Madre mía… sexo en el IHOP. Su expresión cambia, se oscurece.


—No te muerdas el labio —me ordena—. Aquí, no; ahora no. —Su mirada se endurece momentáneamente y, por un instante, lo encuentro deliciosamente peligroso—. Si no puedo hacértelo aquí, no me tientes.


—Hola, soy Leandra. ¿Qué les apetece… tomar… esta mañana…? —farfulla al ver a don Guapísimo enfrente de mí.


Se pone como un tomate y, en el fondo, no me cuesta entenderla, porque a mí sigue produciéndome ese efecto. Su presencia me permite escapar brevemente de la mirada sensual de Pedro.


—¿Paula? —me pregunta, ignorándola, y dudo que nadie pudiera pronunciar mi nombre de forma más carnal que él en este momento.


Trago saliva, rezando para no ponerme del mismo color que la pobre Leandra.


—Ya te he dicho que quiero lo mismo que tú —respondo en voz baja, grave, y él me lanza una mirada voraz.


Uf, la diosa que llevo dentro se desmaya. ¿Estoy preparada para este juego?


Leandra me mira a mí, luego a él, y después a mí otra vez. 


Está casi del mismo color que su resplandeciente melena pelirroja.


—¿Quieren que les deje unos minutos más para decidir?


—No. Sabemos lo que queremos.


En el rostro de Pedro se dibuja una sexy sonrisita.


—Vamos a tomar dos tortitas normales con sirope de arce y beicon al lado, dos zumos de naranja,un café cargado con leche desnatada y té inglés, si tenéis —dice Pedro sin quitarme los ojos de encima.


—Gracias, señor. ¿Eso es todo? —susurra Leandra, mirando a todas partes menos a nosotros.


Los dos nos volvemos a mirarla y ella se pone otra vez como un tomate y sale corriendo.


—¿Sabes?, no es justo.


Miro la mesa de formica y trazo dibujitos en ella con el dedo índice, procurando sonar desenfadada.


—¿Qué es lo que no es justo?


—El modo en que desarmas a la gente. A las mujeres. A mí.


—¿Te desarmo?


Resoplo.


—Constantemente.


—No es más que el físico, Paula —dice en tono displicente.


—No, Pedro, es mucho más que eso.


Frunce el ceño.


—Tú me desarmas totalmente, señorita Chaves. Por tu inocencia. Que supera cualquier barrera.


—¿Por eso has cambiado de opinión?


—¿Cambiado de opinión?


—Sí… sobre… lo nuestro.


Se acaricia la barbilla pensativo con sus largos y hábiles dedos.


—No creo que haya cambiado de opinión en sí. Solo tenemos que redefinir nuestros parámetros, trazar de nuevo los frentes de batalla, por así decirlo. Podemos conseguir que esto funcione, estoy seguro. Yo quiero que seas mi sumisa y tenerte en mi cuarto de juegos. Y castigarte cuando incumplas las normas. Lo demás… bueno, creo que se puede discutir. Esos son mis requisitos, señorita Chaves. ¿Qué te parece?


—Entonces, ¿puedo dormir contigo? ¿En tu cama?


—¿Eso es lo que quieres?


—Sí.


—Pues acepto. Además, duermo muy bien cuando estás conmigo. No tenía ni idea.


Arruga la frente y su voz se apaga.


—Me aterraba que me dejaras si no accedía a todo —susurro.


—No me voy a ir a ninguna parte, Paula. Además… —Se interrumpe y, después de pensarlo un poco, añade—: Estamos siguiendo tu consejo, tu definición: compromiso. Lo que me dijiste por correo. Y, de momento, a mí me funciona.


—Me encanta que quieras más —murmuro tímidamente.


—Lo sé.


—¿Cómo lo sabes?


—Confía en mí. Lo sé.


Me sonríe satisfecho. Me oculta algo. ¿Qué?


En ese momento llega Leandra con el desayuno, poniendo fin a nuestra conversación. Me ruge el estómago, recordándome que estoy muerta de hambre. Pedro observa con enojosa complacencia cómo devoro el plato entero.


—¿Te puedo invitar? —le pregunto.


—Invitar ¿a qué?


—Pagarte el desayuno.


Resopla.


—Me parece que no —suelta con un bufido.


—Por favor. Quiero hacerlo.


Me mira ceñudo.


—¿Quieres castrarme del todo?


—Este es probablemente el único sitio en el que puedo permitirme pagar.


—Paula, te agradezco la intención. De verdad. Pero no.


Frunzo los labios.


—No te enfurruñes —me amenaza, con un brillo inquietante en los ojos.


Como era de esperar, no me pregunta la dirección de mi madre. Ya la sabe, como buen acosador que es. Cuando se detiene frente a la puerta de la casa, no hago ningún comentario. ¿Para qué?


—¿Quieres entrar? —le pregunto tímidamente.


—Tengo que trabajar, Paula, pero esta noche vengo. ¿A qué hora?


Hago caso omiso de la desagradable punzada de desilusión. ¿Por qué quiero pasar hasta el último segundo con este dios del sexo tan controlador? Ah, sí, porque me he enamorado de él y sabe volar.


—Gracias… por el más.


—Un placer, Paula.


Me besa e inhalo su sensual olor a Pedro.


—Te veo luego.


—Intenta impedírmelo —me susurra.


Le digo adiós con la mano mientras su coche se pierde en la luz del sol de Georgia. Llevo su sudadera y su ropa interior, y tengo mucho calor.


En la cocina, mi madre está hecha un manojo de nervios. No tiene que agasajar a un multimillonario todos los días, y está bastante estresada.


—¿Cómo estás, cariño? —pregunta, y me sonrojo, porque debe de saber lo que estuve haciendo anoche.


—Estoy bien. Pedro me ha llevado a planear esta mañana.
Confío en que ese nuevo dato la distraiga.


—¿A planear? ¿En uno de esos avioncitos sin motor?


Asiento con la cabeza.


—Uuau.


Se queda sin habla, toda una novedad en mi madre. Me mira pasmada, pero al final se recupera y retoma la línea de interrogatorio inicial.


—¿Qué tal anoche? ¿Hablasteis?


Dios… Me pongo como un tomate.


—Hablamos… anoche y hoy. La cosa va mejorando.


—Me alegro.


Devuelve su atención a los cuatro libros de cocina que tiene abiertos sobre la mesa.


—Mamá, si quieres cocino yo esta noche.


—Ay, cielo, es un detalle por tu parte, pero quiero hacerlo yo.


—Vale.


Hago una mueca, consciente de que la cocina de mi madre es un poco a lo que salga. Igual ha mejorado desde que se mudó a Savannah con Roberto. Hubo un tiempo en que no me habría atrevido a someter a nadie al suplicio de uno de sus platos, ni siquiera a… a ver, alguien a quien odie… ah,
sí, a la señora Robinson, a Eleonora. Bueno, quizá a ella sí. ¿Conoceré algún día a esa maldita mujer?


Decido enviarle un breve e-mail de agradecimiento a Pedro.







De: Paula Chaves

Fecha: 2 de junio de 2014 10:20 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Planear mejor que apalear


A veces sabes cómo hacer pasar un buen rato a una chica.
Gracias.


Paula x





De: Pedro Alfonso

Fecha: 2 de junio de 2014 10:24 EST

Para: Paula Chaves

Asunto: Planear mejor que apalear



Prefiero cualquiera de las dos cosas a tus ronquidos. Yo también lo he pasado bien.
Pero siempre lo paso bien cuando estoy contigo.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings Inc.





De: Paula Chaves

Fecha: 2 de junio de 2014 10:26 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: RONQUIDOS


YO NO RONCO. Y si lo hiciera, no es muy galante por tu parte comentarlo.
¡Qué poco caballeroso, señor Alfonso! Además, que sepas que estás en el Profundo Sur.


Paula





De: Pedro Alfonso

Fecha: 2 de junio de 2014 10:28 EST

Para: Paula Chaves

Asunto: Somniloquia


Yo nunca he dicho que fuera un caballero, Paula, y creo que te lo he demostrado en numerosas ocasiones. No me intimidan tus mayúsculas CHILLONAS. Pero reconozco que era una mentirijilla piadosa: no, no roncas, pero sí hablas dormida. Y es fascinante.


¿Qué hay de mi beso?


Pedro Alfonso


Sinvergüenza y presidente de Alfonso Enterprises Holdings Inc.


Maldita sea. Sé que hablo en sueños. Lourdes me lo ha comentado montones de veces. ¿Qué caray habré dicho? Oh, no.




De: Paula Chaves

Fecha: 2 de junio de 2014 10:32 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Desembucha


Eres un sinvergüenza y un canalla; de caballero, nada, desde luego.
A ver, ¿qué he dicho? ¡No hay besos hasta que me lo cuentes!





De: Pedro Alfonso

Fecha: 2 de junio de 2014 10:35 EST

Para: Paula Chaves

Asunto: Bella durmiente parlante


Sería una descortesía por mi parte contártelo; además, ya he recibido mi castigo.
Pero, si te portas bien, a lo mejor te lo cuento esta noche. Tengo que irme a una reunión.
Hasta luego, nena.


Pedro Alfonso

Sinvergüenza, canalla y presidente de Alfonso Enterprises Holdings Inc.


¡Genial! Voy a permanecer totalmente incomunicada hasta la noche. Estoy que echo humo.


Dios… Supongamos que he dicho en sueños que lo odio, o peor aún, que lo quiero. Uf, espero que no. No estoy preparada para decirle eso, y estoy convencida de que él no está preparado para oírlo, si es que alguna vez quiere oírlo. 


Miro ceñuda el ordenador y decido que, cocine lo que
cocine mi madre, voy a hacer pan, para descargar mi frustración amasando.


Mi madre se ha decidido por un gazpacho y bistecs a la barbacoa marinados en aceite de oliva, ajo y limón. A Pedro le gusta la carne, y es fácil de hacer. Roberto se ha ofrecido voluntario para encargarse de la barbacoa. ¿Qué tendrán los hombres con el fuego?, me pregunto mientras sigo a mi madre por el súper con el carrito de la compra.


Mientras echamos un vistazo a la sección de carnes, me suena el móvil. Rebusco en el bolso, pensando que podría ser Pedro. No reconozco el número.


—¿Diga? —respondo sin aliento.


—¿Paula Chaves?


—Sí.


—Soy Elisa Morgan, de SIP.


—Ah… hola.


—Llamo para ofrecerte el puesto de ayudante del señor Hernandez. Nos gustaría que empezaras el lunes.


—Uau. Eso es estupendo. ¡Gracias!


—¿Conoces las condiciones salariales?


—Sí. Sí… bueno, que acepto vuestra propuesta. Me encantaría trabajar para vosotros.


—Fabuloso. Entonces… ¿nos vemos el lunes a las ocho y media?


—Nos vemos. Adiós. Y gracias.


Sonrío feliz a mi madre.


—¿Tienes trabajo?


Asiento emocionada y ella se pone a chillar y a abrazarme en medio del súper.


—¡Enhorabuena, cariño! ¡Hay que comprar champán!


Va dando palmas y brincos por los pasillos. ¿Qué tiene, cuarenta y dos años o doce?


Miro el móvil y frunzo el ceño: hay una llamada perdida de Pedro. Él nunca me telefonea. Lo llamo enseguida.


—Paula —responde de inmediato.


—Hola —murmuro tímidamente.


—Tengo que volver a Seattle. Ha surgido algo. Voy camino de Hilton Head. Pídele disculpas a tu madre de mi parte, por favor; no puedo ir a cenar.


Parece muy agobiado.


—Nada serio, espero.


—Ha surgido un problema del que debo ocuparme. Te veo mañana. Mandaré a Taylor a recogerte al aeropuerto si no puedo ir yo.


Suena frío. Enfadado, incluso. Pero, por primera vez, no pienso automáticamente que es por mi culpa.


—Vale. Espero que puedas resolver el problema. Que tengas un buen vuelo.


—Tú también, nena —me susurra y, con esas palabras, mi Pedro vuelve un instante.


Luego cuelga.


Oh, no. El último «problema» con el que tuvo que lidiar fue el de mi virginidad. Dios, espero que no sea nada de eso. Miro a mi madre. Su júbilo anterior se ha transformado en preocupación.


—Es Pedro. Tiene que volver a Seattle. Te pide disculpas.


—¡Vaya! Qué lástima, cariño. Podemos hacer la barbacoa de todas formas. Además, ahora tenemos algo que celebrar: ¡tu nuevo empleo! Tienes que contármelo todo al respecto.




3 comentarios:

  1. Aiii noo q le habra pasado. Pedro??!!, siempre me qdo cn ganas d más cn está nove, d verdad voy a llorar!! Jajaja espero muuy ansiosa el prox cap, bsoo @GraciasxTodoPYP

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  2. Qué geniales los 3 caps Carme!!! Cada día me gusta más esta adaptación jaja. Gracias x complacernos nena.

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