sábado, 28 de febrero de 2015
CAPITULO 183
Cuando me despierto, Pedro no está por ningún lado. El sol se está entrando a través de las ventanas, y ahora puedo apreciar realmente la habitación. ¡Tengo flores! No las note la noche anterior. Varios ramos de flores. Me pregunto quien los envió.
Un suave golpe me distrae, y se asoma Manuel por de la puerta. Él resplandece cuando ve que estoy despierta.
—¿Puedo entrar? —pregunta.
—Por supuesto.
Camina dentro de la habitación y hacia mí, sus dulces ojos azules suaves me evalúan con astucia. Lleva un traje oscuro, debe de estar trabajando.
Él me sorprende inclinándose y besando la frente.
—¿Puedo sentarme?
Asiento con la cabeza, y se posa sobre el borde de la cama, tomándome la mano.
—No sé cómo darte las gracias por lo de mi hija, loca, valiente y querida chica. Probablemente le has salvado su vida. Siempre estaré en deuda contigo. —Su voz vacila, llena de gratitud y compasión.
Oh… No sé qué decir. Le aprieto la mano, pero permanezco en silencio.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor. Dolorida. —Agrego, para ser honesta.
—¿Te han dado medicamentos para el dolor?
—Lor… algo.
—Bueno. ¿Dónde está Pedro?
—No lo sé. Cuando me desperté, él se había ido.
—No debe estar muy lejos, estoy seguro. No te dejó mientras estabas inconsciente.
—Lo sé.
—Está un poco enfadado contigo, como debe ser. —Manuel sonríe. ¡Ah! De ahí es de donde viene la sonrisa de Pedro.
—Pedro siempre está enfadado conmigo.
—¿Lo está? —Manuel sonríe, complacido, como si eso fuera una buena cosa. Su sonrisa es contagiosa.
—¿Cómo está Malena?
Sus ojos se nublan y su sonrisa se desvanece. —Ella está mejor. Loca como el infierno. Creo que la ira es una reacción saludable a lo que le pasó.
—¿Está aquí?
—No, está de vuelta en casa. No creo que Gabriela se la deje salir de su vista.
—Sé cómo se siente.
—Necesitas vigilancia, también —advierte—. No quiero que tomes más riesgos tontos con tu vida o con la de mi nieto.
Me ruborizo. ¡Él lo sabe!
—Gabriela leyó tu carta. Ella me lo dijo. Felicidades.
—Um… gracias.
Me mira, y suavizar sus ojos, a pesar de que frunce el ceño al ver mi expresión.
—Pedro volverá —dice suavemente—. Esto es lo mejor para él. Sólo… darle un poco de tiempo.
Asiento con la cabeza. Oh… Han hablado.
—Mejor me voy. Estoy con el tribunal. —Él sonríe y se levanta—. Vendré a verte más tarde. Gabriela habla muy bien del Dr. Singh y la Dra. Bartley. Saben lo que están haciendo. —Él se inclina y me besa una vez más—. Lo digo en serio, Paula. Nunca podré pagarte lo que has hecho por nosotros. Gracias.
Levanto la vista hacia él, parpadeando mis lágrimas, de repente abrumada, y él me acaricia la mejilla con cariño. Después se vuelve sobre sus talones y se va.
Oh. Estoy recuperado su gratitud. Quizás ahora debacle hacer mi acuerdo prenupcial. Mi subconsciente asiente con la cabeza sabiamente, de acuerdo conmigo de nuevo.
Sacudo la cabeza y con cautela me levanto de la cama. Me siento aliviada al ver que soy mucho más estable sobre mis
pies que ayer. A pesar de compartir la cama con Pedro, he dormido bien y me siento renovada. La cabeza me duele todavía, pero es un dolor sordo persistente, nada como los golpes de ayer. Estoy rígida y dolorida pero sólo necesito un baño. Me siento sucia. Me dirijo al baño.
—¡Paula! —grita Pedro.
—Estoy en el baño —Llamo cuando termino de lavarme los dientes. Eso se siente mejor. No hago caso de mi reflejo en el espejo. Vaya, soy un completo lío. Cuando abro la puerta, Pedro está junto a la cama, sosteniendo una bandeja de comida. Se ha transformado. Vestido totalmente de negro, está afeitado, duchado, y se ve bien descansado.
—Buenos días, Sra. Alfonso —dice alegremente—. Tengo el desayuno. —Se ve tan juvenil y mucho más feliz.
Wow. Yo le sonrío ampliamente mientras vuelvo a la cama.
Él lo coloca encima la bandeja con ruedas y levanta la tapa para revelar mi desayuno: harina de avena con frutos secos, tortitas con bacon y sirope de arce, zumo de naranja y té Twinings. Mi boca se hace agua, estoy tan hambrienta. Termino el zumo de naranja en unos tragos y cavo en la harina de avena. Pedro se sienta en el borde de la cama mirándome. Él sonríe.
—¿Qué? —pido con la boca llena.
—Me gusta verte comer —dice. Pero no creo que sea eso por lo que está sonriendo—. ¿Cómo te sientes?
—Mejor —murmuro entre bocado y bocado.
—Nunca te he visto comer de esta manera. —Miro hacia él, y se me cae el corazón. Tenemos que abordar un pequeño gran elefante. —Eso es porque estoy embarazada, Pedro.
Él resopla, y su boca se tuerce en una sonrisa irónica. —Si hubiera sabido que dejándote embarazada iba a conseguir hacerte comer así, podría haberlo hecho antes.
—¡Pedro Alfonso! —grito y dejo la harina de avena.
—No dejes de comer —advierte.
—Pedro, tenemos que hablar de esto.
Él sigue sin entender. —¿Qué hay que decir? Vamos a ser padres. —Se encoge de hombros, tratando desesperadamente de aparentar indiferencia, pero todo lo que puedo ver es su miedo. Empujo la bandeja a un lado, me arrastro por la cama hasta él y pongo sus manos en las mías.
—Tienes miedo —le susurro—. Lo entiendo.
Él me mira, impasible, sus ojos y todo su infantilismo anterior han desaparecido.
—Yo, también. Es normal —le susurro.
—¿Qué clase de padre podría ser? —Su voz es ronca, apenas audible.
—Oh, Pedro. —Reprimo un sollozo—. Uno que lo hace lo mejor posible.Eso es todo lo que cualquiera de nosotros puede hacer.
—Paula… No sé si puedo…
—Por supuesto que sí. Eres cariñoso, eres divertido, eres fuerte, estableces límites. A nuestro hijo no le faltará de nada.
Está —Sí, hubiera sido ideal haber esperado. Tener más tiempo, solo nosotros.
Pero vamos a ser nosotros tres, y todos vamos a crecer juntos. Vamos a ser una familia. Nuestra propia familia. Y tu hijo te amará incondicionalmente, como lo hago yo. —Lágrimas vienen a mis ojos.
—Oh, Paula —susurra Pedro, con la voz angustiada y dolida—. Pensé que te había perdido. Entonces pensé que te había perdido de nuevo. Ver que yacías en el suelo, pálida, fría e inconsciente… eran todos mis peores temores hechos realidad. Y ahora estás aquí, valiente y fuerte… me das esperanza. Amándome después de todo lo que he hecho.
—Sí, yo te amo, Pedro, desesperadamente. Siempre lo haré.
Gentilmente tomar mi cabeza entre sus manos, limpia mis lágrimas con sus pulgares. Me mira a los ojos, gris con azul, y todo lo que veo es miedo, asombro y amor.
—Te quiero, también —respira. Se inclina y me besa con dulzura, con ternura, como un hombre que adora a su esposa—. Voy a intentar ser un buen padre —susurra contra mis labios.
—Vas a intentarlo, y vas conseguirlo. Y seamos sinceros, no tienes mucho donde elegir, porque Blip y yo no vamos a ninguna parte.
—¿Blip?
—Blip —Levanta las cejas.
—Tuve el nombre Junior en mi cabeza.
—Junior será, entonces.
—Pero me gusta Blip.
Él sonríe a su sonrisa tímida y me besa una vez más.congelado, mirándome fijamente, con la duda en su hermoso rostro.
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