Sólo hay dolor. Mi cabeza, mi pecho... dolor abrasador. Mi costado, mi brazo. Dolor. Dolor y palabras en voz baja en la oscuridad.
¿Dónde estoy? Aunque lo intento, no puedo abrir mis ojos.
Las palabras susurradas se convierten en más claras... una luz en la oscuridad.
—Sus costillas están magulladas, Sr. Alfonso, y tiene una fractura en el cráneo, pero sus signos vitales están estables y fuertes.
—¿Por qué todavía está inconsciente?
—La Sra. Alfonso ha tenido una grave contusión en la cabeza. Pero su actividad cerebral es normal y no tiene hinchazón. Se despertará cuando esté lista. Sólo déle un poco de tiempo.
—¿Y el bebé? —Las palabras son angustiadas, sin aliento.
—El bebé está bien, Sr.Alfonso.
—Oh, gracias a Dios. —Las palabras son una letanía... un rezo—. Oh,gracias a Dios.
Oh, Dios. Estaba preocupado por el bebé... ¿el bebé?...
Pequeño Blip. Por supuesto. Mi Pequeño Blip. Trato en vano de mover mi mano hacia mi vientre. Nada se mueve, nada responde.
—¿Y el bebé?... Oh, gracias a Dios.
Pequeño Blip está a salvo.
—¿Y el bebé?... Oh, gracias a Dios.
Se preocupa por el bebé.
—¿Y el bebé?... Oh, gracias a Dios.
Quiere al bebé. Oh, gracias a Dios. Me relajo y la inconsciencia clama una vez más por mi, alejándome del dolor.
*****
Todo es pesado y doloroso: mis miembros, cabeza, párpados... nada se mueve. Mis ojos y mi boca están cerrados con resolución, indispuestos a abrirse, dejándome ciega, muda y dolorida. Cuando emerjo de la niebla, mi conciencia es inestable, una sirena seductora lejana. Los sonidos se convierten en voces.
—No voy a dejarla.
¡Pedro! Está aquí... Quiero despertarme... su voz es un susurro tenso y atormentado.
—Pedro, deberías dormir.
—No, papá. Quiero estar aquí cuando despierte.
—Me sentaré con ella. Es lo menos que puedo hacer después de que salvara a mi hija.
¡Malena!
—¿Cómo está Malena?
—Está aturdida... asustada y enfadada. Pasarán unas horas antes de que el Rohypnol esté completamente fuera de su sistema.
—Cristo.
—Lo sé. Me estoy sintiendo siete clases de idiota diferente por amainar su seguridad. Me lo advertiste, pero Malena es tan obstinada. Si Paula no hubiera estado allí...
—Todos pensamos que Hernandez estaba fuera de cuadro. Y mi loca y estúpida esposa... ¿Por qué no me lo dijo? —La voz de Pedro está llena de angustia.
—Pedro, cálmate. Paula es una joven excepcional. Fue increíblemente valiente.
—Valiente, testaruda, obstinada y estúpida. —Su voz se quiebra.
—¡Hey! —murmura Manuel—, no seas tan duro con ella o contigo, hijo... Mejor regreso con tu madre. Son pasadas las tres de la mañana, Pedro.De verdad deberías tratar de dormir.
La niebla se acerca.
******
La niebla se va pero no tengo sentido del tiempo.
—Si no la pones sobre tus rodillas, te aseguro como el diablo que yo lo haré. ¿En que demonios estaba pensando?
—Creeme, Reinaldo, podría hacer eso.
¡Papá! ¡Él está aquí! Lucho contra la niebla... lucho... Pero soy llevada hacia abajo por la espiral una vez más al olvido. No...
******
—Es una joven testaruda, Sr. Alfonso.
—Ojala hubiera matado a ese carbón.
—Eso habría significado más papeles para mi, Sr. Alfonso... La Sta. Morgan está cantando como un canario consabido. Hernandez es un verdadero hijo de puta. Tiene un serio rencor contra su padre y su...
La niebla me rodea una vez más y soy arrastrada... hacia abajo. ¡No!
*****
—Mamá...
—¡Pedro! ¿Qué hiciste?
—Estaba muy enfadado. —Es casi un sollozo... No.
—Hey...
El mundo desciende, se hace borroso y yo me voy.
******
Escucho suaves voces confusas.
—Me dijiste que habías cortado todos los lazos —está hablando Gabriela. Su voz es tranquila, una reprimenda.—Lo sé —Pedro suena resignado—, pero verla finalmente puso todo en perspectiva para mí. Tú sabes... con la niñez. Por primera vez sentí... Lo que hicimos... estuvo mal.
—Lo que ella hizo cariño. Los niños te harán eso. Mirar el mundo con una luz diferente.
—Ella finalmente entendió el mensaje... y entonces yo... lastimé a Paula — susurra.
—Siempre lastimamos a los que amamos, querido. Tendrás que decirle a ella que lo sientes. Querer decirlo y darle tiempo.
—Dijo que me dejaba.
No. No. ¡No!
—¿La creíste?
—Al principio, sí.
—Querido, siempre piensas lo peor de todos, incluyéndote. Siempre lo hiciste. Paula te ama mucho y es obvio que tú la amas a ella.
—Ella estaba enfadada conmigo.
—Estoy segura de que lo estaba. Yo estoy bastante enfadada contigo ahora mismo. Creo que sólo nos podemos enfadar verdaderamente con aquellos a los que amamos de verdad.
—Pensé en ello, y ella me mostró una y otra vez cuánto me ama... hasta el punto de poner su propia vida en peligro.
—Sí, lo hace, querido.
—Oh, mamá ¿por qué no se despierta? —Su voz se quiebra—. La estoy perdiendo.
¡Pedro! Hay sollozos amortiguados.
Oh... la oscuridad se acerca. No...
******
—Lo sé, mamá... Me alegro de que hayamos hablado.
—Yo también, querido. Siempre estoy aquí. No puedo creer que vaya a ser abuela.
¡Abuela!
¡El dulce olvido me llama!
******
—Oh, nena, por favor, regresa a mí. Lo siento. Lamento todo. Sólo despierta. Te extraño. Te amo...
Lo intento. Lo intento. Quiero verlo. Pero mi cuerpo me desobedece y me duermo una vez más.
******
Estoy en el ambiente estéril y limpio de una habitación de hospital. Está oscuro excepto por una luz lateral, y todo está en silencio. Mi pecho y cabeza duelen, pero más que eso, mi vejiga está repleta. Necesito orinar. Pruebo mis miembros.
Mis brazo derecho aulló de dolor, y noto la intravenosa
pegada al interior de mi codo. Cierro mis ojos rápidamente. Volteando mi cabeza, estoy agradecida de que obedezca mi voluntad, abro los ojos de nuevo.
Pedro está dormido, sentado junto a mí e inclinándose hacia mi cama en sus brazos doblados. Me estiro, agradecida una vez más porque mi cuerpo responda, y paso mis dedos por su cabello suave. Se despierta con un salto, alzando su cabeza tan de repente que mi mano cae débilmente en la cama de nuevo.
—Hola —hablo con voz ronca.
—Oh, Paula. —Su voz es ahogada y de alivio. Agarra mi mano, apretándola fuertemente y sosteniéndola contra su mejilla áspera y con barba.
—Necesito usar el baño —susurro.
Me mira boquiabierto y luego me frunce el ceño por un momento. —Está bien.
Lucho para sentarme.
—Paula, quédate quieta. Llamaré una enferma. —Rápidamente se pone de pie, alarmado, y se inclina por el timbre en la cabecera.
—Por favor —susurro. ¿Por qué me duele en todas partes?—. Necesito levantarme.
Caray, me siento tan débil.
—¿Por una vez harías lo que te dicen? —espeta, exasperado.
—En verdad necesito orinar —dijo con una voz áspera.
Mi garganta y boca están tan secas. Una enferma entra en la habitación.
Debe estar en sus cincuentas, aunque su cabello es negro azabache. Usa unos pendientes de perlas extralargos.
—Sra. Alfonso, bienvenida de nuevo. Le haré saber a la Dra. Bartley que está despierta. —Camina hacia mi cabecera—. Mi nombre es Dora. ¿Sabe dónde está?
—Sí. Hospital. Necesito orinar.
—Tiene un cateter.
¿Qué? Oh esto es asqueroso. Miro ansiosamente hacia Pedro y de nuevo a la enfermera.
—Por favor. Quiero levantarme.
—Sra. Alfonso.
—Por favor.
—Paula —advierte Pedro. Lucho para sentarme una vez más.
—Déjeme quitarle el catéter. Sr. Alfonso estoy segura que a la Sra. Alfonso le gustaría un poco de privacidad. —Mira deliberadamente hacia Pedro, echándolo.
—No me voy a ir a ninguna parte. —La mirada de vuelta
—Pedro, por favor —susurro, estirándome y agarrando su mano.
Brevemente él la aprieta y luego me da una mirada exasperada—. Por favor —ruego.
—¡Está bien! —espeta y pasa su mano por su cabello—. Tiene dos minutos —le dice entre dientes a la enfermera, y se inclina para Besar mi frente antes de darse la vuelta y dejar la habitación.
Pedro entra en la habitación dos minutos después mientras la Enfermera Nora me ayuda a salir de la cama.
Estoy vestida en una delgada bata de hospital. No recuerdo ser desnudada.
—Déjeme llevarla —dice él y da zancadas hacia nosotras.
—Sr. Alfonso, puedo hacerlo —la Enfermera Nora lo reprende.
Él le dirige una mirada hostil. —Demonios, ella es mi esposa. Yo la llevaré. —Lo dice entre dientes apretados mientras mueve el poste de intravenosa de su camino.
—¡Sr. Alfonso! —protesta ella.
Él la ignora, se inclina y gentilmente me levanta de la cama.
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, mi cuerpo quejándose. Dios, me duele todo.
Me lleva al baño de la suite mientras la Enfermera Nora nos sigue, empujando el poste de intravenosa.
—Sra. Alfonso, estás demasiado delgada —murmura de manera desaprobatoria mientras gentilmente me pone de pie.
Me balanceo. Mis piernas se sienten como gelatina.
Pedro mueve el interruptor, y estoy momentareamente cegada por la lámpara fluorescente que suena y titila para encenderse.
—Siéntate antes de que te caigas —espeta, todavía sosteniéndome.
Con indecisión, me siento en el retrete.
—Vete. —Trato de que se vaya.
—No. Sólo haz pis, Paula.
¿Esto podría ser más vergonzoso? —No puedo, no contigo aquí.
—Podrías caerte.
—¡Sr. Alfonso!
Ambos ignoramos a la enfermera.
—Por favor —ruego.
Él alza sus manos en derrota. —Me quedaré afuera con la puerta abierta. —Da unos cuantos pasos hacia atrás hasta que está justo afuera de la puerta con la enfermera enfadada.
—Date la vuelta, por favor —pido. ¿Por qué me siento tan ridículamente tímida con este hombre? Pone sus ojos en blanco pero lo cumple. Y cuando su espalda está volteada… me dejo llevar, y saboreo el alivio.
Hago recuento de mis heridas. Mi cabeza duele, mi pecho duele donde Jeronimo me golpeó, y mi costado tiene un dolor pulsante donde él me empujó al suelo. Además, estoy sedienta y tengo hambre. Dios, realmente hambrienta.
Termino, agradecida al no tener que levantarme para lavarme mis manos, ya que el lavabo está tan cerca.
Simplemente no tengo la fuerza para levantarme.
—Terminé —gritó, secando mis manos en la toalla.
Pedro se da la vuelta y entra y antes de que lo sepa, estoy en sus brazos de nuevo. He extrañado estos brazos. Hace una pausa y entierra su nariz en mi cabello.
—Oh, te he extrañado, Sra. Alfonso —susurra, y con la Enfermera Nora enfadada detrás de él, me tiene de nueva en la cama y me suelta, reacio,creo.
—Si ya ha terminado, Sr. Alfonso. Me gustaría revisar a la Sra. Alfonso ahora. —La Enfermera Nora está enfadada.
Se mueve hacia atrás. —Es toda suya —dice en un tono más medido.
Ella jadea y regresa su atención a mí. ¿Exasperante, verdad?
—¿Cómo se siente? —me pregunta, su voz enlazada con simpatía y un rastro de irritación, lo cual sospecho que es a beneficio de Pedro.
—Dolorida, y sedienta. Muy sedienta —susurro.
—Le traeré un poco de agua una vez que haya revisado sus signos vitales y la Dra. Bartley la haya revisado.
Toma un tensiómetro y lo envuelve en mi antebrazo. Miro ansiosamente a Pedro. Él parece terrible, angustiado incluso, como si no hubiera dormido por días. Su cabello es un desastre, no se ha afeitado en largo tiempo, y su camisa está muy arrugada. Frunzo el ceño.
—¿Cómo te sientes? —ignorando a la enfermera, él se sienta en la cama lejos del alcance.
—Confundidad. Dolorida. Hambrienta.
—¿Hambrienta? —Pestañea con sorpresa.
Asiento.
—¿Qué quieres comer?
—Cualquier cosa. Sopa.
—Sr. Alfonso, necesitará el permiso de la doctora antes de que la Sra. Alfonso pueda comer.
La mira de manera impasible por un momento y luego saca su Blackberry del bolsillo de sus pantalones y presiona un número.
—Paula quiere sopa de pollo… bien… Gracias. —Cuelga. Miro a Nora quien estrecha sus ojos hacia Pedro.
—¿Taylor? —pregunto rápidamente.
Pedro asiente.
—Su presión sanguínea está normal, Sra. Alfonso. Llamaré a la doctora. — Remueve el tensiómetro y, sin otra palabra, sale de la habitación, irradiando desaprobación.
—Creo que hiciste enojar a la Enfemera Nora.
—Tengo ese efecto en las mujeres. —Sonríe.
Me río, luego me detengo mientras dolor irradia en mi pecho.
—Sí, lo causas.
—Oh, Paula. Amo oírte reír.
Nora regresa con una jarra de agua. Ambos nos callamos, mirándonos mientras sirve un vaso y me lo entrega.
—Sorbos pequeños ahora —advierte.
—Sí, mamá —murmuro y le doy la bienvenida a un sorbo de agua fría. Oh mi. Sabe perfecto. Tomo otro y Pedro me observa intesamente.
—¿Malena? —pregunto.
—Está a salvo. Gracias a ti.
—¿La tenían ellos?
—Sí.
Toda la locura por una razón. El alivio se mueve por mi cuerpo. Gracias a Dios, gracias a Dios, Gracias a Dios, está bien. Frunzo el ceño.
—¿Cómo la atraparon?
—Elisa Morgan —dice simplemente.
—¡No!
Él asiente. —La capturó en el gimnasio de Malena.
Frunzo el ceño, todavía sin entender.
—Paula, te daré los detalles después. Malena está a salvo, todos los asuntos considerados. Fue drogada. Está aturdida y conmocionada en este momento, pero por algún milagro no fue herida. —La mandíbula de Pedro se tensa—. Lo que hiciste… —Pasa una mano por su cabello—, fue increíblemente valiente e increíblemente estúpido. Te podían haber asesinado. —Sus ojos resplandecen con un gris deprimente y escalofriante, y sé que está reprimiendo su enojo.
—No sabía qué más hacer —susurro.
—¡Podrías habérmelo dicho! —dice vehemente, cerrando sus manos en puño en su regazo.
—Él dijo que la mataría si se lo decía a alguien. No podía tomar ese riesgo.
Pedro cierra sus ojos, terror grabado en su rostro.
—He muerto cien veces desde el jueves.
¿Jueves?
—¿Qué día es?
—Casi sábado —dice, revisando su reloj—. Has estado inconsciente por casi veinticuatro horas.
Oh.
—¿Y Jeronimo y Elisa?
—En custodia policial. Aunque Hernandez está aquí bajo vigilancia. Tuvieron que removerle la bala que le dejaste —dice agriamente—. No sé en dónde está en el hospital, afortunadamente, o probablemente lo mataría yo mimo. —Su rostro se oscurece.
Oh mierda. ¿Jeronimo está aquí?
—¡Eso es por SIP tú puta perra!
Palidezco. Mi estómago vacío convulsiona, lágrimas manchan mis ojos, y un profundo estremecimiento me recorre.
—Hey. —Pedro se mueve a toda prisa hacia adelante, su voz llena de preocupación. Tomando el vaso de mi mano, cuidadosamente me envuelve en sus brazos.
—Ahora estás a salvo —murmura contra mi cabello, su voz ronca.
—Pedro, lo siento tanto. —Mis lágrimas comienzan a caer.
—Tranquila. —Él acaricia mi cabello, y yo gimoteo en su cuello.
—Lo que dije. Nunca iba a dejarte.
—Tranquila, nena, lo sé.
—¿Lo sabes? —Su admisión le pone fin a mis lágrimas.
—Lo averigüé. Eventualmente. Honestamente, Paula, ¿en qué estabas pensando? —Su tono es tenso.
—Me tomaste por sorpresa —murmuro en el cuello de su camisa—. Cuando hablamos en el banco, creíste que iba a dejarte. Pensé que me conocías mejor. Te he dicho una y otra vez que nunca me iría.
—Pero después de la forma atroz en la que me había comportado… —Su voz apenas se escucha, sus brazos se tensan a mí alrededor—. Pensé por un corto tiempo que te había perdido.
—No, Pedro. Nunca. No quería que interfirieras, y pusieras la vida de Malena en peligro.
Él suspira, no sé si es de rabia, exasperación o dolor.
—¿Cómo lo descifraste? —pregunto rápidamente para distraerlo de sunlínea de pensamiento.
—Acababa de aterrizar en Seattle cuando el banco llamó. Lo último que escuché es que estabas enferma e ibas a casa.
—¿Así que estabas en Portland cuando Salazar te llamó en el coche?
—Estabamos a punto de despegar. Estaba preocupado por ti —dice suavemente.
—¿Lo estabas?
Frunce el ceño. —Por supuesto que lo estaba. —Pasa su pulgar por mi labio inferior—. Paso mi vida preocupándome por ti. Tú sabes eso.
¡Oh, Pedro!
—Jeronimo me llamó a la oficina —murmuro—. Me dio dos horas para conseguir el dinero. —Me encojo de hombros—. Tenía que irme, y esa pareció la mejor excusa.
La boca de Pedro se presiona en una fuerte línea. —Y Salazar te dio la salida. Está enfadado contigo. También.
—¿También?
—También como yo.
Me estiro y tentativamente toco su rostro, pasando mis dedos por su barba. Él cierra sus ojos, inclinándose en mis dedos.
—No estés enfadado conmigo. Por favor —susurro.
—Estoy tan enfadado contigo. Lo que hiciste fue monumentalmente estúpido. Bordeando lo insano.
—Te lo dije, no sabía qué más hacer.
—No pareces tener en cuenta tu seguridad personal. Y ya no eres sólo tú ahora —añade de manera molesta.
La puerta se abre, sorprendiendo a los dos, y una mujer joven afroamericana con una capa blanca sobre unos pantalones grises entra.
—Buenas noches, Sra. Alfonso. Soy la Dra. Bartley. —Ella me empieza a examinarme a fondo, poniendo una luz ante mis ojos, haciéndome tocarla con mis dedos, luego tocando mi nariz mientras cierro primero un ojo y luego el otro, comprobando todos mis reflejos. Pero su voz es suave y su tacto delicado, tiene un trato cariñoso con los pacientes. La enfermera Nora se une a ella, y Pedro camina hacia la esquina de la habitación y hace algunas llamadas, mientras ellas dos me atienden. ¡Es difícil concentrarse en la Dra. Bartley, la enfermera Nora y Pedro, al mismo tiempo! pero oigo como llama a su padre, a mi madre, a Lourdes y les dice que estoy despierta. Por último, deja un mensaje para Reinaldo.
Reinaldo. Oh, mierda… Un vago recuerdo de su voz vuelve a mí.
Él estaba aquí, sí, cuando yo todavía estaba inconsciente.
La Dra. Bartley comprueba mis costillas, sondeando con sus dedos suavemente pero con firmeza. Me estremezco.
—Estos están magulladas, no fracturadas o rotas. Tuvo suerte, la Sra. Alfonso. —Quiero fruncir el ceño. ¿Suerte? Esa no es la palabra que yo hubiera elegido. Pedro la contempla hoscamente, también. Él vocaliza algo hacia mi. Creo que es temeraria, pero no estoy segura.
—Voy a recetarle unos calmantes. Los necesitará para esto y para el dolor de cabeza que debe tener. Pero todo está evolucionando como debe ser, Sra. Alfonso. Le sugiero dormir un poco. Dependiendo de cómo se sienta por la mañana, podemos dejar que se vaya a casa. Mi colega, el Dr. Singh la atenderá a continuación.
—Gracias.
Hay un golpe en la puerta, y Taylor entra llevando una caja de cartón negra con un estampado en crema de Fairmont al lado de The Olympic. ¡Santo cielo!
—¿Comida? —dice la Dra. Bartley, sorprendida.
—La señora Alfonso tiene hambre —dice Pedro—. Es sopa de pollo.
La Dra. Bartley sonríe. —La sopa va a estar bien, pero sólo el caldo. Nada pesado. —Ella nos mira fijamente a ambos y sale de la habitación con la enfermera Nora. Pedro coloca la bandeja con ruedas delante de mí, y Taylor coloca la caja en ella.
—Bienvenida de nuevo, Sra. Alfonso.
—Hola, Taylor. Gracias.
—Es un placer, señora. —Creo que quiere decir más, pero se mantiene a raya.
Pedro está abriendo la caja que contiene un termo, un tazón de sopa, un plato, una servilleta de lino, cuchara sopera, una pequeña cesta con bollos de pan, un salero y pimentero de plata… The Olympic en toda regla.
—Esto es genial, Taylor. —Mi estómago ruge. Estoy famélica.
—¿Eso es todo? —pregunta.
—Sí, gracias —dice Pedro, despidiéndolo.
Taylor asiente con la cabeza.
—Taylor, muchas gracias.
—¿Algo más que pueda conseguir, Sra. Alfonso?
Echo un vistazo a Pedro —Sólo un poco de ropa limpia para Pedro.
Taylor sonríe. —Sí, señora.
Pedro mira su camisa, desconcertado.
—¿Cuánto tiempo has estado usando esa camisa? —pregunto.
—Desde el jueves por la mañana. —Él me da una sonrisa torcida.
Taylor se va.
—Taylor también está realmente enfadado contigo —añade Pedro mal humor, desenroscando la tapa del termo y vertiendo la sopa cremosa de pollo en el recipiente.
¡Taylor, también! Pero no me detengo en eso, como mi sopa de pollo distraida. Huele delicioso, y el vapor se enrosca tentadoramente en la superficie. La pruebo y es todo lo que prometía ser.
—¿Bueno? —pregunta Pedro, se sube a la cama otra vez.
Asiento con la cabeza entusiasmada y no me detengo. Mi hambre es primordial. Me detengo sólo para limpiar la boca con la servilleta de lino.
—Dime lo que pasó después de que te dieras cuenta de lo que estaba pasando.
Pedro se pasa una mano por el pelo y niega con la cabeza. —Oh, Paula, es bueno verte comer.
—Tengo hambre. Cuéntame.
Frunce el ceño. —Bueno, después de que llamaran del banco y pensar que mi mundo se había acabado totalmente… —No se puede ocultar el dolor en su voz.
Dejo de comer. Oh, mierda.
—No dejes de comer, o dejaré de hablar —susurra, su tono de voz es firme como su mirada. Sigo con mi sopa. Vale, vale. . . Maldita sea, tiene buen sabor. La mirada de Pedro se ablanda y después de un momento, resume.
—De todos modos, poco después de que tú y yo hubieramos terminado nuestra conversación, Taylor me informó de que a Hernandez se le había concedido la libertad bajo fianza. ¿Cómo? No lo sé, pensé que había logrado frustrar cualquier intento de libertad bajo fianza. Pero eso me dio un momento para pensar acerca de lo que habías dicho… y supe que algo andaba muy mal.
—Nunca fue por el dinero —digo de repente, un inesperado aumento de la ira quema en mi vientre. Mi voz se eleva—. ¿Cómo pudiste pensar eso? ¡Nunca ha sido acerca de tu maldito dinero! —Mi cabeza comienza a latir con fuerza y hago una mueca de dolor. Pedro abre la boca una fracción de segundo, sorprendido por mi furia. Entorna los ojos.
—Cuida tu lenguaje —gruñe—. Cálmate y come.
Lanzo una mirada hostil hacia él.
—Paula —advierte.
—Eso me dolió más que nada, Pedro —susurro—. Casi tanto como que vieras a esa mujer.
Inhala fuertemente como si lo hubiera abofeteado y, de repente, se ve agotado. Cierra los ojos un instante, sacudiendo la cabeza, resignado.
—Lo sé —suspira—. Y lo siento. Más de lo que crees. —Sus ojos son luminosos con la contrición—. Por favor, come mientras que la sopa esté caliente.
Su voz es suave y convincente, y hago lo que pide. Él da un suspiro de alivio.
—Vamos —le susurro, entre bocado y bocado del ilícito pan blanco.
—No sabíamos que Malena había desaparecido. Pensé que tal vez estaba chantajeándote o algo así. Te devolví la llamada, pero no respondiste. —Él frunce el ceño—. Te dejé un mensaje, entonces llame a Salazar. Taylor inició el seguimiento de tu teléfono. Yo sabía que estuviste en el banco, así que nos dirigimos hacia allí.
—No sé cómo me encontró a Salazar. ¿Rastreó mi teléfono, también?
—El Saab está equipado con un dispositivo de seguimiento. Todos nuestros vehículos lo están. En el momento en que estábamos llegando al banco, tu ya estabas moviéndote y te seguimos. ¿Por qué sonríes?
—En algún nivel Sabía que se me acechabas.
—¿Y eso es divertido porque? pregunta.
—Jeronimo me había dado instrucciones para deshacerme de mi teléfono. Así que pedí prestado el de Whelan, y fue el que tiré. Puse el mío en una de las bolsas de lona para que pudieras rastrear tu dinero.
Pedro suspira. —Nuestro dinero, Paula —dice en voz baja—. Come.
Limpio plato de sopa con el último trozo de pan y lo meto en mi boca. Por primera vez en mucho tiempo, me siento llena, a pesar de nuestra conversación.
—Terminado.
—Buena chica.
Hay un golpe en la puerta y la enfermera Nora entra una vez más, llevando un pequeño vaso de papel. Pedro quita mi plato, y empieza a poner todos los objetos dentro de la caja.
—Aliviará el dolor —Nora sonríe, y me tiende la pastilla blanca en el vaso de papel.
—¿Puedo tomar esto? Ya sabes, ¿con el bebé?
—Sí, señora Alfonso. Es Lortab, está bien. No va a afectar al bebé.
Asiento agradecida. Mi cabeza está golpeando. Me la trago con un sorbo de agua.
—Debe descansar, Sra. Alfonso —La enfermera Nora mira fijamente a Pedro.
Él asiente con la cabeza.
¡No! —¿Te vas? —Exclamo, entrando en pánico. No te vayas. ¡Sólo hemos empezado a hablar!
Pedro resopla. —Si piensas por un momento que voy a dejarla lejos de mi vista, Sra. Alfonso, está usted muy equivocada.
Nora resopla, pero se cierne sobre mí y reajusta mis almohadas de manera que tengo que acostarme.
—Buenas noches, Sra. Alfonso —dice ella, y con una última mirada de censura a Pedro, se va.
Levanta una ceja mientras se cierra la puerta.
—No creo que la enfermera Nora me apruebe. —Se queda de pie junto a la cama, con aspecto cansado, y a pesar del hecho de que yo quiero que se quede, sé que debo tratar de persuadirlo para que vuelva a casa.
—Necesitas descansar, también Pedro. Vete a casa. Estás agotado.
—No te voy a dejar. Voy a dormitar en el sillón.
Frunzo el ceño a él y luego me muevo.
—Duerme conmigo.
Frunce el ceño. —No. No puedo.
—¿Por qué no?
—No quiero hacerte daño.
—No me harás daño. Por favor, Pedro.
—Tienes una vía intravenosa.
—Pedro. Por favor.
Él me mira, y puedo decir que está tentado.
—Por favor —Levanto las mantas, invitándolo a la cama.
—A la mierda. —Él se quita los zapatos y los calcetines, y con cuidado se sube a mi lado. Suavemente, envuelve su brazo a mi alrededor, y yo pongo mi cabeza sobre su pecho. Besa mi pelo.
—No creo que la enfermera Nora vaya a estar muy feliz con este acuerdo — susurra con complicidad.
Me río y luego me detengo, cuando lanzas de dolor atraviesan mi pecho. — No me hagas reír. Me duele.
—Oh, pero me encanta ese sonido —dice con cierta tristeza, su voz baja—Lo siento, nena, lo siento tanto, tanto. —Besa mi pelo otra vez y respira profundamente. No sé por que está pidiendo disculpas, ¿por hacerme reír? ¿O el lío en que estamos? Descanso mi mano sobre su corazón, y él coloca suavemente su mano sobre la mía. Los dos estamos en silencio durante un momento.
—¿Por qué fuiste a ver a esa mujer?
—Oh, Paula —Él se queja—. ¿Quieres hablar de eso ahora? ¿No podemos dejar esto? Lo siento, ¿vale?
—Necesito saberlo.
—Te lo diré mañana —murmura, irritado—. Oh, y el detective Clark quiere hablar contigo. Sólo rutina. Ahora duérmete.
Besa mi pelo. Suspiro profundamente. Necesito saber por qué. Por lo menos él dice que lo lamenta. Eso es algo, mi subconsciente está de acuerdo. Ella está hoy en un estado de ánimo aceptable, parece ser. Uf, el detective Clark. Me estremezco ante la idea de revivir los acontecimientos del jueves para él.
—¿No sabemos por qué Jeronimo estaba haciendo todo esto?
—Hmm — murmura Pedro. Estoy aliviada por el lento ascenso y caída de su pecho, agitando suavemente mi cabeza, calmándome mientras su respiración se ralentiza. Y mientras voy a la deriva intento darle sentido a los fragmentos de conversaciones que escuché mientras estaba en el borde de la conciencia, que se deslizan por mi mente, permaneciendo firmemente esquivos, burlándose de mí desde los bordes de mi memoria. Oh, es frustrante y agotador… y…
La boca de la enfermera Nora está fruncida y sus brazos cruzados con hostilidad. Pongo mi dedo en mis labios.
—Por favor, dejarlo dormir —digo en voz baja, entornando los ojos ante la luz de la mañana.
—Esta es tu cama. No la suya —susurra con severidad.
—Dormí mejor porque él estaba aquí. —Insisto, corriendo a la defensa de mi marido. Además, es cierto. Pedro se mueve, y la enfermera Nora y yo nos congelamos.
Él murmura en sueños. —No me toques. Nunca más. Sólo Paula.
Frunzo el ceño. Pocas veces he oído hablar a Pedro en sueños. Es cierto que puede ser debido a que duerme menos que yo. Sólo lo he oído hablar de sus pesadillas. Sus brazos se tensan alrededor de mí, apretándome, y yo hago una mueca de dolor.
—Sra. Alfonso… —La enfermera Nora frunce el ceño.
—Por favor —le ruego.
Ella niega con la cabeza, se vuelve sobre sus talones y se va, mientras yo me acurruco contra Pedro otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario