jueves, 19 de febrero de 2015
CAPITULO 153
Una vez de regreso en casa, Lourdes decide que nos merecemos unos cócteles después de nuestro gran espectáculo de compras y rápidamente nos prepara unos daiquiris de frutilla. Nos acurrucamos en los sofás de la sala de estar frente al fuerte fuego de la chimenea.
—Gustavo sólo ha estado un poco distante últimamente —murmura Lourdes, mirando las llamas. Lourdes y yo por fin tenemos un momento para nosotras mientras Malena guarda sus compras.
—¿Oh?
—Y creo que estoy en problemas por meterte en problemas.
—¿Te enteraste de eso?
—Sí. Pedro llamó a Gustavo; Gustavo me llamó.
Pongo los ojos en blanco. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta.
—Lo lamento. Pedro es... protector. ¿No has visto a Gustavo desde la noche de los cócteles?
—No.
—Oh.
—Realmente me gusta, Paula —susurra. Y por un horrible minuto creo que va a llorar. Ésta no es Lourdes. ¿Esto significa el regreso de los pijamas rosa?
Se vuelve hacia mí.
—Me he enamorado de él. Al principio pensé que era sólo el sexo genial.Pero él es encantador y amable y cálido y divertido. Podía vernos envejeciendo juntos, sabes... hijos, nietos… todo.
—Tus felices para siempre —susurro.
Asiente tristemente.
—Quizás deberías hablar con él. Intenta encontrar algo de tiempo a solas aquí. Averigua qué lo está preocupando.
Quién lo está preocupando, gruñe mi subconsciente. La abofeteo, sorprendida ante la rebeldía de mis propios pensamientos.
—¿Quizás podrían dar un paseo mañana por la mañana?
—Veremos.
—Lourdes, odio verte así.
Ella sonríe débilmente, y me inclino para abrazarla.
Resuelvo no mencionarle a Georgina, aunque sí podría mencionárselo al mujeriego. ¿Cómo puede meterse con el cariño de mi amiga de esta manera?
Malena regresa, y pasamos a un territorio más seguro.
El fuego sisea y escupe chispas en el hogar cuando lo alimento con el último leño. Ya casi se nos acabó la leña. A pesar de que es verano, el fuego es muy bienvenido en este día de lluvia.
—Malena, ¿sabes dónde está la leña para el fuego? —pregunto mientras ella sorbe su daiquiri.
—Creo que está en el garaje.
—Voy a ir a buscar un poco. Me dará una oportunidad para explorar.
La lluvia ha aminorado cuando me aventuro afuera y me dirijo al garaje para tres coches contiguo a la casa. La puerta lateral está abierta y entro, encendiendo la luz para ahuyentar la oscuridad. Las tiras fluorescentes cobran vida ruidosamente.
Hay un coche en el garaje, y me doy cuenta de que es el Audi en el que vi a Gustavo esta tarde. También hay dos motos de nieve. Pero lo que realmente me llama la atención son las dos motocicletas, ambas de 125cc. Recuerdos de Lucas valientemente haciendo el esfuerzo de enseñarme a montar una el verano pasado pasan por mi mente.
Inconscientemente, froto el brazo donde me lastimé gravemente en una caída.
—¿Conduces? —pregunta Gustavo detrás de mí.
Me vuelvo rápidamente.
—Has vuelto.
—Eso parece —dice sonriendo, y me doy cuenta de que Pedro podría decirme lo mismo; pero sin la enorme sonrisa que derrite el corazón—. ¿Y bien? —pregunta.
¡Mujeriego!
—Más o menos.
—¿Quieres intentarlo?
Resoplo.
—Um, no... no creo que Pedro estuviera muy feliz si lo hiciera.
—Pedro no está aquí. —Gustavo esboza una sonrisa de satisfacción, oh, es un rasgo familiar, y agita su brazo para indicar que estamos solos. Se pasea hacia la motocicleta más cercana y pasa una larga pierna cubierta en jean por encima del asiento, sentándose a horcajadas y tomando el manubrio.
—Pedro tiene, um... problemas con mi seguridad. No debería.
—¿Siempre haces lo que él dice? —Gustavo tiene un brillo perverso en sus ojos azules bebé, y veo un destello del chico malo... el chico malo del que Lourdes se ha enamorado.
El chico malo de Detroit.
—No. —Arqueo una ceja en reprimenda—. Pero estoy intentando corregir eso. Él tiene suficiente con que preocuparse sin añadirme a la mezcla.
¿Regresó?
—No lo sé.
—¿No fuiste a pescar?
Gustavo sacude la cabeza.
—Tenía algunos asuntos que atender en la ciudad.
¡Negocios! Y una mierda… ¡negocios rubios bien arreglados! Inhalo con fuerza y lo miro boquiabierta.
—Si no quieres conducir, ¿qué estás haciendo en el garaje? —Gustavo está intrigado.
—Estoy buscando leña para el fuego.
—Ahí estás. Oh, Gustavo… regresaste —nos interrumpe Lourdes.
—Hola, nena. —Él sonríe ampliamente.
—¿Atrapaste algo?
Examino la reacción de Gustavo.
—No. Tenía un par de cosas que atender en la ciudad. —Y por un breve momento, veo un destello de incertidumbre cruzar su rostro.
Oh mierda.
—Vine a ver qué estaba deteniendo a Paula. —Lourdes nos mira, confundida.
—Sólo estábamos charlando —dice Gustavo, y la tensión crepita entre ellos.
Todos nos detenemos cuando oímos un coche detenerse afuera. ¡Oh!
Pedro está de vuelta. Gracias a Dios. El mecanismo que abre la puerta del garaje zumba fuertemente al ponerse en marcha, sorprendiéndonos a todos, y la puerta lentamente se levanta para revelar a Pedro y a Lucas descargando la caja de una camioneta negra. Pedro se detiene cuando nos ve parados en el garaje.
—¿Una banda de garaje? —pregunta sarcásticamente mientras se pasea dentro, dirigiéndose directamente hacia mí.
Sonrío. Estoy aliviada de verlo. Debajo de su chaqueta de pesca, viste los overoles que le vendí en Claytons.
—Hola —dice mirándome curiosamente, ignorando a Lourdes y a Gustavo.
—Hola. Lindos overoles.
—Muchos bolsillos. Muy práctico para la pesca. —Su voz es suave y seductora, para mis oídos nada más, y cuando me mira, su expresión es ardiente.
Me sonrojo, y él esboza una sonrisa enorme, sin restricciones, toda para mí.
—Estás mojado —murmuro.
—Estaba lloviendo. ¿Qué están haciendo en el garaje? —Finalmente reconoce que no estamos solos.
—Paula vino a buscar un poco de leña. —Gustavo sonríe. De alguna manera se las arregla para hacer que esa frase suene obscena—. Intenté tentarla para que diéramos un paseo. —Es el maestro del doble sentido.
El rostro de Pedro cae, y mi corazón se detiene.
—Dijo que no. Que no te gustaría —dice Gustavo amablemente y libre de insinuaciones.
La mirada gris de Pedro vuelve hacia mí.
—¿Lo hizo? —murmura.
—Escuchen, estoy totalmente a favor de quedarme aquí a discutir qué es lo que Paula hizo después pero, ¿volvemos a entrar? —dice bruscamente Lourdes. Se inclina, arrebata dos leños, y se vuelve sobre los talones, pisando con fuerza hacia la puerta. Oh, mierda. Lourdes está enfadada, pero sé que no es conmigo. Gustavo suspira y, sin decir una palabra, la sigue. Los miro irse, pero Pedro me distrae.
—¿Sabes montar en moto? —pregunta, con su voz mezclada con incredulidad.
—No muy bien. Lucas me enseñó.
Sus ojos se congelan de inmediato.
—Tomaste la decisión correcta —dice, su voz mucho más fría—. La tierra está muy dura ahora, y la lluvia la ha hecho traicionera y resbaladiza.
—¿Dónde quieres el equipo de pesca? —grita Lucas desde afuera.
—Déjalo, Lucas… Taylor se encargará.
—¿Qué hay de los peces? —continua Lucas, su voz vagamente burlona.
—¿Atrapaste un pez? —pregunto, sorprendida.
—Yo no. Kavanagh lo hizo. —Y Pedro hace pucheros… que le sientan bien.
Estallo en risas.
—La Sra. Bentley se encargará de ello —exclama. Lucas sonríe y se dirige hacia la casa.
—¿La estoy divirtiendo, Sra. Alfonso?
—Muchísimo. Estás mojado… déjame prepararte un baño.
—Mientras que te unas a mí. —Se inclina y me besa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario