domingo, 15 de febrero de 2015

CAPITULO 139






Mi corazón está golpeando y la sangre tamborileando ruidosamente en mis tímpanos; el alcohol fluyendo a través de mi sistema,amplificando el sonido.


—¿Él está…? —jadeo, incapaz de finalizar la oración y mirando con los ojos muy abiertos y aterrorizada a Gutierrez. Ni siquiera puedo mirar a la figura boca abajo en el suelo.


—No, señora. Sólo noqueado hasta la inconsciencia.


Alivio inundaba a través de mí. Oh, gracias a Dios.


—¿Y tú? —pregunto, mirando a Gutierrez. Me doy cuenta de que no se su primer nombre. Él está jadeando como si hubiese corrido una maratón.


Limpia la comisura de su boca, removiendo un rastro de sangre y una contusión formándose en su mejilla.


—Él dio un infierno de la pelea, pero estoy bien Sra. Alfonso. —Sonríe tranquilizadoramente. Si lo conociera mejor, diría que parecía un poco presumido.


—¿Y Marta? ¿Sra. Jones? —Oh no… ¿ella está bien? ¿Ha sido herida?


—Estoy aquí, Paula. —Mirando detrás de mí, ella está en camisón y bata, su cabello suelto, su rostro ceniciento y sus ojos amplios… como los míos,imagino.


—Gutierrez me despertó. Insistió en que me quedara aquí. —Señaló detrás de ella a la oficina de Taylor—. Estoy bien. ¿Tú estás bien?


Asiento enérgicamente y me doy cuenta de que ella probablemente acaba de salir de la habitación del pánico construida contigua a la oficina de Taylor. ¿Quién sabría que la necesitaríamos tan pronto? Pedro había insistido en su instalación poco después de nuestro compromiso… y yo había rodado mis ojos. Ahora, viendo a Marta de pie en el umbral de la puerta, estaba agradecida por su previsión.


Un chirrido desde la puerta en el vestíbulo me distrae. Está colgando de sus bisagras. ¿Qué demonios le ha pasado a eso?


—¿Él estaba solo? —pregunto a Gutierrez.


—Sí, señora. Usted no estaría parada aquí si no lo estuviera, se lo puedo asegurar. —Gutierrez suena vagamente ofendido.


—¿Cómo consiguió entrar? —pregunto, ignorando su tono.


—A través del ascensor de servicio. Consiguió un buen par, señora.


Miré hacia abajo, a la desplomada figura de Jeronimo. Él está usando un uniforme de algún tipo… overol, creo.


—¿Cuándo?


—Hace cerca de diez minutos. Lo atrapé en el monitor de seguridad.
Estaba usando guantes… un poco extraño en agosto. Lo reconocí y decidí darle acceso. De esa manera sabía que le tendríamos. Usted no estaba aquí y Marta estaba a salvo, así que me imaginé que era ahora o nunca. — Gutierrez parecía muy satisfecho consigo mismo una vez más y Salazar le frunció el ceño en desaprobación.


¿Guantes? El pensamiento me distrae y miro una vez más a Jeronimo. Sí, está usando guantes de cuero marrón. 


Escalofriante.


—¿Ahora qué? —Trato de despedir las ramificaciones de mi mente.


—Necesitamos asegurarlo —responde Gutierrez.


—¿Asegurarle?


—En caso de que despierte. —Gutierrez mira hacia Salazar.


—¿Qué necesitas? —pregunta la Sra. Jones dando un paso adelante. Ella ha recobrado su compostura.


—Algo para atarlo… cordón o soga —responde Gutierrez.


Abrazaderas. Me ruborizo mientras los recuerdos de la noche anterior invaden mi mente. Reflexivamente froto mis muñecas y las miro rápidamente. No, ningún moretón. Bien.


—Tengo algo. Abrazaderas. ¿Lo harán?


Todos los ojos giran hacia mí.


—Sí, señora. Perfecto —dice Salazar, serio e inexpresivo. Quiero que el suelo me trague, pero giro y me dirijo a nuestra habitación. A veces simplemente necesitas no mostrar las cosas. Tal vez es la combinación de miedo y alcohol haciéndome audaz.


Cuando regreso, la Sra. Jones está inspeccionando el desastre en el vestíbulo y la señorita Perez se ha unido al equipo de seguridad. Le tiendo las abrazaderas a Salazar, quién lentamente y con innecesario cuidado, ata las manos de Hernandez detrás de su espalda. La Sra. Jones desaparece en la cocina y regresa con un kit de primero auxilios. Toma el brazo de Gutierrez, lo lleva al umbral del gran salón y comienza a ocuparse del corte encima de su ojo. Él se estremece mientras lo frota con una toallita antiséptica. Luego noto la Glock en el suelo con un silenciador acoplado.


¡Santa mierda! ¿Jeronimo estaba armado? La bilis se eleva en mi garganta y lucho para bajarla.


—No toque Sra. Alfonso —dice Perez cuando me doblo para recogerla.


Salazar emerge de la oficina de Taylor con guantes de látex.


—Me ocuparé de eso Sra. Alfonso —dice él.


—¿Es suya? —pregunto.


—Sí, señora —dice Gutierrez, estremeciéndose una vez más por la ayuda de la Sra. Jones. Santa mierda. Gutierrez peleó con un hombre armado en mi casa.


Me estremezco al pensamiento. Salazar se dobla y cautelosamente recoge la Glock.


—¿Deberías estar haciendo eso? —pregunto.


—El Sr. Alfonso lo esperaría, señora. —Salazar desliza el arma en una bolsa plástica con cierre y luego se agacha para darle palmaditas a Jeronimo. Hace una pausa y jala parcialmente un rollo de cinta de pato22 del bolsillo del hombre. Salazar palidece y empuja la cinta de vuelta en el bolsillo de Hernandez.


¿Cinta de pato? Mi mente registra ociosamente mientras observo el procedimiento con fascinación y extraña indiferencia. Luego la bilis sube a mi garganta otra vez mientras me doy cuenta de las consecuencias.


Rápidamente, las despido de mi cabeza. ¡No vayas ahí, Paula!


—¿Deberíamos llamar a la policía? —murmuro, tratando de esconder mi miedo. Quiero a Hernandez fuera de mi casa, más pronto que tarde.


Gutierrez y Salazar se miran el uno al otro.


—Creo que deberíamos llamar a la policía —digo con mucha más fuerza, preguntándome qué está pasando entre Gutierrez y Salazar.


—Sólo he tratado de llamar a Taylor y él no está respondiendo su móvil. Quizás está dormido. —Salazar revisa su reloj—. Es la una y cuarentaicinco de la mañana en la Costa Este.


Oh, no.


—¿Has llamado a Pedro? —susurro.


—No, señora.


—¿Estabas llamando a Taylor por instrucciones?


Salazar se ve momentáneamente avergonzado. —Sí, señora.


Parte de mí se eriza. Este hombre —miro abajo a Hernandez otra vez— ha invadido mi hogar y él necesita ser removido por la policía. Pero mirando a ellos cuatro, a sus ojos ansiosos, decido que debo estar perdiendo algo, así que decido llamar a Pedro. Mi cuero cabelludo pica. Sé que él está molesto conmigo, realmente, realmente molesto conmigo, y flaqueo ante el pensamiento de lo que dirá. Y cuánto se estresará porque no está aquí y no puede estar aquí hasta mañana por la noche. Sé que lo he preocupado lo suficiente esta noche. Quizás no debo llamarlo. Y entonces se me ocurre. 


Mierda. ¿Qué si hubiera estado aquí? Palidezco al pensamiento.


Gracias a Dios que estaba fuera. Quizás no estaré en tantos problemas después de todo.


—¿Él está bien? —pregunto, señalando a Jeronimo.


—Tendrá un cráneo adolorido cuando despierte —dice Gutierrez, mirando abajo a Jeronimo con desprecio—. Pero necesitamos paramédicos aquí para asegurarnos.




22 Cinta de pato: es la cinta adhesiva de color plateado, más gruesa y fuerte que las de embalaje.


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