viernes, 13 de febrero de 2015

CAPITULO 133





Pedro alza una mano con una expresión de “deshaz esto ahora” y su boca se retuerce en esa forma totalmente sexy y desafiante que tiene.


Oh, gemelos. Tomo su muñeca y libero el primero, un disco de platino con sus iniciales grabadas en caligrafía sencilla, y luego quito el otro. Cuando termino lo miro, y su mirada de diversión ha desaparecido, remplazada por algo más caliente… mucho más caliente. Me estiro y le quito la camisa de los hombros, dejándola caer al piso.


—¿Listo? —susurro.


—Para lo que quieras, Paula.


Mis ojos pasan de los suyos a sus labios. Abiertos para que pueda respirar mejor. Esculpidos, rellenos, lo que sea, es una boca hermosa y él sabe exactamente qué hacer con ella. Me encuentro inclinándome para besarlos.


—No —dice, y pone ambas manos en mis hombros—. No, si lo haces, jamás me cortarás el pelo.


¡Oh!


—Quiero esto. —Continúa. Y sus ojos están muy abiertos por algún motivo. Es desesperante.


—¿Por qué? —susurro.


Me mira un segundo, y abre más los ojos. —Porque me hará sentir querido.


Mi corazón se salta un latido. Oh, Pedro… mi Cincuenta. 


Y antes de saberlo lo envuelvo en mis brazos y le beso el pecho antes de acariciar con mi mejilla en vello de su pecho.


—Paula. Mi Paula —susurra. Envuelve sus brazos a mí alrededor y nos quedamos inmóviles, sosteniéndonos en el baño. Oh, como amo estar en sus brazos. Incluso si es un imbécil, insoportable y megalomaníaco, es mi imbécil, insoportable y megalomaníaco que necesita una dosis de por vida de TLC. Retrocedo sin soltarlo.


—¿Realmente quieres hacer esto?


Asiente y me sonríe tímidamente. Le devuelvo la sonrisa y me libero de su abrazo.


—Entonces sentado. —Repito.


Dudosamente obedece, sentándose de espaldas al lava manos. Me quito los zapatos y los dejo cerca de su camisa en el piso. Saco su champú Chanel de la ducha. Lo compramos en Francia.


—¿Le gustaría este señor? —Lo sostengo con ambas manos como que estoy vendiendolo en QVC11—. Entregado en sus manos desde el Sur de Francia. Me gusta el olor de este… huele a ti. —Añado en un susurro, olvidándome de la voz de locutora.


—Por favor. —Sonríe.


Tomo una toalla del toallero. La señora Jones sí que sabe mantenerlas suaves.


—Inclínate hacia delante. —Ordeno y Pedro obedece. 


Dejando la toalla en sus hombros, me vuelvo hacia el lava manos y lo lleno con agua tibia.


—Recuéstate. —Oh, me gusta estar a cargo. Pedro se reclina, pero es demasiado alto. Lleva la silla más adelante y luego se reclina hasta que su cabeza toca la mesada. 


Distancia perfecta. Ladea su cabeza hacia atrás.


Sus ojos audaces me miran, y sonrío. Tomando uno de los vasitos que dejamos junto al lava manos, lo lleno de agua y la dejo caer en la cabeza de Pedro, mojando su cabello. 


Repito el proceso, inclinándome sobre él.


—Hueles tan bien, señora Alfonso —murmura y cierra los ojos.


Mientras mojo metódicamente su cabello, lo miro libremente. 


Santa vaca.


¿Alguna vez me cansaré de esto? Largas oscuras pestañas que hacen sombras en sus mejillas; labios levemente abiertos, formando una hermosa forma de diamante, e inhala suavemente. Hmm… cómo ansío meter mi lengua…


Le entra agua en los ojos. ¡Mierda! —¡Lo lamento!


Agarra la esquina de la toalla y rie mientras seca el agua en sus ojos.


—Hey, sé que soy un imbécil, pero no me ahogues.


Me inclino y beso su frente, riendo. —No me tientes.


Lleva su mano detrás de mi cabeza y se eleva un poco para que nuestros labios se unan. Me besa brevemente, haciendo un sonido de satisfacción con su garganta. El sonido llega a los músculos de mi vientre. Es muy seductor. 


Me deja ir y se reclina obedientemente, mirándome expectante.


Por un momento se ve vulnerable, como un niño. Me llega al corazón.


Pongo algo de champú en mis manos y masajeo su cuero cabelludo, comenzando por su frente y bajando por toda su cabeza, en un movimiento circular rítmico. Vuelve a cerrar los ojos y repite ese gruñido profundo.


—Eso se siente bien —dice después de un momento y se relaja ante el toque firme de mis dedos.


—Sí, lo hace. —Vuelvo a besar su frente.


—Me gusta cuando frotas mi cabeza con tus uñas. —Sigue con los ojos cerrados, pero tiene una expresión de enorme alegría, sin rastro de vulnerabilidad. Dios, cómo ha cambiado su humor, y me gusta saber que fui yo la que hizo esto.


—Levanta la cabeza. —Ordeno y obedece. Hmm… una chica podría acostumbrarme a esto. Froto la parte trasera de su cabeza, utilizando mis uñas.


—Vuelve abajo.


Se reclina, y enjuago la espuma, utilizando el vaso. Con cuidado de no salpicarle la cara esta vez.


—¿De nuevo? —pregunto.


—Por favor. —Abre los ojos y su mirada serena se encuentra con la mía. Le sonrío.


—Enseguida señor Alfonso.


Me vuelvo hacia el lava manos que normalmente usa Pedro y lo lleno con agua tibia.


—Para el enjuague —digo cuando me mira de forma confundida.


Repito el proceso del champú, escuchando a su respiración profunda. Una vez lleno de espuma, me tomo otro momento para apreciar el bello rostro de mi esposo. No puedo resistirme. Suavemente, acaricio su mejilla, y abre los ojos, mirándome de forma adormecida entre sus largas pestañas.


Inclinándome pongo un casto beso en sus labios. Sonríe, cierra los ojos, y suspira contento.


Dios. ¿Quién habría imaginado que después de la discusión de esta tarde estaría tan relajado? ¿Sin sexo? Me inclino sobre él.


—Hmm —murmura mientras mis pechos llegan a su rostro. 


Resistiendo la urgencia de presionarme con más fuerza, quito el tapón para que el agua enjabonada se vaya. Sus manos van a mi cadera y espalda.


—Nada de tocar a las asistentes —murmuro, fingiendo reprochárselo.


—No olvides que soy sordo —dice con los ojos aún cerrados, mientras recorre mi espalda con la mano y comienza a subir mi falda. Le golpeo el brazo. Estoy disfrutando jugando a la estilista. Sonríe, infantilmente, como si lo hubiera atrapado haciendo algo ilícito de lo que se enorgullece.


Vuelvo a buscar el vaso, pero esta vez uso el agua del lava manos de al lado para enjuagar cuidadosamente el champú de su cabeza. Sigo inclinada sobre él, y él aún tiene sus manos en mi espalda, moviendo sus dedos de un lado al otro, de arriba abajo… de adelante hacia atrás... hmm.


Suelto una risita. Gruñe con su garganta.


—Listo. Limpio.


—Bien. —Declara. Sus dedos presionan mi espalda, y de repente se sienta, mojando todo con su pelo mojado. Me tira en su regazo, moviendo sus manos de mi espalda a mi nuca, luego a mi barbilla, sosteniéndome en mi lugar. Jadeo sorprendida y sus labios están en los míos, su lengua cálida en mi boca. Mis dedos se enroscan en su pelo mojado, y gotas de agua caen por mis brazos; y mientras profundiza el beso, su cabello se pega a mi rostro. Su mano se mueve de mi barbilla al primer botón de mi blusa.


—Basta de acicalarnos. Quiero joderte siete sombras de Domingo, y podemos hacerlo aquí o en el cuarto. Tú eliges.


La mirada de Pedro es oscura, caliente, y llena de promesas, mojándonos a ambos con su cabello. Se me seca la boca.


—¿Cuál será Paula? —pregunta mientras me sostiene en su regazo.


—Estás mojado —respondo.


De repente inclina la cabeza, pasando su cabello goteante por mi blusa.


Intento soltarme de él. Afianza su agarre en mí.


—Oh, no lo hagas nena —murmura. Cuando levanta la cabeza está sonriendo lascivamente a la nueva Señorita Blusa Mojada 2014. Está empapada y se puede ver todo. 


Estoy mojada… en todas partes.


—Amo la vista —murmura y se inclina para pasar su nariz sobre mi pezón mojado. Gimo.


—Respóndeme Paula. ¿Aquí o en el dormitorio?


—Aquí —susurro frenéticamente. A la mierda el corte de cabello, lo haré más tarde. Sonríe lentamente, formando una sonrisa sensual llena de promesas prohibidas con sus labios.


—Buena elección, señora Alfonso —murmura en mis labios. 


Su mano deja mi barbilla y pasa a mi rodilla. Se desliza desde allí lentamente hacia arriba por mi pierna, levantando mi falda y acariciando mi piel, haciéndome estremecer. Sus labios dejan suaves besos desde mi oreja por mi mandíbula.


—¿Oh, que voy a hacer contigo? —susurra. Sus dedos se detienen en el borde de mis medias—. Estas me gustan —dice. Pasa un dedo por debajo y acaricia la cara interna de mi muslo. Jadeo y me estremezco de nuevo en su regazo.


Gime profundamente. —Si voy a follarte siete sombras de Domingo, mejor que te quedes quieta.


—Oblígame. —Lo desafío, con un tono suave y agitado.


Pedro inhala fuertemente. Entrecierra los ojos y me da una mirada caliente y sorprendida.


—Oh señora Alfonso, sólo tienes que pedirlo. —Su mano va de mis medias a mis bragas—. Vamos a librarte de estas. —Tira suavemente y me incorporo un poco para que le sea más fácil. Sisea cuando lo hago.


—Quédate quieta —murmura.


—Estoy ayudando —digo, y muerde suavemente mi labio inferior.


—Quieta. —Gruñe. Desliza mis bragas por mis piernas. 


Levantando mi falda para que quede en mi cintura, mueve ambas manos a mi cadera y me alza. Aún tiene mis bragas en su mano.


—Siéntate. A horcajadas. —Ordena mirándome intensamente a los ojos. Lo hago, moviéndome un poco sobre él provocativamente. ¡Que comience el juego Cincuenta!


—Señora Alfonso. —Advierte—. ¿Estás incitándome? —Me mira, divertido pero alerta. Es una combinación seductora.


—Sí. ¿Qué vas a hacer al respecto?


Sus ojos se iluminan con deleite ante mi desafío, y siento su excitación bajo mí.


—Junta tus manos detrás de tu espalda


¡Oh! Cumplo obedientemente y él rápidamente me ata las muñecas con mis bragas.


—¿Mis bragas? Señor Alfonso, usted no tiene vergüenza. —Lo amonesto.


—No cuando respecta a ti, señora Alfonso, pero ya lo sabes. —Me mira intensa y calientemente. Poniendo sus manos en mi cintura, me levanta por lo que estoy sentada un poco más atrás en su regazo. Aún hay agua cayendo a su pecho desde su cuello. Quiero inclinarme y lamer las gotitas, pero es más difícil con mis restricciones.


Pedro acaricia mis muslos y pasa sus manos por mis rodillas.


Suavemente las abre junto con las suyas, sosteniéndome en esa posición.


Sus dedos van a mi blusa.


—No creo que necesitemos esto —dice. Comienza a abrir cada botón metódicamente en mi blusa mojada, sus ojos nunca dejan los mios. Se oscurecen más y más mientras termina la tarea, tomándose su tiempo en ello. Mi pulso se acelera y se me atasca la respiración. No puedo creerlo apenas me ha tocado y me siento así caliente, molesta… preparada. Quiero retorcerme.


Deja mi blusa abierta y acaricia mi rostro con sus dos manos, pasando su pulgar por mi labio inferior. De repente, mete su pulgar en mi boca.


—Chupa. —Ordena en un susurro, estirando el sonido de la C. Cierro la boca alrededor de su dedo y hago exactamente eso. Oh… me gusta este juego. Él sabe bien. ¿Qué otra cosa me gustaría chupar? Los músculos en mi vientre se contraen ante la idea. Sus labios se abren cuando muerdo levemente su pulgar.


Gime y saca lentamente su pulgar mojado de mi boca y lo lleva hacia mi barbilla, por mi garganta, sobre mi esternón. Lo mete en la copa de mi sostén y la baja, liberando mi seno.


La mirada de Pedro nunca deja la mía. Está mirando cada reacción que su toque hace en mí, y yo lo estoy mirando. Es caliente. Consumidor.Posesivo. Lo amo. Imita sus acciones con su otra mano por lo que mis dos senos están libres ahora y, tomándolos gentilmente, pasa cada pulgar por un pezón, haciendo círculos lentos, toqueteando a cada uno para que se endurezcan bajo sus dedos. Intento, realmente intento no moverme, pero mis pezones son cables de alta tensión, por lo que gimo y echo hacia atrás mi cabeza, cerrando los ojos y rindiéndome ante la dulce, dulce tortura.


—Shh. —La suave voz de Pedro va en contra con las bromas, y el ritmo de sus malvados dedos—. Quieta nena, quieta. —Liberando un seno pasa su mano por detrás de mí y la deja en mi cuello. Inclinándose, ahora toma mi pezón con sus dientes y chupa fuertemente, haciéndome cosquillas con su pelo mojado.


Al mismo tiempo, su pulgar deja de toquetear mi otro pezón. 


En cambio, lo toma con su pulgar e índice y aprieta suavemente.


—¡Ah! ¡Pedro! —gimo y me retuerzo en su regazo. Pero no se detiene.


Sigue con la lenta y agonizante tortura. Y mi cuerpo arde mientras el placer toma un giro más oscuro.


Pedro, por favor —gimoteo.


—Hmm —murmura en mi pecho—. Quiero que te vengas así. —Mi pezón recibe un apretón más fuerte mientras sus palabras acarician mi piel, y es como si hubiera invocado a una oculta parte oscura de mí que sólo él conoce. Cuando sigue con sus dientes esta vez, el placer es casi intolerable. 


Gimiendo audiblemente, me muevo en su regazo, intentando encontrar algo de preciosa fricción contra sus pantalones. Tiro inútilmente de mis bragas de restricción, ansiando tocarlo, pero estoy perdida, perdida en esta traicionera sensación.


—Por favor —susurro, rogando, y el placer cosquillea mi cuerpo, desde mi cuello, hacia mis piernas, los dedos de mis pies, tensando todo en su camino.


—Tienes unos pechos hermosos Paula. —Gruñe—. Algún día voy a follarlos.


¿Qué demonios significa eso? Abriendo los ojos, lo miro mientras me chupa, mi piel ardiendo con su toque. Ya no siento mi blusa mojada, su cabello empapado… nada salvo el calor. Y arde deliciosamente bajo y caliente, profundamente en mí, y todos mis pensamientos se evaporan mientras mi cuerpo se tensa y retuerce… listo, llegando… necesitando una liberación. Y no se detiene… burlando, tirando, volviendome loca.


Quiero… quiero…


—Déjate ir —susurra… y lo hago, ruidosamente, mi orgasmo convulsionando mi cuerpo, y él detiene su dulce tortura y me envuelve con sus brazos, uniéndome a él mientras mi cuerpo hace espirales en el clímax. Cuando abro los ojos, está mirándome donde descanso contra su pecho.


—Dios, amo verte venirte, Paula. —Tiene un tono maravillado.


—Eso fue… —Las palabras me fallan.


—Lo sé. —Se inclina y me besa, con su mano aún en mi cuello, sujetándome así, haciendo un ángulo en mi cabeza para poder besarme más profundamente, con amor, con reverencia.


Me pierdo en su beso.


Se aleja para recuperar el aliento, con los ojos del color de una tormenta tropical.


—Ahora voy a follarte duro —murmura.


Santa vaca. Tomándome por la cintura, me levanta de sus piernas hacia el borde de sus rodillas y busca el botón de sus pantalones con una mano.


Pasa los dedos de su mano izquierda por arriba y abajo en mi muslo, deteniéndose en mis medias. Me está mirando intensamente. Estamos cara a cara y estoy impotente, atada por mis bragas y con el sostén caído, y esta debe ser una de las situaciones más intimas que hemos tenido, yo en su regazo, mirando a sus hermosos ojos grises. Me hace sentir deseada, pero también unida a él, no estoy avergonzada ni tímida. Este es Pedro, mi esposo, mi amante, mi imperioso megalomaníaco, mi Cincuenta, el amor de mi vida. Baja su cierre, y se me seca la boca cuando libera su erección.


Sonríe. —¿Te gusta? —susurra.


—Hmm —murmuro apreciativamente. Se la envuelve con una mano y comienza a moverla hacia arriba y abajo… Oh mi. Lo miro entre mis pestañas. Mierda, es tan caliente.


—Te estás mordiendo el labio, señora Alfonso.


—Eso es porque tengo hambre.


—¿Hambre? —Abre la boca sorprendido, y los ojos se le amplían.


—Hmm… —Coincido y me lamo los labios.


Me da su sonrisa enigmática y muerde su labio mientras sigue acariciándose. ¿Por qué la visión de mi marido auto complaciéndose me excita tanto?


—Ya veo. Deberías haber cenado. —Suena burlón y enojado al mismo tiempo—. Pero quizás pueda obligarte. —Pone sus manos en mi cintura—. De pie —dice suavemente, y sé lo que va a hacer. Me pongo de pie, las piernas ya no me tiemblan.


—Arrodíllate.


Hago lo que me dice y me arrodillo en los fríos azulejos del baño. Se desliza hacia adelante en la silla.


—Bésame —pronuncia, sosteniendo su erección. Lo miro, y pasa su lengua sobre los dientes superiores. Es excitante, muy excitante, ver su deseo, su desnudez para mí y mi boca. Inclinándome, mis ojos en los suyos, beso la punta de su erección. Lo miro inhalar con fuerza y apretar sus dientes.


Pedro toma mi cabeza y corro mi lengua sobre la punta, saboreando la pequeña gota al final. Hmmm… sabe bien. 


Su boca se abre más mientras jadea y yo ataco, tirando de él dentro de mi boca y succionando duro.


—Ah… —El aire susurra entre sus dientes, y flexiona sus caderas hacia adelante, empujando en mi boca. Pero no me detengo. Revistiendo mis dientes con mis labios, empujo hacia abajo y luego hacia arriba de él.


Mueve sus dos manos, de modo que toma mi cabeza completamente, enterrando sus dedos en mi cabello y poco a poco facilitándolo dentro y fuera de mi boca, su respiración se acelera, cada vez más dura. Giro mi lengua alrededor de su punta y empujo hacia abajo otra vez en perfecto contrapunto para él.


—Jesús, Paula. —Suspira y aprieta sus dedos con fuerza. 


Esta perdido y su respuesta hacia mí es embriagadora. Yo. 


Mi diosa interna podría iluminar Escala. Esta muy emocionada. Y muy lentamente muevo mis labios hacia
atrás, así que son sólo mis dientes.


—¡Ah! —Pedro deja de moverse, inclinándose me agarra y me tira sobre su regazo.


—¡Suficiente! —Gruñe. Alcanzándome, libera mis manos con un tirón de mi ropa interior. Doblo las muñecas y miro por debajo de mis pestañas a los ardientes ojos que miran hacia mí con amor, deseo y lujuria. Y me doy cuenta que soy yo quien quiere follarlo siete tonos de Domingo. Lo quiero demasiado. Quiero verlo venirse debajo de mí. Agarro su erección y me acomodo sobre él. Coloco la otra mano sobre su hombro, muy suavemente y poco a poco, me facilito sobre él. Hace un ruido gutural, un sonido salvaje profundo en su garganta, y alcanzándome, tira de mi blusa y la deja caer al suelo. Sus manos se mueven a mis caderas.


—Quieta —dice con voz áspera, sus manos cavando en mi carne—. Por favor, déjame disfrutar esto. Disfrutarte a ti.


Me detengo. Oh mi… se siente tan bien dentro de mí. Me acaricia la cara, sus ojos muy abiertos y salvajes, sus labios se separan cuando el inhala.


Se dobla debajo de mí y gimo, cerrando los ojos.


—Este es mi lugar favorito —susurra—. Dentro de ti. Dentro de mi esposa.


Oh, joder. Pedro. No puedo contenerme. Mis dedos se deslizan en su cabello mojado, mis labios buscan los suyos, y empiezo a moverme. Arriba y abajo en mis pies, disfrutándolo, disfrutándome. Gime en voz alta, y sus manos están en mi cabello y alrededor de mi espalda, y su lengua invade mi boca con avidez, tomando todo lo que estoy dispuesta a dar. Después de toda nuestra discusión hoy, mi frustración con él, la de él conmigo, aun tenemos esto. 


Siempre tendremos esto. Lo amo tanto, que es casi
abrumador. Sus manos se mueven a mi espalda y me controla, moviéndome arriba y abajo, una y otra y otra vez, a ritmo caliente.


—Ah —gimo sin poder evitarlo en su boca mientras me dejo llevar.


—Si. Si, Paula —susurra, y dejo una lluvia de besos en su cara, su barbilla, su mandíbula, su cuello—. Nena —inhala, capturando mi boca una vez más.


—Oh, Pedro, te amo. Siempre te amare. —Estoy sin aliento, queriendo que sepa, queriendo que este seguro de mí después de la batalla de voluntades hoy.


Él gime en voz alta y envuelve sus brazos a mí alrededor con fuerza cuando llega a su climax con un sollozo triste, y es suficiente, suficiente para empujarme sobre el borde una vez más. Puse mis brazos alrededor de su cabeza y me deje ir, y viniéndome a su alrededor, lagrimas brotando de mis ojos por que lo amo tanto.


—Hey —susurra, inclinando mi barbilla hacia atrás y mirándome con tranquila preocupación—. ¿Por qué lloras? ¿Te hice daño?


—No —murmuro tranquilizadora. Alisa mi cabello fuera de mi cara, limpia una lagrima solitaria con el pulgar y besa tiernamente mis labios. Todavía esta dentro de mí. Se mueve, y me estremezco mientras sale de mí.


—¿Qué pasa, Paula? Cuéntame.


Sorbo por la nariz.


—Es que… es que a veces me siento abromada por cuanto te amo — susurro.


El parpadea hacia mí. Luego sonríe con su sonrisa tímida especial, reservada para mí, creo—. Tienes el mismo efecto en mí —susurra, y me besa una vez más. Le sonrío, y dentro de mí se despliega una alegría y se estira perezosamente.


—¿Lo hago?


Sonríe. —Sabes que lo haces.


—A veces lo sé. No todo el tiempo.


—De vuelta a usted, Sra. Alfonso —susurra.


Sonrió y suavemente planto ligeros besos sobre su pecho. 


Olisqueo el pelo de su pecho. Pedro acaricia mi cabello y pasa una mano por mi espalda. Desabrocha mi sujetador y tira de la correa hacia abajo con un brazo. Me muevo, y tira de la correa del otro brazo hacia abajo y deja caer mi sujetador al piso.


—Hmmm. Piel sobre piel —murmura apreciativamente y me pliega en sus brazos. Besa mi hombro y pasa su nariz hacia mi oreja.


—Huele como el cielo, Sra. Alfonso.


—Igual usted, Sr. Alfonso. —Lo olisqueo e inhalo su olor a Pedro, que ahora esta mezclada con el embriagador aroma a sexo. Podría quedarme enredada en sus brazos de esta manera, saciada y feliz, para siempre. Es justo lo que necesito después de un día de volver-a-trabajar, discusiones, y bofetadas de perras. Aquí es donde quiero estar, y a pesar de su obsesión por el control, su megalomanía, aquí es donde pertenezco. Pedro entierra su nariz en mi cabello e inhala profundamente. Dejo ir un suspiro contenido, y siento su sonrisa. Y nos sentamos, brazos envueltos alrededor del otro, diciendo nada.


Eventualmente la realidad se interpone.


—Es tarde —Pedro dice, sus dedos acariciando mi espalda
metódicamente.


—Tu cabello aun necesita un corte.


Él se ríe. —Eso si, Sra. Grey. ¿Tiene la energía para terminar lo que empezó?


—Por usted, Sr Alfonso, cualquier cosa. —Beso su pecho una vez más y me levanto a regañadientes.


—No te vayas. —Agarrando mis caderas, me da la vuelta. 


Se incorpora y luego deshace mi falda, dejándola caer al suelo. Extiende su mano hacia mí. La tomo y doy un paso fuera de mi falda. Ahora estoy vestida únicamente con medias y liguero.


—Usted es un buen e imponente espectáculo, Sra. Alfonso. —Se sienta de nuevo en la silla y cruza sus brazos, dándome una valoración completa y franca.


Extiendo mis manos y giro para él.


—Dios, soy un suertudo hijo de puta —dice con admiración.


—Si, lo eres.


Sonríe. —Ponte mi camisa y puedes cortar mi cabello. Así, me distraerás, y nunca llegaremos a la cama.


No puedo ayudar mi sonrisa de respuesta. Sabiendo que esta mirando todos mis movimientos, desfilo hacia donde deje mis zapatos y su camisa.


Inclinándome lentamente, recojo su camisa, la huelo, hmmm, luego me encojo de hombros dentro de ella.


Pedro me parpadea, sus ojos redondos. Ha rehecho su bragueta mirándome con atención.


—Esa es una demostración de piso, Sra Alfonso.


—¿Tenemos tijeras? —le pregunto inocentemente, sacudiendo mis pestañas.


—Mi estudio —gruñe.


—Iré a buscar. —Dejándolo, dentro en nuestra habitación y agarro el peine de la mesa de vestir antes de ir a su estudio. 


Cuando entro en el corredor principal, me doy cuenta que la puerta de la oficina de Taylor esta abierta.


La Sra. Jones esta de pie detrás de la puerta. Me detengo, clavada en el suelo.


Taylor esta pasando sus dedos por su cara y sonriéndole dulcemente.


Luego se inclina y la besa.


¡Santa mierda! ¿Taylor y la Sra. Jones? Jadeo en asombro, quiero decir, pensé… bueno, como que sospeche. ¡Pero obviamente están juntos! Me sonrojo, sintiéndome como una voyeur, y logrando que mis pies se muevan. Corro a través del salón y dentro del estudio de Pedro.


Encendiendo la luz, camino a su escritorio. Taylor y la Sra. Jones… ¡Wow!


Me estoy tambaleando. Siempre pensé que la Sra. Jones era mayor que Taylor. Oh, tengo que mantener mi cabeza alrededor de esto. Abro el cajón superior y me distraigo de inmediato cuando encuentro un arma.


¡Pedro tiene un arma!


Un revolver. ¡Santa mierda! No tenia ni idea de que Pedro poseía un arma. La saco, saco el disparador y compruebo el cilindro. Esta cargada, pero ligera… demasiado ligera. Debe ser de fibra de carbono. ¿Qué quiere Pedro con un arma? Jesús, espero que sepa usarla. 


Las perpetuas advertencias de Reinaldo acerca de armas de fuego corren rápidamente por mi mente. Su entrenamiento militar nunca se perdió. Estas te mataran, Paula.


Necesitas saber que hacer cuando manejas un arma de fuego. Devuelvo el arma y encuentro las tijeras. 


Recuperándolas rápidamente, me cierno sobre Pedro de nuevo, mi cabeza zumbando. Taylor y la Sra. Jones… el
revolver…


A la entrada de la gran sala, me encuentro con Taylor.


—Sra. Alfonso, discúlpeme. —Su rostro se enrojece cuando rápidamente toma nota de mi atuendo.


—Um, Taylor, hola… um. ¡Estoy cortando el cabello de Pedro! —espeto, avergonzada. Taylor esta tan mortificado como yo. Abre su boca para decir algo y luego la cierra rápidamente y se mantiene al margen.


—Después de usted, señora —dice formalmente. Creo que estoy del color de mi viejo Audi, el especial de sumisas. Jesús. ¿Podría esto ser más embarazoso?


—Gracias —murmuro y corro por el pasillo. ¡Mierda! ¿Nunca me acostumbrare al hecho de que no estoy sola? Corro dentro del baño, sin aliento.


—¿Qué sucede? —Pedro esta de pie frente al espejo, sosteniendo mis zapatos. Todas mis ropas dispersas están ahora cuidadosamente apiladas junto al fregadero.


—Me encontré con Taylor.


—Oh. —Pedro frunce el ceño—. Vestida así.


¡Oh Mierda! —No es culpa de Taylor.


El ceño fruncido de Pedro se profundiza. —No. Pero aun así.


—Estoy vestida.


—Apenas.


—No sé quién estaba más avergonzado, él o yo. —Trato con mi técnica distractora—. ¿Sabias que él y Marta están… bueno, juntos?


Pedro se ríe. —Si, por supuesto que sabía.


—¿Y nunca me dijiste?


—Pensé que sabias también.


—No.


—Paula, son adultos. Viven bajo el mismo techo. Ambos sin ataduras.Ambos atractivos.


Me sonrojo, sintiéndome tonta por no haberlo notado.


—Bueno, si lo pones así… sólo pensé que Marta era mayor que Taylor.


—Lo es, pero no por mucho. —Me mira, perplejo—. A algunos hombres les gustan las mujeres mayores… —Se detiene abruptamente y sus ojos se amplían. Le frunzo el ceño.


—Lo sé —espeto.


Pedro parecía contrito. Me sonríe con cariño. ¡Si! ¡Mi técnica de distracción fue exitosa! Mi subconsciente me rueda los ojos, ¿pero a que costo? Ahora la innombrable Sra. Robinson se cierne sobre nosotros.


—Eso me recuerda —dice, brillantemente.


—¿Qué? —murmuro con petulancia. Agarrando la silla, me vuelvo para enfrentar el espejo por encima del lavabo—. Siéntate —ordeno. Pedro me mira con diversión indulgente, pero hace lo que se le dice y se sienta de nuevo en la silla. 


Empiezo a peinar su cabello ahora simplemente húmedo.


—Estaba pensando que podíamos convertir la habitación sobre los garajes para ellos en el nuevo lugar —continua Pedro—. Que sea una casa.Entonces, quizás la hija de Taylor puede quedarse con él más a menudo.


—Me mira atentamente en el espejo.


—¿Por qué no se queda aquí?


—Taylor nunca me lo pidió.


—Quizás deberías ofrecérselo. Pero tendríamos que comportarnos.


La frente de Pedro se frunce. —No había pensado eso.


—Quizás ese es el por qué Taylor no te lo ha pedido. ¿La has conocido?


—Si. Es una cosa dulce. Tímida. Muy bonita. Pago por su educación.


¡Oh! Dejo de peinar y lo miro en el espejo.


—No tenia idea.


Se encoge de hombros. —Me parecía lo menos que podía hacer. Además, significa que no renunciara.


—Estoy segura de que le gusta trabajar para ti.


Pedro me mira sin comprender y luego se encoge de hombros. —No lo sé.


—Creo que es muy aficionado a ti, Pedro. —Reanudo el peinado y lo miro. Sus ojos no dejan los mios.


—¿Eso crees?


—Si. Lo hago.


El resopla, un sonido despectivo pero contenido. Como si estuviera secretamente complacido de gustarle a su personal.


—Bien. ¿Vas a hablar con Georgina sobre los cuartos sobre el garaje?


—Si, por supuesto. —No siento la misma irritación que antes a la mención de su nombre. Mi subconsciente asiente sabiamente hacia mí. Si… hemos hecho bien hoy. Mi diosa interna se regodea. Ahora ella dejara a mi esposo solo y no lo hará sentir incomodo.


Estoy lista para cortar el cabello de Pedro. —¿Estas seguro sobre esto? Es tu última oportunidad para salir bajo fianza.


—Haz lo que quieras, Sra. Alfonso No tengo que mirarme, tú si.


Sonrió. —Pedro, podría mirarte todo el día.


Sacude su cabeza exasperado. —Es sólo una cara bonita, nena.


—Y detrás de ella un hombre muy bonito. —Beso su sien—. Mi hombre.


Sonríe tímidamente.





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