Como cada lunes, Juliana entra a mi oficina con un plato para mi almuerzo empacado, cortesía de la Sra. Jones, nos sentamos y comemos nuestros almuerzos juntas, discutiendo lo que queremos lograr esta semana. Ella me pone al día con el cotilleo de la oficina, también, lo cual,considerando que he estado fuera por tres semanas, escasea bastante.
Mientras estamos conversando, alguien golpea la puerta.
—Pase.
Roach abre la puerta, y parado a lado de él está Pedro.
Estoy momentáneamente estupefacta. Pedro me lanza una mirada abrasadora y entra, antes de sonreírle cortésmente a Juliana
—Hola, tú debes ser Juliana. Soy Pedro Alfonso—dice.
Juliana se pone de pie apresuradamente y extiende su mano.
—Sr. Alfonso. En… encantada de conocerlo —balbucea mientras se dan la mano—. ¿Puedo traerle un café?
—Por favor —dice cordialmente. Con una rápida mirada de perplejidad hacia mí, ella se escabulle fuera de la oficina pasando a Roach, quien está de pie tan estupefacto como yo en el umbral de mi oficina.
—Si me disculpas, Roach, me gustaría hablar con la Sra. Chaves.
Pedro pronuncia la C sibilantemente… sarcásticamente.
Es por esto que está aquí… Oh mierda.
—Por supuesto, Sr Alfonso. Paula —murmura Roach, cerrando la puerta de mi oficina mientras sale. Recupero el habla.
—Sr. Alfonso. Que agradable verlo —sonrió, con demasiada dulzura.
—Sra. Chaves, ¿me puedo sentar?
—Es tu compañía. —Señalo la silla que Juliana dejó libre.
—Sí, lo es. —Me sonríe de una manera lobuna, la sonrisa no alcanzando sus ojos. Su tono es entrecortado. Se está encrespando de tensión, puedo sentirla alrededor mío. Mierda. Mi corazón se hunde.
—Tu oficina es muy pequeña —dice mientras se sienta frente a mi escritorio.
—Me viene bien.
Me contempla neutralmente, pero sé que está enfadado.
Respiro profundo.
Esto no va a ser divertido.
—¿Entonces qué puedo hacer por ti, Pedro?
—Sólo estoy inspeccionando mis activos.
—¿Tu activos? ¿Todo ellos?
—Todos ellos. Algunos necesitan reposicionamiento.
—¿Reposicionamiento? ¿De qué forma?
—Creo que lo sabes. —Su voz es amenazadoramente suave.
—Por favor, no me digas que has interrumpido tu día después de tres semanas fuera para venir aquí y pelear conmigo por mi nombre. —¡No soy un maldito activo!
Él se mueve y cruza las piernas.
—No exactamente para pelear. No.
—Pedro, estoy trabajando.
—Me pareció que estabas chismoseando con tu asistente.
Mis mejillas se calientan.
—Estábamos repasando nuestros horarios —digo
bruscamente—. Y no has respondido a mi pregunta.
Hay un golpe en la puerta.
—¡Adelante! —grito, demasiado fuerte.
Juliana abre la puerta y trae una pequeña bandeja. Una jarra de leche, una azucarera, café en una cafetera francesa, ella ha hecho todo lo posible. Coloca la bandeja en mi escritorio.
—Gracias Juliana —murmuro, avergonzada de que haya gritado tan fuerte.
—¿Necesita algo más, Sr. Alfonso? —pregunta ella jadeando. Quiero ponerle mis ojos en blanco.
—No, gracias. Eso es todo. —Él le lanza su sonrisa deslumbrante, bajabragas.
Ella se sonroja y sale con una sonrisa tonta en su cara. Pedro dirige su atención de vuelta hacia mí.
—Ahora, Sra. Chaves, ¿dónde estábamos?
—Estabas interrumpiendo groseramente mi jornada laboral para pelear conmigo por mi nombre.
Pedro parpadea una vez, sorprendido, creo yo, por la intensidad de mi voz. Con destreza, él recoge una pelusa invisible sobre su rodilla con dedos hábiles y largos. Distrae la atención. Lo está haciendo a propósito.
Le entrecierro mis ojos.
—Me gusta hacer alguna que otra visita improvisada. Mantiene a los directivos alertas, esposas en su lugar… Ya sabes. —Se encoge de hombros, su boca se extiende en una arrogante línea.
¡Esposas en su lugar!
—No tenía idea de que pudieras perder el tiempo —digo bruscamente.
Sus ojos se congelan. —¿Por qué no quieres cambiar tu nombre aquí? — pregunta, su voz mortalmente suave.
—Pedro, ¿tenemos que discutir esto ahora?
—Estoy aquí. No veo por qué no.
—Tengo un montón de trabajo que hacer, habiendo estado fuera las últimas tres semanas.
Él me mira fijamente, sus ojos fríos y evaluadores, incluso distantes. Me maravilla el que pueda parecer tan frío después de anoche, después de las últimas tres semanas.
Mierda. Debe estar muy enfadado, realmente enfadado. ¿Cuándo aprenderá a no sobreactuar?
—¿Te avergüenzo? —pregunta, su voz es aparentemente suave.
—¡No! Pedro, por supuesto que no. —Le frunzo el ceño—. Esto es sobre mí, no sobre ti. Caray, eres exasperante algunas veces. Idiota megalómano Autoritario.
—¿Cómo es que esto no es por mí? —Inclina su cabeza a un costado, genuinamente perplejo, algo de su indiferencia deslizándose mientras me mira fijamente con los ojos muy abiertos, y me doy cuenta que está herido.
Sagrada mierda. He herido sus sentimientos. Oh no… él es la última persona a la que quiero herir. Tengo que hacerlo ver mi lógica. Tengo que explicar mi razonamiento para mi decisión.
—Pedro, cuando acepté este trabajo, sólo acababa de conocerte —digo pacientemente, luchando para encontrar las palabras correctas—. No sabía que ibas a comprar esta compañía…
¿Qué puedo decir sobre ese evento en nuestra breve historia? Sus desquiciadas razones para hacerlo, su manía controladora, sus tendencias acosadoras empeorando, dándole rienda suelta porque es millonario. Sé que quiere mantenerme segura, pero es su propiedad de la AIPS el principal problema aquí. Si nunca hubiera interferido, podría continuar como siempre y no tener que enfrentar las recriminaciones descontentas susurradas por mis colegas.
Pongo mi cabeza en mis manos sólo para romper el contacto visual.
—¿Por qué es tan importante para ti? —pregunto, tratando
desesperadamente de contener mi temperamento exaltado.
Levanto la vista hacia su mirada imperturbable, sus ojos luminosos, sin delatar nada, su pena anterior ahora escondida. Pero aun mientras hago la pregunta, en el fondo sé la respuesta antes de que la diga.
—Quiero que todo el mundo sepa que eres mía.
—Soy tuya, mira. —Levanto mi mano izquierda, mostrando mis anillos de compromiso y matrimonio.
—No es suficiente.
—¿No es suficiente el que me haya casado contigo? —Mi voz es apenas un susurro.
Él reacciona a lo que digo, registrando el horror en mi cara.
¿A dónde puedo ir desde aquí? ¿Qué más puedo hacer?
—No es eso a lo que me refiero —dice bruscamente y pasa una mano por su pelo demasiado largo y este cae sobre su frente.
—¿A qué te refieres?
Él traga. —Quiero que tu mundo empiece y termine conmigo —dice, su expresión vulnerable. Su comentario me desbarata totalmente. Es como si me hubiera golpeado duro en el estómago, dejándome sin aliento e hiriéndome. Y la visión que me viene a la mente es la de un niño pequeño,
asustado, con cabello cobrizo y de ojos grises con ropas sucias, desiguales y que no le entallan correctamente.
—Lo hace —digo sin engañarlo, porque es la verdad—. Sólo estoy tratando de establecer una carrera y no quiero explotar tu nombre. Tengo que hacer algo, Pedro. No me puedo quedar encerrada en Escala o en la nueva casa sin hacer nada. Enloqueceré. Me asfixiaré. Siempre he trabajado, y disfruto de esto. Éste es el trabajo de mis sueños; es todo lo que alguna vez he querido. Pero hacer esto no significa que te ame menos. Tú eres mi mundo. —Mi garganta duele y las lágrimas pican en mis ojos. No debo
llorar, no aquí. Lo repito una y otra vez en mi cabeza. No debo llorar. No debo llorar.
Él me mira fijamente, no diciendo nada. Después frunce el ceño como si estuviera considerando lo que he dicho.
—¿Te asfixio? —Su voz es sombría, y es el eco de una pregunta que me ha hecho antes.
—No… si… no. —Esta es una conversación tan exasperante, no es una que quiera tener ahora, aquí. Cierro mis ojos y masajeo mi frente, tratando de entender cómo llegamos a esto—. Mira, estábamos hablando de mi
nombre. Quiero mantener mi nombre aquí porque pone cierta distancia entre tú y yo… pero sólo aquí, eso es todo. Sabes que todo el mundo piensa que conseguí el trabajo por ti, cuando la realidad es… —Me detengo, cuando sus ojos se agradan. Oh no… ¿es por él?
—¿Quieres saber porqué conseguiste el trabajo,Paula?
—¿Qué? ¿A qué te refieres?
Él se remueve en la silla como si se estuviera armándose de valor. ¿Quiero saber?
—Los directivos te dieron el trabajo de Hernandez para cuidarse. Ellos no querían el gasto de contratar una ejecutiva senior cuando la compañía estaba en plena venta. No tenían idea de que haría el nuevo dueño con eso una vez que pasara a ser de su propiedad, y sabiamente, no querían un despido caro. Así que te dieron el trabajo de Hernandez para que lo mantuvieras hasta que el nuevo dueño —se detiene, y sus labios se tuercen en una sonrisa irónica— o sea yo, tomara el mando.
¡Mierda! —¿Que estás diciendo? —Entonces fue por él.
¡Joder! Estoy horrorizada.
Él sonríe y sacude su cabeza por mi preocupación. —Relájate. Has superado el desafío. Lo has hecho muy bien. —Hay la más pequeña señal de orgullo en su voz, y es casi mi perdición.
—Oh —murmuro incoherentemente, tambaleándome por estas noticias.
Me siento de vuelta en mi silla, boquiabierta, mirándolo. Él se remueve en su silla de nuevo.
—No quiero asfixiarte, Paula. No quiero ponerte en una jaula de oro. Bueno… —Se detiene, su cara ensombreciéndose—. Bueno, mi parte racional no. —Él acaricia su barbilla pensativamente mientras su mente trama algún plan.
Oh, ¿a dónde quiere llegar con esto? Pedro levanta la mirada repentinamente, como si hubiera tenido un momento eureka.
—Así que una de las razones del por qué estoy aquí, aparte de lidiar con mi esposa errante —dice él, entrecerrando sus ojos—, es para discutir qué voy a hacer con esta compañía.
¡Esposa errante! ¡No soy errante, no soy un activo! Le frunzo el ceño a Pedro de nuevo y la amenaza de lágrimas decae.
—¿Entonces cuáles son tus planes? —Inclino mi cabeza para un lado, imitándolo, y no puedo evitar mi tono sarcástico. Sus labios se retuercen con el indicio de una sonrisa. Caray, ¡cambia de humor, de nuevo! ¿Cómo
es que alguna vez podré mantenerle el ritmo al Sr. Voluble?
—Voy a darle un nuevo nombre a la compañía, Editorial Alfonso
Mierda.
—Y al cabo de un año, será tuya.
¿Qué? Mi boca se abre una vez más, más abierta esta vez.
—Es mi regalo de bodas para ti.
Cierro mi boca después la abro, tratando de articular algo, pero no hay nada. Mi mente esta en blanco
—¿Entonces, necesito cambiar el nombre a Editorial Chaves?
Él está hablando en serio. Joder.
—Pedro —susurro cuando mi cerebro finalmente se reconecta con mi boca—. Me diste un reloj… no puedo dirigir un negocio.
Se inclina su cabeza a un costado de nuevo y me da un ceño reprobatorio.
—Dirijo mi propio negocio desde que tenía veintiún años.
—Pero tú eres… tú. Controlador y un joven genio extraordinario. Caray Pedro, te especializaste en economía en Harvard antes de dejarlo. Al menos tienes una idea. Yo vendí pintura y abrazaderas plásticas por tres años en un trabajo a medio tiempo, por amor de Dios. He visto tan poco
del mundo, ¡y no sé casi nada! —Mi voz se levanta, haciéndose más fuerte y alta, mientras completo mi discurso.
—También eres la persona más culta que conozco —contesta él con seriedad—. Amas un buen libro. No podías dejar de hacer tu trabajo mientras estábamos de luna de miel. ¿Cuántos manuscritos leíste? ¿Cuatro?
—Cinco —susurro
—Y escribiste reportes completos de todos ellos. Eres una mujer muy inteligente, Paula. Estoy seguro que lo lograrás.
—¿Estás loco?
—Loco por ti —susurra él
Suelto una risotada porque es lo único que mi cuerpo puede hacer. Él entrecierra sus ojos.
—Serás el hazmerreír. Comprar una compañía para la pequeña mujer que sólo ha tenido un trabajo de tiempo completo por pocos meses de su vida adulta.
—¿Crees que me importa un bledo lo que piensa la gente? Además, no estarás por tu cuenta.
Lo miro boquiabierta. Realmente le falta un tornillo esta vez.
—Pedro, yo… —Pongo mi cabeza en mis manos, mis emociones han pasado por un exprimidor. ¿Está loco? Y en algún lugar oscuro y profundo dentro de mi, tengo la repentina, inapropiada necesidad de reír. Cuando levanto la mirada hacia él de nuevo, sus ojos están muy abiertos.
—¿Algo divertido para usted, Sra. Chaves?
—Sí. Tú.
Sus ojos se abren aún más, sorprendido pero también divertido.
—¿Riéndote de tu esposo? Eso nunca se hace. Y estás mordiendo tu labio. —Sus ojos se ensombrecen… de esa manera. Oh no, conozco esa mirada. Sensual, seductora, lasciva… ¡No, no, no! No aquí.
—Ni siquiera lo pienses —advierto, la alarma clara en mi voz.
—¿Pensar en qué, Paula?
—Conozco esa mirada. Estamos en el trabajo.
Él se inclina hacia adelante, sus ojos pegados a los míos, hambrientos y de color gris líquido. ¡Mierda! Trago instintivamente
—Estamos en una oficina pequeña, a prueba de sonidos con una puerta que puede ser cerrada con llave.
—Inmoralidad obscena —digo cada palabra cuidadosamente.
—No con tu esposo.
—Con el jefe del jefe de mi jefe —siseo.
—Eres mi esposa.
—Pedro, no. Lo digo en serio. Puedes follarme hasta dejarme de siete tonos distintos esta noche. Pero no ahora. ¡No aquí!
Él parpadea y entrecierra sus ojos una vez más. Después
inesperadamente se ríe.
—¿Siete tonos distintos? —Él arquea una ceja, intrigado—. Tal vez le tome la palabra, Sra. Chaves.
—¡Oh, detén eso de Sra. Chaves! —digo bruscamente y golpeo el escritorio, sobresaltándonos—. Por amor de Dios, Pedro. Si significa tanto para ti, ¡cambiaré mi nombre!
Su boca se abre mientras inhala bruscamente. Y después sonríe, una radiante, feliz y completa sonrisa. Wow…
—Bien. —Él da una palmada de alegría, y de repente se pone de pie.
¿Ahora qué?
—Misión cumplida. Ahora, tengo trabajo que hacer. Si me disculpa, Sra. Alfonso.
Gah, ¡este hombre es tan exasperante!
—Pero…
—¿Pero qué, Sra.Alfonso?
Flaqueo. —Sólo vete.
—Eso intento. Te veré esta noche. Estoy esperando ponerte de siete tonos distintos.
Frunzo el ceño.
—Oh, y tengo un montón de compromisos sociales relacionados con la empresa en camino, y me gustaría que me acompañases.
Lo miro boquiabierta. ¿Simplemente se irá?
—Haré que Andrea llame a Juliana para que ponga las fechas en tu calendario. Hay algunas personas a las que necesitas conocer. Deberías hacer que Juliana repasara tu calendario de ahora en adelante.
—Está bien —mascullo, completamente perpleja, desconcertada y traumatizada.
Él se inclina sobre mi escritorio. ¿Ahora qué? Estoy atrapada en su mirada hipnotizante.
—Amo hacer negocios con usted, Sra. Alfonso. —Se inclina más cerca mientras yo me siento paralizada, y planta un suave y tierno beso en mis labios.
—Nos vemos, nena —murmura. Se pone de pie abruptamente, me guiña el ojo y se va.
Apoyo la cabeza en el escritorio, sintiendo que he sido arrollada por un tren de alta velocidad, un tren de alta velocidad que resulta ser mi amado esposo. Debe ser el más frustrante, molesto, y mandatario hombre en la tierra.
Me enderezo y me froto los ojos con fuerza. ¿A qué acabo de acceder? De acuerdo, Paula Alfonso directora de AIPS, quiero decir, Publicaciones Alfonso. El hombre está loco.
Alguien golpea la puerta, y Juliana mete la cabeza.
—¿Estás bien? —pregunta.
Simplemente la miro. Hace una mueca.
—Sé que esto no te gusta, ¿pero quieres que te haga una taza de té?
Asiento.
—¿Twinings English Breakfast, débil y negro?
Asiento.
—Está enseguida, Paula.
Miro la pantalla de mi ordenador en blanco, aún anonadada.
¿Cómo puedo hacer que entienda? ¡Un Email!
De: Paula Chaves.
Asunto: ¡NO SOY UN ACTIVO!
Fecha: 22 de agosto de 2014, 14:23
Para: Pedro Alfonso.
Señor Alfonso.
La próxima vez que venga a verme, pide una cita, así al menos puedo tener una advertencia previa de tu megalomanía dominante adolescente.
Tuya, Paula Alfonso<----- por favor nota el nombre.
Coordinadora Editorial, AIPS
De: Pedro Alfonso.
Asunto: De siete tonos diferentes.
Fecha: 22 de agosto de 2014, 14:34
Para: Paula Chaves.
Mi querida Sra. Alfonso (con énfasis en Mi)
¿Qué puedo decir en mi defensa? Estaba por la zona.
Y no, no eres un activo, eres mi amada esposa.
Como siempre, me alegraste el día.
Pedro Alfonso
Gerente General y megalomaníaco dominante, Alfonso Enterprises HoldingInc.
Está tratando de ser gracioso, pero no estoy de humor para reír. Inspiro hondo y vuelvo a mi correspondencia.
* * *
—Hola —murmuro.
—Hola —responde, cautelosamente, como debería.
—¿Has interrumpido el trabajo de alguien más hoy? —pregunto demasiado dulcemente.
El fantasma de una sonrisa cruza su rostro. —Sólo el de Flynn.
Oh.
—La próxima vez que lo veas, te daré una lista de temas que quiero cubiertos —le siseo.
—Parece de mal humor, Sra. Alfonso.
Miro fijamente las nucas de Gutierrez y Salazar frente a mí.
Pedro se remueve a mi lado.
—Hey —dice suavemente y busca mi mano. Toda la tarde, cuando debería haberme concentrado en mi trabajo, me dediqué a pensar en qué decirle.
Pero me enfadaba más y más a cada hora. Había tenido suficiente de su arrogante, petulante, y estúpidamente infantil comportamiento. Alejo mi mano de la suya, en un estilo muy arrogante, petulante, y estúpidamente infantil.
—¿Estás enfadada conmigo? —susurra.
—Sí —siseo. Cruzándome de brazos protectoramente, miro por la ventanilla. Vuelve a removerse a mi lado, pero me obligo a no mirarlo. No entiendo por qué estoy tan enfadada con él, pero lo estoy. Jodidamente enfadada.
Tan pronto llegamos a Escala, rompo el protocolo y salgo del coche con mi maletín. Entro en el edificio, sin mirar quién está siguiéndome. Gutierrez se escabulle conmigo y se apresura para llamar al elevador.
—¿Qué? —espeto cuando estoy a su lado. Sus mejillas enrojecen.
—Mis disculpas, señora —murmura.
Pedro viene y se para a mi lado a esperar el elevador, y Salazar cierra la comitiva.
—¿Así que no es sólo conmigo con quien estás enfadada? —murmura secamente Pedro. Lo miro y veo un rastro de sonrisa en su rostro.
—¿Te estás riendo de mí? —Entrecierro los ojos.
—No me atrevería a ello —dice alzando las manos como si lo estuviera apuntando con un arma. Está usando su traje azul marino, viéndose fresco y limpio con su alborotado cabello sexy y una expresión libre de culpa.
—Necesitas un corte de pelo —murmuro. Alejándome de él, entro en el elevador.
—¿Enserio? —dice quitándose mechones de la frente. Me sigue adentro.
—Sí. —Tecleo la contraseña de nuestro piso.
—¿Entonces ahora sí me hablas?
—Apenas.
—¿Y por qué, exactamente, estás enfadada? Necesito alguna pista —pregunta cuidadosamente.
Me doy vuelta y lo enfrento.
—¿Realmente no tienes ninguna idea? Seguramente, siendo alguien tan inteligente, ¿deberías tener una indicación? No puedo creer que seas tan obtuso.
Retrocede un paso alarmado. —Realmente estás enfadada. Creí que habíamos solucionado todo en tu oficina —murmura, perplejo.
—Pedro, sólo recapitulé tus petulantes demandas. Eso es todo.
Las puertas del elevador se abren y salgo hecha una furia.
Taylor está de pie en el pasillo. Retrocede un paso y cierra la boca mientras me cruzo con él.
—Hola Taylor —murmuro.
—Sra. Alfonso —murmura.
Dejando caer el maletín en el pasillo, me voy al gran cuarto.
La Sra. Jones está en la cocina.
—Buenas tardes, Sra. Alfonso.
—Hola, Sra. Jones —murmuro una vez más. Voy directamente a la heladera y saco una botella de vino blanco. Pedro me sigue a la cocina y me mira como un halcón mientras tomo una copa del estante. Se quita la
chaqueta y la deja casualmente en el respaldo de la silla.
—¿Quieres una bebida? —pregunto muy dulcemente.
—No, gracias —responde sin quitarme los ojos de encima, y sé que está desorientado. No sabe qué hacer conmigo. Es cómico en un nivel y trágico en otro. Bueno, ¡que se joda!
Tengo problemas en encontrar mi lado compasivo después del encuentro de esta tarde. Lentamente, se quita la
corbata y desabotona el primer botón de su camisa. Me sirvo una gran copa de sauvignon blanco, y Pedro se pasa una mano por el cabello.
Cuando me doy la vuelta, la Sra. Jones ha desaparecido.
¡Mierda! Ella es mi escudo humano. Bebo un trago de vino. Hmm. Sabe bien.
—Para ya con esto —susurra Pedro. Hace los dos pasos que nos separan y queda frente a mí. Suavemente coloca un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y acaricia mi lóbulo con sus dedos, enviando escalofríos por mi cuerpo.
¿Es esto lo que extrañé todo el día? ¿Su toque? Sacudo la
cabeza, haciendo que suelte mí oreja y lo miro.
—Háblame —murmura.
—¿Cuál es el punto? Tú no me escuchas.
—Sí que lo hago. Eres una de las pocas personas a las que escucho.
Bebo otro trago de vino.
—¿Esto es sobre tu nombre?
—Sí y no. Es la forma en que lidias con el hecho de que no esté de acuerdo contigo. —Lo miro, esperando que se enfade.
Frunce el ceño. —Paula, tú sabes que tengo… problemas. Me es difícil dejarlo pasar cuando estás involucrada. Sabes eso.
—Pero no soy una niña y no soy un activo.
—Lo sé. —Suspira.
—Entonces deja de tratarme como si lo fuera —susurro, rogándole.
Pasa sus dedos por mi mejilla y delinea mi labio inferior con su pulgar.
—No te enfades. Eres tan valiosa para mí. Como un activo invaluable, como un niño —susurra, con una expresión reverente en el rostro. Sus palabras me distraen. Como un niño. Invaluable como un niño… ¡Un niño es invaluable para él!
—No soy ninguna de esas cosas, Pedro. Soy tu esposa. Si te sentiste dolido porque no quise tomar tu apellido, deberías haberlo dicho.
—¿Dolido? —Frunce aún más el ceño, y sé que está explorando la posibilidad. De repente se tensa, aún con el ceño fruncido, y mira su reloj—. El arquitecto llegará en menos de una hora. Deberíamos comer.
Oh no. Gimo involuntariamente. No me ha respondido, y ahora tengo que lidiar con Georgina Matteo. Mi día de mierda sigue empeorando. Miro a Pedro.
—Esta discusión aún no se ha acabado —murmuro.
—¿Qué más hay que discutir?
—Podrías vender la compañía.
Pedro bufa. —¿Venderla?
—Sí.
—¿Y crees que encontraría un comprador con el mercado actual?
—¿Cuánto te costó?
—Fue relativamente barata. —Suena precavido.
—¿Y si va a la quiebra?
Sonríe. —Sobreviviremos. Pero no dejaré que quiebre, Paula. No mientras tú estés allí.
—¿Y si me voy?
—¿Y qué harás?
—No lo sé. Otra cosa.
—Tú ya has dicho que es el empleo de tus sueños. Y perdóname si me equivoco, pero prometí ante Dios, el Reverendo Walsh, y una congregación de nuestros seres más cercanos y queridos, apoyar tus sueños y esperanzas, y mantenerte a salvo a mi lado.
—Citarme tus votos de bodas es hacer trampa.
—Jamás prometí jugar limpio en lo que a ti concierne. Además —añade—, tú has usado tus votos como un arma en mi contra antes.
Hago una mueca. Es verdad.
—Paula, si sigues enfadada conmigo, desquítate más tarde en la cama. —Su voz es de repente baja y llena de deseo sensual, sus ojos calientes.
¿Qué? ¿Cama? ¿Cómo?
Sonríe indulgentemente al ver mi expresión. ¿Acaso espera que lo amarre?
¡Santa mierda! Mi diosa interior se quita los auriculares de su iPod y comienza a escuchar con gran atención.
—Siete tonos diferentes —susurra—. Lo espero con ansias.
¡Guau!
—¡Marta! —grita abruptamente, y cuatro segundos más tarde, la Sra. Jones reaparece. ¿Dónde estaba? ¿En la oficina de Taylor? ¿Acaso escuchó? Oh Dios.
—¿Sr. Alfonso?
—Nos gustaría comer ahora mismo, por favor.
—Muy bien, señor.
Pedro no saca sus ojos de mí. Me vigila como si fuera una criatura exótica a punto de salir corriendo. Bebo un trago de vino.
—Creo que te acompañaré con una copa —dice, suspirando, y vuelve a pasarse una mano por el cabello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario