lunes, 26 de enero de 2015
CAPITULO 74
Estamos afuera, sobre el césped. Pensé que estaríamos rumbo al cobertizo, pero decepcionantemente parece que nos dirigimos hacia la pista de baile donde una gran banda ahora se está preparando. Hay al menos veinte músicos, y unos pocos invitados están pululando alrededor, fumando furtivamente, pero dado que gran parte de la acción está atrás en la carpa no llamamos demasiado la atención.
Pedro me lleva hacia la parte trasera de la casa y abre una ventana francesa que lleva a una grande, cómoda sala de estar que no he visto antes. Camina a través de la sala desierta hacia la amplia escalera con su elegante barandilla de madera pulida. Tomando mi mano de la curva de su brazo, me lleva hasta el segundo piso y a otro tramo de escaleras hasta el tercero. Abriendo una puerta blanca, me hace pasar a una de las habitaciones.
—Esta era mi habitación —dice tranquilamente, parándose en la puerta y bloqueándola tras él.
Es grande, sencilla y escasamente amueblada. Las paredes son de color blanco como los mueble, una espaciosa cama doble, un escritorio y una silla, estantes atiborrados con libros y paneles con varios trofeos de kickboxing por el aspecto. En las paredes cuelgan carteles de películas: The Matrix, Fight Club, The Truman Show y dos afiches enmarcados de kickboxing. Uno se llama Guiseppe DeNatale, nunca he escuchado de él.
Pero lo que llama mi atención es la cartelera blanca por encima del escritorio, salpicada con un gran número de fotografías, banderines de los Mariners y talones de billetes.
Es un pedazo del joven Pedro. Mis ojos vuelven al magnífico, bello hombre ahora parado en el centro de la habitación. Él ve hacia mí oscuramente, melancólico y sexy.
—Nunca he traído a una chica aquí —murmura.
—¿Nunca? —susurro.
Él sacude la cabeza.
Trago convulsivamente y el ansia que ha estado molestándome por el último par de horas está rugiendo ahora, salvaje y deseando. Verlo de pie en la alfombra azul rey en esa máscara… es más allá de erótico. Lo deseo.
Ahora. De cualquier manera que pueda tenerlo. Tengo que resistir lanzarme hacia él y rasgar su ropa. Él camina hacia mí, como un vals, lentamente.
—No tenemos mucho tiempo Paula y por la manera en que me siento justo en este momento, no necesitaremos mucho. Date la vuelta. Déjame sacarte ese vestido.
Me giro y miro hacia la puerta, agradecida de que la cerrara.
Agachándose, susurra suavemente en mi oído.
—Déjate la máscara puesta.
Gimo mientras mi cuerpo se curva en respuesta. Aún ni me ha tocado.
Alcanza la parte superior de mi vestido, sus dedos deslizándose contra mi piel, y su toque reverbera por mi cuerpo. Con un rápido movimiento, abre el cierre.
Sosteniendo mi vestido, me ayuda a salir de él, luego gira y lo cuelga prolijamente en el respaldo de una silla.
Quitándose la chaqueta, la coloca sobre mi vestido. Se
detiene, y me mira por un momento, absorbiéndome. Estoy en sostén y pantaletas a juego, y me deleito con su sensual mirada.
—Sabes, Paula —dice suavemente mientras camina hacia mí, deshaciendo su corbatín y dejándolo colgar alrededor de su cuello, luego desabrochando los tres botones superiores de su camisa—, estaba tan enojado cuando compraste mi lote en la subasta. Toda clase de ideas vinieron a mi mente, y debí recordarme que el castigo está fuera del menú. Pero luego lo pediste voluntariamente. —Me mira a través de su máscara—. ¿Por qué hiciste eso? —susurra.
—¿Pedirlo? No lo sé. Frustración… demasiado alcohol… una causa que lo requería —mascullo vagamente, encogiéndome de hombros. ¿Tal vez para atraer su atención?
Lo necesitaba entonces, lo necesito más ahora. El dolor es peor, y sé que él puede calmarlo, aplacar esta bestia rugiente y silbante en mí con la que hay en él. Su boca se endurece en una línea, y lentamente lame su labio superior. Quiero esa lengua en mí.
—Me prometí a mí mismo que no te golpearía de nuevo, incluso si me lo rogaras.
—Por favor —rogué.
—Pero entonces entendí, probablemente estás muy incómoda en el momento, y no es algo a lo que estés habituada. —Me da una sonrisa, bastardo arrogante y sabelotodo, pero no me importa porque tiene absolutamente toda la razón.
—Sí —suspiro.
—Así que puede haber cierta… flexibilidad. Si hago esto, debes prometerme una cosa.
—Lo que sea.
—Usarás la palabra de seguridad si lo necesitas, y sólo te haré el amor, ¿de acuerdo?
—Sí. —Estoy jadeando, quiero sus manos en mí.
Él traga, luego toma mi mano y me dirige a la cama.
Arrojando el cobertor a un lado, se sienta, toma una almohada y la coloca a su lado. Me mira parada junto a él
y repentinamente tira fuertemente de mi mano haciéndome caer plana en sus piernas. Se mueve un poco para que mi cuerpo quede descansando en la cama, mi pecho en la almohada, mi cara a un lado. Inclinándose adelante, mueve mi cabello de mi hombro y corre sus dedos por las plumas en mi máscara.
—Pon tus manos tras tu espalda —murmura.
¡Oh! Se quita su corbata y lo usa para rápidamente atar mis muñecas dejando mis manos atadas tras de mí, descansando en la parte baja de mi espalda.
—¿Realmente quieres esto, Paula?
Cierro mis ojos. Es la primera vez desde que lo conocí que realmente quiero esto.
Lo necesito.
—Sí —susurro.
—¿Por qué? —pregunta suavemente mientras acaricia mi trasero con su palma.
Gimo tan pronto como su mano hace contacto con mi piel.
No se por qué… Me pide que no piense demasiado las cosas. Luego de un día como este, discutiendo sobre dinero, Lorena, la Sra. Robinson, el expediente sobre mí, el mapa de ruta, esta lujosa fiesta, las máscaras, el alcohol, las bolas plateadas, la subasta… Quiero esto.
—¿Necesito una razón?
—No, nena, no la necesitas —dice—. Sólo estoy tratando de entenderte. —Su mano izquierda se curva alrededor de mi cintura, manteniéndome en mi lugar mientras su palma abandona mi trasero y cae dura justo en la separación de mis muslos. El dolor se conecta directo con el dolor en mi estómago.
Oh, hombre… gimo fuertemente. Me golpea de nuevo, en el mismo lugar. Gruño de nuevo.
—Dos —murmura—. Haremos doce.
¡Oh mi…! Se siente diferente a la última vez, tan carnal, tan… necesario. Acaricia mi trasero con sus manos de largos dedos, y estoy indefensa, atada y presionada contra el colchón, a su voluntad y sin libre albedrío. Me golpea de nuevo, ligeramente hacia un lado, y de nuevo, en el otro lado, luego se detiene mientras suavemente baja mis pantaletas y me las quita. Gentilmente traza con su palma mi trasero de nuevo antes de continuar con las palmadas, cada una quitándome el borde de mi necesidad, o alimentándola, no lo sé. Me rindo al ritmo de los golpes, absorbiendo cada uno, saboreando cada uno.
—Doce —murmura, su voz baja y áspera. Acaricia mi trasero de nuevo y traza sus dedos hacia mi sexo y lentamente hunde dos dedos dentro de mí, moviéndolos en un círculo, girando y girando y girando, torturándome.
Gimo fuertemente mientras mi cuerpo toma el control, y sigo y sigo, convulsionando en sus dedos. Es tan intenso, inesperado y rápido.
—Eso es, nena —murmura apreciativamente. Desata mis muñecas, manteniendo sus dedos dentro de mí, mientras quedo acostada y aplastada sobre él.
—Aún no termino contigo, Paula —dice y se mueve sin quitar sus dedos. Baja mis rodillas al piso así que ahora me inclino sobre la cama. Él se arrodilla detrás de mí y baja su cierra. Desliza sus dedos fuera de mí, y oigo el familiar sonido de un paquete plástico—. Abre las piernas —gruñe y obedezco. Acaricia mi trasero y entra en mí.
—Esto será rápido, nena —murmura, y tomando mis caderas se aleja y luego me penetra de golpe.
—¡Ah! —lloro, pero la plenitud es celestial. Está quitándome el dolor de estómago con rapidez, erradicándolo con cada agudo, dulce impulso. El sentimiento es impresionante, justo lo que necesito. Me inclino hacia atrás para encontrarlo,empuje a empuje.
—Paula, no —gruñe, tratando de detenerme. Pero aún lo deseo demasiado, y me arqueo contra él, acompasando los empujes.
—Paula, mierda —sisea mientras acaba, y el sonido torturado me dispara de nuevo, guiándome a un sanador orgasmo que sigue y sigue y me lleva alto y me deja sin respiración.
Pedro se inclina y me besa en el hombro, luego se aleja. Ubicando sus brazos a mi alrededor, descansa su cabeza en el medio de mi espalda, y nos quedamos así, ambos arrodillados uno junto al otro, ¿por cuánto?, ¿segundos? Quizás incluso minutos, mientras nuestras respiraciones se calman. Mi dolor de estómago ha desaparecido, y todo lo que siento es una suave y satisfactoria serenidad.
Pedro se endereza y besa mi espalda.
—Creo que me debe una pieza, señorita Chaves —murmura.
—Mmmm —respondo, saboreando la ausencia de dolor y descansando en el brillo.
Se sienta en sus talones y me empuja de la cama hacia sus piernas.
—No tenemos mucho tiempo. Vamos. —Besa mi cabello y me fuerza a pararme.
Gruño pero me siento en la cama y me pongo las pantaletas. Vagamente, camino a la silla para ponerme el vestido. Noto con un desapasionado interés que no me quité los zapatos durante nuestro arrebato ilícito. Pedro se está atando la corbata, luego de arreglar la cama.
Mientras me pongo de nuevo el vestido, miro las fotos en la pizarra. Pedro de adolescente era guapísimo: con Gustavo y Malena en las pistas de ski; por su cuenta en París, el Arco del Triunfo sirviendo de fondo; en Londres, Nueva York, el Gran Cañón, La Casa de Ópera de Sydney, incluso en la Gran Muralla China. El maestro Alfonso viajó mucho en su adolescencia.
Hay entradas para varios conciertos: U2, Metallica, The Verve, Sheryl Crow, La Orquesta Filarmónica de Nueva York interpretando Romeo y Julieta de Prokofev, ¡qué mezcla ecléctica! Y en un costado, una fotografía del tamaño de pasaporte de una joven mujer. Está en blanco y negro. Se ve familiar, pero no puedo ubicarla.
No es la Sra. Robinson, gracias a Dios.
—¿Quién es ella? —pregunto.
—Nadie interesante —murmura mientras se desliza su chaqueta y endereza su corbata—. ¿Te ayudo con el cierre?
—Por favor. ¿Entonces por qué está en tu pizarra?
—Un descuido de mi parte. ¿Cómo está mi corbata? —Levanta su barbilla como un niño pequeño, y sonrío y la enderezo por él.
—Ahora está perfecta.
—Como tú —murmura y me toma, besándome apasionadamente—. ¿Te sientes mejor?
—Mucho, gracias Sr. Alfonso
—El placer fue todo mío, señorita Chaves.
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