Trato con una mirada reticente, morder mi labio ayuda, pero estoy sonriendo mientras abro la puerta. Pedro se gira y despide a Taylor, y el Audi se aleja.
Es extraño tener a Pedro Alfonso en el apartamento. El lugar se siente demasiado pequeño para él.
Y aún estoy molesta con él. Su acoso no conoce límites, y me doy cuenta de que es así como sabe que los correos electrónicos están siendo monitoreados en AIPS.
Probablemente sabe más de AIPS que yo. El pensamiento es desagradable.
¿Qué puedo hacer? ¿Por qué tiene esa necesidad de mantenerme a salvo? Soy adulta, algo así, por el amor de Dios. ¿Qué puedo hacer para tranquilizarlo?
Miro fijamente su hermoso rostro mientras se pasea por el cuarto como un depredador encerrado, y mi rabia remite.
Viéndolo aquí en mi espacio cuando pensé que habíamos terminado es reconfortante. Más que reconfortante, lo amo, y mi corazón se hincha con una nerviosa y embriagadora alegría. Observa alrededor, evaluando su entorno.
—Lindo lugar —dice.
—Los padres de Lourdes lo compraron para ella.
Asiente distraídamente, y sus audaces ojos grises vienen a descansar sobre los míos, mirándome fijamente.
—Eh… ¿Te gustaría una bebida? —murmuro, sonrojándome con nervios.
—No, gracias, Paula. —Sus ojos se oscurecen.
Oh, mierda. ¿Por qué estoy tan nerviosa?
—¿Qué te gustaría hacer, Paula? —pregunta suavemente mientras camina hacia mí, todo salvaje y caliente—. Sé qué me gustaría hacer —agrega en voz baja.
Retrocedo hasta chocar contra la isla de cocina de concreto.
—Todavía estoy molesta contigo.
—Lo sé. —Sonríe, una sonrisa torcida de disculpas, y me derrito… bueno, quizás no tan molesta.
—¿Te gustaría algo de comer? —pregunto.
Asiente despacio.
—Sí. Tú —murmura. Todo al sur bajo la línea de mi cintura se aprieta. Soy seducida sólo por su voz, pero es que luce su mirada tan hambrienta de “Te deseo ahora”, oh mi...
Se para delante de mí, sin tocar en absoluto, mirando fijamente hacia abajo a mis ojos y bañándome en el calor que irradia de su cuerpo. Estoy sofocantemente caliente, nerviosa y mis piernas son como gelatina, mientras el oscuro deseo cruza a través de mí. Lo deseo.
—¿Has comido hoy? —murmura.
—Comí un sándwich a la hora del almuerzo —susurro. No quiero hablar de comida.
Entrecierra los ojos.
—Necesitas comer.
—Realmente no estoy hambrienta ahora… de comida.
—¿De qué está hambrienta señorita Chaves?
—Creo que lo sabe Sr. Alfonso.
Se inclina, y nuevamente pienso que me va a besar pero no lo hace.
—¿Quieres que te bese, Paula? —susurra suavemente en mi oído.
—Sí —respiro.
—¿Dónde?
—En todas partes.
—Vas a tener que ser un poco más específica que eso. Te dije que no iba a tocarte hasta que me rogaras y me dijeras qué hacer.
Mi Diosa interior está retorciéndose en su chaise longue.
Estoy perdida, no está jugando limpio.
—Por favor —susurro.
—¿Por favor qué?
—Tócame.
—¿Dónde, nena?
Está tan tentadoramente cerca, su esencia es intoxicante.
Avanzo e inmediatamente retrocede.
—No, no —reprende. Sus ojos repentinamente amplios y alarmados.
—¿Qué? —No… regresa.
—No. —Sacude la cabeza.
—¿No a todo? —No puedo ocultar el anhelo en mi voz.
Me mira indeciso, y estoy alentada por su vacilación. Me acerco a él, y retrocede levantando sus manos en defensa, pero sonriendo.
—Mira, Paula. —Es una advertencia, y corre su mano a través de su cabello, exasperado.
—A veces no te molesta —observo quejumbrosamente—, quizás debería encontrar un lapicero marcador y podríamos trazar un mapa de las áreas de “no ir”.
Levanta una ceja.
—No es una mala idea. ¿Dónde está tu habitación?
Asiento en la dirección. ¿Está cambiando deliberadamente de tema?
—¿Has estado tomando tu píldora?
Oh, mierda. Mi píldora.
Su rostro decae ante mi expresión.
—No —digo agudamente.
—Ya veo —dice, y sus labios se presionan en una delgada línea—. Vamos,tomemos algo de comer.
¡Oh no!
—¡Pensé que iríamos a la cama! Quiero ir a la cama contigo.
—Lo sé, nena. —Sonríe y repentinamente se lanza hacia mí, agarra mis muñecas y tira de mí en sus brazos de modo que su cuerpo está presionado contra el mío.
—Necesitas comer igual que yo —murmura, sus ardientes ojos grises mirándome—. Además… la anticipación es la clave de la seducción, y justo ahora estoy realmente demorando la gratificación.
Uh, ¿desde cuándo?
—Estoy seducida y quiero mi gratificación ahora. Rogaré, por favor. —Sueno quejumbrosa. Mi Diosa interior está fuera de sí.
Me sonríe con ternura.
—Comer. Estás demasiado delgada. —Besa mi frente y me suelta.
Este es un juego, parte de un malvado plan. Le frunzo el ceño.
—Sigo molesta contigo por comprar AIPS, y ahora estoy molesta contigo porque me haces esperar. —Hago pucheros.
—Eres una pequeña dama enojada, ¿no? Te sentirás mejor después de una buena comida.
—Sé después de qué me sentiría mejor.
—Paula Chaves. Estoy sorprendido. —Su tono es gentilmente burlón.
—Para de burlarte de mí. No juegas limpio.
Ahoga su sonrisa mordiendo su labio inferior. Luce simplemente adorable… el Pedro juguetón, jugueteando con mi libido. Si tan solo mis habilidades de seducción fueran mejores. Sabría qué hacer, pero al no estar permitido poder tocarlo lo dificulta.
Mi Diosa interior entorna los ojos y mira pensativa.
Necesitamos trabajar en eso.
Mientras Pedro y yo nos miramos fijamente el uno al otro, yo caliente, turbada y anhelante y él relajado y divertido a mis expensas, me doy cuenta de que no tengo comida en el apartamento.
—Podría cocinar algo, excepto que tenemos que ir de compras.
—¿Compras?
—Por ingredientes.
—¿No tienes comida aquí? —Su expresión se oscurece.
Sacudo mi cabeza. Mierda, se ve bastante enojado.
—Vamos de compras, entonces —dice con firmeza mientras se gira sobre sus talones y se dirige a la puerta abriéndola de par en para mí.
* * *
Pedro se ve fuera de lugar, pero me sigue obedientemente, cargando una canasta de mercado.
—No puedo recordar.
—¿La Sra. Jones hace todas las compras?
—Creo que Taylor la ayuda. No estoy seguro.
—¿Estarías satisfecho con un salteado? Es rápido.
—Salteado suena bien. —Pedro sonríe, sin duda imaginándose mi motivo ulterior de una comida rápida.
—¿Han trabajado para ti desde hace mucho?
—Taylor cuatro años, creo. La Sra. Jones, alrededor de lo mismo. ¿Por qué no tienes nada de comida en tu apartamento?
—Sabes por qué —murmuro sonrojándome.
—Fuiste tú quien me dejó —murmura desaprobadoramente.
—Lo sé —respondo en voz baja, no queriendo un recordatorio.
Llegamos a la caja y nos paramos en la fila.
¿Si no lo hubiera dejado, habría ofrecido la alternativa vainilla? Me pregunto vagamente.
—¿Tienes algo de beber? —Me trae de regreso al presente.
—Cerveza… creo.
—Traeré algo de vino.
Oh querido. No estoy segura de qué clase de vino está disponible en el Supermercado de Ernie. Pedro regresa con las manos vacías, haciendo muecas con una mirada de disgusto.
—Hay una buena tienda de licores en la puerta de al lado —digo rápidamente.
—Veré que tienen.
Quizás deberíamos simplemente ir a su apartamento, entonces no tendríamos todo este lío. Veo que deambula determinadamente y con fácil gracia fuera de la puerta.
Dos mujeres están entrando, se detienen y lo miran fijamente. Oh sí, observen a mi Cincuenta Tonos, pienso abatida.
Quiero el recuerdo de él en mi cama, pero está jugando duro para conseguirlo.
Quizás debería, también. Mi Diosa interior asiente francamente en acuerdo. Y mientras estoy en la línea, armamos un plan. Hmm…
* * *
Las lleva desde que caminamos de regreso al apartamento desde la tienda. Luce extraño. No del todo su usual porte de Gerente General.
—Te ves tan… doméstico.
—Nadie nunca me ha acusado de eso antes —dice secamente. Coloca las bolsas en la isla de la cocina.
Mientras empiezo a desempacarlas, saca una botella de vino
blanco y busca el sacacorchos.
—Este lugar sigue siendo nuevo para mí. Creo que el sacacorchos está en el cajón de ahí. —Señalo con mi barbilla.
Esto se siente tan… normal. Dos personas, llegando a conocerse el uno al otro, teniendo una comida. Aún es tan extraño. El miedo que siempre sentía en su presencia se ha ido. Realmente hemos hecho tanto juntos, me sonrojo con sólo pensar en ello, y apenas lo conozco.
—¿En qué estás pensando? —Pedro interrumpe mi ensueño mientras se encoje de hombros fuera de su chaqueta de raya diplomática y la coloca en el sofá.
—Cuán poco te conozco, realmente.
Me mira fijamente y sus ojos se suavizan.
—Me conoces mejor que nadie.
—No pienso que sea verdad. —La señora Robinson viene repentinamente y para nada bienvenida a mi mente.
—Lo es, Paula. Soy una persona muy, muy privada.
Me alcanza una copa de vino.
—Salud —dice.
—Salud —respondo tomando un sorbo mientras pone la botella en la nevera.
—¿Puedo ayudarte con esto? —pregunta.
—No, está bien… siéntate.
—Me gustaría ayudar. —Su expresión es sincera.
—Puedes cortar las verduras.
—No cocino —dice, en relación al cuchillo que le entrego con recelo.
—Imagino que no lo necesitas. —Coloco la tabla de cortar y algunos pimientos rojos en frente de él. Los mira fijamente con confusión.
—¿Nunca has cortado una verdura?
—No.
Le sonrío.
—¿Me estás sonriendo?
—Al parecer esto es algo que puedo hacer y tú no. Seamos realistas Pedro,pienso que ésta es otra primera vez. Aquí, te mostraré.
Me rozo contra él y retrocede. Mi Diosa interior se sienta y toma nota.
—Así. —Corto el pimiento rojo, con cuidado de remover las semillas.
—Parece bastante simple.
—No deberías tener ningún problema con esto —murmuro irónicamente.
Me mira impasiblemente por un momento entonces comienza su tarea mientras continuo preparando el pollo cortado en cuadraditos. Comienza a cortar, cuidadosamente, lentamente. Oh por Dios, estaremos aquí todo el día.
Lavo mis manos y busco la sartén, el aceite y los otros ingredientes que necesito, repetidamente rozando contra él, mi cadera, mi brazo, mi espalda, mis manos.
Pequeños toques, en apariencia, inocentes. Se detiene cada vez que lo hago.
—Sé lo qué estás haciendo, Paula —murmura oscuramente, aún preparando el primer pimiento.
—Creo que se llama cocinar —digo, batiendo mis pestañas.
Agarrando otro cuchillo, me reúno con él en la tabla de cortar pelando y cortando el ajo, los cebollines y las judías verdes, continuamente chocando contra él.
—Eres bastante buena en esto —murmura mientras empieza con su segundo pimiento rojo.
—¿Cortar? —Bato mis pestañas hacia él—. Años de práctica. —Me rozo una vez más contra él, esta vez con mi trasero. Una vez más vacila.
—Si haces esto nuevamente, Paula, voy a tomarte sobre el piso de la cocina.
Oh, guau. Está funcionando
—Tendrás que rogarme primero.
—¿Es un desafío?
—Quizás.
Deja el cuchillo y se pasea lentamente hacia mí, sus ojos quemando. Inclinándose por delante de mí, apaga el gas. El aceite en la sartén se calma casi inmediatamente.
—Creo que comeremos más tarde —dice—. Pon el pollo en la nevera.
Está no es una frase que hubiera esperado escuchar de Pedro Alfonso, y solo él puede hacer que suene caliente, realmente caliente. Levanto el cuenco de pollo cortado en cuadraditos, colocando temblorosamente un plato en la parte superior, y guardándolo en la nevera. Cuando me giro, está detrás de mí.
—¿Así que vas a rogar? —susurro, valientemente mirando sus ojos oscurecerse.
—No, Paula. —Sacude su cabeza—. Sin rogar. —Su voz es suave, seductora.
Y nos quedamos mirándonos el uno al otro, bebiendo el uno del otro, la atmósfera entre nosotros se carga, prácticamente crepitando, sin decir nada, sólo mirando.
Muerdo mi labio mientras el deseo por este hermoso hombre se apodera de mí con venganza, encendiendo mi sangre, haciendo mi respiración poco profunda, agrupándose bajo mi cintura. Veo mis reacciones reflejadas en su postura, en sus ojos.
En un latido, me agarra por mi cadera y me jala contra él mientras mis manos alcanzan su cabello y su boca me reclama. Me presiona contra la nevera, y escucho la vaga protesta en el tintineo de botellas y frascos desde dentro mientras su lengua encuentra la mía. Gimo en su boca, y una de sus manos se mueve a mi cabello, jalando mi cabeza hacia atrás mientras nos besamos salvajemente.
—¿Qué quieres, Paula? —exhala.
—A ti. —Jadeo.
—¿Dónde?
—La cama.
Se libera, me toma en sus brazos y me lleva rápida y aparentemente sin esfuerzo a mi habitación. Dejándome sobre mis pies al lado de la cama, se inclina y enciende
la lámpara al lado de la cama. Mira rápidamente alrededor del cuarto y cierra a toda prisa las cortinas de un pálido color crema.
—¿Ahora qué? —dice suavemente.
—Hazme el amor.
—¿Cómo?
Por Dios.
—Vas a tener que decirme, nena.
Santa Mierda
—Desvísteme. —Estoy jadeando ya.
Sonríe y engancha el dedo índice en la abertura de mi blusa, tirando de mí hacia él.
—Buena chica —murmura, y sin quitar sus llameantes ojos de los míos, lentamente empieza a desabotonar mi blusa.
Tentativamente pongo mis manos en sus brazos para sostenerme. No se queja. Sus brazos son un área segura.
Cuando termina con los botones, jala mi blusa sobre
mis hombros y lo suelto para que la blusa caiga al piso.
Alcanza la pretina de mis jeans abriendo el botón y bajando el cierre.
—Dime qué quieres, Paula. —Sus ojos arden y abre los labios mientras toma respiraciones rápidas y superficiales.
—Bésame de aquí hasta aquí —susurro pasando mi dedo desde la base de mi oreja, abajo hasta mi garganta. Alisa mi cabello fuera de la línea de fuego y se inclina, dejando dulces y suaves besos a lo largo del camino trazado por mi dedo y nuevamente de vuelta.
—Mis jeans y bragas —murmuro, y sonríe contra mi garganta antes de caer de rodillas delante de mí. Oh, me siento tan poderosa. Enganchando sus pulgares en
mis jeans, gentilmente los jala hacia abajo junto con mis bragas por mis piernas.
Salgo de mis zapatillas y mi ropa entonces estoy sólo vestida con mi sujetador. Se detiene y me mira hacia arriba expectante, pero no se levanta.
—¿Ahora qué, Paula?
—Bésame —susurro.
—¿Dónde?
—Tú sabes dónde.
—¿Dónde?
Oh, él no está tomando prisioneros. Avergonzada rápidamente señalo el punto entre mis piernas, y sonríe con malicia, cierro mis ojos, mortificada, pero al mismo tiempo más que excitada.
—Oh, con placer —bromea. Me besa y da rienda suelta a su lengua, su inspiradora y experta lengua. Gruño y empuño su cabello en mis manos. No se detiene, su lengua haciendo círculos en mi clítoris, volviéndome loca, sobre y sobre, alrededor y alrededor. Ahhh… es simplemente… ¿cuánto más…? Oh…
—Pedro, por favor —ruego. No quiero venirme estando parada. No tengo la fuerza.
—¿Por favor qué, Paula?
—Hazme el amor.
—Lo hago —murmura, gentilmente soplando contra mí.
—No, te quiero dentro de mí.
—¿Estás segura?
—Por favor.
No detiene su dulce y exquisita tortura. Me quejo en voz alta.
—Pedro… por favor.
Se levanta y me mira hacia abajo, y sus labios brillan con la evidencia de mi excitación.
Santo cielo…
—¿Y Bien? —pregunta.
—¿Bien qué? —jadeo, mirándolo fijamente con franca necesidad.
—Aún estoy vestido.
Me quedo con la boca abierta hacia él en confusión.
¿Desvestirlo? Sí, puedo hacer esto. Trato de alcanzar su camisa y retrocede.
—Oh, no —me reprende. Mierda, se refería a sus jeans.
Oh, esto me da una idea. Mi Diosa interior vitorea en voz alta hacia las vigas del techo, y caigo de rodillas frente a él.
Bastante torpemente y con dedos temblorosos.
Desabrocho su cinturón y lo mando a volar, entonces tiro hacia abajo sus jeans y sus bóxers, y salta libre. Guau.
Lo espío hacia arriba a través de mis pestañas y me mira con… ¿Qué?
¿Azoramiento? ¿Admiración? ¿Sorpresa?
Camina fuera de sus jeans y se quita los calcetines, y lo tomo en mi mano y aprieto firmemente, presionando mi mano de regreso como me mostró antes. Gruñe y se tensa, y su respiración sisea a través de sus dientes apretados.
Muy tentativamente, lo pongo en mi boca y succiono, fuerte.
Hmm, sabe bien.
—Ahh. Paula… ey, se gentil.
Toma su cabeza con ternura, y lo empujo más profundamente en mi boca, presionando mis labios juntos lo más apretados que puedo, pasando mis dientes y succionando fuertemente.
—Joder —sisea
Oh, esto es un buen, inspirador y sexy sonido, así que lo hago de nuevo, empujando su longitud más profundamente, girando mi lengua a su alrededor hasta el fin. Hmm… Me siento como Afrodita.
—Paula, es suficiente. No más.
Lo hago otra vez. Ruega, Alfonso, ruega, y otra vez.
—Paula has hecho tu punto —gruñe a través de sus dientes apretados—. No quiero venirme en tu boca.
Lo hago una vez más y se inclina, me agarra de los hombros, poniéndome de pie y me tira sobre la cama.
Arrastrando su camisa sobre su cabeza, se agacha, recoge
sus jeans tirados y, como un buen chico explorador, saca un paquete plateado. Está jadeando, como yo.
—Quítate el sujetador —ordena.
Me siento y hago como ha dicho.
—Recuéstate. Quiero mirarte.
Me recuesto, mirándolo hacia arriba mientras lentamente se coloca el preservativo.
Lo quiero tan malamente. Me mira hacia abajo y lame sus labios.
—Eres un hermoso espectáculo, Paula Chaves. —Se inclina sobre la cama y lentamente se arrastra hacia arriba sobre mí, besándome mientras lo hace. Besa cada uno de mis pechos y juega con mis pezones por turno, a pesar de que estoy gruñendo y retorciéndome bajo él, no se detiene.
No… para. Te deseo.
—Pedro, por favor.
—¿Por favor qué? —murmura entre mis pechos.
—Te quiero dentro de mí.
—¿Ahora?
—Por favor.
Mirándome, aparta mis piernas con las suyas y se mueve de manera que se eleva por encima de mí. Sin quitar sus ojos de los míos, se hunde en mí a un ritmo deliciosamente lento.
Cierro mis ojos, disfrutando de la plenitud, la exquisita sensación de su posesión, instintivamente levantando mi pelvis para encontrarlo, para reunirme con él, gimiendo en voz alta. Sale muy lentamente y me llena otra vez. Mis dedos encuentran su camino en su sedoso cabello rebelde, y se mueve oh-tan-lentamente otra vez, adentro y afuera.
—Más rápido, Pedro, más rápido… por favor.
Me mira fijamente con triunfo y me besa con fuerza, entonces realmente empieza a moverse, Santo cielo, un castigo, implacable… oh joder, y sé que no duraré mucho.
Establece un ritmo constante. Empiezo a acelerar, mis piernas se tensan bajo él.
—Vamos, nena —jadea—. Dámelo.
Sus palabras me deshacen, y exploto, magníficamente, con la mente abrumada, en un millón de piezas alrededor de él, y sigue llamándome por mi nombre.
—¡Paula! ¡Oh joder, Paula! —Colapsa sobre mí, su cabeza enterrada en mi cuello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario