lunes, 2 de marzo de 2015

CAPITULO 188




Me despierto con un sobresalto. La luz inunda la habitación, y Pedro no está en la cama. Miro el reloj y veo que son las siete cincuenta y tres.


Tomo una respiración profunda y hago una mueca cuando mis costillas duelen aunque no tan mal como ayer. Creo que podría ir a trabajar.


Trabajo, sí. Quiero ir a trabajar.


Hoy es lunes, y me pasé todo el día de ayer descansando en la cama.


Pedro sólo me dejaba salir brevemente para ver a Reinaldo. 


Honestamente, él sigue siendo un fanático del control. 


Sonrío con cariño. Mi chiflado del control. Él ha estado atento y cariñoso y hablador... y “manos fuera” desde que llegamos casa.


Frunzo el ceño. Voy a tener que hacer algo al respecto. La cabeza no me duele, el dolor en las costillas ha disminuido, aunque, ciertamente, reír tiene que realizarse con precaución, pero me siento frustrada. Creo que éste es el tiempo más largo que he pasado sin sexo desde... bueno, desde la primera vez.


Creo que ambos hemos recuperado nuestro equilibrio. Pedro está mucho más relajado; su largo cuento de antes de dormir parece haber puesto a algunos fantasmas a descansar, para él y para mí. Veremos


Me ducho rápidamente, y una vez que estoy seca, examino
cuidadosamente a través de mi ropa. Quiero algo sexy. Algo que podría impulsar a la acción a Pedro. ¿Quién hubiera pensado que un hombre tan insaciable de hecho podría ejercer tanto autocontrol? Realmente no quiero hacer hincapié en la forma en que Pedro aprendió esta disciplina por encima de su cuerpo. No hemos hablado de la Bruja Zorra ni una vez desde su confesión. Espero que nunca lo hagamos. Para mí está muerta y enterrada.


Elijo una falda negra casi indecentemente corta y una blusa de seda blanca con un volante. Me deslizo medias altas con encajes superiores y mis tacones negros Louboutin37. Un poco de rimel y brillo de labios para una apariencia natural, y después de un feroz cepillado, dejo mi cabello suelto. Sí. 


Esto debe hacerlo.


Pedro está comiendo en el bar del desayuno. Su bocado de tortilla se detiene en el aire cuando me ve. Frunce el ceño.


—Buenos días, Sra. Alfonso. ¿Vas a alguna parte?


—Trabajo. —Sonrío dulcemente.


—No lo creo —resopla Pedro con burla—. La Dra. Singh dijo que una semana de descanso.


Pedro, no voy a pasar el día descansando en la cama por mi cuenta. Así que bien podría ir a trabajar. Buenos días, Marta.


—Sra. Alfonso. —La Sra. Jones trata de ocultar una sonrisa—. ¿Quiere desayunar?


—Por favor.


—¿Granola?


—Prefiero huevos revueltos con tostadas de pan integral.


La señora Jones sonríe y Pedro registra su sorpresa.


—Muy bien, Sra. Alfonso —dice la Sra. Jones.


—Paula, no vas a ir a trabajar.


—Pero…


—No. Es muy sencillo. No discutas. —Pedro es inflexible. Le doy una mirada enfurecida, y sólo entonces me doy cuenta de que está en los mismos pantalones de pijama y camiseta que llevaba puestos la noche anterior.


—¿Vas a trabajar? —pregunto.


—No.


¿Me estoy volviendo loca?


—Es lunes, ¿verdad?


Él sonríe. —La última vez que miré lo era.


Entre cierro mis ojos. —¿Vas a faltar?


—No voy a dejarte aquí por tu cuenta para que te metas en problemas. Y la Dra. Singh dijo que pasaría una semana antes de que pudieras volver a trabajar. ¿Te acuerdas?


Me deslizo sobre un taburete de la barra junto a él y elevo mi falda un poco. La Sra. Jones pone una taza de té delante de mí.


—Te ves bien —dice Pedro. Cruzo mis piernas—. Muy bien.
Especialmente aquí. —Traza un dedo sobre la carne desnuda que se muestra por encima de mi muslo. Mi pulso se acelera, mientras el dedo atraviesa mi piel—. Esta falda es muy corta —murmura, con vaga desaprobación en su voz mientras sus ojos siguen su dedo.


—¿Lo es? No me había dado cuenta.


Pedro me mira, la boca torcida en una mueca divertida pero exasperado.


—¿De verdad, Sra. Alfonso?


Me sonrojo.


—No estoy seguro de que este aspecto sea adecuado para el lugar de trabajo —murmura.


—Bueno, ya que no voy a trabajar, eso es un punto discutible.


—¿Discutible?


—Discutible —articulo.


Pedro sonríe de nuevo y vuelve a comer su tortilla.


—Tengo una idea mejor.


—¿En serio?


Él me mira a través de sus largas pestañas, ojos grises más oscuros.


Inhalo con fuerza. Oh, mi Dios. Ya era hora.


—Podemos ir a ver cómo lo está llevando Gustavo con la casa.


¿Qué? ¡Oh! ¡Burla! Recuerdo vagamente que íbamos a hacer eso antes de que Reinaldo resultara herido.


—Me encantaría.


—Bien. —Sonríe.


—¿No tienes que trabajar?


—No. Rosario está de vuelta de Taiwán. Todo ha ido bien. Hoy, todo está bien.


—Pensé que tú ibas a Taiwán.


Él resopla de nuevo.


—Paula, estabas en el hospital.


—Oh.


—Sí, oh. Así que hoy voy a pasar el tiempo de calidad con mi esposa. —Él golpea los labios mientras toma un sorbo de café.


—¿Tiempo de calidad? —No puedo ocultar la esperanza en mi voz.


La Sra. Jones pone mis huevos revueltos en frente de mí, una vez fallando al ocultar su sonrisa.


Pedro sonríe.


—Tiempo de calidad. —Asiente.


Tengo demasiada hambre para coquetear más con mi marido.


—Es bueno verte comer —murmura.


Levantándose, se inclina y me besa en el pelo.


—Me voy a la ducha.


—Um. . . ¿puedo ir y frotar tu espalda? —murmuro con la boca llena de pan tostado y huevos revueltos.


—No. Come.


Saliendo de la barra de desayuno, tira su camiseta sobre su cabeza, invitándome a ver sus hombros finamente esculpidos y su espalda desnuda mientras deambula fuera de la gran sala. Me detengo a medio masticar. Él está haciendo esto a propósito. ¿Por qué?


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