Cuando estamos en el umbral de la gran sala, Gabriela me envuelve con cuidado entre sus brazos.
—Paula, Paula, Paula querida —susurra—. Salvando a dos de mis hijos. ¿Cómo puedo agradecértelo alguna vez?
Me sonrojo, tocada y avergonzada en igual medida por sus palabras.
Manuel también me abraza, besando mi frente.
Luego Malena me agarra, aplastando mis costillas. Me estremezco y jadeo, pero ella no lo nota.
—Gracias por salvarme de aquel idiota.
Pedro le frunce el ceño.
—¡Malena! ¡Cuidado! Está adolorida.
—¡Oh! Lo siento.
—Estoy bien —murmuro, aliviada cuando me libera.
Ella luce bien. Vestida impecablemente en unos jeans apretados y una blusa rosa pálida con volados. Me alegro de estar usando mi cómodo vestido de envolvente y sandalias planas. Al menos luzco razonablemente presentable.
Corriendo hacia Pedro, Malena envuelve su brazo alrededor de su cintura.
Sin decir nada, él le da la foto a Gabriela. Ella jadea, su mano vuela a su boca para contener la emoción cuando reconoce instantáneamente a Pedro. Manuel envuelve su brazo alrededor de los hombros de ella mientras él también la examina.
—Oh, querido. —Gabriela acaricia la mejilla de Pedro.
Taylor aparece.
—¿Sr. Alfonso? La Srta. Kavanagh, el hermano de ella y su hermano están llegando, señor.
Pedro frunce el ceño
—Gracias, Taylor —murmura, perplejo.
—Llame a Gustavo y le dije que veníamos —sonríe Malena—, es una fiesta de bienvenida.
Le echo un vistazo comprensivo a mi marido cuando Gabriela y Manuel miran a Malena con exasperación.
—Mejor consigamos algo para comer—declaro—. Malena ¿me echarías una mano?
—Oh, me encantaría.
La llevo a la cocina mientras Pedro guía a sus padres a su estudio.
******
—¿En qué estabas pensando, Paula? —grita cuando me confronta en la cocina, causando que todos los ojos en el cuarto se giren y miren.
—Lourdes, por favor. ¡He recibido el mismo discurso de todos! —replico. Ella me mira y por un momento creo que voy a ser objeto de un sermón sobre cómo-no-sucumbir-ante-secuestradores de Lourdes Kavanagh, pero en cambio me abraza.
—Mierda... a veces no tienes el cerebro con el que naciste, Chaves — susurra. Y besa mi mejilla, hay lágrimas en sus ojos. ¡Lourdes!—. He estado tan preocupada por ti.
—No llores. Me harás llorar.
Se aparta y seca sus ojos, avergonzada, luego respira hondo y se compone.
—Por un lado más positivo, hemos puesto fecha para nuestra boda.Pensamos en el próximo mayo. Y por supuesto quiero que tú seas mi madrina de honor.
—Oh... Lourdes... Wow. ¡Felicidades! —Mierda... Pequeño Blip... ¡Junior!
—¿Qué es? —pregunta, malinterpretando mi alarma.
—Um... sólo estoy tan feliz por ti. Algunas buenas noticias para variar.
La envuelvo en mis brazos y la abrazo. Mierda, mierda, mierda. ¿Para cuando está previsto que nazca Blip? Calculo mentalmente la fecha. La Dra. Greene dijo que estaba de cuatro o cinco semanas. Entonces... ¿en algún momento en mayo? Mierda.
Gustavo me da una copa de champagne.
Oh. Mierda.
Pedro emerge del estudio, luciendo pálido y siguiendo a sus padres al salón. Sus ojos se abren cuando ve la copa en mi mano.
—Lourdes —la saluda fríamente.
—Pedro. —Ella es igual de fría. Suspiro.
—Sus medicinas, Sra, Alfonso. —Sus ojos en la copa en mi mano.
Estrecho mis ojos. Caray. Quiero una bebida. Gabriela sonríe mientras se une a mí en la cocina, tomando una copa de Gustavo por el camino.
—Un sorbo estará bien —susurra con un guiño de complicidad hacia mí y levanta su copa para chocarla con la mía. Pedro nos frunce el ceño hasta que Gustavo lo distrae con las nuevas noticias del último partido entre los Mariners y los Rangers.
Manuel se nos une, poniendo sus brazos alrededor de nosotras y Gabriela besa su mejilla antes de unirse a Malena en el sofá.
—¿Cómo está él? —Le susurro a Manuel cuando nos quedamos solos en la cocina mirando a la familia en el sofá.
Noto con sorpresa que Malena y Lucas están tomados de las manos.
—Conmocionado —murmura Manuel hacia mí, su frente arrugada, su cara seria—. Recuerda muchas cosas de su vida con su madre biológica, cosas que desearía que no recordara. Pero esto... —Se detiene—. Espero que lo hayamos ayudado. Me alegro que nos haya llamado. Él dijo que tú le dijiste que lo hiciera. —La mirada de Manuel se suaviza. Me encojo y tomo un sorbo de champagne—. Eres muy buena para él. No escucha a nadie más.
Frunzo el ceño. No creo que eso sea verdad. El espectro inoportuno de la Perra Zorra aparece en mi mente. Sé que Pedro también habla con Gabriela. Lo escuché. De nuevo siento un momento de frustración cuando trato de comprender la conversación de ellos en el hospital, pero todavía me elude.
—Vamos a que te sientes, Paula. Pareces cansada. Estoy seguro de que no estabas esperándonos a todos aquí esta tarde.
—Es genial verlos a todos. —Sonrío. Porque es verdad, es genial. Sólo soy una niña que se ha emparentado con una familia grande y sociable y lo amo. Me acurruco al lado de Pedro.
—Un trago —sisea y toma la copa de mi mano.
—Sí, señor —pestañeo, desarmándolo completamente.
Pone sus brazos alrededor de mis hombros y regresa a su conversación sobre béisbol con Gustavo y Lucas.
******
Yo estoy enroscada en la cama mirando el espectáculo.
—Qué bueno que pienses diferente —resoplo.
—Oh, no lo sé. —Se quita los jeans.
—¿Llenaron tus espacios en blanco?
—Algunos. Viví con los Colliers por dos meses mientras mamá y papá esperaban por los trámites. Ya estaban aprobados por adoptar a Gustavo, pero la ley exigía esperar para ver si yo tenía algún pariente vivo que quisiera reclamarme.
—¿Cómo te sientes con eso? —susurro.
Frunce el ceño.
—¿Sobre no tener parientes vivos? Que se jodan. Si fueran como la puta adicta al crack... —Sacude su cabeza con disgusto.
¡Oh, Pedro! Eras un niño y amabas a tu mamá.
Se desliza en su pijama, trepa a la cama y con cuidado me hala hacia sus brazos.
—Está regresando a mí. Recuerdo la comida. La Sra. Collier sabía cocinar.
Y al menos ahora sabemos por qué el maldito está tan traumado con mi familia. —Desliza su mano libre por su cabello—. ¡Mierda! —dice de repente girándose para mirarme boquiabierto.
—¿Qué?
—¡Tiene sentido ahora! —Sus ojos están llenos de reconocimiento.
—¿Qué?
—Pajarito. La Sra. Collier solía llamarme Pajarito.
Frunzo el ceño.
—¿Eso tiene sentido?
—La nota —dice mirándome—. La nota de rescate que dejó ese maldito.
Decía algo como “¿Sabes quién soy? Porque yo sé quién eres, Pajarito”.
Eso no tenía nada de sentido para mí.
—Eso es de un libro infantil. Cristo. Los Colliers lo tenían. Se llamaba... “¿Eres mi madre?” Mierda. —Sus ojos se abren—. Amaba ese libro.
Oh. Conozco ese libro. Mi corazón se sacude... ¡Cincuenta!
—La Sra. Collier solía leérmelo.
Estoy perpleja y no sé qué decir.
—Cristo. Él sabía... el maldito sabía.
—¿Se lo dirás a la policía?
—Sí. Lo haré. Dios sabe que hará Clark con esa información. —Pedro sacude la cabeza como tratando de aclarar sus pensamientos—. De cualquier manera, gracias por esta tarde.
Wow. Cambio de velocidad.
—¿Por qué?
—Ofrecerles comida a mi familia en un momento inesperado.
—No me lo agradezcas a mi, agradécele a Malena y a la Sra. Jones. Ella mantiene bien abastecidas las despensas.
Él sacude su cabeza con exasperación. ¿A mí? ¿Por qué?
—¿Cómo se está sintiendo, Sra. Alfonso?
—Bien. ¿Cómo se está sintiendo usted?
—Estoy bien. —Frunce el ceño... sin entender mi preocupación.
Oh... en ese caso. Arrastro mis dedos hacia abajo por su estómago hacia su sendero feliz.
Él se ríe y agarra mi mano.
—Oh, no. No tengas ideas.
Hago un puchero y él suspira.
—Paula,Paula, Paula ¿qué voy a hacer contigo? —Besa mi cabello.
—Tengo algunas ideas. —Me retuerzo a su lado y me estremezco cuando el dolor irradia a través de la parte superior de mi cuerpo desde mis costillas magulladas.
—Nena, has pasado por demasiado. Además, tengo una historia para ti.
¿Oh?
—Tú querías saber... —Él se calma, cierra sus ojos y traga.
Todo el pelo de mi cuerpo se eriza. Mierda.
Comienza con voz suave.
—Imagínate esto: un adolescente buscando ganar un poco de dinero adicional para poder continuar con su hábito secreto de beber. —Se mueve sobre su lado para estar acostados uno frente a otro mientras mira fijamente a mis ojos.
—Entonces estaba en el patio trasero en Lincolns limpiando algunos escombros y basura de la ampliación que el Sr. Mitre acababa de hacer a su casa.
Mierda... está hablando.
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