También me encanta lo limpio. Me siento renovada y revitalizada y no sé si se trata de la ducha, el llanto, o mi decisión de dejar de presionar a Pedro por todo. Me envuelve en una toalla grande y enrolla una alrededor de sus caderas, mientras que con cautela seco mi cabello. Me duele la cabeza, pero es un dolor sordo persistente más manejable. Tengo algunos analgésicos de la Dra. Singh, pero ella me pidió que no los usara a no ser que tuviera que hacerlo.
A medida que seco mi cabello, pienso en Elisa.
—Todavía no entiendo por qué Elisa estaba involucrada con Jeronimo.
—Yo sí —murmura Pedro oscuramente.
Esto es nuevo. Le frunzo el ceño, pero estoy distraída.
Se está secando el cabello con una toalla, su pecho y hombros están húmedos, con gotas de agua que brillan bajo las luces halógenas. Hace una pausa y sonríe.
—¿Disfrutas de la vista?
—¿Cómo lo sabes? —pregunto, tratando de ignorar que he sido sorprendida mirando a mi propio marido.
—¿Que estás disfrutando de la vista? —bromea.
—No —lo regaño—. Acerca de Elisa.
—El detective Clark dio a entender eso.
Le doy mi expresión de “dime más”, y otro recuerdo persistente de cuando estaba inconsciente resurge. Clark estaba en mi habitación. Me gustaría poder recordar lo que dijo.
—Hernandez tenía videos. Videos de todos ellos. En varias unidades de memoria USB.
¿Qué? Frunzo el ceño, mi piel estirándose a través de mi frente.
—Videos de él follando con ella y todas sus APs.
¡Oh!
—Exactamente. Material de chantaje. A él le gusta rudo. —Pedro frunce el ceño y veo la confusión seguida por el disgusto cruzar su rostro.
Palidece cuando su disgusto se convierte en Autoodio. Por supuesto… a Pedro también le gusta rudo.
—No. —La palabra sale de mi boca antes de que pueda detenerla.
Su entrecejo se profundiza aún más. —¿No qué? —Permanece quieto y me observa con aprensión.
—No eres para nada como él.
Los ojos de Pedro se endurecen, pero no dice nada, lo que confirma que era exactamente lo que estaba pensando.
—No lo eres. —Mi voz es firme.
—Estamos cortados por la misma tijera.
—No, no es así —suelto, aunque entiendo por qué puede pensar lo contrario. “Su padre murió en una trifulca en un bar. Su madre se bebió en el olvido. Él entraba y salía de orfanatos cuando niño, dentro y fuera de problemas, también… sobre todo robando autos. Pasó un tiempo en el reformatorio.” Recuerdo la información que Pedro reveló en el avión a Aspen.
—Los dos tienen un pasado conflictivo y nacieron en Detroit. Eso es todo,Pedro. —Empuño mis manos en mis caderas.
—Paula, tu fe en mí es conmovedora, especialmente a la luz de los últimos días. Sabremos más cuando Welch esté aquí.
—Está desestimando el tema.
—Pedro…
Me detiene con un beso. —Basta —suspira y recuerdo la promesa que me hice a mí misma de no acosarlo para obtener información.
—Y no pongas mala cara —añade—. Ven. Déjame secar tu cabello.
Y sé que el tema está cerrado.
Después de vestirme con pantalones de chándal y una camiseta, me siento entre las piernas de Pedro mientras él seca mi cabello.
—Así que, ¿Clark te dijo otra cosa, mientras estaba inconsciente?
—No que yo recuerde.
—Escuché algunas conversaciones.
El cepillo se detiene en mi cabello.
—¿En serio? —pregunta, su tono es indiferente.
—Sí. Mi padre, tu padre, el detective Clark... tu madre.
—¿Y Lourdes?
—¿Lourdes estaba allí?
—Por poco tiempo, sí. También está enfadada contigo.
Me giro en su regazo. —Detente con la basura de todo el mundo está enfadado con Paula, ¿de acuerdo?
—Sólo te digo la verdad —dice Pedro, desconcertado por mi arrebato.
—Sí, fue imprudente, pero lo sabes, tu hermana estaba en peligro.
Su cara decae. —Sí. Lo estaba. —Apagando el secador de pelo, lo pone en la cama junto a él. Agarra mi barbilla.
—Gracias —dice, sorprendiéndome—, pero no más imprudencias. Porque la próxima vez, voy a azotarte hasta que me canse.
Jadeo.
—¡No lo harías!
—Lo haría. —Está serio. Santo cielo. Muy en serio—. Tengo el permiso de tu padrastro.
Él sonríe. ¡Me está tomando el pelo! ¿O no? Me lanzo hacia él y se retuerce para que yo caiga en la cama y en sus brazos. Mientras aterrizo, el dolor de mis costillas brota a través de mí y doy un respingón.
Pedro palidece.
—¡Compórtate! —me amonesta y por un momento está enfadado.
—Lo siento —murmuro y acaricio su mejilla.
Me acaricia la mano y la besa con cuidado.
—Honestamente, Paula, de verdad no tienes ningún respeto por tu propia seguridad. —Levanta el dobladillo de mi remera y apoya sus dedos en mi vientre. Dejo de respirar—. Ya no eres sólo tú —susurra, arrastrando la yema de sus dedos alrededor de la línea de mi cintura, acariciando mi piel.
El deseo explota inesperado, caliente y pesado en mi sangre. Jadeo y Pedro se tensa, deteniendo sus dedos y mirándome. Mueve su mano hacia arriba y coloca un mechón de pelo detrás de mi oreja.
—No —susurra.
¿Qué?
—No me mires así. He visto los moretones. Y la respuesta es no. —Su voz es firme y besa mi frente.
Me retuerzo.
—Pedro —lloriqueo.
—No. Métete en la cama. —Se sienta.
—¿Cama?
—Necesitas descansar.
—Te necesito a ti.
Cierra sus ojos y sacude su cabeza como si fuera un gran esfuerzo resistirse. Cuando los abre de nuevo, brillan con resolución.
—Sólo haz lo que se te dice, Paula.
Me tienta sacarme toda la ropa, pero entonces recuerdo todos mis moretones y sé que no ganaré de esa manera.
De mala forma, asiento.
—Está bien. —Deliberadamente le doy un puchero exagerado.
Sonríe, divertido.
—Te traeré algo para almorzar.
—¿Vas a cocinar? —casi me desplomo.
Él tiene la gracia de reír.
—Voy a calentar algo. La Sra. Jones ha estado ocupada.
—Pedro, yo lo haré. Estoy bien. Demonios, quiero sexo... ciertamente puedo cocinar. —Me siento torpemente, tratando de esconder el estremecimiento por mis costillas resentidas.
—¡Cama! —Los ojos de Pedro destellan y señala la almohada.
—Ven conmigo —murmuro, deseando estar usando algo un poco más atractivo que pantalones deportivos y una remera.
—Paula, métete en la cama. Ahora.
Frunzo el ceño, me pongo de pie y dejo que mis pantalones se caigan al piso sin ceremonias, mirándolo todo el tiempo.
Su boca se tuerce con humor mientras tira de vuelta el edredón.
—Oíste a la Dra. Singh. Ella dijo reposo. —Su voz es apacible. Me deslizo en la cama y cruzo mis brazos con frustración—. Quieta —dice, claramente disfrutando.
Mi ceño se profundiza.
****
Pedro come conmigo, sentado en el medio de la cama con las piernas cruzadas.
—Eso estaba muy caliente. —Sonrío y él sonríe. Estoy llena y soñolienta.
¿Ese era su plan?
—Pareces cansada. —Recoge mi bandeja.
—Lo estoy.
—Bien. Duerme. —Me besa—. Tengo un poco de trabajo que necesito hacer. Lo haré aquí si eso está bien para ti.
Asiento... luchando una batalla perdida con mis párpados.
No sabía que el caldo de pollo podía ser tan agotador.
*****
Tiene unos papeles. Su cara está blanca.
¡Mierda!
—¿Qué está mal? —pregunto inmediatamente, sentándome e ignorando las protestas de mis costillas.
—Welch acaba de irse.
Oh, mierda.
—¿Y?
—Viví con el maldito —susurra.
—¿Viviste? ¿Con Jeronimo?
Él asiente, sus ojos grandes.
—¿Están relacionados?
—No, por Dios, no.
Me arrastro y aparto el edredón, invitándolo a la cama a mi lado y para mi sorpresa no duda. Patea lejos sus zapatos y se desliza a mi lado.
Envolviendo un brazo a mi alrededor, se enrosca, descansando su cabeza en mi pecho. Estoy atónita. ¿Qué es esto?
—No entiendo —murmuro, deslizando mis dedos por su cabello y mirándolo. Pedro cierra sus ojos y frunce el ceño como si se esforzara por recordar.
—Después de que me encontraran con la puta drogadicta, antes de ir a vivir con Manuel y Gabriela, estuve al cuidado del Estado de Michigan. Viví en una casa de acogida. Pero no puedo recordar nada sobre aquel tiempo.
Mi mente se tambalea. ¿Una casa de acogida? Esto es nuevo para nosotros.
—¿Por cuánto tiempo? —susurro.
—Dos meses más o menos. No tengo recuerdos.
—¿Has hablado de ello con tu madre y tu padre?
—No.
—Quizás deberías. Tal vez ellos puedan llenar los espacios en blanco.
Me abraza fuerte.
—Toma. —Me entrega los papeles, que resultan ser dos fotografías. Me estiro y enciendo la luz de al lado para poder examinarlas en detalle. La primera es de una casa en mal estado con una puerta amarilla y una gran ventana en la azotea. Tiene un pórtico y un pequeño jardín delantero. Es una casa mediocre.
La segunda foto es de una familia, a primera vista, una familia ordinaria de clase obrera, un hombre, su esposa, creo, y sus hijos. Los dos adultos están vestidos con desaliñadas y desteñidas remeras azules. Deben estar por sus cuarenta. La mujer tiene pelo largo y rubio con una raya y el hombre el pelo rapado, pero los dos están sonriendo cálidamente a la cámara. El hombre tiene su mano sobre una malhumorada adolescente.
Miro a cada uno de los chicos: dos chicos, mellizos idénticos de alrededor de 12 años, los dos con el cabello color arena, sonriendo a la cámara; hay otro chico, que es más pequeño, con cabello rojizo, frunciendo el ceño; y oculto detrás de él, un pequeño chico con cabello cobrizo y ojos grises.
Ojos grandes y asustados, vestido en ropas sin combinar y agarrando una manta sucia.
Maldición.
—Éste eres tú —susurro, mi corazón sacudiéndose en mi garganta. Sé que Pedro tenía cuatro años cuando su madre murió. Pero este chico lucía mucho más joven. Debe haber estado severamente desnutrido. Reprimo un sollozo mientras las lágrimas surgen en mis ojos.
Oh, mi dulce Cincuenta.
Pedro asiente.
—Ese soy yo.
—¿Welch trajo estas fotos?
—Sí, no recuerdo nada de esto. —Su voz es neutra y sin vida.
—¿No recuerdas haber estado con padres adoptivos? ¿Por qué deberías? Pedro, fue hace mucho tiempo. ¿Es esto lo que te está preocupando?
—Recuerdo otras cosas, antes y después. Cuando conocí a mi madre y mi madre. Pero esto... Es como si hubiera un gran abismo.
Mi corazón se retuerce y nace la comprensión. A mi querido loco del control le gusta tenerlo todo en su lugar y ahora ha descubierto que le falta parte del rompecabezas.
—¿Está Jeronimo en esta foto?
—Sí, el chico mayor. —Los ojos de Pedro todavía están cerrados con fuerza y se aferra a mí como si fuera una balsa salvavidas. Deslicé mis dedos a través de su cabello mientras observaba al chico mayor que está mirando, desafiante y arrogante, a la cámara. Puedo ver que es Jeronimo. Pero sólo es un chico, un triste chico de ocho o nueve años, escondiendo su miedo detrás de su hostilidad.
Un pensamiento se me ocurre.
—Cuando Jeronimo me llamó para decirme que tenía a Malena, dijo que si las cosas hubieran sido diferentes, podría haber sido él.
Pedro cierra sus ojos y se encoge.
—¡Ese maldito!
—¿Crees que hizo todo esto porque los Alfonso te adoptaron a ti en vez de a él?
—¿Quién sabe? —El tono de Pedro es amargo—. No doy una mierda por él.
—Quizá sabía que nos estábamos viendo cuando fui a esa entrevista de trabajo. Tal vez planeó seducirme todo el tiempo. —La bilis sube por mi garganta.
—No lo creo —murmura Pedro, sus ojos ahora abiertos—, las investigaciones que hizo sobre mi familia no empezaron sino como una semana después de que empezaras a trabajar en AIPS. Barney sabe las fechas exactas. Y, Paula, él tuvo relaciones sexuales con todas sus ayudantes y las grabó. —Pedro cierra sus ojos y aprieta su agarre una vez más.
Suprimiendo el temblor que me recorría, traté de recordar mis muchas conversaciones con Jeronimo cuando empecé en AIPS. En el fondo sabía que él era malo, aún ignorando todos mis instintos. Pedro tiene razón, no tengo consideración por mi propia seguridad. Recuerdo la discusión que tuvimos sobre ir a Nueva york con Jeronimo.
Diablos... podría haber terminado en algún vergonzoso video sexual. El pensamiento es nauseabundo. Y en ese momento es cuando recuerdo las fotografías que Pedro tenía de sus sumisas.
Oh, mierda. Estamos cortados con la misma tijera.
No, Pedro, no lo estás, no eres nada como él. Todavía está enroscado a mi alrededor como un niño pequeño.
—Pedro, creo que deberías hablar con tus padres. —Me niego a moverlo, me muevo y me giro en la cama hasta que estamos cara a cara.
Una mirada gris desconcertada se encuentra con la mía, recordándome al chico en la fotografía.
—Déjame llamarlos —susurro. Él sacude su cabeza—. Por favor. —ruego.
Pedro me mira, el dolor y la duda reflejados en sus ojos cuando considera mi pedido. Oh, Pedro, ¡por favor!
—Yo los llamaré —susurra.
—Bien. Podemos ir y verlos juntos o puedes ir tú. Lo que prefieras.
—No. Ellos pueden venir aquí.
—¿Por qué?
—No quiero que tú vayas a ningún lado.
—Pedro, es sólo un viaje en coche.
—No. —Su voz es firme pero me da una sonrisa irónica—. De todas maneras, es sábado por la noche, probablemente están en alguna función.
—Llámalos. Estas noticias obviamente te han disgustado. Tal vez ellos sean capaces de darte alguna luz. —Miro la alarma. Son casi las siete de la tarde. Me mira sin inmutarse por un momento.
—Está bien —dice como si le hubiera propuesto un reto. Sentándose, agarra el teléfono de al lado de la cama.
Envuelvo mi brazo a su alrededor y descanso mi cabeza en su espalda mientras hace la llamada.
—¿Papá? —Registro su sorpresa de que Manuel contestara el teléfono—. Paula está bien. Estamos en casa. Welch acaba de irse. Encontró la conexión... la casa de acogida en Detroit... no recuerdo nada de eso. —La voz de Pedro es casi inaudible cuando murmura la última oración. Mi corazón se contrae una vez más. Lo abrazo y él aprieta mi brazo.
—Sí... ¿Lo harán?... Genial. —Cuelga—. Están en camino. —Suena sorprendido y me doy cuenta de que probablemente nunca les ha pedido ayuda.
—Bien. Debería vestirme.
El brazo de Pedro se aprieta a mi alrededor.
—No vayas
—Está bien. —Me acurruco otra vez a su lado, atontada por el hecho de que me hubiera contado un montón de cosas sobre él... completamente por su voluntad
No hay comentarios:
Publicar un comentario