Oh, ahí vamos… que infantil. Envuelvo mis brazos a mi alrededor y miro sin ver la ventana. Tal vez debería pedirle que me deje en mi apartamento, así puede “no hablarme” desde la seguridad de Escala y salvarnos de una pelea inevitable. Pero mientras pienso, sé que no quiero dejarlo para meditar, no después de ayer.
Eventualmente, nos detenemos en frente a su edificio, y Pedro sale del auto.
Moviéndose con gracia alrededor hacia mi lado, él abre mi puerta.
—Vamos —ordena mientras Taylor entra en el asiento del conductor. Tomo su mano y lo sigo a través del gran vestíbulo hacia el elevador. No me deja ir.
—¿Pedro, por qué estas tan molesto conmigo? —susurro mientras esperamos.
—Tú sabes porque —murmura cuando entramos en el elevador, y presiona el código de su piso—. Dios, si algo te hubiera pasado, él estaría muerto ahora. —El tono de Pedro me enfría hasta los huesos. Las puertas se cierran.
—Como están las cosas, voy a arruinar su carrera así él no podrá tomar ventaja de mujeres jóvenes nunca más, miserable excusa de un hombre, eso es. — Sacude su cabeza—. ¡Jesús, Paula! —Él me agarra de repente, aprisionándome en la esquina del elevador.
Sus manos hacen un puño en mi cabello mientras empuja mi cabeza hacia la suya, y su boca está sobre la mía, una desesperada pasión en su beso. No sé por qué me toma por sorpresa, pero lo hace. Saboreo su alivio, su anhelo, y su rabia residual mientras su lengua posee mi boca. Se detiene, mirándome, descansando su peso contra mí así que no puedo moverme. Me deja sin aliento, aferrándome a él para apoyarme, mirado hacia ese hermoso rostro grabado con determinación y sin ningún rastro de humor.
—Si algo te hubiera pasado… si él te hubiera hecho daño… —Siento el estremecimiento que lo recorre—. BlackBerry —ordena silenciosamente—. Desde ahora. ¿Entiendes?
Asiento, tragando, incapaz de romper el contacto con su fascinante, mirada triste.
Se endereza, liberándome cuando el elevador se detiene.
—Él dijo que lo pateaste en las bolas. —El tono de Pedro es más ligero, con un rastro de admiración, creo que estoy perdonada.
—Sí —susurro, todavía aturdida por la intensidad de su beso y su apasionada orden.
—Bien.
—Reinaldo es un exmilitar. Me enseño bien.
—Me alegra que lo haya hecho. —Respira y añade, arqueando una ceja—. Necesitaré recordarlo. —Tomando mi mano, me dirige fuera del elevador y lo sigo, aliviada. Creo que eso es todo lo malo que se pondrá su humor.
—Necesito llamar a Barney. No tardare mucho. —Desaparece en su estudio, dejándome varada en la vasta sala de estar. La Sra. Jones está terminando los últimos toques de nuestra comida. Me doy cuenta que estoy famélica, pero necesito algo que hacer.
—¿Puedo ayudar?—pregunto.
Ella se ríe.
—No, Paula. ¿Puedo prepararte un trago o algo? Luces derrotada.
—Me encantaría una copa de vino.
—¿Blanco?
—Sí, por favor.
Me subo en uno de los taburetes de la barra, y me da una copa de vino. No sé cuál es, pero es delicioso, y se desliza con facilidad, calmando mis nervios destrozados.
¿Qué estaba pensando más temprano? Cuán aliviada me sentía desde que conocí a Pedro. Cuán excitante se ha vuelto mi vida. Jesús, ¿podría tener unos pocos días aburridos?
¿Qué si nunca hubiera conocido a Pedro? Estaría refugiada en mi apartamento, hablando con Lucas, completamente chiflada por mi encuentro con Jeronimo, sabiendo que tendría que encarar al baboso otra vez el viernes. Como están las cosas, hay muchas posibilidades de que no vuelva a poner los ojos en él de nuevo ¿Pero ahora para quién trabajo? Frunzo el ceño. No había pensado en eso. Mierda, ¿al menos tengo trabajo?
—Buenas tardes, Marta—dice Pedro mientras entra en el gran salón, arrastrándome de mis pensamientos.
Dirigiéndose directamente a la nevera, se sirve una copa de vino él mismo.
—Buenas tardes, Sr. Alfonso. ¿Cena en diez, señor?
—Suena bien.
Pedro alza su copa.
—Por exmilitares que entrenan bien a sus hijas —dice y sus ojos se suavizan.
—Salud —murmuro, alzando mi copa.
—¿Qué está mal? —Pedro pregunta.
—No sé si todavía tengo trabajo.
Inclina la cabeza a un lado.
—¿Todavía quieres uno?
—Por supuesto.
—Entonces todavía tienes uno.
Simple. ¿Ves? Él es el maestro de mi universo. Le ruedo los ojos y él sonríe.
* * *
Estamos sentados en la barra de desayuno y a pesar de mis mejores halagos, Pedro no me dirá qué encontró Barney en la computadora de Jeronimo. Dejo el tema, y decido hacer frente al espinoso problema de la inminente visita de José.
—José llamó —digo con indiferencia.
—¿Oh? —Pedro se voltea para mirarme.
—Quiere entregar tus fotos el viernes.
—Una entrega personal. Cuán servicial de su parte —Pedro murmura.
—Él quiere salir. Por un trago. Conmigo.
—Ya veo.
—Y Lourdes y Gustavo deberían estar de vuelta —añado rápidamente.
Pedro pone el tenedor en el plato.
—¿Qué, exactamente, estas pidiendo?
Me erizo.
—No estoy pidiendo nada. Te estoy informando mis planes para el viernes. Mira, quiero ver a José, y él se quiere quedar. Se queda aquí o se puede quedar en mi casa, pero si lo hace debería estar allí, también.
Los ojos de Pedro se amplían. Él mira estupefacto.
—Él se te insinuó.
—Pedro, eso fue hace semanas. Estaba ebrio. Yo estaba ebria, tú salvaste el día, no pasara otra vez. Él no es Jeronimo, por el amor de Dios.
—Lucas está ahí. Él puede acompañarlo.
—Él quiere verme a mí, no a Lucas.
Pedro me frunce el ceño.
—Él es solo un amigo. —Mi voz es enfática.
—No me gusta.
¿Y qué? Jesús, él es irritante a veces. Tomo una respiración profunda.
—Él es mi amigo, Pedro. No lo he visto desde su presentación. Y fue muy breve. Sé que no tienes amigos, aparte de esa espantosa mujer, pero no me quejo acerca de ti viéndola —le espeto. Pedro parpadea, sorprendido—. Quiero verlo.
He sido una mala amiga con él. —Mi subconsciente está alarmado. ¿Estas estampando tu pequeño pie? ¡Quieta ahora!
Ojos grises arden en mí.
—¿Es eso lo que piensas?—respira.
—¿Pienso sobre qué?
—Eleonora. ¿Preferirías que no la viera?
Santo cielo.
—Exacto. Preferiría que no la vieras.
—¿Por qué no lo dijiste?
—Porque no es mi decisión. Tú crees que ella es tu única amiga. —Me encojo de hombros con exasperación. Él realmente no lo entiende. ¿Cómo esto se volvió una conversación sobre ella? Ni siquiera quiero pensar en ella. Trato de llevarnos de vuelta a José—. Así como no es tu decisión para decir si puedo o no puedo ver a José. ¿No lo entiendes?
Pedro me miro, perplejo, pienso. Oh, ¿qué esta pensando?
—Se puede quedar aquí, supongo —murmura—. Puedo mantener un ojo sobre él.
—Suena petulante.
¡Aleluya!
—¡Gracias! Ya sabes, si voy a vivir aquí, también… —disminuyo. Pedro asiente con la cabeza. Él sabe lo que estoy tratando de decir—. No es como si no tuvieras espacio. —Sonrío con satisfacción.
Sus labios se levantan caprichosa y lentamente.
—¿Me estas sonriendo, señorita Chaves?
—Definitivamente, Sr. Alfonso. —Me levanto en caso de que sus manos comiencen a temblar, limpio nuestros platos, y luego los cargo en el lavavajillas.
—Marta hará eso.
—Lo he hecho ahora. —Me pongo de pie y lo veo. Me está mirando intensamente.
—Tengo que trabajar un rato —dice disculpándose.
—Genial. Encontraré algo que hacer.
—Ven aquí —ordena, pero su voz es baja y seductora, sus ojos ardiendo. No dudo en caminar a sus brazos, estrechándolo alrededor de su cuello cuando se sube en el
taburete. Envuelve sus brazos a mi alrededor, me aplasta contra él, y sólo me sostiene.
—¿Estas bien? —susurra en mi cabello.
—¿Bien?
—¿Después de lo que paso con ese jodido? ¿Después de lo que paso ayer? — agrego, su voz baja y seria.
Miro los oscuros, serios, ojos grises. ¿Estoy bien?
—Sí —susurro.
Sus brazos se tensan a mi alrededor, y me siento segura, apreciada, y amada, todo al mismo tiempo. Es maravilloso.
Cerrando mis ojos, disfruto el sentimiento de estar entre sus brazos. Amo a este hombre. Amo su intoxicante esencia, su fuerza, su voluptuosidad… mi Cincuenta.
—No peleemos —murmura. Besa mi cabello e inhala profundamente—. Hueles celestial como siempre, Paula.
—Igual tú —susurro y beso su cuello.
Demasiado pronto me libera.
—Deberían ser solo un par de horas.
Deambulo apáticamente por el apartamento. Pedro todavía está trabajando. Me he duchado y vestido con un suéter y una camiseta mía, y me aburro. No quiero leer. Si me quedo quieta, voy a recordar a Jeronimo y sus dedos en mí.
Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, el dormitorio de las sumisas. José puede dormir aquí, le gustara la vista. Son como las ocho y quince, y el sol comienza a hundirse en el oeste. Las luces de la ciudad parpadeaban debajo de mí. Es glorioso.
Sí, José le gustará aquí. Me pregunto distraídamente donde Pedro colgara las fotos que José me tomó. Pero preferiría que no lo hiciera. No estoy interesada en verme a mí misma.
De vuelta en el pasillo me encuentro fuera de la sala de juegos, y sin pensar, trato de abrir la manija de la puerta. Pedro normalmente la mantiene bajo llave, pero para mi sorpresa, la puerta abre. Que extraño. Sintiéndome como una niña jugando a las escondidas y perdiéndome en el bosque prohibido, entro. Está oscuro. Le doy un golpecito rápido al interruptor y las luces bajo la cornisa se iluminan con un suave resplandor. Es como lo recuerdo. Una sala como un vientre.
Recuerdos de la última vez que estuve aquí destellaron en mi mente. El cinturón….
Me estremezco al recordarlo. Ahora cuelga inocentemente, alineado con los demás, en el estante junto a la puerta.
Tentativamente paso mis dedos sobre los cinturones,
los floggers, las paletas y los látigos.
Jesús. Esto es lo que tengo que cuadrar con el Dr. Flynn.
¿Puede alguien con este estilo de vida parar? Parece tan improbable. Vagando sobre la cama, me siento en las suaves sabanas de raso rojo, mirando a mi alrededor a todos los aparatos.
A mi lado está el banco, sobre éste, un surtido de bastones. ¡Tantos! ¿Seguro uno es suficiente? Bueno, cuanto menos se diga sobre eso, mejor. Y la gran mesa. Nunca intentamos eso, lo que sea que él hace ahí. Mis ojos caen en el sofá, y me muevo para sentarme en él. Sólo es un sofá, no hay nada extraordinario en él, nada para ajustar nada, no que yo pueda ver. Echando un vistazo detrás de mí, veo el cofre del museo. Mi curiosidad se despertó. ¿Qué guarda ahí?
Mientras tiro del cajón de arriba noto que mi sangre late con fuerza por mis venas.
¿Por qué estoy tan nerviosa? Esto se siente tan ilícito, como si estuviera invadiendo, lo que por supuesto, estoy haciendo. Pero si él se quiere casar conmigo, bueno…
Santa mierda, ¿qué es todo esto? Una serie de instrumentos y utensilios extraños, no tengo idea de qué o para qué son, están cuidadosamente dispuestos en el cajón abierto.
Escojo uno. Tiene forma de bala con una especie de mango.
Hmmm… ¿Qué demonios haces con esto? Mi mente se tambalea, sin embargo creo que tengo una idea. Jesús, ¡hay cuatro tallas diferentes! Mi cuero cabelludo pica y levanto la
mirada.
Pedro está de pie en la entrada, mirándome, su rostro difícil de leer. ¿Cuánto tiempo lleva aquí? Siento como si me hubieran atrapado con las manos en el tarro de galletas.
—Hola. —Le sonrío nerviosamente, y sé que mis ojos están muy abiertos y que estoy mortalmente pálida.
—¿Qué estás haciendo? —dice suavemente, pero hay un trasfondo en su tono.
Oh, mierda. ¿Está molesto? Me ruborizo.
—Eh... Estaba aburrida y curiosa —murmuro, avergonzada de ser descubierta. Él dijo que serían dos horas.
—Esa es una combinación muy peligrosa. —Corre su largo dedo índice por su labio inferior, en tranquila contemplación, sin quitar los ojos de mí. Trago y mi boca está seca.
Lentamente entra en la habitación y cierra la puerta sin hacer ruido detrás de él, sus ojos son fuego líquido gris. Oh mi… Se inclina casualmente sobre la cajonera, pero creo que su posición es engañosa. Mi Diosa interior no sabe si es tiempo de luchar o de volar.
—Entonces, ¿qué es exactamente de lo que sientes curiosidad, señorita Chaves? Tal vez podría iluminarte.
—La puerta estaba abierta... Yo… —Miro a Pedro mientras aguanto la respiración y parpadeo, insegura como siempre de su reacción o de lo que debería decir. Sus ojos están oscuros. Creo que está divertido, pero es difícil de decir. Pone los codos en el cofre del museo y apoya la barbilla sobre sus manos entrelazadas.
—Estuve aquí más temprano, buscando qué hacer con todo esto. Debo haber olvidado cerrarlo con llave. —Él frunce el ceño un instante, como si dejar la puerta abierta es un lapso terrible de juicio. Yo frunzo el ceño, no es como que él sea
olvidadizo.
—¿Ah, sí?
—Pero ahora estás aquí, curiosa como siempre. — Su voz es suave, enigmática.
—¿No estás molesto? —susurro, usando el aliento que me queda.
Él ladea la cabeza hacia un lado, y sus labios se contraen en diversión.
—¿Por qué estaría molesto?
—Siento como si estuviera invadiendo… y siempre estás enojado conmigo. — Mi voz es tranquila, aunque me siento aliviada. La ceja de Pedro sube una vez más.
—Sí, estás invadiendo, pero no estoy molesto. Espero que algún día vivirás aquí conmigo, y todo esto —hace un gesto vago por la habitación con una sola mano—, va a ser tuyo, también.
Mi sala de juegos... ¿eh? Lo miro embobada, eso es mucho para asimilar.
—Es por eso que estaba aquí hoy. Tratando de decidir qué hacer. —Golpea sus labios con el dedo índice—. ¿Estoy enojado contigo todo el tiempo? No lo estaba esta mañana.
Oh, eso es cierto. Sonrío ante el recuerdo de Pedro cuando nos despertamos, y eso me distrae de la idea de lo que será de la sala de juegos. Él fue un divertido Cincuenta esta mañana.
—Fuiste travieso. Me gusta el Pedro travieso.
—¿Lo haces ahora? —Él arquea una ceja, y su hermosa boca se curva hacia arriba en una sonrisa, una sonrisa tímida. ¡Vaya!
—¿Qué es esto? —Sostengo en alto la bala de plata
—Siempre hambrienta de información, señorita Chaves. Eso es un tapón anal — dice suavemente.
—Oh...
—Lo compré para ti.
¿Qué?
—¿Para mí?
Él asiente lentamente, su cara ahora seria y cautelosa.
Frunzo el ceño.
—¿Tú compras nuevos, eh... juguetes... para cada sumisa?
—Algunas cosas. Sí.
—¿Tapones anales?
—Sí.
Está bien... Trago. Tapón anal. Es metal sólido, ¿eso seguramente tiene que ser incómodo? Recuerdo nuestra discusión sobre los juguetes sexuales y los límites duros después de graduarme. Creo que en ese momento le dije que lo intentaría.
Ahora, en realidad viendo uno, no sé si es algo que quiero hacer. Lo examino una vez más y lo coloco de regreso en el cajón.
—¿Y esto? —Saco un objeto de goma largo, negro, hecho de burbujas esféricas disminuyendo gradualmente unidas entre sí, la primera grande y la última mucho más pequeña. Ocho burbujas en total.
—Cuentas anales —dice Pedro, mirándome con atención.
¡Oh! Las examino con fascinado horror. Todo esto, dentro de mí... ¡allí! No tenía ni idea.
—Ellas tienen bastante efecto si las sacas en mitad del orgasmo —agrega de manera casual.
—¿Esto es para mí? —susurro.
—Para ti. —Él asiente lentamente.
—¿Este es el cajón anal?
Él sonríe.
—Si te gusta.
Lo cierro rápidamente, enrojeciendo como un semáforo.
—¿No te gusta el cajón anal? —pregunta inocentemente, divertido. Lo miro y me encojo de hombros, tratando de zafarme del impacto.
—No está en la parte superior de la lista en mi tarjeta de Navidad —murmuro con indiferencia. Tentativamente, abro el segundo cajón. Él sonríe.
—El siguiente cajón contiene una selección de vibradores.
Cierro el cajón rápidamente.
—¿Y el siguiente? —susurro, palideciendo una vez más, pero esta vez de vergüenza.
—Ese es más interesante.
¡Oh! Vacilante tiro para abrir el cajón, sin apartar mis ojos de su rostro hermoso, pero más bien petulante. En el interior hay una gran variedad de artículos de metal y algunos ganchos para tender ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un dispositivo grande de metal como un clip.
—Pinza genital —dice Pedro. Se levanta y se mueve casualmente alrededor así que está a mi lado. Lo regreso inmediatamente y elijo algo más delicado, dos pequeños clips en una cadena.
—Algunos de estos son para el dolor, pero la mayoría son para el placer — murmura.
—¿Qué es esto?
—Pinzas para pezones; eso es para ambos.
—¿Para ambos? ¿Pezones?
Pedro me sonríe.
—Bueno, hay dos pinzas, nena. Sí, ambos pezones, pero eso no es lo que quise decir. Estos son para ambos, placer y dolor.
Oh. Él me la quita.
—Extiende tu dedo meñique.
Hago lo que él pide, y sujeta un clip a la punta de mi dedo.
No es demasiado duro.
—La sensación es muy intensa, pero es cuando las quitamos que ellas son más dolorosas y placenteras. —Me retiro la pinza. Hmm, eso podría ser bueno. Me retuerzo ante el pensamiento.
—Me gusta el aspecto de estas —murmuro y Pedro sonríe.
—¿Qué ahora, señorita Chaves? Creo que puedo decirlo.
Asiento con la cabeza tímidamente, mordiéndome el labio.
Él llega y sube mi barbilla, así que libero mi labio inferior.
—Sabes lo que eso me hace —murmura.
Pongo las pinzas en el cajón, y Pedro se inclina hacia adelante y saca dos más.
—Estas son ajustables. —Él las sostiene para que las inspeccione.
—¿Ajustable?
—Puedes usarlas muy apretadas… o no. Dependiendo de tu estado de ánimo.
¿Cómo hace que suene tan erótico? Trago, y para desviar su atención, saco un dispositivo que se parece a un cortador de pasta con puntas.
—¿Esto? —Frunzo el ceño. Nada de hornear en la sala de juegos, sin duda.
—Eso es una rueda de Wartenberg.
—¿Para?
Él se acerca y lo toma.
—Dame tu mano. Palma hacia arriba.
Le ofrezco mi mano izquierda y la toma con suavidad, deslizando su pulgar sobre mis nudillos. Un escalofrío me recorre. Su piel contra la mía, nunca deja de emocionarme.
Corre la rueda por encima de mi palma.
—¡Ah! —Los dientes muerden mi piel, hay más que sólo dolor. De hecho, cosquillea ligeramente.
—Imagina eso sobre tus pechos —murmura Pedro lascivamente.
¡Oh! Me ruborizo y jalo mi mano. Mi respiración y corazón aumentando la frecuencia. Santo cielo.
—Hay una línea delgada entre el placer y el dolor, Paula —dice en voz baja mientras se inclina y coloca el dispositivo en el cajón.
—¿Pinzas de ropa? —susurro.
—Puedo hacer mucho con pinzas de ropa. — Sus ojos grises queman.
Me apoyo contra el cajón por lo que se cierra.
—¿Eso es todo? —Pedro se ve divertido.
—No… —Abro el cuarto cajón para ser confundida por una masa de cuero y correas. Tiro de una de las correas... parece estar unida a una pelota.
—Mordaza de bola. Te mantiene callada —dice Pedro, divertido una vez más.
—Límite suave —murmuro.
—Recuerdo —dijo—. Pero todavía puedes respirar. Tus dientes se sujetan sobre la pelota. —Tomándola, él imitó una boca sujetando la pelota con sus dedos.
—¿Has usado una de estas? —pregunto.
Él se pone rígido y mira hacia mí.
—Sí.
—¿Para ocultar tus gritos?
Cierra sus ojos, y yo creo que es en exasperación.
—No, eso no es para lo que son.
¿Oh?
—Se trata de control, Paula. ¿Cuán impotente te sentirías tú si estuvieras atada y no pudieras hablar? ¿Qué confiada tendrías que estar, sabiendo que yo tengo tanto poder sobre ti? ¿Que yo tengo que leer tu cuerpo y tu reacción, en lugar de escuchar tus palabras? Te hace más dependiente, me pone en el control final.
Yo trago.
—Suenas como si lo extrañaras.
—Es lo que yo sé —murmura, mirándome. Sus ojos grises están muy abiertos y serios, y el ambiente entre nosotros ha cambiado como si él estuviera en el confesionario.
—Tú tienes poder sobre mí. Sabes que sí —le susurro.
—¿Sí? Tú me haces sentir... indefenso.
—¡No! —Oh Cincuenta...—. ¿Por qué?
—Porque eres la única persona que conozco que realmente podría hacerme daño. —Él me alcanza y mete mi cabello detrás de la oreja.
—Oh, Pedro... eso funciona en ambos sentidos. Si no me quisieras… —Me estremezco, mirando hacia abajo a mis dedos retorcidos. Allí yace mi otra oscura duda acerca de nosotros. Si él no estuviera tan... roto, ¿él me querría? Niego con la cabeza. Tengo que tratar de no pensar así.
—Lo último que quiero hacer es hacerte daño. Te amo —murmuro, llegando a pasar mis dedos por su patilla y frotar suavemente la mejilla. Él inclina su cara hacia mi toque, deja caer la mordaza de regreso en el cajón, y llega hasta mí, sus manos alrededor de mi cintura. Me tira contra él.
—¿Hemos terminado de mostrar y hablar? —pregunta, su voz suave y seductora.
Su mano se mueve hacia arriba de mi espalda a la nuca.
—¿Por qué? ¿Qué querías hacer?
Él se inclina y me besa suavemente, y me derrito contra él, sujetando sus brazos.
—Paula, casi fuiste atacada hoy. —Su voz es suave pero helada y cautelosa.
—¿Y? —pregunto, disfrutando de la sensación de su mano en mi espalda y su proximidad. Empuja su cabeza hacia atrás y frunce el ceño hacia mí.
—¿Qué quiere decir con, “Y”? —reprende.
Miro a su encantadora y mal humorada cara, y yo estoy deslumbrada.
—Pedro, estoy bien.
Él me envuelve en sus brazos, sosteniéndome cerca.
—Cuando pienso en lo que podría haber sucedido… —Respira, enterrando su cara en mi cabello.
—¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que me veo? —susurro tranquilizadoramente en su cuello, inhalando su aroma delicioso. No hay nada mejor en el planeta que estar en los brazos de Pedro.
—Sé que eres fuerte —reflexiona Pedro en voz baja. Besa mi cabello, y luego para mi gran decepción, me libera. ¿Ah?
Agachándome pesco otro artículo del cajón abierto. Varias esposas unidas a una barra. Lo sostengo.
—Eso —dice Pedro, sus ojos oscureciéndose—, es una barra de separación con restricciones de tobillo y muñeca.
—¿Cómo funciona? —pregunto, realmente intrigada. Mi Diosa interior asoma la cabeza fuera de su búnker.
—¿Quieres que te enseñe? —jadea sorprendido, cerrando los ojos brevemente.
Parpadeo hacia él. Cuando abre los ojos, ellos están brillando.
Oh mi…
—Sí, quiero una demostración. Me gusta ser atada —susurro mientras mi Diosa interior da un salto desde el búnker hacia su chaise longue.
—Oh, Paula —murmura él. De repente, se ve afligido.
—¿Qué?
—No aquí.
—¿Qué quieres decir?
—Yo te quiero en mi cama, no aquí. Ven. —Agarra la barra y mi mano, luego me lleva rápidamente fuera de la habitación.
¿Por qué nos estamos yendo? Miro detrás de mí a medida que salimos.
—¿Por qué no allí?
Pedro se detiene en las escaleras y mira hacia mí, su expresión seria.
—Paula, tú puedes estar lista para volver ahí, pero yo no lo estoy. La última vez que estuvimos allí, me dejaste. Te lo sigo diciendo, ¿cuándo entenderás? —Frunce el ceño, liberándome así él pueda gesticular con su mano libre—. Toda mi actitud ha cambiado como resultado. Mi perspectiva completa de la vida ha cambiado radicalmente. Te he dicho esto. Lo que no te he dicho es… —Se detiene y se pasa la mano por el pelo, buscando las palabras correctas—. Soy como un alcohólico en recuperación, ¿está bien? Esa es la única comparación que puedo sacar. La compulsión se ha ido, pero no quiero poner la tentación en mi camino. No quiero hacerte daño.
Él se ve tan lleno de remordimientos, y en ese momento, unas afiladas lanzas producen dolor a través de mí. ¿Qué le he hecho a este hombre? ¿He mejorado su vida? Él era feliz antes de conocerme a mí, ¿no?
—No puedo soportar hacerte daño, porque te amo —añade, mirándome, su expresión de sinceridad absoluta como un niño pequeño diciendo una verdad muy simple.
Él es completamente inocente, y me quita el aliento. Lo adoro más que a nada ni a nadie. Amo a este hombre incondicionalmente.
—¿Quieres que te folle en las escaleras? —murmura, su respiración es irregular—. Porque en este momento, lo haría.
—Sí —murmuro y me aseguro que mi oscura mirada se encuentre con la suya.
Me mira, sus ojos entrecerradas y pesados.
—No. Te quiero en mi cama. —De repente me levanta sobre su hombro, haciéndome quejarme en voz alta y me pega con fuerza en el trasero, lo cual me hace quejarme de nuevo. Mientras baja las escaleras, se agacha para levantar la barra caída.
La señora Jones va saliendo del cuarto de servicio cuando pasamos por el pasillo.
Nos sonríe, y le dirijo una apologética inclinación de cabeza.
No creo que Pedro la notara.
En el cuarto, me pone de nuevo en mis pies y tira la barra en la cama.
—No creo que vayas a herirme —suspiro.
—Tampoco creo que vaya a hacerlo —dice, toma mi cabeza entre sus manos y me besa, largo y con fuerza, incendiando mi sangre ya caliente—. Te deseo mucho — susurra contra mi boca, jadeando—. ¿Estás segura de esto? Después de lo de hoy…
—Sí, yo también te deseo. Quiero desvestirte. —No puedo esperar a tener mis manos en él, mis dedos pican por tocarle.
Sus ojos se ensanchan por un momento, duda, quizás reconsiderando mi petición.
—No te tocaré si no quieres que lo haga —susurro.
—No —responde rápidamente—, hazlo. Está bien, estoy bien —murmura.
Suavemente suelto un botón y mis dedos se deslizan en su camisa hasta el siguiente. Sus ojos están grandes e iluminados, sus labios entreabiertos para respirar. Es tan hermoso, incluso en su temor… por su temor. Me deshago del tercer botón y noto su suave vello entre la gran V de su camiseta.
—Quiero besarte ahí —murmuro.
Él inhala con fuerza.
—¿Besarme?
—Sí —murmuro.
Jadea mientras me deshago del siguiente botón y lentamente me inclino, dejando clara mi intención. Está conteniendo su aliento, pero se queda quieto mientras planto un suave beso entre su suaves y expuestos rizos. Me deshago del último botón y levanto la mirada hacia él. Me está mirando fijamente, y hay una expresión de satisfacción, calma y maravilla en su rostro.
—Se vuelve más fácil, ¿cierto? —susurro.
Él asiente mientras lentamente saco su camisa sobre sus hombros y la dejo caer al piso.
—¿Qué me has hecho Paula? —murmura—. Sea lo que sea, no te detengas. —Y me agarra en sus brazos, apretando ambas manos en mi cabello y tirando mi cabeza hacia atrás para poder tener libre acceso a mi garganta.
Desliza sus labios por mi mandíbula, pellizcando suavemente. Gimo. Oh, deseo a este hombre. Mis dedos vuelan a su cintura, quitando el botón y bajando el cierre.
—Oh nena —suspira y me besa detrás de la oreja. Siento su erección, firme y fuerte, tirante contra mí. Lo quiero… en mi boca. Me hecho hacia atrás abruptamente y caigo en mis rodillas.
—Whoa —jadea.
Tiro de sus pantalones y bóxers con fuerza, se libera. Antes de que pueda detenerme, lo meto en mi boca, succionando con fuerza, disfrutando su sorprendido asombro mientras su boca se abre. Baja la mirada a mí, observando cada uno de mis movimientos, sus ojos tan oscuros y llenos de felicidad carnal. Oh Dios. Cierro los dientes y succiono con más fuerza. Él cierra sus ojos y se entrega a ese placer carnal que está despertando. Sé que hacerle, y es hedonista, liberador, y candente como el infierno. El sentimiento es embriagador, no soy sólo poderosa, soy omnisciente.
—Dios —sisea y suavemente toma mi cabeza, flexionando sus caderas para meterse más profundo en mi boca. Oh sí, quiero esto y enrollo mi lengua alrededor de él, chupando con fuerza… una y otra vez.
—Paula… —Trata de alejarse.
Oh no lo harás, Alfonso. Te deseo. Tomo sus caderas firmemente, doblando mis esfuerzos, y puedo decir que ya está cerca.
—Por favor —jadea—. Me vengo, Paula —gime.
Bien. La cabeza de mi Diosa interna se lanza hacia atrás por el éxtasis, y él se viene, gimiendo y húmedamente en mi boca.
Abre sus brillantes ojos grises, bajando su mirada hacia mí, y le sonrió, lamiendo mis labios. Él me sonríe, una malvada y sucia sonrisa.
—Oh, ¿este es el juego que estamos jugando, señorita Chaves? —Se dobla, toma mis manos bajo sus hombros, y me pone de pie. De repente su boca está en la mía.Gime.
—Me puedo saborear. Tú sabes mejor —murmura contra mis labios. Quita mi camiseta y la tira descuidadamente al piso, luego me levanta y me tira en la cama.
Tomando mi suéter lo jala tan abruptamente que se quita sin que yo siquiera me mueva. No llevo ropa interior, tendida sobre su cama. Esperando, esperando. Sus ojos me embriagan, lentamente se quita la ropa que aún tiene puesta, sin quitar sus ojos de mí.
—Eres una mujer hermosa, Paula —murmura con aprecio.
Mmmm… ladeo mi cabeza coquetamente hacia un lado y le sonrió.
—Tú eres un hombre hermoso, Pedro, y sabes poderosamente bien.
Me dirige una sonrisa malvada y alcanza la barra separadora. Tomando mi tobillo izquierdo, rápidamente lo agarra, apretando la hebilla con fuerza, pero no demasiado.
Calcula cuánto espacio tengo, deslizando su dedo entre el brazalete y mi tobillo. No quita sus ojos de mí; no necesita ver qué está haciendo. Mmm… lo ha hecho antes.
—Tendremos que ver cómo sabe. Si mal no recuerdo, es un raro y exquisito manjar, señorita Chaves.
Oh.
Agarrando mi otro tobillo, de manera rápida y eficiente también lo amarra, de esta manera mis pies están separados entre sí por sesenta centímetros de ancho.
—Lo bueno de este separador es, que se expande —murmura. Presiona algo en la barra, luego empuja, y así mis pies están separados aún más. Whoa, por noventa centímetros. Mi boca se abre, luego tomo un respiro profundo. Mierda, esto es excitante. Estoy en llamas, inquieta y necesitada.
Pedro lame su labio inferior.
—Oh, vamos a tener algo de diversión con esto Paula. —Se inclina hacia el separador y lo gira, así quedo recostada de frente. Eso me toma por sorpresa.
—¿Ves lo que puedo hacerte? —dice sombríamente mientras lo gira de nuevo, así estoy de nuevo recostada en mi espalda, con la boca abierta hacia él, jadeante.
—Estas otras esposas son para tus manos. Pensaré en eso. Depende en si te comportas o no.
—¿Cuándo no me comporto?
—Puedo pensar en un par de infracciones —dice suavemente, deslizando sus dedos por las plantas de mis pies. Hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi lugar, aunque trate de retorcerme para alejarme de sus dedos.
—Tu BlackBerry, una.
Jadeo.
—¿Qué vas a hacer?
—Oh, yo nunca revelo mis planes. —Sonríe, sus ojos encendidos por la diablura.
Santo cielo. Es tan alucinantemente sexy, me quita el aliento.
Se arrastra en la cama para arrodillarse entre mis piernas, gloriosamente desnudo, y yo estoy indefensa.
—Mmm. Estás tan expuesta, señorita Chaves. —Desliza los dedos de ambas manos en el interior de mis dos piernas, lentamente, con seguridad, dibujando pequeños patrones circulares. Sin nunca perder su contacto visual conmigo.
—Es todo sobre expectación Paula. ¿Qué te haré? —Sus suaves palabras penetran en lo más profundo y oscuro de mí. Me retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento recorrido en mis piernas, pasa la parte de atrás de mis rodillas.
Instintivamente, quiero cerrar mis piernas pero no puedo.
—Recuerda, si no te gusta algo, simplemente dime que me detenga —murmura.
Doblándose para besar mi vientre, suaves y succionantes besos, mientras sus manos continúan su camino ascendente hacia el interior de mis muslos, tocando y
burlándose.
—Oh, por favor, Pedro —suplico.
—Oh, señorita Chaves. He descubierto que puede ser despiadada en sus asaltos amorosos hacia mí, creo que debería devolverle el favor.
Mis dedos agarran el edredón mientras me entrego a él, su boca suavemente va descendiendo, y sus dedos ascendiendo, hacia el vulnerable y expuesto vértice entre mis muslos. Gimo mientras desliza sus dedos en mi interior y encorvo mi pelvis para encontrarlos. Pedro gime en respuesta.
—Nunca dejas de sorprenderme Paula. Estás tan mojada —murmura contra la línea que une mi vello púbico con mi vientre. Mi cuerpo se encorva cuando su boca me encuentra.
Oh mi…
Empieza un lento y sensual asalto, su lengua gira una y otra vez mientras sus dedos se introducen en mí. Ya que no puedo cerrar mis piernas o moverme, es intenso, realmente intenso. Mi espalda se arquea y trato de absorber las
sensaciones.
—Oh, Pedro —grito.
—Lo sé, nena —susurra, y se pone sobre mí y sopla suavemente sobre la parte más sensible de mi cuerpo.
—¡Agh, por favor! —ruego.
—Di mi nombre —ordena.
—Pedro —grito, difícilmente reconozco mi propia voz, se escucha tan aguda y necesitada.
—De nuevo —resopla.
—Pedro, Pedro,Pedro Alfonso —grito con fuerza.
—Eres mía. —Su voz es suave y mortal y con un último movimiento de su lengua, caigo —espectacularmente— abrazando mi orgasmo, y debido a que mis piernas están separada, sigue y sigue y me pierdo en él.
Vagamente soy consciente de que Pedro me ha puesto de frente.
—Vamos a tratar esto nena. Si no te gusta, o es muy incómodo, me lo dices, y nos detendremos.
¿Qué? Estoy demasiado perdida en el resplandor para formar algún pensamiento consciente o coherente. Estoy sentada en el regazo de Pedro. ¿Cómo pasó esto?
—Inclínate hacia abajo, nena —murmura en mi oído—, cabeza y pecho en la cama.
En medio del aturdimiento hago lo que se me dice. Tira mis dos manos hacia atrás y las ata a la barra, juntos a mis tobillos. Oh… mis rodillas están inmóviles, mi trasero en el aire, totalmente vulnerable, completamente suyo.
—Paula, luces tan hermosa. —Su voz llena de maravilla, y escucho el rasgado de una hoja de papel aluminio. Desliza sus dedos desde la base de mi columna hasta mi sexo y se detiene un momento sobre mi trasero.
—Cuando estés lista, quiero esto también. —Su dedo se mete en mí. Jadeo en voz alta y me siento tensa bajo su suave sondeo—. No hoy, dulce Paula, pero un día… te amaré de todas la maneras. Quiero poseer cada pulgada de ti. Eres mía.
Pienso en la prueba anal, y todo lo que aprieta en mi interior. Sus palabras me hacen gemir, y sus dedos se mueven arriba y giran hacia un territorio más familiar.
Momentos después, me la está metiendo.
—¡Augh! Suave —grito, y se detiene.
—¿Estás bien?
—Suave… déjame acostumbrarme.
Se mete lentamente en mí, luego se sale lentamente, me llena, se extiende en mi interior, dos, tres veces, y no puedo hacer nada.
—Sí, bueno, creo que estoy bien —murmuro, disfrutando de la sensación.
Él gime, y aumenta su ritmo. Moviéndose, moviéndose… implacable… hacia adelante, hacia adentro, llenándome… y es exquisito. Hay alegría en mi desamparo, alegría en mi rendición hacia él, y en el saber de que puede perderse
en mí de la manera en la que le gusta. Puedo hacerlo. Me lleva a esos oscuros lugares, lugares que no sabía que existían, y juntos los llenamos de luz. Oh sí…ardiente, brillante luz.
Me dejo ir, enorgulleciéndome de lo que está haciéndome, encontrando mi dulce, dulce liberación, mientras me vengo de nuevo en voz alta, gritando su nombre. Y se detiene, vertiendo su corazón y su alma en mi interior.
—Paula, nena —grita y colapsa a mi lado.
Sus dedos con destreza desatan las correas, y masajea mis tobillos y luego mis muñecas. Cuando ha terminado y soy finalmente libre, me toma en sus brazos y me dejo ir, exhausta.
Cuando emerjo de nuevo, estoy encorvada a su lado y me está mirando. No tengo idea de qué hora es.
—Podría verte dormir por siempre Paula —murmura y besa mi frente. Sonrió y me desplazo lánguidamente a su lado.
—No quiero dejarte ir jamás —dice en voz baja y envuelve sus brazos alrededor de mí.
Mmm.
—Nunca querré irme. Nunca me dejes ir —murmuro soñolientamente, mis parpados rehusándose a abrir.
—Te necesito —susurra, pero su voz es distante, etérea parte de mis sueños. Me necesita… me necesita… y finalmente me dejo caer en la oscuridad, mis últimos pensamientos son los de un pequeño niño con ojos grises sucio, desordenado, con cabello cobrizo sonriendo tímidamente hacia mí.
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