lunes, 2 de febrero de 2015

CAPITULO 96







A las cuatro en punto, Carola llama de recepción.


—Tengo a Malena Alfonso para ti.


¿Malena? Espero que no quiera llevarme al Mall.


—¡Hola, Malena!


—Paula, hola. ¿Cómo estás? —Su excitación es contagiosa.


—Bien. Ocupada hoy. ¿Y tú?


—¡Estoy tan aburrida! Necesito encontrar algo que hacer, así que estoy organizando una fiesta de cumpleaños para Pedro.


¿El cumpleaños de Pedro? Jesús, no tenía idea.


—¿Cuándo es?


—Lo sabía. Sabía que no te lo diría. Es el domingo. Mamá y papá nos quieren a todos en una cena para celebrar. Estoy invitándote oficialmente.


—Oh, qué lindo. Gracias, Malena.


—He llamado a Pedro y le dije, y me dio tu número aquí.


—Genial. —Mi mente está en una barrera plana. ¿Qué infiernos le voy a dar a Pedro para su cumpleaños? ¿Qué le compras a un hombre que lo tiene todo?


—¿Y quizás la próxima semana, podemos ir a almorzar?


—Seguro. ¿Qué tal mañana? Mi jefe se irá a Nueva York.


—Oh, eso sería genial, Paula. ¿A qué hora?


—Digamos, ¿doce y cuarenta y cinco?


—Ahí estaré. Adiós, Paula.


—Adiós. —Colgué.


Pedro. Cumpleaños. ¿Qué en la tierra voy a regalarle?




De: Paula Chaves

Asunto: Antediluviano

Fecha: Junio 15, 2014 16:11

Para: Pedro Alfonso


Querido Sr. Alfonso:


¿Cuándo, exactamente, ibas a decirme?
¿Qué le daré a mi hombre viejo por su cumpleaños?
¿Quizás algunas baterías nuevas para su planeador?

P x


Paula Chaves

Asistente de Jeronimo Hernandez, Coordinador Editorial, AIPS



De: Pedro Alfonso

Asunto: Prehistórico

Fecha: Junio 15, 2014 16:20

Para: Paula Chaves


No te burles de los ancianos.
Me alegro de que estés vivita y coleando.
Y que Malena ha estado en contacto.
Las baterías son siempre útiles.
No me gusta celebrar mi cumpleaños.


X

Pedro Alfonso

Sordo como una tapia Gerente General, Alfonso Enterprises Holdings Inc.




De: Paula Chaves

Asunto: Mmmm.

Fecha: Junio 15, 2014 16:24

Para: Pedro Alfonso

Querido Sr. Alfonso


Puedo imaginarte haciendo pucheros mientras escribías esa última oración.
Eso hace cosas para mí.


P xox

Paula Chaves

Asistente de Jeronimo Hernandez, Coordinador Editorial, AIPS




De: Pedro Alfonso

Asunto: Rodando los ojos

Fecha: Junio 15, 2014 16:29

Para: Paula Chaves


Señorita Chaves:


¡¡¡USARÁS TU BLACKBERRY!!!


X

Pedro Alfonso

Con la palma temblando, Gerente General, Alfonso Enterprises Holdings Inc.



Ruedo mis ojos. ¿Por qué está tan tocado por los correos electrónicos?



De: Paula Chaves

Asunto: Inspiración

Fecha: Junio 15, 2014 16:33

Para: Pedro Alfonso


Querido Sr. Alfonso

Ah… tus palmas temblantes no pueden estar quietas por mucho, ¿o sí?
Me pregunto, ¿qué tendría que decir el Dr. Flynn acerca de eso?
Pero ahora sé que darte por tu cumpleaños, y espero que me deje adolorida… ;)
P x



De: Pedro Alfonso

Asunto: Angina

Fecha: Junio 15, 2014 16:38

Para: Paula Chaves


Señorita Chaves

No creo que mi corazón pueda soportar el golpe de otro correo electrónico como ese, o mis pantalones, para el caso.
Compórtate.

X


Pedro Alfonso

Gerente General, Alfonso Enterprises Holdings Inc.




De:Paula Chaves

Asunto: Tratando

Fecha: Junio 15, 2014 16:42

Para: Pedro Alfonso


Pedro:
Estoy tratando de trabajar para mi muy molesto jefe.
Por favor para de distraerme y trata de hacer lo mismo.
Tu último correo electrónico casi me hace quemarme.


X

PD: ¿Puedes recogerme a las 6:30?




De: Pedro Alfonso

Asunto: Ahí estaré

Fecha: Junio 15, 2014 16:38

Para: Paula Chaves


Nada me sería más gratamente placentero.
Aunque, puedo pensar en muchas cosas que pueden darme grato placer, y estás envuelta en ellas.


X


Pedro Alfonso.

Gerente General, Alfonso Enterprises Holdings Inc.


Me sonrojo leyendo su respuesta y sacudo mi cabeza. Bromear por correo electrónico está del todo bien y bueno, pero realmente necesitamos hablar. Quizás una vez que hayamos visto a Flynn. Bajé mi BlackBerry y terminé mi conciliación de caja chica.



* * *



Alrededor de las seis y quince, la oficina está desierta. 


Tengo todo listo para Jeronimo.


Su taxi del aeropuerto estaba en camino, y sólo tengo que entregarle sus documentos. Miro nerviosamente a través del vidrio, pero aún está sumido en su llamada telefónica, y no quiero interrumpirlo no con el humor con el que estaba hoy.


Mientras esperaba que terminara, se me ocurrió que no había comido hoy. Oh mierda, esto no iba a ir bien con Cincuenta. Rápidamente pasé a la cocina para ver si habían dejado algunas galletas.


Mientras abría la jarra común de galletas, Jeronimo apareció inesperadamente en la entrada de la cocina, sorprendiéndome.


Oh, ¿Qué está haciendo aquí?


Me miró.


—Bien, Paula, creo que quizás este es un buen momento para discutir tus faltas. — Entró, cerrando la puerta tras él, y mi boca se secó instantáneamente mientras las campanas de alarma sonaban y perforaban mi cabeza.


Oh joder.


Sus labios se curvaron en una sonrisa grotesca, y sus ojos brillaban en un cobalto oscuro.


—Por fin te tengo por tu cuenta —dijo, y lentamente lamió su labio inferior.


¿Qué?


—Ahora… ¿vas a ser una niña buena y escuchar muy cuidadosamente lo que digo?



* * *


Los ojos de Jeronimo resplandecen de un azul oscuro, y sonríe sarcásticamente mientras echa una mirada lasciva hacia abajo por mi cuerpo.


El miedo me ahoga. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere? De alguna parte en lo profundo de mi interior y a pesar de mi boca seca, encuentro la determinación y coraje para exprimir algunas palabras, el mantra “mantenlos hablando” de mi clase de autodefensa circulando en mi cerebro, como un etéreo centinela.


—Jeronimo, ahora no es un buen momento para esto. Tu taxi llega en diez minutos, y necesito entregarte todos tus documentos. —Mi voz es tranquila pero ronca,
traicionándome.


Sonríe, y es una despótica sonrisa de “jódete” que finalmente toca sus ojos.


Destellan bajo el brillo de la áspera luz fluorescente de la franja de luz sobre nosotros en la monótona habitación sin ventanas. Da un paso cerca de mí, mirándome, sus ojos nunca dejan los míos. Sus pupilas se dilatan mientras miro, el negro eclipsando al azul. Oh no. Mi miedo asciende.


—Sabes que tuve que pelear con Elisa para darte este trabajo… —Su voz se apaga mientras da otro paso hacia mí, y retrocedo contra los sucios armarios de pared. Mantelo hablando, mantenlo hablando, mantenlo hablando, mantenlo hablando.


—Jeronimo, ¿cuál es exactamente tu problema? Si quieres exponer tus quejas, entonces quizás debamos ir a Recursos Humanos. Podemos hacer esto con Elisa en un
ambiente más formal.


¿Dónde estaba seguridad? ¿Aún estaban en el edificio?


—No necesitamos a R. H. para sobrellevar esta situación Paula —dice sarcásticamente—. Cuando te contraté, pensé que serías una trabajadora muy ardua. Pensé que tenías potencial. Pero ahora, no lo sé. Has sido distraída y descuidada. Y me pregunto… ¿es tu novio el que te lleva por mal camino? —dijo novio con frío desprecio—. Decidí revisar a través de tu cuenta de e-mail para ver si podía encontrar algunas pistas. ¿Y sabes qué encontré, Paula? ¿Qué estaba fuera de lugar? Los únicos e-mail personales en tu cuenta eran a tu novio de primera. — Se detuvo, evaluando mi reacción—. Y me puse a pensar… ¿Dónde están los emails de él? No había ninguno. Nada. Nada. ¿Así que, qué está pasando, Paula? ¿Cómo te llegan sus e-mails sin estar en nuestro sistema? ¿Eres de alguna agencia
de espías, plantada aquí por la organización de Alfonso? ¿Es eso lo que pasa?


Santa mierda, los e-mails. Oh no. ¿Qué tengo que decir?


—Jeronimo, ¿de qué estás hablando? —intento lucir desconcertada, y soy muy convincente. Esta conversación no iba como esperaba, pero no confío en él en lo más mínimo. Alguna feromona subliminar que Jeronimo está emanando me tiene en alerta máxima. Este hombre está enojado y es volátil y totalmente impredecible.
Trato de razonar con él—. Acabas de decir que tuviste que persuadir a Elisa para contratarme. ¿Así que, cómo puedo ser una espía plantada? Decídete, Jeronimo.


—Pero Alfonso arruinó el viaje a Nueva York, ¿no?


Oh mierda.


—¿Cómo se encargó de eso, Paula? ¿Qué hizo tu novio rico de la Ivy League?


Cada gota de sangre que quedaba en mi rostro es drenada, y creo que me voy a desmayar.


—No sé de qué estás hablando, Jeronimo —susurro—. Tu taxi estará aquí dentro de poco. Debo buscar tus cosas. —Oh por favor, déjame ir. Detén esto.


Jeronimo continua, disfrutando mi incomodidad.


—¿Y él piensa que me propasaré contigo? —Sonríe y sus ojos se encienden—. Bien, quiero que pienses en algo mientras estoy en Nueva York. Te di este trabajo, y espero que me muestres algo de gratitud. De hecho, tengo derecho a eso. Tuve que pelear para traerte. Elisa quería a alguien mejor calificado, pero yo… yo vi algo en ti. Así que, necesitamos trabajar en un trato. Un trato donde tú me mantienes feliz. ¿Entiendes lo que digo, Paula?


¡Mierda!


—Míralo como una redefinición de la descripción de tu trabajo, si quieres. Y si me mantienes feliz, no excavaré más hondo en cómo tu novio está tirando los hilos, ordeñando a sus contactos, o cobrando algún favor de sus aduladores chicos de fraternidad de la Ivy League.


Mi boca se abrió. Me está chantajeando. ¡Por sexo! ¿Y qué puedo decir? Las noticias de la adquisición de Pedro están embargadas por otras tres semanas.


Simplemente no puedo creer esto. Sexo… ¡conmigo!


Jeronimo se mueve más cerca hasta que está parado justo en frente de mí, mirando a mis ojos. Su dulce y empalagosa colonia invade mis fosas nasales —es nauseabundo— y si no me equivoco, un amargo rastro de alcohol en su aliento.


Mierda, ha estado bebiendo… ¿Cuándo?


—Eres una culo apretado, calienta pollas, lo sabes, Paula —susurra a través de sus dientes apretado.


¿Qué? Calienta pollas… ¿yo?


—Jeronimo, no tengo idea de lo que estás hablando —susurro, mientras siento la adrenalina recorrer mi cuerpo. 


Ahora está más cerca. Estoy esperando para hacer
mi movimiento. Reinaldo estaría orgulloso. Reinaldo me enseñó cómo hacerlo. Reinaldo sabía autodefensa. Si Jeronimo me tocaba, si incluso respiraba demasiado cerca de mí, lo derribaría. Mi respiración es superficial. No debo desmayarme, no debo desmayarme.


—Mírate. —Me da una mirada lasciva—. Estás tan caliente, puedo decirlo.Realmente me enciendes. Profundamente lo quieres. Lo sé.


Santa mierda. El hombre está completamente delirante. Mi miedo se dispara a ALERTA MÁXIMA, amenazando con abrumarme.


—No, Jeronimo. Nunca te he encendido.


—Lo haces, perra calienta pollas. Puedo leer las señales. —Alcanzándome, gentilmente acaricia mi rostro con sus nudillos, bajando a mi mejilla. Su dedo índice acaricia mi cuello, y mi corazón salta hasta mi boca mientras lucho con mi reflejo nauseoso. Alcanza la base de mi cuello donde el botón superior de mi blusa negra está abierto, y presiona su mano contra mi pecho.


—Me deseas. Admítelo, Paula.


Manteniendo mis ojos firmemente enganchados con los suyos y concentrándome en lo que tengo que hacer —en vez de proliferar mi repugnancia y temor— pongo mi mano suavemente sobre la suya en una caricia. Sonríe con triunfo. 


Agarro su dedo meñique, y lo giro hacia atrás, tirándolo y llevándolo por debajo de su cadera.


—¡Arrgh! —grita de dolor y sorpresa, y mientras pierde balance, levanto mi rodilla, rápido y fuerte, hacia arriba en su ingle, y hago un contacto perfecto con mi objetivo. Lo eludo hábilmente por mi izquierda mientras sus rodillas se doblan, y colapsa con un jadeo sobre el piso de la cocina, agarrándose a sí mismo entre sus piernas.


—Nunca me toques otra vez —le gruño—. Tu itinerario y los folletos están empacados en mi escritorio. Ahora me voy a casa. Ten un lindo viaje. Y en el futuro, tráete tu maldito café tú mismo.


—¡Maldita perra! —medio gritó y medio gruñó, pero ya estaba fuera de la puerta.


Corro a toda velocidad a mi escritorio, agarro mi chaqueta y mi cartera, y me lanzo a recepción, ignorando los gemidos y maldiciones emanando del bastardo aún caído en el piso de la cocina.


Salgo del edificio y me detengo por un momento mientras el aire fresco golpea mi rostro, tomo una respiración profunda, componiéndome a mí misma. Pero no había comido en todo el día, y mientras la muy bienvenida descarga de adrenalina
cedía, mis piernas cedieron debajo de mí, y me recuesto en el suelo.


Miro con leve desprendimiento el lento movimiento de película que se desarrollaba frente a mí: Pedro y Taylor en trajes oscuros y camisas blancas, saltando fuera del auto estacionado y corriendo hacia mí. Pedro hundiéndose en sus rodillas a mi lado, y en algún nivel inconsciente, todo lo que puedo pensar es: Está aquí. Mi amor está aquí.


—Paula, ¡Paula! ¿Qué está mal? —Me jala a su regazo, pasando sus manos arriba y abajo por mis brazos, comprobando signos de daño. Agarrando mi cabeza entre sus manos, mira con sus enormes y aterrados ojos grises a los míos. Cedo contra él, repentinamente abrumada con alivio y fatiga. Oh, los brazos de Pedro. No hay lugar en el que prefiera estar.


—Paula. —Me sacude gentilmente—. ¿Qué está mal? ¿Estás enferma?


Sacudo mi cabeza mientras noto que necesito empezar a comunicarme.


—Jeronimo —susurro, y siento en vez de ver la rápida mirada de Pedro a Taylor,quien abruptamente desaparece en el edificio.


—¡Mierda! —Pedro me envuelve en sus brazos—. ¿Qué te hizo ese bastardo?


Y de algún lugar justo al lado correcto de la locura, unas risitas empiezan a burbujear en mi garganta. Recuerdo la estupefacción de Jeronimo mientras agarraba su dedo.


—Es lo que le hice a él. —Empiezo a reír y no puedo detenerme.


—¡Paula! —Pedro me sacude otra vez, y mi risa cesa convenientemente—. ¿Te tocó?


—Sólo una vez.


Siento los músculos de Pedro contraerse y tensarse mientras la rabia barre a través de él, y se levanta rápidamente, poderosamente, rígidamente estable, conmigo en sus brazos. Está furioso. ¡No!


—¿Dónde está el cabrón?


Oigo gritos apagados provenientes del interior del edificio. Pedro me pone sobre mis pies.


—¿Puedes pararte?


Asiento.


—No entres. No lo hagas,Pedro  —Repentinamente mi miedo está de regreso, miedo de lo que Pedro le haga a Jeronimo.


—Entra en el auto —me ladra.


Pedro, no. —Agarro su brazo.


—Entra en el maldito auto, Paula. —Se sacude de mí.


—¡No! ¡Por favor! —le ruego—. Quédate. No me dejes sola. —Empleo mi última arma.


Hirviendo, Pedro pasa sus manos a través de su cabello y baja la mirada hacia mí, claramente atrapado con indecisión. 


Los gritos dentro del edificio escalan, y entonces cesan repentinamente.


Oh, no. ¿Qué ha hecho Taylor?


Pedro saca su BlackBerry.


Pedro, él tiene mis e-mails.


—¿Qué?


—Los e-mails que te envié. Quería saber dónde estaban tus e-mails de respuesta.Estaba tratando de chantajearme.


La mirada de Pedro es asesina. Oh mierda.


—¡Mierda! —escupe y entorna sus ojos hacia mí, presiona un número en su BlackBerry.


Oh no. Estoy en problemas. ¿A quién está llamando?


—Barney. Alfonso. Necesito que accedas al servidor principal de AIPS y borres todos los e-mails que me envió Paula Chaves. Luego accede a los archivos de datos personales de Jeronimo Hernandez y verifica que no estén copiados ahí. Si están, bórralos…Sí, todos ellos. Hazme saber cuando esté hecho.


Cuelga y marca otro número.


—Roach. Alfonso. Hyde, lo quiero fuera. Ahora. En este minuto. Llama a seguridad.
Hazlo limpiar su escritorio inmediatamente, o liquidaré esta compañía como primer asunto en la mañana. Ya tienes toda la justificación que necesitas para darle la carta de despido. ¿Entiendes?


Escucha por un momento, y cuelga pareciendo satisfecho.


—BlackBerry —me sisea a través de los dientes apretados.


—Por favor, no te enfades conmigo. —Parpadeo hacia él.


—Estoy demasiado enfadado justo ahora —gruñe y una vez más pasa su mano a través de su cabello—. Entra en el auto.


Pedro, por favor…


—Entra en el maldito auto, Paula o te pondré en él yo mismo —amenaza, sus ojos quemando con furia.


Oh mierda.


—No hagas nada estúpido, por favor —ruego.


—¡ESTÚPIDO! —explota—. Te dije que usaras tu maldito BlackBerry. No me hables de estupidez. Entra en el maldito auto, Paula, ¡AHORA! —gruñe y un escalofrío de miedo corre a través de mí. Este es el “Pedro muy enojado”. No lo he visto así de molesto antes. Está prácticamente colgando de su autocontrol.


—Está bien —murmuro, aplacándolo—. Pero por favor, ten cuidado.


Presionando sus labios en una dura línea, señala furiosamente al auto, mirándome.


Jesús, está bien, entendí el mensaje.


—Por favor, ten cuidado. No quiero que nada te pase. Eso me mataría — murmuro. Parpadea rápidamente y se detiene, relajando sus brazos mientras toma una profunda respiración.


—Tendré cuidado —dice, sus ojos se suavizan.


Oh, gracias a Dios. Sus ojos queman hacia mí mientras me dirijo al auto, abro la puerta delantera del pasajero, y entro. 


Una vez que estoy a salvo en el confort del Audi, desaparece dentro del edificio, y mi corazón sube otra vez a mi garganta.


¿Qué está planeando hacer?


Me siento y espero. Y espero. Y espero. Cinco minutos eternos. El taxi de Jeronimo se estaciona frente al Audi. Diez minutos. Quince. Jesús, ¿qué están haciendo ahí, y cómo está Taylor? La espera es agonizante.


Veinticinco minutos después, Jeronimo emerge del edificio, cargando una caja de cartón de almacén. Junto a él está el guardia de seguridad. ¿Dónde estaba más temprano?


Y después de ellos,Pedro y Taylor. Jeronimo luce enfermo. 


Se dirige directamente al taxi, y estoy agradecida de que el Audi tenga pesadas ventanas polarizadas, así no puede verme. El taxi se marcha, presumiblemente no al SeaTac, mientras Pedro y Taylor alcanzan el auto.


Abriendo la puerta del conductor, Pedro se desliza suavemente en el asiento, presumo que porque yo estoy en el asiento del copiloto, y Taylor entra detrás de mí. Ninguno de ellos dice una palabra mientras Pedro enciende el auto y entra en el tráfico. Arriesgo una mirada rápida a Cincuenta. 


Su boca está en una línea firme, pero parece distraído. El teléfono del auto suena.


—Alfonso —Pedro chasquea.


—Sr. Alfonso, Barney aquí.


—Barney, estoy en altavoz, y hay otras personas en el carro —Pedro advirtió.


—Señor, todo está hecho. Pero necesito hablar con usted sobre lo que conseguí en la computadora del Sr. Hernandez.


—Te llamaré cuando alcance mi destino. Y gracias, Barney.


—No hay problema, Sr. Alfonso.


Barney colgó. Él suena más joven de lo que esperaba.


¿Qué más está en la computadora de Jeronimo?


—¿Me hablas?—pregunto quedamente.


Pedro me mira, antes de fijar sus ojos nuevamente en el camino, puedo decir que todavía está molesto.


—No —murmura calmadamente.





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