—Oye —dice Pedro gentilmente mientras me envuelve en sus brazos—, por favor no llores Paula, por favor —ruega.
Él está en el piso del baño y yo en su regazo. Lo rodeo con mis brazos y lloro en su cuello. Arrullando suavemente en mi cabello, gentilmente acaricia mi espalda, mi cabeza.
—Lo siento nena —susurra, y me hace llorar más alto y abrazarlo más fuerte.
Nos quedamos así sentados como por siempre.
Eventualmente dejo de llorar, Pedro se para, sosteniéndome, y me lleva hasta su cuarto donde me acuesta en la cama. En un momento está junto a mí y las luces apagadas. Me jala a sus brazos, y abrazándome fuertemente, finalmente me dejo llevar por un sueño oscuro y turbulento.
* * *
madrugada. Necesito Advil y agua. Saco mis piernas de la cama y voy hasta la cocina en el gran salón.
En el refrigerador encuentro jugo de naranja y me sirvo un vaso. Mmm está delicioso, mi confusa cabeza se esclarece de inmediato. Busco en los armarios algún analgésico y eventualmente encuentro una caja de plástico llena de medicinas. Agarro dos Advil y me los tomo con más jugo de naranja.
Vagando hacia la gran pared de vidrio, miro a la durmiente Seattle. Las luces brillan y parpadean debajo del castillo de Pedro en el cielo, ¿o debería decir fortaleza?
Presiono mi frente contra la fría ventana, es un alivio. Tengo tanto que pensar después de estas revelaciones de ayer.
Coloco mi espalda contra el vidrio y me deslizo hasta el piso.
El gran salón se ve cavernoso en la oscuridad, con la única luz viniendo de las tres lámparas sobre la isla de la cocina.
¿Podría vivir aquí? ¿Casarme con Pedro? ¿Después de todo lo que ha hecho aquí. ¿Todas las historias que este lugar guarda para él?
Matrimonio. Es casi increíble y por completo inesperado.
Pero todo sobre Pedro es inesperado. Mis labios se curvan con ironía. Pedro Alfonso, espera lo inesperado, Cincuenta Tonos de Mierda.
Mi sonrisa cae. Me parezco a su madre. Eso me hiere profundamente, y el aire abandona mis pulmones. Todas nos vemos como su mamá.
Cómo demonios voy a superar la revelación de ese pequeño secreto. No hay dudade por qué no quería decírmelo. Pero de seguro él no puede recordar mucho de su madre. Me pregunto una vez más si debería hablar con el Dr. Flynn.
¿Me dejaría Pedro? Tal vez él pueda llenar los espacios en blanco.
Sacudo mi cabeza. Me siento muy cansada, pero estoy disfrutando de la tranquila serenidad del gran salón y de las hermosas piezas de arte, frías y austeras, pero a su propia manera. ¿Podría vivir aquí? ¿Para bien o para mal? ¿En la salud y en la enfermedad? Cierro los ojos, y apoyo mi cabeza contra el cristal, tomo una profunda respiración.
La paz se rompe con un visceral y primitivo grito que hace que cada vello de mi cuerpo se ponga en punta. ¡Pedro!
Santa mierda, ¿qué sucede? Me paro y corro de regreso al cuarto antes de que el eco de ese horrible sonido se haya desvanecido, mi corazón está acelerado con miedo.
Presiono uno de los interruptores de luz, y la luz junto a la cama de Pedro se enciende. Él está dando vueltas y retorciéndose de agonía. ¡No! grita de nuevo y el
espeluznante y devastador sonido me atraviesa de nuevo.
Mierda, una pesadilla.
—Pedro. —Me cierno sobre él, tomo sus hombros y lo sacudo para que despierte. Abre sus ojos, y son salvajes y ausentes, escaneando rápidamente el cuarto vacío antes de volver a mí.
—Te fuiste, te fuiste, deberías haberte ido —murmura, su muy abierta mirada se vuelve acusadora y se ve tan perdido que mi corazón se estruja. Pobre Cincuenta.
—Estoy aquí. —Me siento en la cama junto a él—. Estoy aquí —murmuro suavemente en un esfuerzo por tranquilizarlo. Extiendo mi brazo para colocar mi palma en un lado de su cara intentando calmarlo.
—Te habías ido —susurra rápidamente, sus ojos siguen salvajes y asustados, pero parece calmarse.
—Fui a tomar algo. Tenía sed.
Cierra los ojos y se frota el rostro. Cuando los abre de nuevo se ve desolado.
—Estás aquí. ¡Oh, gracias a Dios! —Me alcanza agarrándome fuertemente, y me tira hacia abajo en la cama junto a él.
—Solo fui a tomar algo —murmuro.
Oh, la intensidad de su miedo… puedo sentirla. Su camiseta está empapada en sudor, y su corazón late rápido mientras me abraza más cerca. Me está mirando como si estuviera asegurándose a sí mismo de que realmente estoy aquí.
Suavemente acaricio su cabello y luego su mejilla.
—Pedro por favor, estoy aquí, No me voy a ninguna parte —digo con dulzura.
—Oh Paula —suspira. Agarra mi barbilla y entonces su boca está en la mía. El deseo barre a través de él, y mi cuerpo responde de inmediato, tan unido y en sintonía con el suyo. Sus labios están en mi oreja, en mi garganta, y luego de regreso a mi boca, sus dientes suavemente tiran de mi labio inferior, sus manos viajan por mi cuerpo desde mi cadera hasta mis pechos sacándome la camiseta. Me acaricia y siento su recorrido por cada espacio de mi piel, produciéndome la misma reacción familiar, su toque enviando escalofríos por todo mi cuerpo. Gimo cuando sus
manos acunan mis pechos y sus dedos aprietan mi pezón.
—Te quiero —murmura.
—Estoy aquí para ti. Sólo para ti Pedro.
Gruñe y me besa de nuevo apasionadamente con un fervor y una desesperación que no había sentido antes en él.
Agarrando el borde de su camiseta, la jalo y me ayuda a sacársela por la cabeza. Arrodillándose entre mis piernas, se apresura a pararme y terminar de sacarme la camiseta.
Sus ojos están serios, deseosos, llenos de oscuros secretos, expuestos. Coloca sus manos alrededor de mi rostro y me besa y nos hundimos en la cama una vez más.
Su muslo entre los míos por lo que está medio acostado encima de mí. Su erección está rígida a través de su bóxer contra mi cadera. Me quiere, pero sus palabras de más temprano eligen este momento para volver y atormentarme, lo que me dijo sobre su madre. Y es como un balde de agua fría para mi libido. No puedo hacer esto. No ahora.
—Pedro… detente. No puedo hacer esto —susurro urgentemente contra su boca, mis manos empujando sus brazos.
—¿Qué? ¿Qué está mal? —murmura y comienza a besar mi cuello, pasando ligeramente la punta de su lengua por mi garganta. Oh…
—No, por favor. No puedo hacer esto. No ahora. Necesito tiempo, por favor.
—Oh, Paula, no pienses tanto en esto —susurra mientras pellizca el lóbulo de mi oreja.
—Ah —jadeo, sintiéndolo en mi ingle, y mi cuerpo se arrima a él traicionándome.
Esto es tan confuso.
—Soy el mismo Paula. Te amo y te necesito. Tócame. Por favor. —Frota su nariz contra la mía, y su silenciosa y sincera súplica me derrite.
Lo toco. Lo toco mientras hacemos el amor. Oh mi…
Se coloca sobre mí, mirándome, y en la penumbra de la tenue luz de la mesita, puedo ver que está esperando, esperando mi decisión, y él está atrapado en mi hechizo.
Tentativamente coloco mi mano en el suave parche de vello en su esternón. Jadea y cierra los ojos como si le doliera, pero no quita mi mano esta vez. La muevo hacia arriba a sus hombros, sintiendo el temblor atravesándolo. Gruñe, y lo acerco más a mí, colocando ambas manos en su espalda, donde nunca ha sido tocado antes, en sus omóplatos, sosteniéndolo hacia mí. Su gemido estrangulado me excita como nada más.
Entierra su cabeza en mi cuello, besando y chupando y mordiéndome hasta llevar su nariz hasta mi barbilla y besarme, su lengua poseyendo mi boca, sus manos moviéndose por mi cuerpo una vez más. Sus labios se mueven hacia abajo, y más abajo a mis pechos, adorándolos mientras mis manos van y se quedan en sus hombros y espalda, disfrutando la flexibilidad y la curvatura de sus cincelados músculos, su piel aún húmeda por las pesadillas. Sus labios se cierran en mi pezón, tirando y apretando, por lo que se hincha para encontrar las gloriosas habilidades de su boca.
Gimo y paso mis uñas por su espalda. Y él jadea, un gemido estrangulado.
—Oh, joder Paula —dice ahogadamente, y es mitad grito, mitad gruñido. Llega hasta mi corazón, pero también profundamente, aprieta todos los músculos por debajo de mi cintura. ¡Oh, que puedo hacer por él! Mi Diosa interior se está retorciendo con deseo, y ahora estoy jadeando, igualando su torturada respiración con la mía.
Sus manos viajan al sur, sobre mi vientre, hasta mi sexo, y sus dedos están en mí, y luego dentro de mí. Gruño mientras mueve sus dedos en mi interior, y levanto mi pelvis para ir al encuentro de su toque.
—Paula —dice. De pronto me suelta y me sienta, se saca el bóxer y se inclina sobre la mesita de luz para agarrar un paquete de aluminio. Sus ojos grises están encendidos mientras me pasa el condón—. ¿Quieres esto? Aún puedes decir que no. Siempre puedes decir no —murmura.
—No me des la oportunidad de pensarlo Pedro. También te quiero. —Rasgo el paquete con los dientes y me arrodillo entre sus piernas, y con temblorosos dedos lo deslizo en él.
—Con cuidado —dice—. Me vas a acobardar Paula.
Me maravillo de lo que le puedo hacer a este hombre con mi toque. Se extendió sobre mí, y por ahora mis dudas fueron alejadas y miré hacia la oscuridad, temibles profundidades en mi mente. Estoy intoxicada con este hombre, mi hombre, mi Cincuenta Tonos. Se voltea de pronto tomándome totalmente por sorpresa, así que estoy encima de él. Whoa.
—Tú, tómame —murmura, sus ojos brillando con una feroz intensidad.
Oh, mi… lentamente, oh, tan lentamente, me hundo en él.
Tira su cabeza hacia atrás y cierra los ojos mientras gime.
Agarro sus manos y comienzo a moverme, disfrutando de la plenitud de mi posesión, disfrutando de su reacción, viéndolo desenmarañarse debajo de mí. Me siento como una diosa. Me inclino hacia abajo y beso su barbilla, pasando mis dientes a lo largo de su mandíbula sin afeitar.
Sabe delicioso. Clava sus manos en mis caderas, y ralentiza mi ritmo, lento y fácil.
—Paula tócame… por favor.
Oh. Me hago hacia adelante y me mantengo constante con mis manos en su pecho.
Y él grita, su grito casi un sollozo, y se incrusta profundamente en mí.
—Ooh —gimo, y paso gentilmente mis uñas por su pecho, a través de sus vellos ahí, y gruñe ruidosamente y se gira bruscamente por lo que una vez más estoy debajo de él.
—Suficiente —gime—. No más por favor. —Y es una súplica sincera.
Levantando las manos, coloco mis manos en su rostro, sintiendo la humedad de sus mejillas, y lo acerco a mis labios para poder besarlo.
Entrecruzo mis manos en su espalda.
Gruñe profundo y bajo en su garganta mientras se mueve dentro de mí, empujándome hacia delante y hacia arriba, pero no puedo encontrar mi liberación.
Mi cabeza está demasiado confusa con sus asuntos. Estoy demasiado envuelta en él.
—Déjalo ir Paula —me urge.
—No.
—Sí —gruñe. Se mueve ligeramente y gira sus caderas, una y otra vez.
¡Dios! ¡Aaagh!
—Vamos nena, necesito esto. Dámelo.
Y exploto, mi cuerpo esclavo del suyo, y me envuelvo en él, aferrándome como una enredadera mientras grita mi nombre, y llega al orgasmo conmigo, entonces colapsa, todo su peso presionándome contra el colchón.
* * *
Paso mis dedos por su cabello mientras escucho su respiración normalizarse.
—Nunca me dejes —susurra, y giro los ojos sabiendo que no puede verme, —Sé que estás girando tus ojos —murmura y escucho el rastro de humor en su voz.
—Me conoces bien —murmuro.
—Me gustaría conocerte mejor.
—Volviendo a ti Alfonso. ¿De qué se trataba tu pesadilla?
—Lo usual.
—Dime.
Traga y se tensa antes de dejar escapar un suspiro, un largo suspiro.
—Debo tener como tres años, y el proveedor de la perra drogadicta está enojado como el infierno otra vez. Fuma y fuma, un cigarrillo tras otro, y no puede encontrar un cenicero. —Se detiene y me congelo mientras un aterrador frío se agarra a mi corazón.
—Eso duele —dice—. Es el dolor lo que recuerdo. Eso es lo que me da pesadillas.Eso y el hecho que ella no hizo nada para detenerlo.
Oh no. Esto es insoportable. Aprieto mi agarre sobre él, mis piernas y mis brazos sosteniéndolo hacia mí, y no dejo que mi desesperación me ahogue. ¿Cómo pudo alguien tratar así a un niño? Levanta la cabeza y clava su intensa mirada en mí.
—Tú no eres como ella. Nunca pienses eso. Por favor.
Parpadeo de vuelta a él. Es algo muy tranquilizador de escuchar. Coloca su cabeza en mi pecho otra vez, y creo que ha terminado, pero me sorprende continuando.
—A veces en los sueño ella sólo está acostada en el piso. Y creo que está durmiendo. Pero no se mueve. Nunca se mueve. Y tengo hambre. Mucha hambre.
Oh, mierda.
—Entonces hay un ruido fuerte y él regresa, y me golpea tan duro maldiciendo a la perra drogadicta. Su primera reacción siempre fue usar los puños o el cinturón.
—¿Es por eso que no te gusta que te toquen?
Cierra los ojos y me abraza más fuerte.
—Eso es complicado —murmura. Con su nariz acaricia mis pechos, inhalando profundamente, intentando distraerme.
—Cuéntame —le pido.
Suspira.
—Ella no me amaba. Yo no me amaba. El único toque que conocía era el... cruel. De ahí surgió. Flynn lo explica mejor que yo.
—¿Puedo ver a Flynn?
Levanta la cabeza y me mira. Levanta la cabeza para mirarme.
—¿Lo de Cincuenta Tonos se te está pegando?
—Algo. Me gusta lo que se me está pegando por el momento. —Me retuerzo provocativamente debajo de él y sonríe.
—Sí, señorita Chaves, también me gusta eso. —Se hace hacia delante y me besa. Me mira por un momento—. Eres tan preciosa para mí Paula. Hablaba en serio cuando dije lo de casarme contigo. Nos podremos conocer el uno al otro entonces. Puedo cuidarte. Tú puedes cuidarme a mí.
Podemos tener hijos si queremos. Pondré mi mundo a tus pies Paula. Te quiero en cuerpo y alma para siempre. Por favor piénsalo.
—Lo pensaré, Pedro. Lo pensaré —lo tranquilizó, tambaleándome una vez más.¿Niños? Por Dios—. Sin embargo me encantaría hablar con el Dr. Flynn, si no te
importa.
—Lo que sea para ti nena. Lo que sea. ¿Cuándo te gustaría verlo?
—Mejor pronto que tarde.
—De acuerdo. Haré los arreglos en la mañana. —Mira el reloj—. Es tarde deberíamos dormir.
Se voltea para apagar la luz de su mesita y me tira contra él.
Miro el reloj. Mierda. Son las tres cuarenta y cinco, Enrolla sus brazos a mi alrededor, su frente contra mi espalda y acaricia mi cuello.
—Te amo Paula Chaves, y quiero que estés siempre a mi lado —murmura mientras besa mi cuello—. Ahora duerme.
Cierro los ojos.
A regañadientes, abro mis pesados parpados y una brillante luz llena el cuarto. Me siento confusa, desconectada de mis miembros de plomo, y Pedro está agarrado a mí como una hiedra. Tengo más calor que de costumbre. De seguro son como las cinco de la mañana. La alarma aún no ha sonado.
Me enderezo para liberarme de su calor, girándome en sus brazos, y murmura algo ininteligible en sueños. Miro el
reloj. Ocho cuarenta y cinco.
Mierda, voy a llegar tarde. Joder. Me tambaleo fuera de la cama y me apresuro al baño. Me baño y salgo en menos de cuatro minutos.
Pedro se sienta en la cama. Mirándome con una mal disimulada diversión junto a algo de preocupación, mientras me termino de secar y de recoger mis ropas. Tal vez espera a que reaccione a sus revelaciones de ayer. Ahora mismo, no tengo tiempo.
Compruebo mi ropa —pantalón negro, camisa negra— todo un poco como la Sra. R. pero no tengo un segundo para cambiar de opinión. Apresuradamente me pongo un corpiño negro y bragas, consciente que él está mirando todos mis movimientos. Es… desconcertante. Las bragas y el corpiño lo harán.
—Luces bien —ronronea Pedro desde la cama—. Puedes reportarte enferma, lo sabes. —Me da su devastadora, ladeada sonrisa ciento cincuenta por ciento reventadora de bragas. Oh, es tan tentador. Mi Diosa interior hace pucheros provocadoramente hacia mí.
—No, Pedro, no puedo. No soy una megalómana Gerente General con una bella sonrisa quien puede ir y venir como le plazca.
—Me gusta venir como me plazca. —Sonríe y lleva su gloriosa sonrisa a otro nivel por lo que es totalmente IMAX de alta definición.
—¡Pedro! —lo regaño. Tiro mi toalla hacia él y se ríe.
—Hermosa sonrisa, ¿ah?
—Sí. Sabes el efecto que tienes en mí. —Me pongo mi reloj.
—¿Lo hago? —Parpadea inocentemente.
—Sí, lo haces. El mismo efecto que tienes en todas las mujeres. Se vuelve realmente molesto verlas a todas desmayadas.
—¿Lo hace? —Ladea su ceja hacia mí, más divertido.
—No juegues al inocente, Sr. Alfonso, realmente no te queda bien —murmuro distraídamente mientras recojo mi cabello en una coleta y me pongo mis zapatos negros de tacón alto. Allí, estos lo harán.
Cuando me inclino para darle un beso de despedida, me agarra y tira de mí hacia abajo a la cama, inclinándose sobre mí y sonriendo de oreja a oreja. Oh. Es tan hermoso, ojos brillantes con malicia, cabello suelto de acabo-de follar-de nuevo, esa sonrisa deslumbrante. Ahora está juguetón.
Estoy cansada, todavía aturdida por todas las revelaciones de ayer, mientras que él está brillante como un botón y sexy como la mierda. Oh, exasperante Cincuenta.
—¿Qué puedo hacer para tentarte para que te quedes? —dice suavemente, y mi corazón da un vuelco y empieza a latir con fuerza. Es la tentación personificada.
—No puedes —refunfuño, tratando de levantarme—. Déjame ir.
Hace pucheros y me rindo. Sonriendo, trazo mis dedos sobre sus esculturales labios, mi Cincuenta Tonos. Lo amo con toda su monumental mierda. Ni siquiera he comenzado a procesar los eventos de ayer y cómo me siento acerca ellos.
Me inclino para darle un beso, agradecida de que me he cepillado mis dientes. Me besa largo y fuerte y luego rápidamente me pone en mis pies, dejándome aturdida, sin aliento, y un poco tambaleante.
—Taylor te llevará. Más rápido que encontrar un lugar donde estacionar. Está esperando afuera del edificio —dice Pedro amablemente, y parece aliviado.
¿Está preocupado por mi reacción de esta mañana?
Seguramente la última noche —eh, esta mañana— probó que no voy a correr.
—Está bien. Gracias —murmuro, decepcionada de estar erguida sobre mis pies, confundida por su indecisión, y vagamente irritada que una vez más no estaré manejando mi Saab. Pero tiene razón, por supuesto, será más rápido con Taylor.
—Disfruta tu perezosa mañana, Sr. Alfonso. Deseo poder quedarme, pero el hombre que posee la compañía donde trabajo no aprobaría a su personal abandonando sólo por sexo caliente. —Agarro mi bolso.
—Personalmente, señorita Chaves, no tengo dudas que lo aprobaría. De hecho podría insistir en ello.
—¿Porqué te estás quedando en la cama? No es como tú.
Cruza sus manos detrás de su cabeza y me sonríe.
—Porque puedo, señorita Chaves.
Sacudo mi cabeza hacia él.
—Nos vemos, nena. —Le tiro un beso y estoy fuera de la puerta
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