domingo, 22 de febrero de 2015

CAPITULO 162




La mirada gris ardiente de Pedro  me atrapa primero a mí y luego a Lorena, posándose finalmente en nuestras sillas. Su conducta es calmadamente determinada, pero lo conozco y sospecho que Lorena también.


El amenazador brillo en sus ojos revela la verdad, su emanante rabia, aunque la esconde bien. En su traje gris, con su oscura corbata suelta y el botón superior de su camisa blanca sin abrochar, luce al mismo tiempo como un hombre de negocios y casual… y sexy. Su cabello está desarreglado, sin duda porque ha estado pasándose las manos a través de él con desesperación. Lorena mira abajo nerviosamente, al borde de la mesa, deslizando su dedo índice a lo largo del borde de nuevo. Pedro  mira de mí a ella y luego a Perez.


—Tú —le dice a Perez en un tono suave—. Estás despedida. Sal ahora.


Palidezco. Oh, no. esto no es justo.


Pedro . —Me pongo de pie.


Él sostiene su dedo índice en alto como advertencia.


—No —dice. Su voz es tan ominosamente calmada que soy
inmediatamente silenciada y enviada a mi silla. Inclinando su cabeza, Perez camina apresuradamente fuera de la sala y se une a Taylor.


Pedro  cierra la puerta tras ella y camina al borde de la mesa. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Eso fue mi culpa. Pedro  se para frente a Lorena y poniendo ambas manos en la superficie de madera, se inclina adelante.


—¿Qué mierda estás haciendo aquí? —le gruñe.


—¡Pedro ! —jadeo. Pedro  me ignora.


—¿Y bien? —demanda él.


Lorena echa un vistazo a través de sus largas pestañas, sus ojos amplios, su rostro lívido, su brillo rosado desaparecido.


—Quería verlo y usted no me dejaba —susurra ella.


—¿Así que viniste aquí a acosar a mi esposa? —Su voz es calmada.


Demasiado calmada.


Lorena mira la mesa de nuevo.


Pedro se para mirándola con seriedad.


—Lorena, si te acercas a mi esposa de nuevo, cortaré todo tu soporte. Los doctores, la escuela de arte, el seguro médico… todo. ¿Lo entiendes?


Pedro  —intento de nuevo. Pero me silencia con una mirada fría. ¿Por qué está siendo tan poco razonable? Mi compasión por esta triste mujer florece.


—Sí —dice ella, su voz es apenas audible.


—¿Qué está haciendo Susana en la recepción?


—Vino conmigo.


Él desliza su mano por su cabello, mirándola fríamente.


Pedro , por favor —le ruego—. Lorena solo quería darte las gracias. Eso es todo.


Me ignora, concentrando su rabia en Lorena.


—¿Te quedaste con Susana mientras estabas enferma?


—Sí.


—¿Sabía ella lo que estabas haciendo mientras te quedabas con ella?


—No. Ella estaba de vacaciones.


Él se frota el labio inferior con su dedo índice.


—¿Por qué necesitas verme? Sabes que deberías dirigir cualquier petición a Flynn. ¿Necesitas algo? —Su tono se ha suavizado, quizá una fracción.


Lorena desliza su dedo a lo largo de la mesa una vez más. 


¡Deja de acosarla, Pedro!


—Tenía que saberlo. —Y por primera vez ella levanta la mirada directamente a él.


—¿Saber qué? —espeta.


—Que estás bien.


Se queda boquiabierto.


—¿Que estoy bien? —se burla, incrédulo.


—Sí.


—Estoy bien. Ahí está, pregunta respondida. Ahora Taylor te llevará a Sea- Tac para que puedas regresar a la Costa Este. Y si das un paso al oeste de Misisipi, todo se acaba. ¿Entiendes?


Joder… ¡Pedro! Me quedo boquiabierta. ¿Qué demonios lo está consumiendo? No puede confinarla a un lado del país.


—Sí, entiendo —dice Lorena calmadamente.


—Bien. —El tono de Pedro es más conciliatorio.


—No sería conveniente para Lorena volver ahora. Ella tiene planes, —protesto, indignada en su nombre.


Pedro me mira con rabia. —Paula —advierte, con voz helada—, esto no te incumbe.


Le frunzo el ceño. Claro que me concierne, ella está en mi oficina. Aquí debe haber algo más que esto, lo sé. Él no está siendo racional.


Las Cincuenta Sombras, me sisea mi subconsciente.


—Lorena vino verme a mí, no a ti. —murmuro malhumorada.


Lorena se vuelve a mí, con sus ojos increíblemente abiertos.


—Tenía instrucciones, Señora Alfonso. Y las desobedecí. —Mira nerviosamente a mi marido, y después a mí.
—Éste es el Pedro Alfonso que conozco —dice con un tono triste y melancólico. Pedro frunce el ceño hacia ella, mientras se evapora el aire de mis pulmones. No puedo respirar. ¿Pedro fue así con ella todo el tiempo? ¿Era así conmigo, al principio? Encuentro que es difícil recordar. 


Dándome una triste sonrisa, Lorena se levanta de la mesa.


—Me gustaría quedarme hasta mañana. Mi vuelo es a mediodía —dice ella tranquilamente a Pedro.


—Tendré a alguien buscándote a las diez para llevarte al aeropuerto.


—Gracias.


—¿Estás donde Susana?


—Sí.


—De acuerdo.


Fulmino con la mirada a Pedro. Él no puede ordenarle así... y ¿cómo sabe dónde vive Susana?


—Adiós, Señora Alfonso. Gracias por verme.


Estoy de pie y le ofrezco mi mano. Ella la toma agradecida y nos saludamos.


—Um… adiós. Buena suerte —murmuro, porque no estoy segura de qué protocolo seguir para decir adiós a la ex-sumisa de mi marido.


Ella asiente y se vuelve a él.


—Adiós, Pedro.


Los ojos de Pedro se suavizan un poco.


—Adiós, Lorena. —Su voz es baja—. El Dr. Flynn, recuerda.


—Sí, Señor.


Abre la puerta para que salga, pero ella se detiene delante de él y mira hacia arriba. Tranquilo, la mira cautelosamente.


—Me alegro de que seas feliz. Te lo mereces —dice y sale antes de que él pueda contestar. Él frunce el entrecejo detrás de ella, desconcertado y luego asiente hacia Taylor, quien sigue a Lorena hacia el área de recepción.


Cerrando la puerta, Pedro me mira con incertidumbre.


—Ni siquiera pienses sobre estar enfadado conmigo —siseo—. Llama a Claude Bastille y le sacas la mierda a patadas o ve a ver a Flynn.


Su boca se abre de pronto; está tan sorprendido por mi arrebato, que su frente se frunce aun más.


—Me prometiste que no harías esto. —Ahora su tono es acusatorio.


—¿Hacer qué?


—Desafiarme.


—No, no lo hice. Dije que sería más considerada. Te dije que ella estaba aquí. Hice que Perez la revisara y a tu otra pequeña amiga. Perez estuvo conmigo en todo momento. Ahora has despedido a la pobre mujer, cuando sólo estaba haciendo lo que le pedí. Te dije que no te preocuparas y aun así aquí estás. No recuerdo haber recibido ninguna bula papal decretando que no pudiera ver a Lorena. No sabía que mis visitantes estaban sujetos a una lista censurada.


Mi voz sube con indignación a medida que me caliento con mi causa.


Pedro me observa, desconcertado una vez más. Después de un momento tuerce la boca.


—¿Bula papal? —dice, divertido y se relaja visiblemente. Yo no estaba tratando de aclarar nuestra conversación. Sin embargo aquí está él sonriéndome irónicamente y eso me hace enfadar. El dialogo entre él y su ex fue doloroso de presenciar. ¿Cómo podía ser tan frío con ella?


—¿Qué? —me pregunta, exasperado, mientras mi cara permanece decididamente sería.


—Tú. ¿Por qué fuiste tan insensible con ella?


Él suspira y se desplaza, paso a paso hacia mí y sentándose en la mesa.


—Paula —dice como si hablara con un niño—. Tú lo no entiendes.
Lorena, Susana –todas ellas- eran un agradable y divertido pasatiempo.
Pero eso es todo. Tú eres el centro de mi universo. Y la última vez que ustedes dos estuvieron juntas en una habitación, ella te estaba apuntando con un arma. No la quiero en ninguna parte cerca de ti.


—Pero, Pedro, ella estaba enferma.


—Lo sé y sé que está mejor ahora, pero no voy a darle el beneficio de la duda nunca más. Lo que ella hizo fue imperdonable.


—Pero tú simplemente fuiste un juguete en sus manos. Ella quería verte de nuevo y sabía que vendrías corriendo si ella venía a verme a mí.


Pedro se encoge de hombros como si no le importara.


—No quiero que te corrompan con mi vieja vida.


¿Qué?


Pedro... eres quién eres a causa de tu vieja vida, en cualquier cosa de tu nueva vida. Lo que te afecte a ti, me afecta a mí. Lo acepté cuando estuve de acuerdo en casarme, porque te amo.


Él está quieto. Sé que encuentra difícil oír esto.


—Ella no me hizo daño. Ella también te ama.


—No me importa una mierda.


Lo miro boquiabierta, sorprendida. Y me asombra que todavía tenga la capacidad de sorprenderme. Éste es el Pedro Alfonso que yo conozco. Las palabras de Lorena repiquetean alrededor de mi cabeza. Su reacción con ella
fue tan fría, tan diferente al hombre que he llegado a conocer y amar.


Frunzo el entrecejo, recordando el remordimiento que el sintió cuando ella tuvo su crisis, cuando pensaba que podría de alguna manera ser responsable de su dolor. Trago, recordando, también, que él la había bañado. Mi estómago se retuerce dolorosamente ante la idea y la bilis se eleva en mi garganta. ¿Cómo puede decir que él no se preocupa por ella?


Lo hacía en ese momento. ¿Qué ha cambiado? A veces, como ahora, simplemente no lo entiendo. Él está a un nivel lejos, muy lejos de mí.


—¿Por qué estás abanderando su causa de repente? —pregunta, irritable y desconcertado.


—Mira, Pedro, no creo que Lorena y yo estemos intercambiando recetas y tejiendo en un futuro cercano. Pero no pensé que serías tan desalmado hacia ella.


Sus ojos se congelan. —Te dije una vez, que no tengo corazón —murmura.


Pongo mis ojos en blanco, oh, ahora se está comportando como un adolescente.


—Eso simplemente no es verdad, Pedro. Estás siendo ridículo. Te preocupas por ella. No estarías pagando sus clases de arte y el resto de esas cosas si no lo hicieras.


De repente, ambiciono fervientemente hacerle comprender esto. Es extremadamente obvio que se preocupa. ¿Por qué lo niega? Es como sus sentimientos por su madre. Oh mierda…por supuesto. Sus sentimientos por Lorena y sus otras sumisas están enredados con los sentimientos por su madre. Me gusta azotar a las pequeñas chicas de pelo castaño como tú porque se parecen a la perra adicta al crack. No es de extrañar que este tan loco. Suspiro y agito mi cabeza. Pasando página Dr. Flynn, por favor.


¿Cómo puede no ver esto?


Mi corazón se inflama momentáneamente por él. Mi chico perdido... ¿Por qué es tan difícil para él volver a tener contacto con la humanidad, si mostró tanta compasión con Lorena cuándo tuvo su crisis?


Él me mira, sus ojos brillan con enojo.


—Esta discusión ha terminado. Vamos a casa.


Echo una ojeada a mi reloj. Son las cuatro y veintitrés. 


Tengo trabajo que hacer.


—Es demasiado temprano —murmuro.


—A casa —insiste.


Pedro. —Mi voz suena aburrida—. Estoy cansada de tener el mismo argumento contigo.


Él frunce el entrecejo como si no entendiera.


—Ya sabes —aclaro —hago algo que no te gusta y piensas en alguna forma de vengarte. Normalmente involucrando alguna acción inmoralmente perversa que es alucinante o cruel.


Me encojo de hombros, resignada. Esto está agotador y confuso.


—¿Alucinante? —pregunta.


¿Qué?


—Normalmente, sí.


—¿Qué fue alucinante? —pregunta, sus ojos ahora están brillantes con curiosidad sensual divertida. Y yo sé que está intentando distraerme.


¡Mierda! No quiero discutir esto en la sala de reuniones de la AIPS. Mi subconsciente examina sus uñas finamente cuidadas con desdén. No debiste sacar el tema, entonces.


—Ya sabes. —Me ruborizo, irritada con él y conmigo.


—Puedo adivinarlo —susurra.


Vaya mierda. Estoy intentando castigarlo y él está confundiéndome.


Pedro, yo…


—Me gusta complacerte. —Delicadamente, traza a su pulgar sobre mi labio inferior.


—Lo haces —reconozco, mi voz es un susurro.


—Lo sé —dice suavemente. Se inclina y susurra en mi oreja—. Es la única cosa que sé.


Oh, él huele tan bien. Se inclina hacia atrás y me mira hacia abajo, sus labios curvados con una sonrisa arrogante de: sé lo que necesito para hacerte feliz.


Frunciendo mis labios me esfuerzo por no parecer afectada con su toque.


Es tan ingenioso para desviarme de algo doloroso o algo que él no quiere hacer. Y tú se lo permites. Mi subconsciente dispara inútilmente, mirando fijamente por encima de su copia de Jane Eyre.


—¿Cuál fue alucinante, Paula? —incita, con un destello malicioso en sus ojos.


—¿Quieres la lista? —pregunto.


—¿Hay una lista? —Él está encantado.


Oh, este hombre está agotándome. —Bien, las esposas —mascullo, mi mente se catapulta hacia atrás a nuestra luna de miel.


Frunce su frente y agarra mi mano, buscando el pulso en mi muñeca con su dedo pulgar.


—Yo no quiero marcarte.


Oh…


Sus labios se curvan con una lenta sonrisa carnal.


—Ven a casa. —Su tono es seductor.


—Tengo trabajo que hacer.


—A casa —dice, con más insistencia.


Nos miramos fijamente el uno al otro, el gris fundido en el azul descarriado, probándonos, probando nuestros límites y nuestras voluntades. Busco en sus ojos cierta comprensión, tratando de entender cómo este hombre puede ir desde la furiosa obsesión por el control a un amante seductor en un segundo. Sus ojos se hacen más grandes y más oscuros, con clara intención. Suavemente, acaricia mi mejilla.


—Nos podríamos quedar aquí. —La suya es una voz baja y ronca.


Oh no. Mi diosa interna mira anhelantemente abajo a la mesa de madera.


No. No. No. No en la oficina.


Pedro, no quiero tener el sexo aquí. Tu amante acaba de esta en esta sala.


—Ella nunca fue mi amante —gruñe, su boca se aplana en una línea austera.


—Eso es sólo semántica, Pedro.


Él frunce el cejo, con expresión perpleja. El amante seductor ha desaparecido.


—No pienses demasiado en esto, Paula. Ella es la historia —dice despectivamente.


Suspiro... quizás tiene razón. Sólo quiero que admita que se preocupa por ella. Un escalofrío agarra mi corazón. Oh no. 


Esta es la razón de por qué es importante para mí. 


Supongamos que hago algo imperdonable.


Supongamos que no estoy de acuerdo. ¿También seré historia? Si él puede volverse así, cuando estaba tan preocupado y molesto cuando Lorena estaba enferma... ¿podría girar contra mí? Jadeé, recordando los fragmentos de un sueño: espejos dorados y el sonido de sus tacones haciendo clic en el suelo de mármol cuando me deja sola en el opulento esplendor.


—No... —La palabra sale de mi boca ante el horror susurrándolas antes de que pueda detenerla.


—Sí —dice y agarrando mi barbilla se inclina hacia abajo, plantando un tierno beso en mis labios.


—Oh, Pedro, a veces me asustas. —Sujeto su cabeza en mis manos, enrosco mis dedos en su pelo y tiro sus labios a los míos. Se queda quieto un momento, entonces dobla sus brazos a mí alrededor.


—¿Por qué?


—Podrías apartarte de ella tan fácilmente...


Él frunce el ceño. —¿Y piensas que podría alejarme de ti, Paula? ¿Por qué diablos ibas a pensar eso? ¿Qué se sacas de eso?


—Nada. Bésame. Llévame a casa —le suplico. Y cuando sus labios tocan los míos, estoy perdida.






No hay comentarios:

Publicar un comentario