viernes, 30 de enero de 2015

CAPITULO 88




Casi salto al despertar cuando Pedro me levanta en sus brazos.


—Hola —murmura—, te quedaste dormida. No podía encontrarte. —Acaricia mi cabello. Somnolienta, pongo mis brazos alrededor de su cuello y respiro su esencia —oh, huele tan bien— mientras me carga de regreso al dormitorio. 


Me acuesta sobre la cama y me cubre,


—Duerme, nena —susurra, y presiona sus labios contra mi frente.



* * *


Despierto de golpe de un sueño perturbador y me siento momentáneamente desorientada. Me encuentro mirando con ansiedad el otro extremo de la cama, pero no hay nadie ahí. Flotando desde la sala, escucho el tenue tono de una
compleja melodía proveniente del piano.


¿Qué hora es? Compruebo la alarma-reloj: dos de la mañana. ¿Ha venido Pedro a dormir algo? Desenredo mis piernas de la bata, que todavía estoy usando, y bajo de la cama.


En la sala principal, me quedo de pie en las sombras, escuchando.Pedro está perdido en la música. Parece seguro y protegido en su burbuja de luz. Y la canción
que interpreta tiene una melodía cadenciosa, que en parte suena familiar, pero tan elaborada. Jesús, es bueno. ¿Por qué esto siempre tiene que tomarme por sorpresa?


Toda la escena parece diferente de algún modo, y me doy cuenta que la tapa del piano está abajo, otorgándome una vista sin obstáculos. Él levanta su mirada y nuestros ojos se encuentran, los suyos grises y suavemente luminosos en el difuso brillo de la lámpara. Continúa tocando, sin titubear en absoluto, mientras hago mi camino hacia él. Sus ojos me siguen, bebiéndome, ardiendo con más brillo. Cuando lo alcanzo, se detiene.


—¿Por qué paraste? Eso era maravilloso.


—¿Tienes idea de cuán deseable te ves en este momento? —dice él, con voz suave.


Oh.


—Ven a la cama —susurro, y sus ojos se calientan cuando extiende su mano.


Cuando la tomo, él tira de mí de forma inesperada, por lo que caigo en su regazo.


Envuelve sus brazos a mi alrededor y acaricia mi cuello por detrás de mi oreja, lo que envía escalofríos a lo largo de mi columna.


—¿Por qué peleamos? —susurra, mientras sus dientes se apoderan del lóbulo de mi oreja.


Santo cielo. Mi corazón se salta un latido, luego comienza a correr a todo ritmo, enviando calor a través de todo mi cuerpo.


—Porque estamos conociéndonos, y eres terco, pendenciero, mal humorado y difícil —murmuro sin aliento, moviendo mi cabeza para darle un mejor acceso a mi garganta. Pasa su nariz a lo largo de mi cuello, y siento su sonrisa.


—Soy todas esas cosas, señorita Chaves. Es un milagro que me aguantes. — Mordisquea el lóbulo de mi oreja y yo gimo—. ¿Es siempre así? —suspira.


—No tengo idea.


—Tampoco yo. —Tira del cinturón de mi bata por lo que esta se abre, y sus manos vagan por mi cuerpo, sobre mis pechos. Mis pezones se endurecen bajo su suave tacto y se tensan contra el satén. Continúa descendiendo por mi cintura, hasta mis caderas.


—Te sientes tan bien bajo este material, puedo verlo todo… incluso esto. —Tira suavemente mi vello púbico a través de la tela, lo que me hace jadear, mientras su otra mano se envuelve sobre el cabello en mi nuca. Tirando mi cabeza hacia atrás, me besa, su lengua urgente, implacable, necesitada. Gimo en respuesta y acaricio su querido, amado rostro. Su mano suavemente levanta mi camisón, lentamente, de forma tentadora, hasta que acaricia mi trasero desnudo y luego pasando la uña de su pulgar por el interior de mi muslo.


De pronto se levanta, sorprendiéndome, y levantándome hasta poner mi cuerpo sobre el piano. Mis pies se apoyan en las teclas, haciendo sonar notas discordantes, y sus manos suben por mis piernas y separan mis rodillas. Agarra mis manos.


—Recuéstate —ordena, sosteniendo mis manos mientras me extiendo sobre la parte superior del piano. La tapa se siente dura e implacable contra mi espalda. Él me suelta y abre más mis piernas, mis pies danzando sobre las teclas, sobre las notas más altas y más bajas.


Oh chico. Sé qué es lo que va a hacer, y la anticipación… gimo ruidosamente mientras besa el interior de mi rodilla, luego besando, chupando y mordisqueando su camino desde mi pierna a mi muslo. El suave camisón de satín se levanta más, rozando mi piel sensible, cuando él empuja la tela. Flexiono mis pies y los acordes suenan otra vez. 


Cerrando mis ojos, me rindo a él mientras su boca alcanza la cúspide de mis muslos.


Él me besa… ahí… Oh chico… entonces sopla suavemente antes de que su lengua rodee mi clítoris. Abre más mis piernas. Me siento tan abierta… tan expuesta. Me sujeta en mi lugar, sus manos justo sobre mis rodillas mientras su lengua me tortura, sin darme cuartel, sin tregua… sin poder respirar. Inclinando mis caderas hacia arriba, encontrando e igualando su ritmo, me consume.


—Oh, Pedro, por favor. —Vuelvo a gemir.


—Oh no, nena, no todavía —bromea, pero me siento acelerar a medida que él lo hace, y se detiene.


—No —lloriqueo.


—Esta es mi venganza, Paula —gruñe suavemente—. Discute conmigo, y voy a cobrármelo con tu cuerpo de algún modo. —Esparce besos a lo largo de mi vientre, sus manos viajando por mis muslos, acariciando, amasando, tentando. Su lengua hace círculos en mi ombligo mientras sus manos —y sus pulgares… oh sus pulgares— alcanzan la cumbre de mis muslos.


—¡Ah! —grito cuando empuja uno dentro de mí. El otro me acaricia, lenta, agonizantemente, haciendo círculos a mi alrededor una y otra vez. Mi espalda se arquea fuera del piano mientras me retuerzo bajo su toque. Es casi insoportable.


—¡Pedro! —grito, fuera de control con la necesidad.


Se apiada de mí y se detiene. Levantando mi pie de las teclas, me empuja; y repentinamente, me estoy deslizando sin esfuerzo sobre el piano con la ayuda del satén, y él me sigue hasta allí arriba, arrodillándose brevemente entre mis piernas para ponerse un condón. Se cierne sobre mí y estoy jadeando, mirándolo con descarnada necesidad, y noto que está desnudo. ¿Cuándo se quitó la ropa?


Él me mira fijamente, y hay admiración en sus ojos, admiración, amor y pasión, y me quita el aliento.


—Te deseo tanto —dice, y muy lentamente, exquisitamente, se hunde en mí.



* * *.


Estoy extendida sobre él, agotada, mis extremidades pesadas y lánguidas, mientras yacemos sobre el piano. Oh mi… Él es mucho más cómodo para descansar que el piano. Con cuidado de no tocar su pecho, apoyo mi mejilla en él y me mantengo perfectamente quieta. Él no se opone, y escucho su respiración mientras se ralentiza como la mía. Suavemente acaricia mi cabello.


—¿Bebes té o café en las noches? —le pregunto somnolienta.


—Qué extraña pregunta —dice él, soñador.


—Pensé que podría traerte algo de té al estudio, y luego me di cuenta que no sabía si eso te gustaría.


—Oh, ya veo. Agua o vino en las noches, Paula. Aunque tal vez debería probar con el té.


Sus manos se mueven rítmicamente por mi espalda, acariciándome con ternura.


—Realmente sabemos muy poco el uno sobre el otro —murmuro.


—Lo sé —dice, y su voz es triste. Me siento para mirarlo.


—¿Qué es? —pregunto. Él sacude su cabeza como si se estuviera deshaciendo de algún pensamiento desagradable, y levantando su mano, acaricia mi mejilla, sus ojos brillantes y serios.


—Te amo, Paula Chaves —dice.



* * *


La alarma sonó con las noticias del tráfico de las seis de la mañana y yo soy bruscamente despertada de mi inquietante sueño de mujeres muy rubias y morenas. No puedo entender sobre qué es e inmediatamente me distraigo porque Pedro Alfonso me envuelve como seda, su cabeza con cabello rebelde en mi pecho, su mano en mis pechos, su pierna sobre mí, aplastándome. Todavía está dormido y yo tengo mucho calor. Pero ignoro mi incomodidad, tentativamente me estiro para pasar con cuidado mis dedos por su cabello y él se mueve. Levantando sus brillantes ojos grises, sonríe dormido. Santo cielo... es adorable.


—Buen día, preciosa —dice.


—Buen día, precioso. —Le sonrío de regreso. Él me besa, desenredándose y se apoya sobre su codo, mirándome.


—¿Dormiste bien? —pregunta.


—Sí, a pesar de la interrupción de mi sueño anoche.


Su sonrisa se ensancha.


—Hmm. Pueden interrumpirme así en cualquier momento.
—Me besa de nuevo.


—¿Y tú? ¿Dormiste bien?


—Siempre duermo bien contigo, Paula.


—¿No más pesadillas?


—No.


Fruncí el ceño e intenté una pregunta.


—¿Sobre qué son tus pesadillas?


Su frente se arruga y su sonrisa desaparece. Mierda, mi estúpida curiosidad.


—Son recuerdos de mi niñez, o eso dice el Dr. Flynn. Algunos vívidos, otros menos. —Su voz desciende y su mirada distante cruza su cara. Distraídamente, comienza a recorrer con su dedo mi clavícula, distrayéndome.


—¿Te despiertas llorando y gritando? —intento en vano una broma.


Me mira, desconcertado.


—No, Paula. Nunca he llorado. Hasta dónde puedo recordar.


Frunce el ceño, como si se estuviera metiendo en la profundidad de sus recuerdos.


Oh no, ese es un lugar demasiado oscuro para ir a esta hora, seguramente.


—¿Tienes algún recuerdo feliz de tu niñez? —pregunto rápido, principalmente para distraerlo. Luce pensativo por un momento, todavía recorriendo con su dedo mi piel.


—Recuerdo la cocción de la puta droga. El olor. Un pastel de cumpleaños, creo. Para mí. Y después está la llegada de Malena con mamá y papá. Mi mamá estaba preocupada por mi reacción, pero adoré al bebé Malena inmediatamente. Mi primera palabra fue Malena. Recuerdo mi primera lección de piano. La señorita Kathie, mi maestra, era increíble. Ella tenía caballos, también. —Sonríe con melancolía.


—Dijiste que tu mamá te salvó, ¿cómo?


Su meditación se rompe y me miró como si yo no entendiera la matemática elemental de dos más dos.


—Ella me adoptó —dijo simplemente—. Pensé que era un ángel cuando la conocí.Estaba vestida de blanco y fue tan dulce y tranquila cuando me examinó. Nunca lo olvidaré. Si ella o Manuel hubieran dicho que no... —Se encogió y miró sobre su hombro el despertador—. Todo esto es un poco profundo para tan temprano en la mañana —murmura.


—He hecho una promesa para llegar a conocerte mejor.


—¿Ahora, señorita Chaves? Pensé que querías saber si prefería café o té. — Sonríe—. De cualquier manera, puedo pensar de una mejor manera en que puedes llegar a conocerme. —Empuja sus caderas sugestivamente hacia mí.


—Creo que te conozco demasiado bien de esa manera. —Mi voz es arrogante y reprochadora, y lo hace sonreír más.


—No creo que alguna vez llegue a conocerte lo suficiente de esa manera — murmura—. Definitivamente hay ventajas de despertar a tu lado. —Su voz es suave y seductora.


—¿No tienes que levantarte? —Mi voz es lenta y ronca. 


Jesús, lo que me hace...


—No esta mañana. Sólo en un lugar quiero estar ahora, Srta. Chaves. —Y sus ojos brillan obscenamente.


—¡Pedro! —jadeo impresionada. De repente se mueve quedando arriba de mí, presionándome contra la cama. 


Agarrando mis manos, las tira sobre mi cabeza y empieza a besar mi cuello.


—Oh, Srta. Chaves. —Él sonríe contra mi piel, mandando deliciosos cosquilleos a través de mí, mientras su mano viaja hacia abajo por mi cuerpo y lentamente empieza a levantar mi camisón de satén—. Oh, lo que me gustaría hacerte — murmura.


Y estoy perdida, preguntándomelo.



* * *


La Sra. Jones preparó mi desayuno de panqueques y tocino y para Pedro un omelette y tocino. Nos sentamos lado a lado en la barra en un cómodo silencio.


—¿Cuándo voy a conocer a tu entrenador, Claude, y ponerlo a prueba? — pregunto.


Pedro me mira, sonriendo.


—Depende si quieres ir a Nueva York este fin de semana o no... a menos que quieras verlo temprano una mañana esta semana. Le pediré a Andrea que compruebe sus horarios y te diré.


—¿Andrea?


—Mi asistente personal.


Oh, sí.


—Una de tus tantas rubias —me burlo.


—No es mía. Trabaja para mí. Tú eres mía.


—Trabajo para ti —refunfuño ácidamente.


Sonríe como si lo hubiera olvidado.


—Entonces lo haces. —Su sonrisa radiante es contagiosa.


—Tal vez Claude pueda enseñarme kickboxing —advierto.


—¿Ah, sí? ¿Te imaginas tus posibilidades contra mí? —Pedro levanta una ceja, divertido—. Provóqueme, señorita Chaves. —Él está tan condenadamente feliz comparado con su asqueroso humor de ayer después de que se fuera Eleonora. Es totalmente encantador. Tal vez es todo el sexo... tal vez eso es lo que lo está haciendo tan optimista.


Echo un vistazo atrás de mí al piano, saboreando el recuerdo de la noche anterior.


—Subiste de nuevo la tapa del piano.


—La cerré anoche para no molestarte. Supongo que no funcionó, pero me alegro de que no lo haya hecho. —Los labios de Pedro se torcieron en una sonrisa lasciva mientras tomaba un bocado de omelette. Me puse carmesí y le sonreí de regreso.


Oh, sí... momentos divertidos en el piano.


La Sra. Jones se inclina y deja una bolsa de papel que contiene mi almuerzo delante de mí, haciéndome sonrojarme por la culpa.


—Para más tarde, Paula. ¿Atún está bien?


—Oh, sí. Gracias, Sra. Jones. —Le doy una tímida sonrisa, la cual corresponde afectuosamente antes de retirare a la gran habitación. Sospecho que es para darnos algo de privacidad.


—¿Puedo preguntarte algo? —Me giro hacia Pedro.


Su expresión divertida se esfuma.


—Por supuesto.


—¿Y no te enojarás?


—¿Es sobre Eleonora?


—No.


—Entonces no me enojaré.


—Pero ahora tengo una pregunta suplementaria.


—¿Oh?


—Cuál es acerca de ella


Rueda sus ojos.


—¿Qué? —dice, y ahora está exasperado.


—¿Por qué te enfadas tanto cuando pregunto por ella?


—¿Honestamente?


Le frunzo el ceño.


—Pensé que siempre eras honesto conmigo.


—Lo intento.


Estrecho mis ojos hacia él.


—Eso suena como una repuesta muy evasiva.


—Siempre soy honesto contigo, Paula. No quiero jugar juegos, bueno, no esa clase de juegos —modifica cuando sus ojos se encienden.


—¿Qué clase de juegos quieres jugar?


Inclina su cabeza hacia un lado y me sonríe.


—Señorita Chaves, te distraes tan fácil.


Me río. Tiene razón.


—Sr. Alfonso usted me distrae de tantas maneras. —Miro a sus ojos grises bailando con humor.


—Mi sonido favorito en el mundo es tu risa, Paula. Ahora, ¿cuál era tu pregunta original? —pregunta suavemente y creo que se está riendo de mí. Intento torcer mi boca para mostrar mi descontento pero me gusta jugar con Cincuenta... él es divertido. Me gustan algunas bromas temprano en la mañana. Frunzo el ceño tratando de recordar la pregunta.


—Ah, sí. ¿Tú sólo veías a tus sumisas los fines de semana?


—Sí, eso es correcto —dice nervioso.


Le sonrío.


—Entonces, sin sexo durante la semana.


Él se ríe.


—Oh, hacia allá vamos con esto. —Luce vagamente aliviado—. ¿Por qué crees que hago ejercicio todos los días de la semana? —Ahora realmente se ríe de mí, pero no me importa. Quiero abrazarme con regocijo. Otra primera vez... bueno, varias primeras veces.


—Luces muy complacida contigo misma, señorita Chaves.


—Lo estoy, Sr. Alfonso.


—Deberías estarlo. —Sonríe—. Ahora, come tu desayuno.


Oh, Cincuenta mandón... nunca está lejos.



* * *


Estamos en la parte trasera del Audi. Taylor está manejando con la intención de dejarme en el trabajo, luego a Pedro. Salazar está llevando una escopeta.


—¿No habías dicho que el hermano de tu compañera de cuarto llegaba hoy? — pregunta Pedro, casi por accidente, su voz y su expresión no revelaban nada.


—Oh, Lucas —jadeo—, lo olvidé. Oh Pedro, gracias por recordármelo. Tendré que regresar al apartamento.


Puso cara larga.


—¿A qué hora?


—No estoy segura de a qué hora llegará.


—No quiero que vayas a ningún lugar por tu cuenta —dice bruscamente.


—Lo sé —murmuro y me resisto a rodarle mis ojos al Sr. Sobre-reacción—. ¿Estará Salazar espiando... um... patrullando hoy? —Miro astutamente en dirección a Salazar para ver ponerse coloradas las partes posteriores de sus orejas.


—Sí —escupe Pedro, sus ojos fríos.


—Si estuviera manejando el Saab sería más fácil —murmuro con petulancia.


—Salazar tendrá un auto y puede llevarte al apartamento, dependiendo del horario.


—Está bien. Creo que Lucas me contactará durante el día. Entonces te avisaré cuáles son los planes.


Me mira sin decir nada. Oh, ¿qué está pensando?


—Está bien —consciente—, a ningún lado por tu cuenta, ¿entiendes? —Agita un dedo largo hacia mí.


—Sí, querido —murmuro.


Hay una huella de sonrisa en su cara.



—Y tal vez sólo deberías usar tu BlackBerry. Te mandaré un e-mail ahí. Eso debería prevenir a mi hombre en información y tecnología de tener una mañana interesante, ¿sí? —Su voz es sarcástica.


—Sí, Pedro. —No puedo resistirlo: ruedo mis ojos hacia él y me sonríe.


—¿Por qué, señorita Chaves, creo que estás haciendo que mi palma se agite?


—Ah, Sr. Alfonso, tu palma que se agita permanentemente, ¿qué haremos con eso?


Se ríe y luego es distraído por su BlackBerry, que debe estar en vibrador porque no suena. Frunce el ceño cuando ve el nombre de quien está llamando.


—¿Qué es? —escupe en el teléfono, luego escucha atentamente. Aprovecho la oportunidad para estudiar sus rasgos encantadores: su nariz recta, su cabello colgando desaliñado sobre su frente. Soy distraída de mi forma de mirarlo por su expresión, la cual pasa de la incredulidad al entretenimiento. Presto atención.


—Estás bromeando... Por una escena... ¿Cuándo te lo dijo? —Pedro sonríe casi de mala manera—. No, no te preocupes. No tienes que disculparte. Me alegro de que haya una explicación lógica. Parecía una ridículamente baja cantidad de dinero... No dudo de que haya algo malvado y creativo planeado para tu venganza. Pobre Isaac. —Sonríe—. Bien... Adiós. —Cierra el teléfono y me mira.


Sus ojos de repente son cautelosos pero de una forma extraña, él también luce aliviado.


—¿Quién era? —pregunto.


—¿Realmente quieres saber? —pregunta lentamente.


Y lo sé. Sacudo mi cabeza y miro por la ventana al día gris en Seattle, sintiéndome desesperada. ¿Por qué ella no puede dejarlo solo?


—Hey. —Él se estira por mi mano y besa cada uno de mis nudillos por turno y de repente está chupando mi meñique, con fuerza. Luego mordiéndolo suavemente.


¡Whoa! Él tiene una línea directa a mi ingle, jadeo y miro con nervios a Taylor y Salazar, luego a Pedro y sus ojos están oscuros. Me da una lenta sonrisa carnal.


—No te preocupes, Paula —murmura—. Ella está en el pasado. —Y planta un beso en el centro de mi palma, enviando cosquilleos a todas partes y momentáneamente mi resentimiento es olvidado.



* * *


—Buenos días, Paula —murmura Jeronimo cuando hago mi camino hacia mi escritorio—. Bonito vestido.


Me ruborizo. El vestido es parte de mi nuevo guardarropa, cortesía de mi novio increíblemente rico. Es un vestido sin mangas de lino azul pálido, bastante pegado al cuerpo y estoy usando sandalias con tacón alto color crema. A Pedro le gustan los tacones, creo. Sonrío en secreto ante el pensamiento pero rápidamente recupero mi suave sonrisa profesional para mi jefe.


—Buenos días, Jeronimo.


Empecé a ordenar un mensajero para tomar sus folletos a las impresoras. Él asoma su cabeza por la puerta de su oficina.


—¿Puedes traerme un café, Paula?


—Seguro. —Deambulo por la cocina y me encuentro con Carola de recepción, quien también está preparando café.


—Hey, Paula —dice alegremente.


—Hola, Carola.


Charlamos brevemente sobre su reunión familiar del fin de semana, la cual disfrutó inmensamente, y le digo sobre la navegación con Pedro.


—Tu novio es de sueños, Paula —dice ella, sus ojos brillando.


Me tienta rodarle mis ojos.


—No tiene mal aspecto. —Sonrío y las dos empezamos a reír.



* * *


—¡Te tomaste tu tiempo! —Escupe Jeronimo cuando le llevo su café.


¡Oh!


—Lo siento. —Me ruborizo y luego frunzo el ceño. Tomé la misma cantidad de tiempo que siempre. ¿Cuál es su problema? Tal vez está nervioso por algo.


Sacude su cabeza.


—Lo siento, Paula. No quise ladrarte a ti, cariño.


¿Cariño?


—Hay algo sucediendo en la dirección y no sé qué es. Mantente atenta, ¿sí? Si escuchas algo... sé como hablan ustedes las chicas. —Él me sonríe y me siento ligeramente enferma. No tiene idea de cómo nosotras las “chicas” hablamos.


Además, yo sé qué está pasando.


—Me lo harás saber, ¿verdad?


—Seguro —murmuro—. He enviado los folletos a la imprenta. Regresarán a las dos de la tarde.


—Genial. Aquí. —Me da un montón de manuscritos—. Todos estos necesitan un resumen del primer capítulo, luego clasificación.


—Me pondré en ello.


Estoy aliviada de salir de su oficina y sentarme en mi escritorio. Oh, es difícil estar en el saber. ¿Qué hará cuando lo descubra? Mi sangre corre fría. Algo me dice que
Jeronimo estará molesto. Miro a mi BlackBerry y sonrío. Hay un e-mail de Pedro.



De: Pedro Alfonso.

Asunto: Sale el sol.

Fecha: 14 de junio de 2014, 09:23

Para: Paula Chaves.


Amo despertar contigo en la mañana.


Pedro Alfonso

Completa y totalmente loco Gerente General, Alfonso Enterprises Holdings Inc.


Creo que mi cara se separa en dos con mi sonrisa y mi Diosa interior hace una pirueta hacia atrás sobre su chaise longue.




De: Paula Chaves

Asunto: Se pone el sol.

Fecha: 14 de junio de 2014, 09:35

Para: Pedro Alfonso.


Querido completa y totalmente loco:


Amo despertar contigo, también. Pero amo estar en la cama contigo y en ascensores, pianos, mesas de billar, barcos, escritorio, duchas, bañeras, extrañas cruces de madera con grilletes, camas de cuatro postes con sábanas rojas de seda, cobertizos para botes y cuartos de la infancia.


Tuya

Loca Sexual Insaciable xx



De: Pedro Alfonso

Asunto: Hardware mojado.

Fecha: 14 de junio de 2014, 09:37

Para: Paula Chaves.


Querida Loca Sexual Insaciable:


Acabo de escupir café sobre mi teclado.
No creo que eso me haya pasado antes.
Admiro a las mujeres que se concentran en geografía.
¿Debo deducir que sólo me quieres por mi cuerpo?


Pedro Alfonso

Completa y totalmente impactado Gerente General, Alfonso Enterprises Holdings Inc.



De: Paula Chaves.

Asunto: Riendo... y húmeda también.

Fecha: 14 de junio de 2014, 09:42

Para: Pedro Alfonso.


Querido completa y totalmente impactado:

Siempre.
Tengo que trabajar.
Deja de molestarme.


LSI xx



De:Pedro Alfonso

Asunto: ¿tengo qué?

Fecha: 14 de junio de 2014, 09:50

Para:Paula Chaves

Querida LSI:


Como siempre, tus deseos son mis órdenes.
Amo que estés riendo y húmeda.
Nos vemos, nena.
X

Pedro Alfonso.

Completa y totalmente loco, impactado y embelesado Gerente General, Alfonso Enterprises Holdings Inc.


Bajo mi BlackBerry y continuó con mi trabajo.


Durante el almuerzo, Jeronimo me pide que baje al deli por su comida. Llamo a Pedro tan pronto como dejo la oficina de Jeronimo.


—Paula —responde de inmediato, su voz cálida y amorosa. 


¿Cómo es que este hombre puede derretirme por teléfono?


Pedro, Jeronimo me ha pedido que busque su almuerzo.


—Bastardo perezoso —suelta Pedro.


Lo ignoro y continúo:
—Así que voy a buscarlo. Tal vez sería útil si me dieras el número de Salazar, así no tengo que molestarte.


—No es molestia, nena.


—¿Estás solo?


—No. Hay seis personas mirándome en este momento, preguntándose con quién demonios estoy hablando.


Mierda…


—¿En serio? —mascullo, petrificada.


—Sí. En serio. Mi novia —anuncia lejos del teléfono.


¡Santo cielo!


—Probablemente pensaban que eras gay, sabes.


Él ríe.


—Sí, probablemente. —Oigo su sonrisa.


—Er, debo irme. —Estoy segura de que puede decir lo avergonzada que estoy por interrumpirlo.


—Le avisaré a Salazar. —Ríe de Nuevo—. ¿Has oído de tu amigo?


—Aún no. Será el primero en saber, Sr. Alfonso.


—Bien. Nos vemos, nena.


—Adiós, Pedro —sonrío. Cada vez que dice eso, me hace sonreír… tan poco Cincuenta, pero de algún modo tan él, también.






No hay comentarios:

Publicar un comentario