viernes, 30 de enero de 2015
CAPITULO 87
—¿Hablaste con ella hoy? —le pregunto a Pedro en la espera de la llegada de la Sra. Robinson.
—Sí.
—¿Qué dijiste?
—Le dije que no querías verla y que entendía tus razones. También le dije que no apreciaba que fuera tras mi espalda.
—Su mirada es impasible, sin revelar nada.
Oh, Dios.
—¿Qué te dijo?
—Lo sacudió de una manera que sólo Eleonora puede. —Su boca se aplanó en una línea torcida.
—¿Por qué crees que está aquí?
—No tengo ni idea. —Pedro se encoge de hombros.
Taylor entra en la sala grande otra vez.
—La señora Mitre —anuncia.
Y aquí está ella… ¿Por qué es tan condenadamente atractiva? Ella está vestida completamente de negro: pantalones vaqueros ajustados, una camiseta que enfatiza su figura perfecta, y un halo de cabello brillante, lustroso.
Pedro me acerca.
—Eleonora —dice, en tono perplejo.
Ella me mira boquiabierta en estado de shock, congelada en el lugar. Parpadea antes de encontrar su suave voz.
—Lo siento. No me di cuenta que tenías compañía, Pedro. Hoy es lunes — dice ella, como si esto explicara por qué está aquí.
—Novia —dice él a modo de explicación e inclina la cabeza hacia un lado y sonríe.
Ella sonríe, una sonrisa lenta, radiante, dirigida enteramente a él. Es desconcertante.
—Por supuesto. Hola, Paula. No sabía que estarías aquí. Sé que no quieres hablar conmigo. Lo acepto.
—¿Lo haces? —afirmo en voz baja, mirándola y tomándonos a todos por sorpresa.
Con el ceño levemente fruncido, se mueve más en la habitación.
—Sí, entiendo el mensaje. No estoy aquí para verte. Como he dicho, Pedro rara vez tiene compañía durante la semana. —Hace una pausa—. Tengo un problema, y necesito hablar con Pedro al respecto.
—¿Oh? —Pedro se endereza—. ¿Quieres un trago?
—Sí, por favor —murmura con gratitud.
Pedro busca un vaso, mientras que Eleonora y yo estamos de pie, incómodas mirando la una a la otra. Ella juguetea con un anillo de plata grande en su dedo medio, en tanto que yo no sé dónde mirar. Finalmente, me da una pequeña sonrisa tensa y se aproxima a la isla de la cocina y se sienta en el taburete de la barra al final. Obviamente, conoce muy bien el lugar y se siente cómoda moviéndose por aquí.
¿Me quedo? ¿Me voy? Oh, esto es tan difícil. Mi subconsciente frunce el ceño a la mujer con su cara más hostil de arpía.
Hay tantas cosas que quiero decirle a esta mujer y ninguna elogiosa. Pero es amiga de Pedro —su única amiga— y por toda mi aversión por esta mujer, soy por naturaleza amable.
Decidiendo quedarme, me siento con tanta gracia como puedo manejar en el taburete que Pedro había dejado libre. Pedro vierte el vino en cada una de las copas y se sienta entre nosotras en la barra del desayuno. ¿Puede
sentir lo extraño que es esto?
—¿Qué pasa? —le pregunta.
Eleonora me mira nerviosamente, y Pedro se acerca y toma mi mano.
—Paula está conmigo ahora —le dice a su silenciosa consulta y me aprieta la mano. Me ruborizo, y mi subconsciente le sonríe, cara de arpía olvidada.
El rostro de Eleonora se suaviza como si estuviera contenta por él. Realmente contentapor él. Oh, no entiendo a esta mujer en absoluto, y me siento incómoda y nerviosa en su presencia.
Ella toma una respiración profunda y se mueve, posándose en el borde de su taburete de la barra y luciendo nerviosa.
Mira con nerviosismo a sus manos y empieza a girar locamente el anillo de plata grande alrededor de su dedo medio.
Por Dios, ¿qué pasa con ella? ¿Es mi presencia? ¿Tengo ese efecto en ella? Porque me siento de la misma manera… no la quiero aquí. Levanta la cabeza y mira a Pedro a los ojos.
—Estoy siendo chantajeada.
Santa mierda. No es lo que esperaba de su boca. Pedro se tensa. ¿Alguien se enteró de su afición por golpear y follar chicos menores de edad? Reprimí mi repulsión, y un pensamiento fugaz sobre los pollos vuelven a casa a descansar se me cruza por mi mente. Mi subconsciente se frota las manos con mal disimulado regocijo. Bien.
—¿Cómo? —pregunta Pedro, su horror claro en su voz.
Ella mete la mano en su bolso de gran tamaño, de charol de diseñador, saca una nota, y se la entrega a él.
—Deja eso, ponlo ahí. —Pedro apunta a la barra del desayuno con su barbilla.
—¿No quieres tocarlo?
—No. Huellas dactilares.
—Pedro, sabes que no puedo ir a la policía con esto.
¿Por qué estoy escuchando esto? ¿Está jodiendo algún otro pobre chico?
Ella pone la nota para él, y él se inclina para leerlo.
—Sólo están pidiendo cinco mil dólares —dice casi distraídamente—. ¿Alguna idea de quién podría ser? ¿Alguien en la comunidad?
—No —dice con su voz dulce y suave.
—¿Luciano?
¿Luciano? ¿Quién es ese?
—Que… ¿después de todo este tiempo? No lo creo —refunfuña—. ¿Isaac sabe?
—No le he dicho.
¿Quién es Isaac?
—Creo que él necesita saber —dice Pedro. Ella niega con la cabeza, y ahora siento que me estoy entrometiendo. No quiero nada de esto. Trato de recuperar mi mano del agarre de Pedro, pero él sólo aumenta su agarre y se vuelve a mirarme.
—¿Qué? —pregunta.
—Estoy cansada. Creo que voy a ir a la cama.
Sus ojos buscan los míos, ¿buscando qué? ¿Censura? ¿Aceptación? ¿Hostilidad?
Mantengo mi expresión tan suave cómo es posible.
—Está bien —dice—. No tardaré mucho tiempo.
Él me libera y me pongo de pie. Eleonora me mira con recelo.
Me quedo callada y devuelvo su mirada, sin revelar nada.
—Buenas noches, Paula. —Ella me da una pequeña sonrisa.
—Buenas noches —murmuro, y mi voz suena fría. Me giro para salir. La tensión es demasiada para mí para soportar. A medida que salgo de la habitación ellos continúan su conversación.
—No creo que haya mucho que pueda hacer, Eleonora —le dice Pedro a ella—. Si se trata de una cuestión de dinero. —Su voz se apaga—. Podría pedirle a Welch que investigue.
—No, Pedro, sólo quería compartir —dice ella.
Cuando estoy fuera de la habitación, la oigo decir:
—Te ves muy feliz.
—Lo estoy —responde Pedro.
—Mereces serlo.
—Me gustaría que eso fuera verdad.
—Pedro —regaña.
Me quedo paralizada, escuchando atentamente. No puedo evitarlo.
—¿Sabe lo negativo que eres acerca de ti? Acerca de todos tus problemas.
—Ella me conoce mejor que nadie.
—¡Ay! Eso duele.
—Es la verdad, Eleonora. No tengo que jugar con ella. Y lo digo en serio, déjala en paz.
—¿Cuál es su problema?
—Tú… Lo que éramos. Lo que hicimos. Ella no entiende.
—Hazla entender.
—Está en el pasado, Eleonora, ¿y por qué iba a querer mancharla con nuestra jodida relación? Ella es buena y dulce e inocente, y por algún milagro me ama.
—No es ningún milagro, Pedro —se burla Eleonora naturalmente—. Ten un poco de fe en ti mismo. Realmente eres un buen partido. Te lo he dicho a menudo. Y ella parece adorable, también. Fuerte. Alguien que te defienda.
No puedo oír la respuesta de Pedro. Así que soy fuerte, ¿lo soy? Desde luego, no me siento así.
—¿No lo echas de menos? —continúa Eleonora.
—¿Qué?
—Tu sala de juegos.
Dejo de respirar.
—Eso realmente no es de tu maldita incumbencia —dice bruscamente Pedro.
Oh.
—Lo siento —resopla Eleonora sin sinceridad.
—Creo que será mejor que te vayas. Y por favor, llama antes de venir otra vez.
—Pedro, lo siento —dice ella, y por su tono, esta vez lo dice en serio—. ¿Desde cuándo eres tan sensible? —lo regaña de nuevo.
—Eleonora, tenemos una relación de negocios que nos ha beneficiado a ambos inmensamente. Vamos a mantenerlo de esa manera. Lo que hubo entre nosotros es parte del pasado. Paula es mi futuro, y no lo voy a poner en peligro en modo alguno, así que corta la mierda.
¡Su futuro!
—Ya veo.
—Mira, lo siento por tu problema. Tal vez deberías desecharlo y tomarlo como un farol. —Su tono es más suave.
—No quiero perderte, Pedro.
—No soy tuyo para perderme, Eleonora —dijo bruscamente de nuevo.
—Eso no es lo que quise decir.
—¿Qué quisiste decir? —Está brusco, enojado.
—Mira, no quiero discutir contigo. Tu amistad significa mucho para mí. Me alejaré de Paula. Pero estoy aquí si me necesitas. Siempre lo estaré.
—Paula piensa que me viste el sábado pasado. Llamaste, eso es todo. ¿Por qué le dijiste otra cosa?
—Quería que ella supiera lo mal que estabas cuando se fue. No quiero que te haga daño.
—Ella lo sabe. Le he dicho. Deja de interferir. Sinceramente, eres como una mamá gallina. —Pedro suena más resignado, y Eleonora se ríe, pero hay un tono triste en su risa.
—Lo sé. Lo siento. Sabes que me preocupo por ti. Nunca pensé que terminarías enamorándote, Pedro. Es muy gratificante verlo. Pero no podría soportar si te hace daño.
—Tomaré mis riesgos —dice secamente—. ¿Ahora estás segura de que no quieres que Welch busque alrededor?
Ella suspira profundamente.
—Supongo que no haría ningún daño.
—Está bien. Lo voy a llamar por la mañana.
Los escucho discutiendo, tratando de resolver esto. Ellos suenan como viejos amigos, como dice Pedro. Solo amigos. Y ella se preocupa por él, tal vez demasiado. Bueno, ¿quién no lo haría, si lo conocieran?
—Gracias, Pedro. Y lo siento. No era mi intención molestar. Me iré. La próxima vez voy a llamar.
—Bien.
¡Ella se va! ¡Mierda! Corro por el pasillo a la habitación de Pedro y me siento en la cama. Pedro entra unos momentos más tarde.
—Se ha ido —dice con cautela, midiendo mi reacción.
Miro hacia él, tratando de enmarcar mi pregunta.
—¿Quieres decirme todo sobre ella? Estoy tratando de entender por qué crees que te ha ayudado. —Hago una pausa, pensando cuidadosamente acerca de mi siguiente frase—. La detesto, Pedro. Creo que te hizo un daño incalculable. Tú no tienes amigos. ¿Los mantuvo lejos de ti?
Él suspira y se pasa la mano por el cabello.
—¿Por qué demonios quieres saber acerca de ella? Tuvimos un romance muy largo, golpeaba la mierda fuera de mí de vez en cuando, y me la follé en todo tipo de formas que ni siquiera puedes imaginar, fin de la historia.
Palidecí. Mierda, él está enojado… conmigo. Parpadeo hacia él.
—¿Por qué estás tan enojado?
—¡Porque toda esa mierda se ha ACABADO! —grita, mirándome ceñudo. Él suspira con desesperación y sacude su cabeza.
Palidecí. Mierda. Miro mis manos, anudadas en mi regazo.
Sólo quiero entender.
Se sienta a mi lado.
—¿Qué quieres saber? —pregunta con cansancio.
—No tienes que decirme. No quiero inmiscuirme.
—Paula, no es eso. No me gusta hablar de esa mierda. He vivido en una burbuja durante años donde nada me afecta y no tengo que justificarme ante nadie. Ella siempre ha estado ahí como un confidente. Y ahora mi pasado y mi futuro están colisionando de una manera en que nunca pensé posible.
Echo un vistazo a él y él me está mirando, los ojos muy abiertos.
—Nunca pensé que tendría un futuro con alguien, Paula. Me das esperanza y me tienes pensando en todo tipo de posibilidades. —Él se desvía.
—Estaba escuchando —susurro y miro hacia abajo a mis manos.
—¿Qué? ¿Nuestra conversación?
—Sí.
—¿Y bien? —Él suena resignado.
—Ella se preocupa por ti.
—Sí, lo hace. Y yo por ella a mi propia manera, pero no se acerca a lo que siento por ti. Si eso es de lo que esto se trata.
—No estoy celosa. —Me hiere que pensara eso… ¿o lo estoy? Mierda. Tal vez eso es lo que es—. No la amas —murmuré.
Vuelve a suspirar. Está realmente molesto.
—Hace mucho tiempo, pensé que la amaba —dice a través de sus dientes apretados.
Oh.
—Cuando estábamos en Georgia… dijiste que no la amabas.
—Eso es cierto.
Frunzo el ceño.
—Te amaba entonces, Paula —susurra—. Eres la única persona por la que volaría cinco mil kilómetros para ver.
Oh mi… No entiendo. Todavía me quería como sumisa entonces. Mi ceño se profundiza.
—Los sentimientos que tengo por ti son muy diferentes de cualquier otro que haya tenido por Eleonora —dice a modo de explicación.
—¿Cuándo lo supiste?
Se encoge de hombros.
—Irónicamente, fue Eleonora quien lo señaló. Me animó a ir a Georgia.
¡Lo sabía! Lo supe en Savannah. Lo miro, inexpresiva.
¿Qué debo hacer con esto? Tal vez ella está de mi lado y sólo se preocupa de que vaya hacerle daño. La idea es dolorosa. Nunca querría hacerle daño. Ella tiene razón… ha sido dañado lo suficiente.
Tal vez no es tan mala. Niego con la cabeza. No quiero aceptar su relación con ella.
Estoy en contra. Sí, eso es lo que es. Ella es un personaje desagradable que se aprovechó de un adolescente vulnerable, robándole sus años de adolescencia, no importa lo que él diga.
—¿Entonces la deseabas? Cuando eras más joven.
—Sí.
Oh.
—Ella me enseñó mucho. Me enseñó a creer en mí mismo.
Oh.
—Pero también golpeó la mierda fuera de ti.
Él sonríe con cariño.
—Sí, lo hizo.
—¿Y te gustaba eso?
—En ese tiempo lo hacía.
—¿Tanto que quisiste hacérselo a otros?
Sus ojos se abren más y se vuelven más serios.
—Sí.
—¿Te ayudó ella con eso?
—Sí.
—¿Hizo de sumisa para ti?
—Sí.
Mierda santa.
—¿Esperas que ella me agrade? —Mi voz suena frágil y amargada.
—No. Aunque eso facilitaría mucho mi vida —dice con cansancio—. Pero entiendo tu reticencia.
—¡Reticencia! Caray, Pedro… si ese hubiera sido tu hijo, ¿cómo te sentirías?
Parpadea en mi dirección como si no comprendiera la pregunta. Frunce el ceño.
—No tenía que quedarme con ella. Fue mi decisión, también,Paula — murmura.
Esto no me está llevando a ninguna parte.
—¿Quién es Luciano?
—Su ex-marido.
—¿Luciano Timber?
—El mismísimo —sonríe.
—¿E Isaac?
—Su sumiso actual.
Oh no.
—Él está en la mitad de sus veinte, Paula. Ya sabes: un adulto consensual — añade rápidamente, interpretando correctamente mi mirada de repulsión.
Me sonrojo.
—Tú edad —murmuro.
—Mira,Paula, como le dije a ella, es parte de mi pasado. Tú eres mi futuro. No dejes que se interponga entre nosotros, por favor. Y francamente, estoy realmente aburrido de este tema. Iré a trabajar un poco. —Se pone de pie y me mira—. Déjalo estar. Por favor.
Lo miro tercamente.
—Oh, casi lo olvido —añade—. Tu auto llegó un día antes. Está en el garaje. Taylor tiene la llave.
Whoa… ¿el Saab?
—¿Puedo conducirlo mañana?
—No.
—¿Por qué no?
—Sabes por qué no. Y eso me recuerda. Si vas a dejar tu oficina, házmelo saber. Salazar estaba ahí, vigilándote. Parece que no puedo confiar en que cuides de ti misma en absoluto. —Me frunce el ceño, haciéndome sentir como una niña que se equivocó… otra vez. Y discutiría con él, pero está bastante en el borde sobre lo de Eleonora, y no quiero empujarlo más, aunque no puedo resistir un comentario.
—Parece que no puedo confiar en ti tampoco —murmuro—. Pudiste haberme dicho que Salazar estaba vigilándome.
—¿Quieres discutir sobre eso, también?
—No era consciente de que estuviéramos discutiendo, pensé que nos estábamos comunicando —murmuro de forma petulante.
Cierra sus ojos brevemente mientras lucha por contener su temperamento. Trago y lo observo ansiosamente. Jesús, esto podría ir en cualquier dirección.
—Tengo que trabajar —dije en voz baja, y con eso, deja la habitación.
Exhalo. No me había dado cuenta de que estaba reteniendo mi aliento. Me dejo caer de nuevo en la cama, mirando el techo.
¿Podremos tener alguna vez una conversación normal sin que se desintegre en una discusión? Es agotador.
Simplemente no nos conocemos tan bien el uno al otro.
¿Realmente quiero mudarme con él? Ni siquiera sé si debo prepararle una taza de té o café mientras está trabajando. ¿Debería siquiera interrumpirlo? No tengo idea de lo que le gusta y lo que no.
Evidentemente está aburrido con toda la cosa de Eleonora; tiene razón, necesito avanzar. Dejarlo estar. Bueno, al menos no está esperando que sea su amiga, y espero que ella deje de acosarme para que nos reunamos.
Me bajo de la cama y camino hasta la ventana. Sacando el seguro de la puerta del balcón, la abro y paseo hasta la barandilla de vidrio. Su transparencia es desconcertante. El aire está helado y fresco, debido a la altura a la que me encuentro.
Miro las titilantes luces de Seattle. Él está tan lejos de todo aquí en su fortaleza. Sin rendirle cuentas a nadie. Acaba de decirme que me ama, y luego viene toda esta mierda a causa de esa horrible mujer. Ruedo mis ojos. Su vida es tan complicada. Él es tan complicado.
Con un profundo suspiro y una última vista a Seattle esparcido como un manto de oro a mis pies, decido llamar a Reinaldo. No he hablado con él desde hace un tiempo. Es una conversación breve, como de costumbre, pero puedo verificar que está bien y que estoy interrumpiendo un partido de fútbol importante.
—Espero que todo esté bien con Pedro —dice de forma casual, y sé que está buscando información pero realmente no quiere saber.
—Sí. Estamos bien. —Algo así, y me estoy mudando con él. Aunque no hemos discutido un calendario—. Te quiero, papá.
—También te quiero, Pau.
Corto y miro mi reloj. Debido a nuestra discusión, me estoy sintiendo extrañamente enervada e inquieta.
Me doy una ducha rápida, y de vuelta en el dormitorio, decido usar uno de esos camisones que Caroline Acton adquirió para mí de Neiman Marcus. Pedro siempre se está quejando de mis camisetas. Hay tres. Escojo el rosa pálido y lo paso por encima de mi cabeza. La tela se desliza por encima de mi piel, acariciando y aferrándose a mí a medida que cae por mi cuerpo. Se siente lujurioso, el mejor y más delgado satín. Santa mierda. En el espejo, me veo como la estrella de una película de 1930. Es largo, elegante… y muy poco yo.
Agarro la bata a juego y decido ir a buscar un libro a la biblioteca. Podría leer en mi iPad… pero en este momento, quiero la comodidad y el consuelo de un libro físico.
Dejaré a Pedro solo. Tal vez recobrará su buen humor una vez que haya terminado de trabajar.
Hay tantos libros en la biblioteca de Pedro. Revisar cada título tomará una eternidad. Ocasionalmente miro la mesa de billar y me sonrojo al recordar nuestra velada previa.
Sonrío cuando veo que la regla todavía está en el suelo.
Recogiéndola, la paso sobre la palma de mi mano. ¡Ay! Pica.
¿Por qué no puedo tomar un poco más de dolor por mi hombre?
Desconsoladamente, la dejo sobre la mesa y continúo mi búsqueda de un buen libro.
La mayoría de los libros son primeras ediciones. ¿Cómo puede alguien haber amasado una colección como esta en tan poco tiempo? Tal vez la descripción de trabajo de Taylor incluye compra de libros. Me decido por Rebecca de Daphne Du Maurier. No lo he leído desde hace mucho tiempo. Sonrío cuando me acurruco en uno de los mullidos sillones y leo la primera línea:
Anoche soñé que iba a Manderley otra vez…
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario