martes, 13 de enero de 2015

CAPITULO 32




Un vicerrector se levanta y empieza el largo y tedioso proceso de entrega de títulos. Hay que repartir más de cuatrocientos, así que pasa más de una hora hasta que oigo mi nombre. Avanzo hacia el estrado entre las dos chicas, que se ríen tontamente. Pedro me lanza una mirada cálida, aunque comedida.


—Felicidades, señorita Chaves—me dice estrechándome la mano. Siento la descarga de su carne en la mía—. ¿Tienes problemas con el ordenador?


Frunzo el ceño mientras me entrega el título.


—No.


—Entonces, ¿no haces caso de mis e-mails?


—Solo vi el de las fusiones y adquisiciones.


Me mira con curiosidad.


—Luego —me dice.


Y tengo que avanzar, porque estoy obstruyendo la cola.


Vuelvo a mi asiento. ¿E-mails? Debe de haber mandado otro. ¿Qué decía?


La ceremonia concluye una hora después. Es interminable. 


Al final, el rector conduce a los miembros del cuerpo docente fuera del estrado, precedidos por Pedro y Lourdes, y todo el mundo vuelve a aplaudir calurosamente. Pedro no me mira, aunque me gustaría que lo hiciera. La diosa que llevo dentro no está nada contenta.


Mientras espero de pie para poder salir de nuestra fila de asientos, Lourdes me llama. Se acerca hacia mí desde detrás del estrado.


Pedro quiere hablar contigo —me grita.


Las dos chicas, que ahora están de pie a mi lado, se giran y me miran.


—Me ha mandado a que te lo diga —sigue diciendo.


Oh…


—Tu discurso ha sido genial, Lourdes.


—Sí, ¿verdad? —Sonríe—. ¿Vienes? Puede ser muy insistente.


Pone los ojos en blanco y me río.


—Ni te lo imaginas. Pero no puedo dejar a Reinaldo solo mucho rato.


Levanto la mirada hacia Reinaldo y le indico abriendo la palma que me espere cinco minutos. Asiente, me hace un gesto con la mano y sigo a Lourdes hasta el pasillo de detrás del estrado. Pedro está hablando con el rector y con dos profesores. Levanta los ojos al verme.


—Discúlpenme, señores —le oigo murmurar.


Viene hacia mí y sonríe brevemente a Lourdes.


—Gracias —le dice.


Y antes de que Lourdes pueda responder, me coge del brazo y me lleva hacia lo que parece un vestuario de hombres. Comprueba que está vacío y cierra la puerta con pestillo.


Maldita sea, ¿qué se propone? Parpadeo cuando se gira hacia mí.


—¿Por qué no me has mandado un e-mail? ¿O un mensaje al móvil?


Me mira furioso. Yo estoy desconcertada.


—Hoy no he mirado ni el ordenador ni el teléfono.


Mierda, ¿ha estado llamándome? Pruebo con la técnica de distracción que tan bien me funciona con Lourdes.


—Tu discurso ha estado muy bien.


—Gracias.


—Ahora entiendo tus problemas con la comida.


Se pasa una mano por el pelo, muy nervioso.


—Paula, no quiero hablar de eso ahora. —Cierra los ojos y parece afligido—. Estaba preocupado por ti.


—¿Preocupado? ¿Por qué?


—Porque volviste a casa en esa trampa mortal a la que tú llamas coche.


—¿Qué? No es ninguna trampa mortal. Está perfectamente. José suele hacerle la revisión.


—¿José, el fotógrafo?


Pedro arruga la frente y se le hiela la expresión. Mierda.


—Sí, el Escarabajo era de su madre.


—Sí, y seguramente también de su abuela y de su bisabuela. No es un coche seguro.


—Lo tengo desde hace más de tres años. Siento que te hayas preocupado. 


¿Por qué no me has llamado?


Está exagerando demasiado.


Respira hondo.


—Paula, necesito una respuesta. La espera está volviéndome loco.


Pedro… Mira, he dejado a mi padrastro solo.


—Mañana. Quiero una respuesta mañana.


—De acuerdo, mañana. Ya te diré algo.


Retrocede y me mira más calmado, con los hombros relajados.


—¿Te quedas a tomar algo? —me pregunta.


—No sé lo que quiere hacer Reinaldo.


—¿Tu padrastro? Me gustaría conocerlo.


Oh, no… ¿por qué?


—Creo que no es buena idea.


Pedro abre el pestillo de la puerta muy serio.


—¿Te avergüenzas de mí?


—¡No! —Ahora me toca a mí desesperarme—. ¿Y cómo te presento a mi padre? ¿«Este es el hombre que me ha desvirgado y que quiere mantener conmigo una relación sadomasoquista»? No llevas puestas las zapatillas de deporte.


Pedro me mira y sus labios esbozan una sonrisa. Y aunque estoy enfadada con él, involuntariamente mi cara se la devuelve.


—Para que lo sepas, corro muy deprisa. Dile que soy un amigo, Paula.


Abre la puerta y sale. La cabeza me da vueltas. El rector, los tres vicerrectores, cuatro profesores y Lourdes se me quedan mirando cuando paso a toda prisa por delante de ellos. 


Mierda. Dejo a Pedro con los profesores y voy a buscar a Reinaldo.


«Dile que soy un amigo.»


Amigo con derecho a roce, me dice mi subconsciente con mala cara. Lo sé, lo sé. Me quito de encima el desagradable pensamiento. ¿Cómo voy a presentárselo a Reinaldo? La sala sigue todavía medio llena, y Reinaldo no se ha movido de su sitio. Me ve, me hace un gesto con la mano y empieza a
bajar.


—Pau, felicidades —me dice pasándome el brazo por los hombros.


—¿Te apetece venir a tomar algo al entoldado?


—Claro. Hoy es tu día. Vamos.


—No tenemos que ir si no quieres.


Por favor, di que no…


—Pau, he estado dos horas y media sentado, escuchando todo tipo de parloteos. Necesito una copa.


Le cojo del brazo y avanzamos entre la multitud a través de la cálida tarde. Pasamos junto a la cola del fotógrafo oficial.


—Ah, lo olvidaba… —Reinaldo se saca una cámara digital del bolsillo—. Una foto para el álbum, Pau.


Pongo los ojos en blanco mientras me saca una foto.


—¿Puedo quitarme ya la toga y el birrete? Me siento medio tonta.


Eres medio tonta… Mi subconsciente está de lo más sarcástico. Así que vas a presentar a Reinaldo al hombre con el que follas… Estará muy orgulloso. Mi subconsciente me observa por encima de sus gafas de media luna. A veces la odio.


El entoldado es inmenso y está lleno de gente: alumnos, padres, profesores y amigos, todos charlando alegremente. 


Reinaldo me pasa una copa de champán, o de vino espumoso barato, me temo. No está frío y es dulzón. Pienso en Pedro… No va a gustarle.


—¡Paula!


Al girarme, Lucas Kavanagh me coge de improviso entre sus brazos. Me levanta y me da vueltas en el aire sin que se me derrame el vino. Toda una proeza.


—¡Felicidades! —exclama sonriéndome, con sus ojos verdes brillantes.


Qué sorpresa. Su pelo rubio está alborotado y sexy. Es tan guapo como Lourdes. El parecido es asombroso.


—¡Uau, Lucas! Qué alegría verte. Papá, este es Lucas, el hermano de Lourdes. Lucas, te presento a mi padre, Reinaldo Chaves .


Se dan la mano. Mi padre evalúa fríamente al señor Kavanagh.


—¿Cuándo has llegado de Europa? —le pregunto.


—Hace una semana, pero quería darle una sorpresa a mi hermanita —me dice en tono de complicidad.


—Qué detalle —le digo sonriendo.


—Era la que iba a pronunciar el discurso de graduación. No podía perdérmelo.


Parece inmensamente orgulloso de su hermana.


—Su discurso ha sido genial.


—Es verdad —confirma Reinaldo.


Lucas me tiene cogida por la cintura cuando levanto la mirada y me encuentro con los gélidos ojos grises de Pedro Alfonso. Lourdes está a su lado.


—Hola, Reinaldo. —Lourdes besa en las mejillas a mi padre, que se ruboriza—. ¿Conoces al novio de Paula? Pedro Alfonso.


Maldita sea… ¡Lourdes! ¡Mierda! Me arden las mejillas.


—Señor Chaves, encantado de conocerlo —dice Pedro tranquilamente, con calidez, sin que le
haya alterado la presentación de Lourdes.


Tiende la mano a Reinaldo, que se la estrecha sin dar la menor muestra de sorprenderse por lo que acaba de enterarse.


Muchas gracias, Lourdes Kavanagh, pienso echando chispas. Creo que mi subconsciente se ha desmayado.


—Señor Alfonso —murmura Reinaldo.


Su expresión es indescifrable. Solo abre un poco sus grandes ojos castaños, que se giran hacia mí como preguntándome cuándo pensaba darle la noticia. Me muerdo el labio.


—Y este es mi hermano, Lucas Kavanagh —dice Lourdes a Pedro.


Este dirige su gélida mirada a Lucas, que sigue cogiéndome por la cintura.


—Señor Kavanagh.


Se saludan. Pedro me tiende la mano.


—Paula, cariño —murmura.


Casi me muero al oírlo.


Me aparto de Lucas, al que Pedro dedica una sonrisa glacial, y me coloco a su lado. Lourdes me sonríe. La muy zorra sabe perfectamente lo que está haciendo.


—Lucas, mamá y papá quieren hablar con nosotros —dice Lourdes llevándose a su hermano.


—¿Desde cuándo os conocéis, chicos? —pregunta Reinaldo mirando impasible primero a Pedro luego a mí.


He perdido la capacidad de hablar. Quiero que me trague la tierra. Pedro me roza la espalda desnuda con el pulgar y luego deja la mano apoyada en mi hombro.


—Unas dos semanas —dice en tono tranquilo—. Nos conocimos cuando Paula vino a entrevistarme para la revista de la facultad.


—No sabía que trabajabas para la revista de la facultad, Pau.


El tono de Reinaldo es de ligero reproche. Es evidente que está molesto. Mierda.


—Lourdes estaba enferma —murmuro.


No logro decir nada más.


—Su discurso ha estado muy bien, señor Alfonso.


—Gracias. Tengo entendido que es usted un entusiasta de la pesca.


Reinaldo alza las cejas y esboza una sonrisa poco habitual, auténtica. Y de pronto se ponen a hablar de pesca. De hecho, enseguida siento que sobro. Se ha metido a mi padre en el bolsillo… Como hizo contigo, me reprocha mi subconsciente. Su poder no tiene límites. Me disculpo y voy a buscar a Lourdes.


Lourdes está hablando con sus padres, que están encantados de verme, como siempre, y me saludan cariñosamente. Intercambiamos varias frases de cortesía, sobre todo acerca de sus próximas vacaciones a Barbados y nuestro traslado.


—Lourdes, ¿cómo has podido soltar eso delante de Reinaldo? —le pregunto entre dientes en la primera ocasión en que nadie puede oírnos.


—Porque sabía que tú no lo harías, y quiero echar una mano con los problemas de compromiso de Pedro —me contesta sonriendo dulcemente.


Frunzo el ceño. ¡Soy yo la que no va a comprometerse con él, estúpida!


—Y el tío se ha quedado tan tranquilo, Paula. No te preocupes. Míralo… Pedro no aparta la mirada de ti.


Me giro y veo que Reinaldo y Pedro están mirándome.


—No te ha quitado los ojos de encima.


—Será mejor que vaya a rescatar a Reinaldo, o a Pedro. No sé a cuál de los dos. Esto no va a quedar así, Lourdes Kavanagh.


—Paula, te he hecho un favor —me dice cuando ya me he dado la vuelta.


—Hola —les saludo a los dos con una sonrisa.


Parece que todo va bien. Pedro está sonriendo por alguna broma entre ellos, y mi padre parece increíblemente relajado, teniendo en cuenta que se trata de socializar. ¿De qué han hablado, aparte de pesca?


—Paula, ¿dónde está el cuarto de baño? —me pregunta Reinaldo.


—Al fondo a la izquierda.


—Vuelvo enseguida. Divertíos, chicos.


Reinaldo se aleja. Miro nerviosa a Pedro. Nos quedamos un momento quietos mientras un fotógrafo nos hace una foto.


—Gracias, señor Alfonso.


El fotógrafo se escabulle a toda prisa. El flash me ha dejado parpadeando.


—Así que también has cautivado a mi padre…


—¿También?


Le arden los ojos y alza una ceja interrogante. Me ruborizo. 


Levanta una mano y desliza los dedos por mi mejilla.


—Ojalá supiera lo que estás pensando, Paula —susurra en tono turbador.


Me coloca la mano en la barbilla y me levanta la cara. Nos miramos fijamente a los ojos.


Se me dispara el corazón. ¿Cómo puede tener este efecto sobre mí, incluso en este entoldado lleno de gente?


—Ahora mismo estoy pensando: Bonita corbata —le digo.


Se ríe.


—Últimamente es mi favorita.


Me arden las mejillas.


—Estás muy guapa, Paula. Este vestido con la espalda descubierta te sienta muy bien. Me apetece acariciarte la espalda y sentir tu hermosa piel.


De pronto es como si estuviéramos solos. Solos él y yo. Se me altera todo el cuerpo, me hormiguean todas las terminaciones nerviosas, y la electricidad que se crea entre nosotros me empuja hacia él.


—Sabes que irá bien, ¿verdad, nena? —me susurra.


Cierro los ojos y me derrito por dentro.


—Pero quiero más —le contesto en voz baja.


—¿Más?


Me mira desconcertado y sus ojos se vuelven impenetrables. 


Asiento y trago saliva. Ahora ya lo sabe.


—Más —repite en voz baja, como si estuviera sopesando la palabra, una palabra corta y sencilla, pero demasiado cargada de promesas. Me pasa el pulgar por el labio inferior—. Quieres flores y corazones.


Vuelvo a asentir. Pestañea y observo en sus ojos su lucha interna.


—Paula —me dice en tono dulce—, no sé mucho de ese tema.


—Yo tampoco.


Sonríe ligeramente.


—Tú no sabes mucho de nada —murmura.


—Tú sabes todo lo malo.


—¿Lo malo? Para mí no lo es —me contesta moviendo la cabeza, y parece sincero—. Pruébalo —me susurra.


Me desafía. Ladea la cabeza y esboza su deslumbrante sonrisa de medio lado.


Respiro hondo. Soy Eva en el Edén, y él es la serpiente. No puedo resistirme.


—De acuerdo —susurro.


—¿Qué?


Me observa muy atento. Trago saliva.


—De acuerdo. Lo intentaré.


—¿Estás de acuerdo?


Es evidente que no termina de creérselo.


—Dentro de los límites tolerables, sí. Lo intentaré.


Hablo en voz muy baja. Pedro cierra los ojos y me abraza.


—Paula, eres imprevisible. Me dejas sin aliento.


Da un paso atrás y de pronto Reinaldo ya está de vuelta. El ruido en el interior del entoldado aumenta progresivamente y me invade los oídos. No estamos solos. Dios mío, acabo de aceptar ser su sumisa. Pedro sonríe a Reinaldo con la alegría danzando en sus ojos.


—Pau, ¿vamos a comer algo?


—Vamos.


Guiño un ojo a Reinaldo intentando recuperar la serenidad. ¿Qué has hecho?, me grita mi subconsciente. La diosa que llevo dentro da volteretas dignas de una gimnasta olímpica rusa.


Pedro, ¿quieres venir con nosotros? —le pregunta Reinaldo.


¡Pedro! Lo miro suplicándole que no venga. Necesito espacio para pensar… ¿Qué deminios he hecho?


—Gracias, señor Chaves, pero tengo planes. Encantado de conocerlo.


—Lo mismo digo —le contesta Reinaldo—. Cuídame a mi niña.


—Esa es mi intención.


Se estrechan la mano. Estoy mareada. Reinaldo no tiene ni idea de cómo va a cuidarme Pedro.


Este me coge de la mano, se la lleva a los labios y me besa los nudillos con ternura sin apartar sus abrasadores ojos de los míos.


—Nos vemos luego, señorita Chaves —me dice en un tono lleno de promesas.


Se me encoge el estómago al pensarlo. ¿Podré esperar?


Reinaldo me coge del brazo y nos dirigimos a la salida del entoldado.


—Parece un chico muy formal. Y adinerado. No lo has hecho tan mal, Pau. Aunque no entiendo por qué he tenido que enterarme por Lourdes… —me reprende.


Me encojo de hombros a modo de disculpa.


—Bueno —dice—, cualquier hombre al que le guste pescar a mí me parece bien.


Vaya, a Reinaldo le parece bien. Si él supiera…


Al anochecer Reinaldo me lleva a casa.


—Llama a tu madre —me dice.


—Lo haré. Gracias por venir, papá.


—No me lo habría perdido por nada del mundo, Pau. Estoy muy orgulloso de ti.


Oh, no. No voy a emocionarme ahora… Se me hace un nudo en la garganta y lo abrazo muy fuerte. Me rodea con sus brazos, perplejo, y entonces no puedo evitarlo. Se me saltan las lágrimas.


—Hey, Pau, cariño —me dice Reinaldo—. Ha sido un gran día, ¿verdad? ¿Quieres que entre y te prepare un té?


Aunque tengo los ojos llenos de lágrimas, me río. Para Reinaldo el té siempre es la solución. Recuerdo a mi madre quejándose de él, diciendo que cuando se trataba de consolar a alguien con un té, el té siempre se le daba muy bien, pero el consuelo no tanto.


—No, papá, estoy bien. Me he alegrado mucho de verte. En cuanto me instale en Seattle, iré a verte.


—Suerte con las entrevistas. Ya me contarás cómo te van.


—Claro, papá.


—Te quiero, Pau.


—Yo también te quiero, papá.


Me sonríe con ojos cálidos y brillantes, y se mete en el coche. Le digo adiós con la mano mientras se adentra en la oscuridad, y luego entro lánguidamente en casa.


Lo primero que hago es mirar el móvil. No tiene batería, así que tengo que ir a buscar el cargador y enchufarlo antes de ver los mensajes. Cuatro llamadas perdidas, dos mensajes en el contestador y dos mensajes de texto. Tres llamadas perdidas de Pedro… sin mensajes en el contestador. Una llamada perdida de José, y su voz deseándome lo mejor en la ceremonia de graduación.


Abro los mensajes de texto.


*Has llegado bien?*


*Llamame*


Los dos son de Pedro. ¿Por qué no me llamó a casa? 


Voy a mi habitación y enciendo el cacharro infernal.


filete


De: Pedro Alfonso

Fecha: 25 de mayo de 2014 23:58

Para: Paula Chaves

Asunto: Esta noche


Espero que hayas llegado bien a casa en ese coche tuyo.
Dime si estás bien.


Pedro Alfonso


Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.


Dios… ¿Por qué le preocupa tanto mi Escarabajo? Me ha servido lealmente durante tres años, y José siempre me ha ayudado a ponerlo a punto. El siguiente e-mail de Pedro es de hoy.


filete


De: Pedro Alfonso

Fecha: 26 de mayo de 2014 17:22

Para: Paula Chaves

Asunto: Límites tolerables


¿Qué puedo decir que no haya dicho ya?
Encantado de comentarlo contigo cuando quieras.
Hoy estabas muy guapa.


Pedro Alfonso


Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.


Quiero verlo, así que pulso «Responder».


filete


De: Paula Chaves

Fecha: 26 de mayo de 2014 19:23

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Límites tolerables


Si quieres, puedo ir a verte esta noche y lo comentamos.


Paula


filete


De: Pedro Alfonso

Fecha: 26 de mayo de 2014 19:27

Para: Paula Chaves

Asunto: Límites tolerables


Voy yo a tu casa. Cuando te dije que no me gustaba que llevaras ese coche, lo decía en serio.


Nos vemos enseguida.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.


Maldita sea… Viene hacia aquí. Tengo que prepararle una cosa. Las primeras ediciones de los libros de Thomas Hardy siguen en las estanterías del comedor. No puedo aceptarlas. 


Envuelvo los libros en papel de embalar y escribo una cita de Tess:



Acepto las condiciones, Angel, porque tú sabes mejor cuál tiene que ser mi castigo. Lo único que te pido es… que no sea más duro de lo que pueda soportar.


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