Pedro está frente a mí con una fusta de cuero trenzado.
Solo lleva puestos unos Levi’s viejos, gastados y rotos.
Golpea despacio la fusta contra la palma de su mano sin dejar de mirarme.
Solo lleva puestos unos Levi’s viejos, gastados y rotos.
Golpea despacio la fusta contra la palma de su mano sin dejar de mirarme.
Esboza una sonrisa triunfante. No puedo moverme. Estoy desnuda y atada con grilletes, despatarrada en una enorme cama de cuatro postes. Se acerca a mí y me desliza la punta de la fusta desde la frente hasta la nariz, de manera que percibo el olor del cuero, y luego sigue hasta mis labios entreabiertos, que jadean. Me mete la punta en la boca y siento el sabor intenso del cuero.
—Chupa —me ordena en voz baja.
Obedezco y cierro los labios alrededor de la punta.
—Basta —me dice bruscamente.
Vuelvo a jadear mientras me saca la fusta de la boca y me la desliza desde la barbilla hasta el final del cuello. Le da vueltas despacio y sigue arrastrando la punta de la fusta por mi cuerpo, por el esternón, entre los pechos y por el torso, hasta el ombligo. Jadeo, me retuerzo y tiro de los grilletes, que me destrozan las muñecas y los tobillos. Me rodea el ombligo con la punta de cuero y sigue deslizándola por mi vello púbico hasta el clítoris. Sacude la fusta y me golpea con fuerza en el clítoris, y me corro gloriosamente gritando que me desate.
De pronto me despierto jadeando, bañada en sudor y sintiendo los espasmos posteriores al orgasmo. Dios mío.
Estoy totalmente desorientada. ¿Qué demonios ha pasado?
Estoy en mi cama sola. ¿Cómo? ¿Por qué? Me incorporo de un salto, conmocionada… Uau. Es de día. Miro el
Estoy totalmente desorientada. ¿Qué demonios ha pasado?
Estoy en mi cama sola. ¿Cómo? ¿Por qué? Me incorporo de un salto, conmocionada… Uau. Es de día. Miro el
despertador: las ocho. Me cubro la cara con las manos. No sabía que yo pudiera tener sueños sexuales. ¿Ha sido por algo que comí? Quizá las ostras y la investigación, que han acabado manifestándose en mi primer sueño erótico. Es desconcertante. No tenía ni idea de que pudiera correrme en sueños.
Lourdes se acerca a mí corriendo cuando entro tambaleándome en la cocina.
—Paula, ¿estás bien? Te veo rara. ¿Llevas puesta la americana de Pedro?
—Estoy bien.
Maldita sea. Debería haberme mirado en el espejo. Evito sus ojos verdes, que me atraviesan.
Todavía no me he recuperado del sueño.
—Sí, es la americana de Pedro.
Frunce el ceño.
—¿Has dormido?
—No muy bien.
Cojo la tetera. Necesito un té.
—¿Qué tal la cena?
Ya empieza…
—Comimos ostras. Y luego bacalao, así que diría que hubo bastante pescado.
—Uf… Odio las ostras, pero no estoy preguntándote por la comida. ¿Qué tal con Pedro? ¿De qué hablasteis?
—Se mostró muy atento.
Me callo. ¿Qué puedo decirle? No tiene VIH, le interesa la interpretación, quiere que obedezca todas sus órdenes, hizo daño a una mujer a la que colgó del techo de su cuarto de juegos y quería follarme en el comedor privado. ¿Sería un buen resumen? Intento desesperadamente recordar algo de mi cita con Pedro que pueda comentar con Lourdes.
—No le gusta Wanda.
—¿A quién le gusta, Paula? No es nada nuevo. ¿Por qué estás tan evasiva? Suéltalo, amiga mía.
—Lourdes, hablamos de un montón de cosas. Ya sabes… de lo quisquilloso que es con la comida.Por cierto, le gustó mucho tu vestido.
La tetera ya está hirviendo, así que me preparo una taza.
—¿Te apetece un té? ¿Quieres leerme tu discurso de hoy?
—Sí, por favor. Anoche estuve preparándolo en el Becca’s. Voy a buscarlo. Y sí, me apetece mucho un té.
Lourdes sale corriendo de la cocina.
Uf, he conseguido darle esquinazo a Lourdes Kavanagh.
Abro un panecillo y lo meto en la tostadora. Me ruborizo pensando en mi intenso sueño. ¿Qué demonios ha pasado?
Abro un panecillo y lo meto en la tostadora. Me ruborizo pensando en mi intenso sueño. ¿Qué demonios ha pasado?
Anoche me costó dormirme. Estuve dando vueltas a diversas opciones. Estoy muy confundida. La idea que tiene Pedro de una relación se parece mucho a una oferta de empleo, con sus horarios, la descripción del trabajo y un procedimiento de resolución de conflictos bastante riguroso.
No imaginaba así mi primera historia de amor… pero, claro, a Pedro no le interesan las historias de amor. Si le dijera que quiero algo más, seguramente me diría que no… y
me arriesgaría a perder lo que me ha ofrecido. Es lo que más me preocupa, porque no quiero perderlo. Pero no estoy segura de tener estómago para ser su sumisa… En el fondo, lo que me tira para atrás son las varas y los látigos.
Como soy débil físicamente, haría lo que fuera por evitar
Como soy débil físicamente, haría lo que fuera por evitar
el dolor. Pienso en mi sueño… ¿Sería así? La diosa que llevo dentro da saltos con pompones de animadora gritándome que sí.
Lourdes vuelve a la cocina con su portátil. Me concentro en mi panecillo. Empieza a leer su dicurso, y yo la escucho pacientemente.
Estoy vestida y lista cuando llega Reinaldo. Abro la puerta de la calle y lo veo en el porche con un traje que no le queda nada bien. Siento una cálida oleada de gratitud y de amor hacia este hombre sencillo y me lanzo a sus brazos, una muestra de cariño poco habitual en mí. Se queda desconcertado, perplejo.
—Hola, Paula, yo también me alegro de verte —murmura abrazándome.
Me aparta un poco, y con las manos en mis hombros me mira de arriba abajo con el ceño fruncido.
—¿Estás bien, hija?
—Claro, papá. ¿No puedo alegrarme de ver a mi padre?
Sonríe arrugando las comisuras de sus ojos oscuros y me sigue hasta el comedor.
—Estás muy guapa —me dice.
—El vestido es de Lourdes—le digo bajando la mirada hacia el vestido gris de seda con la espalda descubierta.
Frunce el ceño.
—¿Dónde está Lourdes?
—Ha ido al campus. Va a pronunciar un discurso, así que tiene que estar allí antes.
—¿Vamos tirando?
—Papá, tenemos media hora. ¿Quieres un té? Cuéntame cómo está todo el mundo en Montesano. ¿Cómo te ha ido el viaje?
Reinaldo deja el coche en el aparcamiento del campus y seguimos a la multitud con birretes negros y rojos hasta el gimnasio.
—Suerte, Pau. Pareces muy nerviosa. ¿Tienes que hacer algo?
Dios mío… ¿Por qué le ha dado hoy a Reinaldo por ser observador?
—No, papá. Es un gran día.
Y voy a ver a Pedro Alfonso.
—Sí, mi niña se ha graduado. Estoy orgulloso de ti, Pau.
—Gracias, papá.
Cuánto quiero a este hombre…
El gimnasio está lleno de gente. Reinaldo va a sentarse a las gradas con los demás padres y asistentes, y yo me dirijo a mi asiento. Llevo mi toga negra y mi birrete, y siento que me protegen, que me permiten ser anónima. Todavía no hay nadie en el estrado, pero parece que no consigo calmarme.
Me late el corazón a toda prisa y me cuesta respirar. Está por aquí, en algún sitio. Me pregunto si Lourdes está hablando con él, quizá interrogándolo. Me dirijo hacia mi asiento entre compañeros cuyos apellidos también empiezan por C. Estoy en la segunda fila, lo que me ofrece cierto anonimato. Miro hacia atrás y veo a Reinaldo en las gradas, arriba del todo. Lo saludo con un gesto. Me contesta agitando tímidamente la mano. Me siento y espero.
Me late el corazón a toda prisa y me cuesta respirar. Está por aquí, en algún sitio. Me pregunto si Lourdes está hablando con él, quizá interrogándolo. Me dirijo hacia mi asiento entre compañeros cuyos apellidos también empiezan por C. Estoy en la segunda fila, lo que me ofrece cierto anonimato. Miro hacia atrás y veo a Reinaldo en las gradas, arriba del todo. Lo saludo con un gesto. Me contesta agitando tímidamente la mano. Me siento y espero.
El auditorio no tarda en llenarse y el rumor de voces nerviosas aumenta progresivamente. La primera fila de asientos ya está ocupada. Yo estoy sentada entre dos chicas de otro departamento a las que no conozco. Es evidente que son muy amigas, y hablan muy nerviosas conmigo en medio.
A las once en punto aparece el rector desde detrás del estrado, seguido por los tres vicerrectores y los profesores, todos ataviados en negro y rojo. Nos levantamos y aplaudimos a nuestro personal docente. Algunos profesores asienten y saludan con la mano, y otros parecen aburridos.
El profesor Collins, mi tutor y mi profesor preferido, tiene pinta de acabar de levantarse, como siempre. Al fondo del escenario están Lourdes y Pedro. Pedro lleva un traje gris a medida, y a las luces del auditorio brillan en su pelo mechones cobrizos. Parece muy serio y autosuficiente. Al sentarse, se desabrocha la americana y veo su corbata. Oh, Dios… ¡esa corbata! Me froto las muñecas en un gesto reflejo. No puedo apartar los ojos de él. Sin duda se ha puesto esa corbata a propósito. Aprieto los labios. El público se sienta y cesan los aplausos.
—¡Mira a aquel tipo! —cuchichea entusiasmada una de las chicas sentadas a mi lado.
—¡Está buenísimo! —le contesta la otra.
Me pongo tensa. Estoy segura de que no hablan del profesor Collins.
—Tiene que ser Pedro Alfonso.
—¿Está libre?
Se me ponen los pelos de punta.
—Creo que no —murmuro.
—Oh —exclaman las chicas mirándome sorprendidas.
—Creo que es gay —mascullo.
—Qué lástima —se lamenta una de las chicas.
Mientras el rector se levanta y da comienzo al acto con su discurso, veo que Pedro recorre disimuladamente la sala con la mirada. Me hundo en mi asiento y encojo los hombros para que no me vea. Fracaso estrepitosamente, porque un segundo después sus ojos encuentran los míos.
Me mira con rostro impasible, totalmente inescrutable. Me remuevo incómoda en mi asiento, hipnotizada por su mirada, y me ruborizo ligeramente. De pronto recuerdo mi sueño de esta mañana y se me contraen los músculos del vientre.
Respiro hondo. Sus labios esbozan una leve y efímera sonrisa. Cierra un instante los ojos y al abrirlos recupera su expresión indiferente. Lanza una rápida mirada al rector y luego fija la vista al frente, en el emblema de la universidad colgado en la entrada. No vuelve a dirigir sus ojos hacia mí.
El rector continúa con su monótono discurso, y Pedro sigue sin mirarme. Mira fijamente hacia delante.
¿Por qué no me mira? ¿Habrá cambiado de idea? Me inunda una oleada de inquietud. Quizá el hecho de que me marchara anoche fue el final también para él. Se ha aburrido de esperar a que me decida. Oh, no, quizá lo he fastidiado todo. Recuerdo su e-mail de anoche. Quizá esté enfadado porque no le he contestado.
De pronto la señorita Lourdes Kavanagh avanza por el estrado y la sala irrumpe en aplausos. El rector se sienta y Lourdes se echa la bonita melena hacia atrás y coloca sus papeles en el atril. Se toma su tiempo y no se siente intimidada por el millar de personas que están mirándola.
Cuando está lista, sonríe, levanta la mirada hacia la multitud fascinada y empieza su discurso con elocuencia. Está tranquila y se muestra divertida. Las chicas sentadas a mi lado se ríen a carcajadas con su primera broma. Oh, Lourdes Kavanagh, tú si que sabes pronunciar un discurso.
En esos momentos estoy tan orgullosa de ella que mis dispersos pensamientos sobre Pedro quedan a un lado.
Aunque ya he oído su discurso, lo escucho atentamente. Domina la sala y se mete al público en el bolsillo.
Su tema es «¿Qué esperar después de la facultad?». Sí, ¿qué esperar? Pedro mira a Lourdes alzando las cejas, creo que sorprendido. Podría haber ido a entrevistarlo Lourdes, y ahora podría estar haciéndole proposiciones indecentes a ella. La guapa Lourdes y el guapo Pedro juntos. Y yo podría estar como las dos chicas sentadas a mi lado, admirándolo desde la distancia. Pero sé que Lourdes no le habría dado ni la hora. ¿Cómo lo llamó el otro día? Repulsivo. La idea de que Lourdes y Pedro se enfrenten me incomoda. Tengo que decir que no sé por quién de los dos apostaría.
Lourdes termina su discurso con una floritura, y espontáneamente todo el mundo se levanta, la aplaude y la vitorea. Su primera ovación con el público en pie. Le sonrío y la aclamo, y ella me devuelve una sonrisa. Buen trabajo, Lourdes. Se sienta, el público también, y el rector se levanta y presenta a Pedro… Oh, Dios, Pedro va a dar un discurso. El rector hace un breve resumen de los logros de Pedro: presidente de su extraordinariamente próspera empresa, un hombre que ha llegado donde está por sus propios méritos…
—… y también un importante benefactor de nuestra universidad. Por favor, demos la bienvenida al señor Pedro Alfonso.
El rector estrecha la mano a Pedro, y la gente empieza a aplaudir. Se me hace un nudo en la garganta. Se acerca al atril y recorre la sala con la mirada. Parece tan seguro de sí mismo frente a nosotros como Lourdes hace un momento.
Las dos chicas sentadas a mi lado se inclinan hacia
Las dos chicas sentadas a mi lado se inclinan hacia
delante embelesadas. De hecho, creo que la mayoría de las mujeres del público, y algunos hombres, se inclinan un poco en sus asientos. Pedro empieza a hablar en tono suave, mesurado y cautivador.
—Estoy profundamente agradecido y emocionado por el gran honor que me han concedido hoy las autoridades de la Universidad Estatal de Washington, honor que me ofrece la excepcional posibilidad de hablar del impresionante trabajo que lleva a cabo el departamento de ciencias medioambientales de la universidad. Nuestro propósito es desarrollar métodos de cultivo viables y ecológicamente sostenibles para países del tercer mundo. Nuestro objetivo último es ayudar a erradicar el hambre y la pobreza en el mundo. Más de mil millones de personas, principalmente en el África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica, viven en la más absoluta miseria. El mal funcionamiento de la agricultura es generalizado en estas zonas, y el resultado es la destrucción ecológica y social. Sé lo que es pasar hambre. Para mí, se trata de una travesía muy personal…
Se me desencaja la mandíbula. ¿Qué? Pedro ha pasado hambre. Maldita sea. Bueno, eso explica muchas cosas. Y recuerdo la entrevista. De verdad quiere alimentar al mundo.
Me devano los sesos desesperadamente intentando recordar el artículo de Lourdes. Fue adoptado a los cuatro
Me devano los sesos desesperadamente intentando recordar el artículo de Lourdes. Fue adoptado a los cuatro
años, creo. No me imagino que Gabriela lo matara de hambre, así que debió de ser antes, cuando era muy pequeño. Trago saliva y se me encoge el corazón pensando en un niñito de ojos grises hambriento. Oh, no. ¿Qué vida tuvo antes de que los Alfonso lo adoptaran y lo rescataran?
Me invade una indignación salvaje. El filantrópico Pedro pobre, jodido y pervertido. Aunque estoy segura de que él no se vería así a sí mismo y rechazaría todo sentimiento de lástima o piedad. De repente estalla un aplauso general y todo el mundo se levanta. Yo hago lo mismo, aunque no he escuchado la mitad de su discurso.
Se dedica a esa gran labor, a dirigir una empresa enorme y al mismo tiempo a perseguirme. Resulta abrumador.
Recuerdo los breves retazos de las conversaciones que le he oído sobre Darfur… Ahora encaja todo. Comida.
Sonríe brevemente ante el cálido aplauso —incluso Lourdes está aplaudiendo— y vuelve a su asiento. No mira en dirección a mí, y yo estoy descentrada intentando asimilar toda esta nueva información sobre él.
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