viernes, 9 de enero de 2015

CAPITULO 20



Se inclina y me besa. El corazón me da un brinco y el deseo me recorre el cuerpo y se concentra… en mi parte más profunda.


La bañera es blanca, profunda y ovalada, muy de diseño. 


Pedro se inclina y abre el grifo de la pared embaldosada. 


Vierte en el agua un aceite de baño que parece carísimo. A medida que se llena la bañera va formándose espuma, y un dulce y seductor aroma a jazmín invade el baño.


Pedro me mira con ojos impenetrables, se quita la camiseta y la tira al suelo.


—Señorita Chaves —me dice tendiéndome la mano.


Estoy al lado de la puerta, con los ojos muy abiertos y recelosa, con las manos alrededor del cuerpo. Me acerco admirando furtivamente su cuerpo. Le cojo de la mano y me sujeta mientras me meto en la bañera, todavía con su camisa puesta. Hago lo que me dice. Voy a tener que acostumbrarme si acabo aceptando su escandalosa oferta… Solo si… El agua caliente es tentadora.


—Gírate y mírame —me ordena en voz baja.


Hago lo que me pide. Me observa con atención.


—Sé que ese labio está delicioso, doy fe de ello, pero ¿puedes dejar de mordértelo? —me dice apretando los dientes—. Cuando te lo muerdes, tengo ganas de follarte, y estás dolorida, ¿no?


Dejo de morderme el labio porque me quedo boquiabierta, impactada.


—Eso es —me dice—. ¿Lo has entendido?


Me mira. Asiento frenéticamente. No tenía ni idea de que yo pudiera afectarle tanto.


—Bien.


Se acerca, saca el iPod del bolsillo de la camisa y lo deja junto al lavabo.


—Agua e iPods… no es una combinación muy inteligente —murmura.


Se inclina, agarra la camisa blanca por debajo, me la quita y la tira al suelo.


Se retira para contemplarme. Dios mío, estoy completamente desnuda. Me pongo roja y bajo la mirada hacia las manos, que están a la altura de la barriga. Deseo desesperadamente desaparecer dentro del agua caliente y la espuma, pero sé que no va a querer que lo haga.


—Oye —me llama.


Lo miro. Tiene la cara inclinada hacia un lado.


—Paula, eres muy guapa, toda tú. No bajes la cabeza como si estuvieras avergonzada. No tienes por qué avergonzarte, y te aseguro que es todo un placer poder contemplarte.


Me sujeta la barbilla y me levanta la cabeza para que lo mire. Sus ojos son dulces y cálidos, incluso ardientes. Está muy cerca de mí. Podría alargar el brazo y tocarlo.


—Ya puedes sentarte —me dice interrumpiendo mis erráticos pensamientos.


Me agacho y me meto en el agradable agua caliente. Oh… me escuece, y no me lo esperaba, pero huele de maravilla. 


El escozor inicial no tarda en disminuir. Me tumbo boca arriba, cierro los ojos un instante y me relajo en la tranquilizadora calidez. Cuando los abro, está mirándome fijamente.


—¿Por qué no te bañas conmigo? —me atrevo a preguntarle, aunque con voz ronca.


—Sí, muévete hacia delante —me ordena.


Se quita los pantalones de pijama y se mete en la bañera detrás de mí. El agua sube de nivel cuando se sienta y tira de mí para que me apoye en su pecho. Coloca sus largas piernas encima de las mías, con las rodillas flexionadas y los tobillos a la misma altura que los míos, y me abre las piernas con los pies. Me quedo boquiabierta. Mete la nariz entre mi pelo e inhala profundamente.


—Qué bien hueles, Paula.


Un temblor me recorre todo el cuerpo. Estoy desnuda en una bañera con Pedro Alfonso. Y él también está desnudo. 


Si alguien me lo hubiera dicho ayer, cuando me desperté en la suite del hotel, no le habría creído.


Coge una botella de gel del estante junto a la bañera y se echa un chorrito en la mano. Se frota las manos para hacer una ligera capa de espuma, me las coloca alrededor del cuello y empieza a extenderme el jabón por la nuca y los hombros, masajeándolos con fuerza con sus largos y fuertes dedos. Gimo. Me encanta sentir sus manos.


—¿Te gusta?


Casi puedo oír su sonrisa.


—Mmm.


Desciende hasta mis brazos, luego por debajo hasta las axilas, frotándome suavemente. Me alegro mucho de que Lourdes insistiera en que me depilara. Desliza las manos por mis pechos, y respiro hondo cuando sus dedos los rodean y empiezan a masajearlos suavemente, sin agarrarlos. Arqueo el cuerpo instintivamente y aprieto los pechos contra sus manos. Tengo los pezones sensibles, muy sensibles, sin duda por el poco delicado trato que recibieron anoche. No se entretiene demasiado en ellos. 


Desliza las manos hasta mi vientre. Se me acelera la
respiración y el corazón me late a toda prisa. Siento su erección contra mi trasero. Me excita que lo que le haga sentirse así sea mi cuerpo. Claro… no tu cabeza, se burla mi subconsciente. Aparto el inoportuno pensamiento.


Se detiene y coge una toallita mientras yo jadeo pegada a él, muerta de deseo. Apoyo las manos en sus muslos, firmes y musculosos. Echa más gel en la toallita, se inclina y me frota entre las piernas. Contengo la respiración. Sus dedos me estimulan hábilmente desde dentro de la tela, una maravilla, y mis caderas empiezan a moverse a su ritmo, presionando contra su mano. A medida que las sensaciones se apoderan de mí, inclino la cabeza hacia atrás con los ojos casi en blanco y la boca entreabierta. Gimo. Dentro de mí aumenta la presión, lenta e inexorablemente… Madre
mía.


—Siéntelo, nena —me susurra Pedro al oído, y me roza suavemente el lóbulo con los dientes —. Siéntelo para mí.


Sus piernas inmovilizan las mías contra las paredes de la bañera, las aprisionan, lo que le da libre acceso a la parte más íntima de mí.


—Oh… por favor —susurro.


El cuerpo se me queda rígido e intento estirar las piernas. 


Soy una esclava sexual de este hombre, que no me deja mover.


—Creo que ya estás lo suficientemente limpia —murmura.
Y se detiene.


¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No! Mi respiración es irregular.


—¿Por qué te paras? —le pregunto jadeando.


—Porque tengo otros planes para ti, Paula.


¿Qué…? Vaya… pero… estaba… No es justo.


—Date la vuelta. Yo también tengo que lavarme —murmura.


¡Oh! Me doy la vuelta y me quedo pasmada al ver que se agarra con fuerza el miembro erecto.


Abro la boca.


—Quiero que, para empezar, conozcas bien la parte más valiosa de mi cuerpo, mi favorita. Le tengo mucho cariño.


Es enorme, cada vez más. El miembro erecto queda por encima del agua, que le llega a las caderas. Levanto los ojos un segundo y observo su sonrisa perversa. Le divierte mi expresión atónita. Me doy cuenta de que estoy mirando fijamente su miembro. Trago saliva. ¡Todo eso ha estado dentro de mí! Parece imposible. Quiere que lo toque. 


Mmm… de acuerdo, adelante.


Le sonrío, cojo el gel y me echo un chorrito en la mano. 


Hago lo mismo que él: me froto el jabón en las manos hasta que se forma espuma. No aparto los ojos de los suyos. 


Entreabro los labios para que me resulte más fácil respirar… y deliberadamente me muerdo el labio inferior y luego
paso la lengua por encima, por la zona que acabo de morderme. Me mira con ojos serios, impenetrables, que se abren mientras deslizo la lengua por el labio. Me inclino y le rodeo el miembro con una mano, imitando la manera en que se lo agarra él mismo. Cierra un momento los ojos. Uau… es mucho más duro de lo que pensaba. Aprieto y él coloca su mano sobre la mía.


—Así —susurra.


Y mueve la mano arriba y abajo sujetándome con fuerza los dedos, que a su vez aprietan con fuerza su miembro. Cierra de nuevo los ojos y contiene la respiración. Cuando vuelve a abrirlos, su mirada es de un gris abrasador.


—Muy bien, nena.


Me suelta la mano, deja que siga yo sola y cierra los ojos mientras la muevo arriba y abajo.


Flexiona ligeramente las caderas hacia mi mano, y de forma refleja lo aprieto con más fuerza.


Desde lo más profundo de la garganta se le escapa un ronco gemido. Fóllame la boca… Mmm. Lo recuerdo metiéndome el pulgar en la boca y pidiéndome que se lo chupara con fuerza. Abre la boca a medida que su respiración se acelera. Tiene los ojos cerrados. Me inclino, coloco los labios alrededor de su miembro y chupo de forma vacilante, deslizando la lengua por la punta.


—Uau… Pau.


Abre mucho los ojos y sigo chupando.


Mmm… Es duro y blando a la vez, como acero recubierto de terciopelo, y sorprendentemente sabroso, salado y suave.


—Dios —gime.


Y vuelve a cerrar los ojos.


Introduzco la boca hasta el fondo y vuelve a gemir. ¡Ja! La diosa que llevo dentro está encantada.


Puedo hacerlo. Puedo follármelo con la boca. Vuelvo a girar la lengua alrededor de la punta, y él se arquea y levanta las caderas. Ha abierto los ojos, que despiden fuego. Vuelve a arquearse apretando los dientes. Me apoyo en sus muslos y clavo la boca hasta el fondo. Siento en las manos que sus piernas se tensan. Me coge de las trenzas y empieza a moverse.


—Oh… nena… es fantástico —murmura.


Chupo más fuerte y paso la lengua por la punta de su impresionante erección. Se la presiono con la boca cubriéndome los dientes con los labios. Él espira con la boca entreabierta y gime.


—Dios, ¿hasta dónde puedes llegar? —susurra.


Mmm… Empujo con fuerza y siento su miembro en el fondo de la garganta, y luego en los labios otra vez. Paso la lengua por la punta. Es como un polo con sabor a… Pedro Alfonso. Chupo cada vez más deprisa, empujando cada vez más hondo y girando la lengua alrededor. Mmm… No tenía ni idea de que proporcionar placer podía ser tan excitante, verlo retorcerse sutilmente de deseo carnal. La diosa que llevo dentro baila merengue con algunos pasos de salsa.


—Paula, voy a correrme en tu boca —me advierte jadeando—. Si no quieres, para.


Vuelve a empujar las caderas, con los ojos muy abiertos, cautelosos y llenos de lascivo deseo… Y me desea a mí. Desea mi boca… Madre mía.


Me agarra del pelo con fuerza. Yo puedo. Empujo todavía con más fuerza y de pronto, en un momento de insólita seguridad en mí misma, descubro los dientes. Llega al límite. Grita, se queda inmóvil y siento un líquido caliente y salado deslizándose por mi garganta. Me lo trago rápidamente. Uf… No sé si he hecho bien. Pero me basta con mirarlo para que no me importe… He conseguido que perdiera el control en la bañera. Me incorporo y lo observo con una sonrisa triunfal que me eleva las comisuras de la boca. Respira entrecortadamente. Abre los ojos y me mira.


—¿No tienes arcadas? —me pregunta atónito—. Dios, Pau… ha estado… muy bien, de verdad, muy bien. Aunque no lo esperaba. —Frunce el ceño—. ¿Sabes? No dejas de sorprenderme.


Sonrío y me muerdo el labio conscientemente. Me mira interrogante.


—¿Lo habías hecho antes?


—No.


No puedo ocultar un ligero matiz de orgullo en mi negativa.


—Bien —me dice complacido y, según creo, aliviado—. Otra novedad, señorita Chaves. —Me evalúa con la mirada—. Bueno, tienes un sobresaliente en técnicas orales. Ven, vamos a la cama.Te debo un orgasmo.


¡Otro orgasmo!





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