viernes, 6 de febrero de 2015
CAPITULO 110
Invoco todo mi autodominio, un poco borroso debido a las dos copas de champaña y el coctel letal que sostengo en mi mano. Creo que la sangre se ha drenado de mi rostro, pero reúno tanto a mi subconsciente como a mi Diosa interna para parecer tan calmada e imperturbable como me sea posible.
—Eleonora. —Mi voz es pequeña, pero estable… a pesar de mi boca seca. ¿Por qué esta mujer me asusta tanto? ¿Y qué quiere ahora?
—Te ofrecería mis muy sentidas felicitaciones, pero creo que eso seria inapropiado.—Sus penetrantes y fríos ojos azules miran glacialmente a mi interior, llenos de odio.
—Yo tampoco necesito ni quiero tus felicitaciones, Eleonora. Estoy sorprendida y decepcionada de verte aquí.
Ella alza una ceja. Creo que está impresionada.
—No habría pensado en ti como una digna adversaria, Paula. Pero me sorprendes con cada movimiento.
—Yo no he pensado para nada en ti —miento, con frialdad. Pedro estaría orgulloso—. Ahora si me disculpas, tengo mejores cosas que hacer que perder mi tiempo contigo.
—No tan rápido, señorita —sisea, apoyándose contra la puerta, bloqueándola efectivamente—. ¿Qué demonios crees que haces, consintiendo en casarte con Pedro? Si piensas por un minuto que puedes hacerlo feliz, estás muy
equivocada.
—Lo que esté aceptando hacer con Pedro no es de tu interés. —Sonrió con una sarcástica dulzura. Ella me ignora.
—Él tiene necesidades, necesidades que tú posiblemente no puedes empezar a satisfacer —se regodea.
—¿Qué sabes de sus necesidades? —gruño. Mi sentido de la indignación entra en erupción brillantemente, quemando en mi interior mientras la adrenalina surge a través de mi cuerpo. ¿Cómo se atreve está maldita zorra a sermonearme?—. No eres más que una enferma abusadora de niños, y si fuera por mí. Te lanzaría al séptimo círculo del infierno y me alejaría sonriendo. Ahora fuera de mi camino…
¿O tengo que quitarte?
—Estás cometiendo un gran error aquí, señorita. —Mueve un largo, delgado, y finamente manicurado dedo hacia mí—. ¿Cómo te atreves a juzgar nuestro estilo de vida? No sabes nada, y no sabes en qué te estás metiendo. Y si crees que va a estar feliz con una pequeña ratonil interesada como tú…
¡Es todo! Tiro el resto de mi Martini de limón en su rostro.
—¡No te atrevas a decirme en que meterme —le grito—. ¿Cuándo aprenderás? No es tu maldito problema.
Me mira boquiabierta, golpeada por el horror, limpiando la pegajosa bebida de su rostro. Creo que está apunto de embestirme, pero de repente es lanzada hacia adelante cuando la puerta se abre.
Pedro está en la entrada. Le toma un nanosegundo evaluar la situación, yo pálida y temblando, ella empapada y muy furiosa. Su hermoso rostro se contorsiona y se oscurece por la ira mientras viene a pararse entre nosotras.
—¿Qué mierdas estás haciendo Eleonora? —dice, su voz glacial y mezclada con amenaza.
Ella parpadea hacia él.
—Ella no es adecuada para ti, Pedro —susurra.
—¿Qué? —grita, sorprendiéndonos a ambas. No puedo ver su rostro pero todo su cuerpo se ha tensado e irradia animosidad. —¿Cómo mierdas sabes lo que está bien para mí?
—Tienes necesidades, Pedro —dice su voz se suaviza.
—Te lo he dicho antes, esto no es tu jodido asunto —ruge. Oh mierda, el muy enojado Pedro ha levantado su no fea cabeza. La gente va a escuchar.
—¿De qué se trata? —Se detiene, mirándola—. ¿Crees que eres tú? ¿Tú? ¿Crees que eres la correcta para mí? —Su voz es más suave, pero gotea desprecio, y de repente no quiero estar aquí. No quiero ser testigo de este encuentro íntimo, soy una intrusa. Estoy atascada… mis miembros no están dispuestos a moverse.
Eleonora traga y parece ponerse en posición vertical. Su postura cambia sutilmente, luce más dominante, y da un paso hacia él.
—Fui la mejor cosa que te ha pasado —sisea arrogantemente hacia él—. Mírate. Uno de los más ricos y exitosos empresarios en Estados Unidos —controlado,
impulsado— no necesitas nada. Eres el maestro de tu universo.
Da un paso hacia atrás como si hubiera sido golpeado, y abre la boca sin poder creerlo, indignado.
—Lo amabas, Pedro, no trates de engañarte a ti mismo. Estabas en el camino de la autodestrucción y te salvé de eso, te salvé de vivir tras las rejas. Créeme, cariño, ahí es donde habrías terminado. Te enseñé todo lo que sabes, todo lo que necesitas.
Pedro palidece, mirándola con horror. Cuando habla, su voz es baja e incrédula.
—Me enseñaste como follar, Eleonora. Pero eso es vacío, como tú. No es de extrañar que Luciano se fuera.
La bilis sale por mi boca. No debería estar aquí. Pero estoy congelada en mi lugar, mórbosamente fascinada mientras se destripan el uno al otro.
—Nunca me tomaste —susurra Pedro—. Nunca dijiste que me amabas.
Ella entrecierra sus ojos.
—El amor es para tontos, Pedro.
—Fuera de mi casa. —La implacable y furiosa voz de Gabriela nos sobresalta. Tres cabezas se giran hacia donde Gabriela está de pie en el umbral del cuarto. Está mirando a Eleonora, que palidece bajo su bronceado St. Tropez.
El tiempo parece suspendido mientras colectivamente tomamos una respiración profunda, y Gabriela se desplaza hacia el salón. Sus ojos ardiendo por la furia, nunca abandonan a Eleonora, hasta que está en frente de ella. Los ojos de Eleonora se abren alarmados, y Gabriela la golpea con fuerza en el rostro, el sonido del impacto resuena en las paredes del comedor.
—Saca tus sucias garras de mi hijo, zorra, y sal de mi casa, ahora —sisea a través de sus apretados dientes.
Eleonora agarra sus enrojecidas mejillas y mira con horror por un instante, conmocionada y parpadeando hacia Gabriela.
Luego se apresura a salir del cuarto, sin molestarse en cerrar la puerta.
Gabriela se gira para enfrentar a Pedro y un tenso silencio se instala como una delgada manta sobre nosotros mientras Pedro y Gabriela se miran fijamente.
Después de un segundo, Gabriela habla.
—Paula, antes de entregártelo, ¿me darías un minuto o dos a solas con mi hijo? —Su voz es tranquila, ronca, pero, oh, tan fuerte.
—Por supuesto —susurro, y salgo tan calmada como puedo, mirando ansiosamente sobre mi hombro. Pero ninguno de ellos me mira mientras me voy.
Siguen mirándose el uno al otro, su comunicación tacita fuertemente alta.
En el pasillo, estoy momentáneamente perdida. Mi corazón late y mi sangre se desplaza por mi venas… me siento presa del pánico en mi interior. Joder, eso fue fuerte y ahora Gabriela lo sabe. Mierda. No puedo pensar en lo que le va a decir a Pedro, y sé que está mal, lo sé, pero me recuesto contra la puerta tratando de escuchar.
—¿Cuánto, Pedro? —La voz de Gabriela es suave, difícilmente le escucho.
No puedo oír su respuesta.
—¿Qué edad tenías? —Su voz es más insistente—. Dime. ¿Qué edad tenías cuando todo esto empezó? —De nuevo no puedo escuchar a Pedro.
—¿Todo bien Paula? —Rosario me interrumpe.
—Sí, bien. Gracias… yo.
Rosario sonríe.
—Voy a buscar mi bolso. Necesito un cigarrillo.
Por un breve instante contemplo unírmele.
—Voy al baño. —Necesito reunir mi astucia y mis ideas, para procesar lo que he visto y escuchado. Escaleras arriba parece el lugar más seguro para estar sola. Veo a Rosario pasear por el salón, subo dos escaleras a la vez hacia el segundo piso, luego al tercero. Sólo hay un lugar en el que quiero estar.
Abro la puerta del cuarto de juegos de Pedro y la cierro tras entrar, engullo un gran aliento. Dirigiéndome a su cama, me dejo caer en ella mirando hacia el blanco techo.
Santo cielo. Esto tiene que ser, sin duda, uno de los enfrentamientos más terribles que he tenido que soportar, y ahora me siento entumecida, mi prometido y su ex amante, ninguna aspirante a novia debería ver eso. Habiendo dicho eso, parte de mí está agradecida de que me haya revelado su verdadero yo, y que pude estar ahí para dar testimonio.
Mis pensamientos regresan a Gabriela. Pobre Gabriela, escuchar todo eso. Agarro una de las almohadas de Pedro.
Habrá escuchado que Pedro y Eleonora tenían un
romance, pero no de la naturaleza de ese. Gracias a los cielos. Gimo.
¿Qué estoy haciendo? Quizás la malvada bruja tenga un punto.
No, me rehúso a creer eso. Ella es tan fría y cruel. Agito mi cabeza. Ella esta equivocada. Yo estoy bien para Pedro.
Soy lo que él necesita. Y en un momento de aturdidora claridad. No cuestiono cómo ha vivido su vida hasta hace poco, sino por qué. Sus razones para hacer lo que ha hecho a incontables chicas, ni siquiera quiero saber cuantas. El cómo esto está mal. Todas eran adultas. Todas estaban en—¿cómo lo planteo Flynn?— relaciones sanas, seguras y consensuadas. Ese es el por qué. El por qué estaba mal. El por qué era de su lugar oscuro.
Cierro mis ojos y pongo mi brazo sobre ellos. Pero él ha dejado eso atrás, ha seguido adelante, y ambos estamos en la luz. Estoy deslumbrado por él y él por mí.
Podemos guiarnos. Una idea se me ocurre. ¡Mierda! Una roída e insidiosa idea y estoy en el lugar donde puedo acostar este fantasma para que descanse. Me siento sobre la cama. Sí, debo hacerlo.
Temblando me pongo de pie, me quito los zapatos, camino hacia su escritorio, examino el tablón encima de él. Las fotos de Pedro joven están todavía allí, más conmovedoras que nunca cuando pienso en el espectáculo que acabo de presenciar entre él y la señora Robinson. Y allí en la esquina está la pequeña foto en blanco y negro, de su madre, la perra drogadicta.
Enciendo la lámpara del escritorio y enfoco la luz sobre su foto. Ni siquiera sé su nombre. Ella se parece tanto él, pero más joven, más triste y todo lo que siento, mirando su rostro doloroso, es compasión. Trato de ver las semejanzas entre su rostro y el mío. Me acerco al cuadro, poniéndome realmente, realmente cerca y no veo ninguna. Excepto tal vez nuestro cabello, pero pienso que el suyo es más claro que el mío. No me parezco a ella en absoluto. Esto es un alivio.
Mi subconsciente me chasquea la lengua, con los brazos cruzados, mirando por encima de sus lentes de media luna.
¿Por qué te torturas? Tú has dicho sí. Tú has hecho su cama. Le frunzo mis labios. Sí lo he hecho, con mucho gusto también. Quiero acostarme en aquella cama con Pedro por el resto de mi vida. Mi Diosa interior, se sienta en posición de loto, ríe serenamente. Sí. He tomado la decisión correcta.
Debo encontrarlo, Pedro estará preocupado. No tengo ni idea de cuánto tiempo he estado en su habitación; él pensará que he escapado. Ruedo mis ojos mientras contemplo su reacción exagerada. Espero que él y Gabriela hayan terminado. Me estremezco al pensar que más podría haberle dicho ella.
Encuentro a Pedro cuando sube la escalera hacia el segundo piso, buscándome.
Su rostro está tenso y cansado, no el despreocupado Cincuenta con el que llegué.
Cuando estoy de pie en el descanso, se queda en el escalón superior de la escalera de modo que nosotros estamos cara a cara.
—Hola —dice cautelosamente
—Hola —contesto con cautela.
—Estaba preocupado…
—Lo sé —lo interrumpo—. Lo siento, no podía enfrentar las festividades. Solo tenía que alejarme, tú sabes. Para pensar.
Levantando mi mano, acaricio su rostro. Él cierra sus ojos y apoya su cara en mi mano.
—¿Y pensaste qué harías eso en mi habitación?
—Sí.
Él alcanza mi mano y me atrae en un abrazo voy con mucho gusto a sus brazos, mi lugar favorito en el mundo entero. Él huele a ropa recién lavada, jabón para el cuerpo y a Pedro, el aroma más relajante y excitante del planeta. Él inhala mi cabello.
—Siento que tuvieras que aguantar todo esto.
—Esto no es tu culpa, Pedro. ¿Por qué ella estaba aquí? —Él me mira fijamente, y curva su boca excusándose.
—Ella es amiga de la familia.
Trato de no reaccionar.
—Ya no más. ¿Cómo está tu mamá?
—Mamá está jodidamente molesta conmigo ahora mismo. Estoy realmente contento de que tú estés aquí y que estemos en medio de la fiesta. De otra manera podría ser mi última respiración.
—¿Tan mal, huh? —Él asiente, sus ojos serios y siento su aturdimiento en su reacción.
—¿Puedes culparla? —Mi voz es tranquila, persuasiva.
Él me abraza fuerte y parece desconcertado, procesando sus pensamientos.
Finalmente él contesta:
—No.
¡Wow! Un gran avance.
—¿Podemos sentarnos? —pregunto.
—Seguro. ¿Aquí? —Asiento y nos sentamos en lo alto de la escalera.
—¿Entonces, cómo te sientes? —pregunto, con inquietud agarrando su mano y mirando fijamente a su triste y serio rostro.
Él suspira.
—Me siento liberado—. Él se encoge de hombros, luego sonríe, una gloriosa y despreocupada sonrisa de Pedro, el cansancio y la tensión presentes hace un momento han desaparecido.
—¿De verdad? —Sonrío de regreso. ¡Wow! Podría arrastrarme sobre vidrios rotos por esa sonrisa.
—Nuestra relación de negocios está terminada. Hecho.
Lo miro con el ceño fruncido.
—¿Liquidarás el negocio del salón?
Él resopla.
—No soy vengativo, Paula —me increpa—. No. Se lo voy a regalar a ella.Hablaré con mi abogado el lunes. Le debo mucho.
Arqueo una ceja a él.
—¿No más Sra. Robinson? —Su boca se tuerce en diversión y sacude su cabeza.
—Se fue.
Sonrío abiertamente.
—Lo siento, perdiste una amiga.
Se encoge de hombros entonces sonríe maliciosamente.
—¿De verdad lo sientes?
—No —confieso, sonrojada.
—Ven. —Él está de pie y me ofrece su mano—. Vamos a unirnos a la fiesta en nuestro honor. Aún podría emborracharme.
—¿Te emborrachas? —pregunto mientras tomo su mano.
—No desde que era un adolescente salvaje. —Caminamos escaleras abajo.
—¿Has comido? —pregunta.
Oh mierda.
—No.
—Bueno tú deberías. Por la apariencia y el olor de Eleonora, fue uno de los cócteles mortales de mi padre el que lanzaste sobre ella. —Me mira fijamente, intentando y
fallando en mantener la diversión en su rostro.
—Pedro, yo…
Él levanta su mano.
—No discutas, Paula. Si vas a beber —y lanzar alcohol sobre mis ex—necesitas comer. Es la regla número uno. Creo que ya hemos tenido esta discusión después de nuestra primera noche juntos.
—Oh sí. El Heathman.
De vuelta en el vestíbulo, hace una pausa para acariciar mi rostro, sus dedos rozando mi mandíbula.
—Estuve sin poder dormir durante horas y te miré dormir —murmura él—. Te podría haber amado incluso entonces.
Oh.
Se inclina hacia abajo y me besa suavemente y me derrito por todas partes, toda la tensión de la última hora o así rezuman lánguidamente de mi cuerpo.
—Come —él susurra.
—Está bien —consiento porque ahora mismo probablemente haría cualquier cosa por él. Tomando mi mano, él me conduce hacia la cocina donde la fiesta está en pleno apogeo.
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