jueves, 22 de enero de 2015

CAPITULO 61





Mira rápidamente arriba y debajo de la calle entonces se dirige a la izquierda y repentinamente me arrastra en un callejón lateral, abruptamente presionándome arriba en contra de una pared. Sujeta mi rostro entre sus manos, forzándome a mirar hacia arriba en sus determinadamente ardientes ojos.


Jadeo, y su boca se abalanza hacia abajo. Está besándome, violentamente.


Brevemente nuestros dientes chocan, entonces su lengua está en mi boca.


El deseo explota como el cuatro de julio a través de mi cuerpo, y estoy besándolo de vuelta, igualando su fervor, mis manos enredadas en su cabello, jalándolo, fuertemente. Gime, un bajo sonido suave en la parte de atrás de su garganta que reverbera a través de mí, y sus manos se mueven hacia debajo de mi cuerpo sobre mi muslo, sus dedos enterrándose en mi carne a través del vestido cereza.


Pongo toda la angustia y mi corazón roto de los pasados últimos días en nuestro beso. Vinculándolo a mí, y eso me golpea —en este momento de cegadora pasión— él está haciendo lo mismo, él siente lo mismo.


Rompe el beso, jadeando. Sus ojos están iluminados con deseo, disparando la nuevamente caliente sangre que palpita a través de mi cuerpo. Mi boca cae abierta mientras trato de arrastrar el preciado aire en mis pulmones.


—Tú. Eres. Mía —gruñe, enfatizando cada palabra. Se aleja de mí y se inclina con las manos sobre sus rodillas como si hubiera corrido un maratón—. Por el amor de Dios, Paula.


Me apoyo sobre la pared, jadeando, tratando de controlar la desenfrenada reacción en mi cuerpo, tratando de encontrar mi equilibrio otra vez.


—Lo siento —susurro una vez que mi respiración regresa.


—Deberías. Sé lo qué estaban haciendo. ¿Deseas al fotógrafo, Paula? Obviamente él tiene sentimientos por ti.


Me sonrojo y sacudo mi cabeza.


—No. Es solo un amigo.


—He pasado toda mi vida adulta tratando de evitar cualquier emoción extrema.Entonces tú… tú haces aflorar sentimientos en mí que me son completamente ajenos. Es muy… —Frunce el ceño estrechando la palabra—... inquietante.
Me gusta el control, Paula, y alrededor de ti, eso solo… —Se detiene, su mirada intensa—… se evapora. —Ondea su mano vagamente, entonces la pasa a través de su cabello y toma una respiración profunda. Sujeta mi mano—. Vamos,
necesitamos hablar y tú necesitas comer.



 * * *


Me conduce dentro de un pequeño e íntimo restaurante.


—Este lugar tendrá que hacerlo —gruñe Pedro—. No tenemos mucho tiempo.


El restaurante se veía bien para mí. Sillas de madera, manteles de lino y paredes del mismo color que el cuarto de juegos de Pedro —profundo rojo sangre— con pequeños espejos dorados colocados al azar, con velas y pequeños floreros con rosas blancas. Ella Fitzgerald canturrea de fondo What is this thing called love? Es muy romántico.


El camarero nos lleva a una mesa para dos en un pequeño hueco y me siento aprensiva, preguntándome qué va a decir.


—No nos quedaremos mucho tiempo —le dice Pedro al camarero mientras se sienta—, entonces tendremos cada uno un bistec de solomillo cocido a término medio, Sauce Béarnaise si tiene, patatas fritas y vegetales verdes, cualquiera que tenga el chef; y tráigame la lista de vinos.


—Por supuesto, señor. —El camarero, tomado por sorpresa por la frescura de Pedro y su calma eficiente, se marcha. Pedro coloca su BlackBerry en la mesa. Jesús, ¿no tengo elección?


—¿Y si no quiero bistec?


Suspira.


—No empieces, Paula.


—No soy una niña, Pedro.


—Bien, deja de actuar como una.


Es como si me hubiera abofeteado. Parpadeo hacia él. Así es como va a ser, una conversación agitada y tensa, aún en un entorno muy romántico pero ciertamente sin corazones y flores.


—¿Soy una niña porque no me gusta el bistec? —murmuro, tratando de ocultar mi dolor.


—Por ponerme celoso deliberadamente. Es una cosa infantil para hacer. ¿No tienes respeto por los sentimientos de tu amigo, llevándolo a eso? —Pedro presiona sus labios en una delgada línea y frunce el ceño mientras el camarero regresa con la lista de vinos.


Me sonrojo. No había pensado en eso. Pobre José. 


Ciertamente no quiero alentarlo.


Repentinamente, estoy mortificada. Pedro tiene un punto; fue una cosa que hice sin pensar. Le echa una mirada a la lista de vinos.


—¿Te gustaría elegir el vino? —pregunta levantando las cejas hacia mí, expectante, la arrogancia personificada. 


Sabe que no sé nada acerca de vinos.


—Tú eliges —respondo, hosca pero con disciplina.


—Dos copas de Barossa Valley Shiraz, por favor.


—Eh… sólo vendemos ese vino por botella, señor.


—Una botella entonces —chasquea Pedro.


—Señor. —El camarero se retira sometido y no le culpo por ello. Le frunzo el ceño a Cincuenta. ¿Qué está corroyéndolo? Oh, probablemente yo y en algún lugar en lo
profundo de mi mente, mi Diosa interior se levanta soñolienta, se estira y sonríe.


Ha estado durmiendo bastante.


—Eres muy gruñón.


Me mira impasiblemente.


—¿Me pregunto por qué es eso?


—Bien, es bueno establecer el tono adecuado para una animada y honesta discusión sobre el futuro, ¿no dirías eso? —Le sonrío dulcemente.


Su boca se presiona en una dura línea, pero entonces casi a regañadientes, sus labios se levantan y sé que está tratando de reprimir su sonrisa.


—Lo siento —dice.


—Disculpa aceptada. Y estoy encantada de informarte que no he decidido convertirme en vegetariana desde la última vez que comimos.


—Desde la última vez que comiste. Creo que ese es un punto discutible.


—Ahí está esa palabra de nuevo, discutible.


—Discutible —pronuncia y sus ojos se suavizan con humor. 


Pasa su mano a través de su cabello y está serio nuevamente—. Paula, la última vez que hablamos, me dejaste. Estoy un poco nervioso. Te lo dije, te quiero de vuelta, y tú has dicho… nada. —Su mirada es intensa y expectante. Mientras que su candor es totalmente desarmante. ¿Qué demonios debo decir a eso?


—Te he extrañado… realmente te he extrañado, Pedro, los pasados últimos días han sido… difíciles. —Trago, y el nudo en mi garganta se inflama y recuerdo mi desesperada angustia desde que lo dejé.


La semana pasada ha sido la peor de mi vida, el dolor ha sido indescriptible. Nada se le ha acercado. Pero la realidad me golpea de vuelta, arrollándome.


—Nada ha cambiado. No puedo ser lo que quieres que sea —digo las palabras pasando del nudo en mi garganta.


—Eres lo que quiero que seas —dice, su voz es suave y enfática.


—No, Pedro, no lo soy.


—Estás alterada por lo que pasó la última vez. Estaba siendo estúpido, y tú… Entonces tú. ¿Por qué no dijiste la palabra de seguridad, Paula? – Su tono cambia, volviéndose acusatorio.


¿Qué? Wow, cambio de dirección. Me sonrojo, parpadeando hacia él.


—Respóndeme.


—No lo sé. Estaba abrumada. Estaba tratando de ser lo que necesitas que sea, tratando se sobrellevar el dolor y se fue de mi mente. Tu sabes… lo olvidé — susurro avergonzada, y me encojo de hombros disculpándome.


Jesús, quizás podríamos haber evitado todo este dolor.


—¡Lo olvidaste! —Jadea con horror, agarrando los lados de la mesa y mirándome fijamente.


Me marchito bajo su mirada fija.


¡Mierda! Está furioso otra vez. Mi Diosa interior me mira fijamente también. ¡Ves, tú trajiste todo esto sobre ti!


—¿Cómo puedo confiar en ti? —dice, su voz baja—. ¿Alguna vez?


El mesero llega con nuestro vino y nos sentamos mirándonos fijamente el uno al otro, ojos azules a grises. Ambos llenos de recriminaciones no pronunciadas mientras el mesero quita el corcho con una innecesaria floritura y pone un poco de vino en la copa de Pedro


Automáticamente Pedro se extiende y toma un sorbo.


—Está bien —su voz es cortante.


Con cuidado el camarero llena nuestras copas, colocando la botella sobre la mesa antes de irse en una rápida retirada. 


Pedro no quita sus ojos de mí en todo el tiempo. Soy la primera en quebrarse, rompiendo el contacto visual, levantando mi copa y tomando un largo trago. Apenas lo saboreo.


—Disculpa —susurro, repentinamente sintiéndome estúpida. Lo dejé porque pensé que éramos incompatibles, ¿pero él me está diciendo que podría haberlo detenido?


—¿Disculpa por qué? —dice alarmado.


—Por no usar la palabra de seguridad.


Cierra los ojos como aliviado.


—Podríamos haber evitado todo este sufrimiento —murmura.


—Luces bien. —Más que bien. Te ves como tú mismo.


—Las apariencias pueden engañar —dice tranquilamente—. Estoy cualquier cosa menos bien. Me siento como si el sol se hubiera puesto y no hubiera amanecido por cinco días, Paula. Estoy en perpetua noche aquí.


Estoy sin aliento por su reconocimiento. Oh Dios, igual que yo.


—Dijiste que nunca me dejarías, entonces las cosas se ponen difíciles y sales por la puerta.


—¿Cuándo dije que nunca te dejaría?


—En tus sueños. Fue la cosa más confortante que he oído en mucho tiempo,Paula. Me hizo relajarme.


Mi corazón se contrae y me estiro por mi vino.


—Dijiste que me amabas —susurra—. ¿Es ahora en tiempo pasado? —Su voz es baja, mezclada con ansiedad.


—No, Pedro, no lo es.


Me mira fijamente y se ve tan vulnerable mientras exhala.


—Bien —murmura.


Estoy sorprendida por su declaración. Ha tenido un cambio de actitud. Antes, cuando le dije que lo amaba, estaba horrorizado. El mesero está de vuelta.
Rápidamente coloca los platos en frente de nosotros y se marcha caminando.


Santo infierno, comida.


—Come —ordena Pedro.


En el fondo sé que tengo hambre, pero justo ahora mi estómago está hecho nudos.


Sentada frente al único hombre del que he estado enamorada y debatiendo nuestro incierto futuro, no promueve un apetito saludable. Miro dubitativamente a mi comida.


—Que Dios me ayude, Paula. Si no comes, te tendré sobre mis rodillas aquí en este restaurante y no tendrá nada que ver con mi satisfacción sexual. ¡Come!


Jesús, cálmate Alfonso. Mi subconsciente me mira fijamente por encima de sus anteojos de media luna. Está de acuerdo de todo corazón con Cincuenta tonos.


—Está bien, comeré. Guarda tu palma inquieta, por favor.


No sonríe, pero continúa mirándome. A regañadientes levanto mi cuchillo y tenedor y corto mi bistec. Oh, está tan buena que hace agua la boca. Estoy hambrienta, realmente hambrienta. Mastico y se relaja visiblemente.


Comemos nuestra cena en silencio. La música ha cambiado. Una suave voz de mujer canta en el fondo, sus palabras haciendo eco de mis pensamientos.


Miro a Cincuenta. Está comiendo y mirándome. Hambre, deseo y ansiedad combinadas en una solo mirada caliente.


—¿Sabes quién está cantando? —Trato por algo de conversación normal.


Pedro se detiene y escucha.


—No… pero es buena, quien quiera que sea.


—También me gusta.


Finalmente sonríe con su enigmática sonrisa privada. ¿Qué está planeando?


—¿Qué? —pregunto.


Sacude su cabeza.


—Sigue comiendo —dice suavemente.


He comido la mitad de la comida en mi plato. No puedo comer nada más. ¿Cómo puedo negociar esto?


—No puedo manejar nada más. ¿He comido lo suficiente para el señor?


Me mira impasiblemente sin responder, entonces mira su reloj.


—Realmente estoy llena —agrego, tomando un sorbo de delicioso vino.


—Debemos irnos dentro de poco. Taylor está aquí, y tienes que levantarte por la mañana para trabajar.


—Igual que tú.


—Funciono con menos sueño que tú, Paula. Al menos has comido algo.


—¿No vamos a regresar vía Charlie Tango?


—No, pensé que podría tomar una copa. Taylor nos recogerá. Además de esta manera te tengo en el auto para mí solo durante unas pocas horas, al menos. ¿Qué podemos hacer excepto hablar?


Oh, ese es su plan.


Pedro llama al camarero para pedir la cuenta, entonces toma su BlackBerry y hace una llamada.


—Estamos en Le Picotin, Sureste tercera avenida. —Cuelga.


Jesús, ha cortado el teléfono.


—Eres muy brusco con Taylor, de hecho, con la mayoría de la gente.


—Solo voy al punto rápidamente, Paula.


—No has estado yendo al punto esta tarde. Nada cambia, Pedro.


—Tengo una proposición para ti.


—Esto comenzó con una proposición.


—Una proposición diferente.


El camarero regresa y Pedro saca su tarjeta de crédito sin verificar la cuenta.


Me mira especulativamente mientras el camarero desliza su tarjeta. El teléfono de Pedro vibra una vez y lo revisa.


¿Tiene una proposición? ¿Ahora qué? Un par de escenarios corren a través de mi mente: secuestro, trabajar para él. No, nada tiene sentido. Pedro termina de pagar.


—Ven. Taylor está afuera.


Nos levantamos y toma mi mano.


—No quiero perderte Paula. —Besa mis nudillos con ternura y el toque de sus labios sobre mi piel resuena en todo mi cuerpo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario