miércoles, 14 de enero de 2015
CAPITULO 36
Lo veo enfilar el camino de entrada y subirse al enorme Audi negro. No mira atrás. Cierro la puerta y me quedo indefensa en el salón de un piso en el que solo pasaré dos noches más. Un sitio en el que he vivido feliz casi cuatro años. Pero hoy, por primera vez, me siento sola e incómoda aquí, a disgusto conmigo misma. ¿Tanto me he distanciado de la persona que soy? Sé que, bajo mi exterior entumecido, no muy lejos de la superficie, acecha un mar de lágrimas.
¿Qué estoy haciendo? La paradoja es que ni siquiera puedo sentarme y hartarme de llorar. Tengo que estar de pie. Sé que es tarde, pero decido llamar a mi madre.
—¿Cómo estás, cielo? ¿Qué tal la graduación? —me pregunta entusiasmada al otro lado de la línea.
Su voz me resulta balsámica.
—Siento llamarte tan tarde —le susurro.
Hace una pausa.
—¿Paula? ¿Qué pasa? —dice, de pronto muy seria.
—Nada, mamá, me apetecía oír tu voz.
Guarda silencio un instante.
—Paula, ¿qué ocurre? Cuéntamelo, por favor.
Su voz suena suave y tranquilizadora, y sé que le preocupa.
Sin previo aviso, se me empiezan a caer las lágrimas. He llorado tanto en los últimos días…
—Por favor,Paula —me dice, y su angustia refleja la mía.
—Ay, mamá, es por un hombre.
—¿Qué te ha hecho?
Su alarma es palpable.
—No es eso.
Aunque en realidad, sí lo es. Oh, mierda. No quiero preocuparla. Solo quiero que alguien sea fuerte por mí en estos momentos.
—Paula, por favor, me estás preocupando.
Inspiro hondo.
—Es que me he enamorado de un tío que es muy distinto de mí y no sé si deberíamos estar juntos.
—Ay, cielo, ojalá pudiera estar contigo. Siento mucho haberme perdido tu graduación. Te has enamorado de alguien, por fin. Cielo, los hombres tienen lo suyo. Son de otra especie. ¿Cuánto hace que lo conoces?
Desde luego Pedro es de otra especie… de otro planeta.
—Casi tres semanas o así.
—Paula, cariño, eso no es nada. ¿Cómo se puede conocer a nadie en ese tiempo? Tómatelo con calma y mantenlo a raya hasta que decidas si es digno de ti.
Uau. La repentina perspicacia de mi madre me desconcierta, pero, en este caso, llega tarde. ¿Que si es digno de mí? Interesante concepto. Siempre me pregunto si yo soy digna de él.
—Cielo, te noto triste. Ven a casa, haznos una visita. Te echo de menos, cariño. A Roberto también le encantaría verte. Así te distancias un poco y quizá puedas ver las cosas con un poco de perspectiva. Necesitas un descanso. Has estado muy liada.
Madre mía, qué tentación. Huir a Georgia. Disfrutar de un poco de sol, salir de copas. El buen humor de mi madre, sus brazos amorosos…
—Tengo dos entrevistas de trabajo en Seattle el lunes.
—Qué buena noticia.
Se abre la puerta y aparece Lourdes, sonriéndome. Su expresión se vuelve sombría cuando ve que he estado llorando.
—Mamá, tengo que colgar. Me pensaré lo de ir a veros. Gracias.
—Cielo, por favor, no dejes que un hombre te trastoque la vida. Eres demasiado joven. Sal a divertirte.
—Sí, mamá. Te quiero.
—Te quiero muchísimo, Paula. Cuídate, cielo.
Cuelgo y me enfrento a Lourdes, que me mira furiosa.
—¿Te ha vuelto a disgustar ese capullo indecentemente rico?
—No… es que… eh… sí.
—Mándalo a paseo, Paula. Desde que lo conociste, estás muy trastornada. Nunca te había visto así.
El mundo de Lourdes Kavanagh es muy claro: blanco o negro. No tiene los tonos de gris vagos, misteriosos e intangibles que colorean el mío. «Bienvenida a mi mundo.»
—Siéntate, vamos a hablar. Nos tomamos un vino. Ah, ya has bebido champán. —Examina la botella—. Del bueno, además.
Sonrío sin ganas, mirando aprensiva el sofá. Me acerco a él con cautela. Uf, sentarme.
—¿Te encuentras bien?
—Me he caído de culo.
No se le ocurre poner en duda mi explicación, porque soy una de las personas más descoordinadas del estado de Washington. Jamás pensé que un día me vendría bien. Me siento, con mucho cuidado, y me sorprende agradablemente ver que estoy bien. Procuro prestar atención a Lourdes, pero la cabeza se me va al Heathman: «Si fueras mía, después del numerito que montaste ayer no podrías sentarte en una semana». Me lo dijo entonces, pero en aquel momento yo no pensaba más que en ser suya. Todas las señales de advertencia estaban ahí, y yo estaba demasiado despistada y demasiado enamorada para reparar en ellas.
Lourdes vuelve al salón con una botella de vino tinto y las tazas lavadas.
—Venga.
Me ofrece una taza de vino. No sabrá tan bueno como el Bolly.
—Paula, si es el típico capullo que pasa de comprometerse, mándalo a paseo. Aunque la verdad es que no entiendo por qué tendría que suceder. En el entoldado no te quitaba los ojos de encima, te vigilaba como un halcón. Yo diría que estaba completamente embobado, pero igual tiene una
forma curiosa de demostrarlo.
¿Embobado? ¿Pedro? ¿Una forma curiosa de demostrarlo? Ya te digo.
—Es complicado, Lourdes. ¿Qué tal tu noche? —pregunto.
No puedo hablar de esto con Lourdes sin revelarle demasiado, pero basta con una pregunta sobre su día para que se olvide del tema. Resulta tranquilizador sentarse a escuchar su parloteo habitual.
La gran noticia es que Lucas igual se viene a vivir con nosotras cuando vuelvan de vacaciones.
Será divertido: con Lucas es un no parar de reír. Frunzo el ceño. No creo que a Pedro le parezca bien. Me da igual.
Tendrá que tragar. Me tomo un par de tazas de vino y decido irme a la cama. Ha sido un día muy largo. Lourdes me da un abrazo y coge el teléfono para llamar a Gustavo.
Después de lavarme los dientes, echo un vistazo al cacharro infernal. Hay un correo de Pedro.
filete
De: Pedro Alfonso
Fecha: 26 de mayo de 2014 23:14
Para: Paula Chaves
Asunto: Usted
Querida señorita Chaves:
Es sencillamente exquisita. La mujer más hermosa, inteligente, ingeniosa y valiente que he conocido jamás. Tómese un ibuprofeno (no es un mero consejo). Y no vuelva a coger el Escarabajo. Me enteraré.
Pedro Alfonso
Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.
¡Que no vuelva a coger mi coche! Tecleo mi respuesta.
filete
De: Paula Chaves
Fecha: 26 de mayo de 2014 23:20
Para: Pedro Alfonso
Asunto: Halagos
Querido señor Alfonso:
Con halagos no llegarás a ninguna parte, pero, como ya has estado en todas, da igual. Tendré que coger el Escarabajo para llevarlo a un concesionario y venderlo, de modo que no voy hacer ni caso de la bobada que me propones. Prefiero el tinto al ibuprofeno.
Paula
P.D.: Para mí, los varazos están dentro de los límites INFRANQUEABLES.
Le doy a «Enviar».
filete
De: Pedro Alfonso
Fecha: 26 de mayo de 2014 23:26
Para: Paula Chaves
Asunto: Las mujeres frustradas no saben aceptar cumplidos
Querida señorita Chaves:
No son halagos. Debería acostarse.
Acepto su incorporación a los límites infranqueables.
No beba demasiado.
Taylor se encargará de su coche y lo revenderá a buen precio.
Pedro Alfonso
Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.
filete
De: Paula Chaves
Fecha: 26 de mayo de 2014 23:40
Para: Pedro Alfonso
Asunto: ¿Será Taylor el hombre adecuado para esa tarea?
Querido señor:
Me asombra que te importe tan poco que tu mano derecha conduzca mi coche, pero sí que lo haga una mujer a la que te follas de vez en cuando. ¿Cómo sé yo que Taylor me va a conseguir el mejor precio por el coche? Siempre me he dicho, seguramente antes de conocerte, que estaba
conduciendo una auténtica ganga.
Paula
filete
De: Pedro Alfonso
.
Fecha: 26 de mayo de 2014 23:44
Para: Paula Chaves
Asunto: ¡Cuidado!
Querida señorita Chaves:
Doy por sentado que es el TINTO lo que le hace hablar así, y que el día ha sido muy largo.
Aunque me siento tentado de volver allí y asegurarme de que no se siente en una semana, en vez de una noche.
Taylor es ex militar y capaz de conducir lo que sea, desde una moto a un tanque Sherman. Su coche no supone peligro alguno para él.
Por favor, no diga que es «una mujer a la que me follo de vez en cuando», porque, la verdad, me ENFURECE, y le aseguro que no le gustaría verme enfadado.
Pedro Alfonso
Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.
filete
De: Paula Chaves
Fecha: 26 de mayo de 2014 23:57
Para: Pedro Alfonso
Asunto: Cuidado, tú
Querido señor Alfonso:
No estoy segura de que yo te guste, sobre todo ahora.
Señorita Chaves
filete
De: Pedro Alfonso
Fecha: 27 de mayo de 2014 00:03
Para: Paula Chaves
Asunto: Cuidado, tú
¿Por qué no me gustas?
Pedro Alfonso
Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.
filete
De: Paula Chaves
Fecha: 27 de mayo de 2014 00:09
Para: Pedro Alfonso
Asunto: Cuidado, tú
Porque nunca te quedas en casa.
Hala, eso le dará algo en lo que pensar. Cierro el cacharro con una indiferencia que no siento y me meto en la cama.
Apago la lamparita y me quedo mirando al techo. Ha sido un día muy largo, un vaivén emocional constante. Me ha gustado pasar un rato con Reinaldo. Lo he visto bien y, curiosamente, le ha gustado Pedro. Jo, y la cotilla de Lourdes… Oír a Pedro decir que había pasado hambre. ¿De qué coño va todo eso? Dios, y el coche. Ni siquiera le he comentado a Lourdes lo del coche nuevo. ¿En qué estaría pensando Pedro?
Y encima esta noche me ha pegado de verdad. En mi vida me habían pegado. ¿Dónde me he metido? Muy despacio, las lágrimas, retenidas por la llegada de Lourdes, empiezan a rodarme por los lados de la cara hasta las orejas. Me he enamorado de alguien tan emocionalmente cerrado que no conseguiré más que sufrir —en el fondo, lo sé—, alguien que, según él mismo admite, está completamente jodido.
¿Por qué está tan jodido? Debe de ser horrible estar tan tocado como él; la idea de que de niño fuera víctima de crueldades insoportables me hace llorar aún más. Quizá si
fuera más normal no le interesarías, contribuye con sarcasmo mi subconsciente a mis reflexiones.
Y en lo más profundo de mi corazón sé que es cierto. Me doy la vuelta, se abren las compuertas… y, por primera vez en años, lloro desconsoladamente con la cara hundida en la almohada.
Los gritos de Lourdes me distraen momentáneamente de mis oscuros pensamientos.
«¿Qué coño crees que haces aquí?»
«¡Vale, pues no puedes!»
«¿Qué coño le has hecho ahora?»
«Desde que te conoció, se pasa el día llorando.»
«¡No puedes venir aquí!»
Pedro irrumpe en mi dormitorio y, sin ceremonias, enciende la luz del techo, obligándome a apretar los ojos.
—Dios mío, Paula —susurra.
La apaga otra vez y, en un segundo, lo tengo a mi lado.
—¿Qué haces aquí? —pregunto espantada entre sollozos.
Mierda, no puedo parar de llorar.
Enciende la lamparita y me hace guiñar los ojos de nuevo.
Viene Lourdes y se queda en el umbral de la puerta.
—¿Quieres que eche a este gilipollas de aquí? —me dice irradiando una hostilidad termonuclear.
Pedro la mira arqueando una ceja, sin duda asombrado por el halagador epíteto y su brutal antipatía. Niego con la cabeza y ella me pone los ojos en blanco. Huy, yo no haría eso delante del señor A.
—Dame una voz si me necesitas —me dice más serena—. Alfonso, estás en mi lista negra y te tengo vigilado —le susurra furiosa.
Él la mira extrañado, y ella da media vuelta y entorna la puerta, pero no la cierra.
Pedro me mira con expresión grave, el rostro demacrado.
Lleva la americana de raya diplomática y del bolsillo interior saca un pañuelo y me lo da. Creo que aún tengo el otro por
alguna parte.
—¿Qué pasa? —me pregunta en voz baja.
—¿A qué has venido? —le digo yo, ignorando su pregunta.
Mis lágrimas han cesado milagrosamente, pero las convulsiones siguen sacudiendo mi cuerpo.
—Parte de mi papel es ocuparme de tus necesidades. Me has dicho que querías que me quedara, así que he venido. Y te encuentro así. —Me mira extrañado, verdaderamente perplejo—. Seguro que es culpa mía, pero no tengo ni idea de por qué. ¿Es porque te he pegado?
Me incorporo, con una mueca de dolor por mi trasero escocido. Me siento y lo miro.
—¿Te has tomado un ibuprofeno?
Niego con la cabeza. Entorna los ojos, se pone de pie y sale de la habitación. Lo oigo hablar con Lourdes, pero no lo que dicen. Al poco, vuelve con pastillas y una taza de agua.
—Tómate esto —me ordena con delicadeza mientras se sienta en la cama a mi lado.
Hago lo que me dice.
—Cuéntame —susurra—. Me habías dicho que estabas bien. De haber sabido que estabas así, jamás te habría dejado.
Me miro las manos. ¿Qué puedo decir que no haya dicho ya? Quiero más. Quiero que se quede porque él quiera quedarse, no porque esté hecha una magdalena. Y no quiero que me pegue, ¿acaso es mucho pedir?
—Doy por sentado que, cuando me has dicho que estabas bien, no lo estabas.
Me ruborizo.
—Pensaba que estaba bien.
—Paula, no puedes decirme lo que crees que quiero oír. Eso no es muy sincero —me reprende—. ¿Cómo voy a confiar en nada de lo que me has dicho?
Lo miro tímidamente y lo veo ceñudo, con una mirada sombría en los ojos. Se pasa ambas manos por el pelo.
—¿Cómo te has sentido cuando te estaba pegando y después?
—No me ha gustado. Preferiría que no volvieras a hacerlo.
—No tenía que gustarte.
—¿Por qué te gusta a ti?
Lo miro.
Mi pregunta lo sorprende.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Ah, créeme, me muero de ganas.
Y no puedo evitar el sarcasmo.
Vuelve a fruncir los ojos.
—Cuidado —me advierte.
Palidezco.
—¿Me vas a pegar otra vez?
—No, esta noche no.
Uf… Mi subconsciente y yo suspiramos de alivio.
—¿Y bien? —insisto.
—Me gusta el control que me proporciona, Paula. Quiero que te comportes de una forma concreta y, si no lo haces, te castigaré, y así aprenderás a comportarte como quiero. Disfruto castigándote. He querido darte unos azotes desde que me preguntaste si era gay.
Me sonrojo al recordarlo. Uf, hasta yo quise darme de tortas por esa pregunta. Así que la culpable de esto es Lourdes Kavanagh: si hubiera ido ella a la entrevista y le hubiera hecho la pregunta, sería ella la que estaría aquí sentada con el culo dolorido. No me gusta la idea. ¿No es un lío todo esto?
—Así que no te gusta como soy.
Se me queda mirando, perplejo de nuevo.
—Me pareces encantadora tal como eres.
—Entonces, ¿por qué intentas cambiarme?
—No quiero cambiarte. Me gustaría que fueras respetuosa y que siguieras las normas que te he impuesto y no me desafiaras. Es muy sencillo —dice.
—Pero ¿quieres castigarme?
—Sí, quiero.
—Eso es lo que no entiendo.
Suspira y vuelve a pasarse las manos por el pelo.
—Así soy yo, Paula. Necesito controlarte. Quiero que te comportes de una forma concreta, y si no lo haces… Me encanta ver cómo se sonroja y se calienta tu hermosa piel blanca bajo mis manos. Me excita.
Madre mía. Ya voy entendiendo algo…
—Entonces, ¿no es el dolor que me provocas?
Traga saliva
—Un poco, el ver si lo aguantas, pero no es la razón principal. Es el hecho de que seas mía y pueda hacer contigo lo que quiera: control absoluto de otra persona. Y eso me pone. Muchísimo,Paula. Mira, no me estoy explicando muy bien. Nunca he tenido que hacerlo. No he meditado mucho todo esto. Siempre he estado con gente de mi estilo. —Se encoge de hombros, como disculpándose—. Y aún no has respondido a mi pregunta: ¿cómo te has sentido después?
—Confundida.
—Te ha excitado, Paula.
Cierra los ojos un instante y, cuando vuelve a abrirlos y me mira, le arden. Su expresión despierta mi lado oscuro, enterrado en lo más hondo de mi vientre: mi libido, despierta domada por él, pero aún insaciable.
—No me mires así —susurra.
Frunzo el ceño. Dios mío, ¿qué he hecho ahora?
—No llevo condones, Paula, y sabes que estás disgustada. En contra de lo que piensa tu compañera de piso, no soy ningún degenerado. Entonces, ¿te has sentido confundida?
Me estremezco bajo su intensa mirada.
—No te cuesta nada sincerarte conmigo por escrito. Por e-mail, siempre me dices exactamente lo que sientes. ¿Por qué no puedes hacer eso cara a cara? ¿Tanto te intimido?
Intento quitar una mancha imaginaria de la colcha azul y crema de mi madre.
—Me cautivas, Pedro. Me abrumas. Me siento como Ícaro volando demasiado cerca del sol — le susurro.
Ahoga un jadeo.
—Pues me parece que eso lo has entendido al revés —dice.
—¿El qué?
—Ay, Paula, eres tú la que me ha hechizado. ¿Es que no es obvio?
No, para mí no. Hechizado. La diosa que llevo dentro está boquiabierta. Ni siquiera ella se lo cree.
—Todavía no has respondido a mi pregunta. Mándame un correo, por favor. Pero ahora mismo. Me gustaría dormir un poco. ¿Me puedo quedar?
—¿Quieres quedarte?
No puedo ocultar la ilusión que me hace.
—Querías que viniera.
—No has respondido a mi pregunta.
—Te mandaré un correo —masculla malhumorado.
Poniéndose en pie, se vacía los bolsillos: BlackBerry, llaves, cartera y dinero. Por Dios, los hombres llevan un montón de mierda en los bolsillos. Se quita el reloj, los zapatos, los calcetines, y deja la americana encima de mi silla. Rodea la cama hasta el otro lado y se mete dentro.
—Túmbate —me ordena.
Me deslizo despacio bajo las sábanas con una mueca de dolor, mirándolo fijamente. Madre mía, se queda. Me siento paralizada de gozoso asombro. Se incorpora sobre un codo, me mira.
—Si vas a llorar, llora delante de mí. Necesito saberlo.
—¿Quieres que llore?
—No en particular. Solo quiero saber cómo te sientes. No quiero que te me escapes entre los dedos. Apaga la luz. Es tarde y los dos tenemos que trabajar mañana.
Ya lo tengo aquí, tan dominante como siempre, pero no me quejo: está en mi cama. No acabo de entender por qué. Igual debería llorar más a menudo delante de él. Apago la luz de la mesita.
—Quédate en tu lado y date la vuelta —susurra en la oscuridad.
Pongo los ojos en blanco a sabiendas de que no puede verme, pero hago lo que me dice. Con sumo cuidado, se acerca, me rodea con los brazos y me estrecha contra su pecho.
—Duerme, nena —susurra, y noto su nariz en mi pelo, inspirando hondo.
Dios mío. Pedro Alfonso se queda a dormir. Al abrigo de sus brazos, me sumo en un sueño tranquilo.
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